Sentido divino del andar terreno de
Jesús
Al escuchar en la Liturgia de la
Palabra los textos del tercer domingo de Adviento, esta vez ciclo C, crece la esperanza y oímos que piden
esforzarse algo para entender para qué viene el Redentor, el Mesías, el Salvador. Sofonías
dice: “¡Lanza gritos de gozo, hija de
Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de
Jerusalén! (…) Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión (…) Yahveh
tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!” (Sofon 3, 14-18). Sofonías profetizó en tiempos del rey Josías (640-605 aC). Es una
esperanza alegre que incluso hace cantar a Yahveh: “El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con
gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (ibid). San Pablo
pedía a l@s primer@s cristian@s “que
vuestra comprensión (o sea, vuestro entender) sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca. No os preocupéis
por nada” (Phil 4, 4-7).

Juan conoce
y entiende el sentido divino del andar terreno de su primo Jesús de Nazaret, el
Mesías, el Esperado, el Salvador, Dios hecho hombre. Dice Ireneo que “el Señor vino y se manifestó en una
verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad
sostenida por él”.
Cada año
también al esperar su venida celebrando Navidad, nos planteamos: ¿para qué
vino? ¿qué esperaban los judíos? ¿qué espero yo de él? ¿Qué es eso de la
redención del mundo o de la salvación de los hombres? “No vino a aniquilar al hombre” ha
recordado Francisco (Catequesis 12-XII-2018) y añade que “Jesús no quiere
que nuestra oración sea una evasión. Una
oración que nos hace pedir lo que es esencial, como «el pan de cada día»,
porque, como nos enseña Jesús, la oración no es algo separado de la vida”.
Adviento es
un tiempo litúrgico muy mariano y ayuda a mirar a María, madre de Dios y madre
nuestra y aprender de ella a meditar con el corazón (no solo con la razón) lo
visto y oído en la vida de Jesús aunque estos días adventicios el niño Dios no
habla pues está aún en el vientre de su madre.


El Compendio del CEC (n. 259) dice:
«En su predicación, Jesús enseña a apreciar el trabajo. Él mismo “se hizo
semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida
terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero”, en el
taller de José (cf. Mt 13, 55; Mc 6, 3)». El CELAM de 2007 que
inauguró Benedicto XVI redactó el “Documento
de Aparecida” que dice (nn. 120-122) que "en la belleza de la creación, que es obra de
sus manos, resplandece el sentido del trabajo como participación de su tarea
creadora y como servicio a los hermanos y hermanas. Jesús, el carpintero (cf.
Mc 6, 3) (…) recuerda que constituye una dimensión fundamental de la existencia
del hombre en la tierra”.
Francisco pide en su “encíclica verde” que hay que elaborar “una ecología integral que no excluya al ser humano y para ello es indispensable incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo II en su Encíclica Laborem exercens” (LSi, 124). "No hablamos sólo del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico" (LSi, 125). "La calidad de vida humana (…) implica analizar el espacio donde transcurre la existencia de las personas (…) en nuestra habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio" (LSi, 147).
Precisamente
la idea madre del Concilio Vaticano II es estar todo fundamentado en la
humanidad santísima del Señor y por eso dejó escrito Juan Pablo II en la Encíclica sobre la misericordia que "Pablo
VI indicó en más de una ocasión la “civilización del amor” como fin al que
deben tender los esfuerzos. En tal dirección nos conduce el Concilio cuando
habla repetidas veces de la necesidad de hacer el mundo más humano” (DinM). Para eso se encarnó el Hijo
de Dios. Eso es la redención que será definitiva en la otra vida, la vida
eterna, pero que él empezó ya ahora en la Tierra y encarga a los cristianos
que lo perpetúen a lo largo de los siglos y a lo ancho del planeta.
Por eso así empieza la Constitución pastoral Gaudium et spes (7-XII-1965): “Los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón”
porque Dios se encarnó, se hizo hombre para redimir a la humanidad entera, para
sanar lo humano estropeado por el pecado y esa es la tarea que le encarga a su
Iglesia para perpetuar en la Tierra su obra redentora hasta que vuelva.
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