Ser
cristiano no es algo social
La
semana XXXIV del Tiempo Ordinario es la última del año litúrgico y la Iglesia
invita anualmente a profundizar en lo último, en el final de esta vida personal
y colectiva o mundial pues es ayuda imprescindible del presente personal y
mundial. Viene bien tener presente aquello que enseña Jesús: “Estad
preparados porque no sabéis el día ni la hora”. Para estar preparados
cada día de la vida hay que mirar, analizar, examinar… pensamientos, palabras,
obras y omisiones.
Jesús,
en una ocasión, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del
templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, dijo: "Días
vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que estáis admirando”
(Lc 21, 5). No se trata de presumir con apariencias externas que esconden lo
que se es y se lleva por dentro. Ese templo de Jerusalén estaba convertido en
una cueva de ladrones.
Algunos se camuflan porque se arrugan ante la realidad. En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Os perseguirán y os apresarán, os
llevarán a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y
gobernantes por causa mía (…) Os traicionarán hasta vuestros padres y hermanos,
parientes y amigos. Matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa
mía” (Lc 21, 12-19)
Francisco, en una homilía matutina (5-X-2018), comentando el reproche
de Jesús a la gente de Betsaida, Corozaín y Cafarnaúm (Lc 10, 13), que no han
creído en Él, no obstante los milagros, dijo que corremos el riesgo de vivir el cristianismo como un hábito social,
formalmente, con la hipocresía de los justos, que temen dejarse amar.
Una vez
terminada la Misa –dijo el Papa- dejamos
a Jesús en la Iglesia, no vuelve con nosotros a casa, en la vida cotidiana (…) Ese hábito nos hace mal porque reducimos el Evangelio a un
hecho social, sociológico, y no a una relación personal con Jesús.
Muchas
veces predicaron esto mismo los papas anteriores ya que es un punto clave y que
ya denunció abiertamente Pío XII dando pie a las directrices conciliares. Juan
Pablo II, por ejemplo, ya en su primera Encíclica “El Redentor del hombre” de
1979 ya recordaba que “No se trata sólo
de una «pertenencia social» sino que es para cada uno y para todos, una concreta
«vocación», una llamada
particular. Debemos sobre todo ver a Cristo que dice a cada miembro (no a
unos pocos sino a todos) ¡Sígueme!; ésta es la comunidad de los discípulos. Cada uno a veces muy consciente
y coherente, a veces con poca responsabilidad y mucha incoherencia”.
Benedicto
XVI, en la Exhortación postsinodal “El sacramento de la caridad” (22-II-2007)
dejaba escrito: “Puesto que el mundo es
«el campo» (Mt 13, 38) en el
que Dios pone a sus hijos como buena semilla, los laicos cristianos, en virtud
del Bautismo y de la Confirmación, y fortalecidos por la Eucaristía, están
llamados a vivir la novedad radical traída por Cristo precisamente en las
condiciones comunes de la vida. Han de cultivar el deseo de que la Eucaristía
influya cada vez más profundamente en su vida cotidiana, convirtiéndolos en
testigos visibles en su propio ambiente de trabajo y en toda la sociedad”
(SC, 79). O sea que querría decir “que se note” que somos cristianos, que
viendo vuestras obras buenas glorifiquen a Dios Padre, que dijo Jesús.
Francisco
en una Misa matutina (17-IV-2013) y luego en dos catequesis de los miércoles
(11 y 18 abril 2018) dedicadas al bautismo explicó que “enciende la vocación personal de vivir como
cristianos, que se desarrollará a lo largo de la vida. E implica una respuesta
personal y no prestada, con un ‘copiar y pegar’.
(…) A veces pensamos: No,
nosotros somos cristianos: hemos recibido el bautismo, nos hemos confirmado,
hemos hecho la primera comunión… y así el carnet de identidad está bien. Y
ahora, dormimos tranquilos: somos cristianos. Cuando hacemos esto, la Iglesia
se convierte en Iglesia niñera, que cuida al niño para que se duerma. Es una
Iglesia adormecida”.
En los primeros
momentos del cristianismo se escribió una carta por un cristiano anónimo, solo
se sabe que iba destinada a un tal Diogneto y en la que se lee: “En
esto conocerán que sois mis discípulos. Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar
en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no
tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de
vida distinto (...) Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en
suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir
como en todo su estilo de vida (…) sin
embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos,
increíble (…) son en el mundo lo que el
alma para el cuerpo” (Ep a Diogneto). El alma ni se ve ni se oye pero
da vida al cuerpo.
De la concepción cristiana de la unidad de vida a la que tienen
otras religiones no hay mucha distancia aunque sean fundamentales los matices
que las caracterizan. Para el budismo la unidad se entiende entre cosas
diversas, la vida y el entorno aunque constituyen una única entidad
inseparable. Para ellos la unidad de la vida y su entorno adquiere mayor
claridad en el marco teórico de los “tres mil aspectos contenidos en cada
instante vital”, establecido por el maestro budista chino del siglo VI Zhiyi
(el Gran Maestro Tiantai o T'ien-t'ai) sobre la base de las enseñanzas del Sutra
del loto.
Según el
budismo, todo lo que nos rodea, incluyendo el trabajo y las relaciones
familiares, es el reflejo de nuestra vida interior. Según el cristianismo la
unidad de vida es la manera de hacer las múltiples cosas diarias, la intención
con que se hacen, pues Jesucristo es tan redentor en la cruz como en el portal
de Belén, en el taller de Nazaret como recorriendo pueblos, ciudades y aldeas,
comiendo o sanando enfermos, rezando o predicando.
La unidad de
vida garantiza que no haya una doble vida, algo frecuente también en creyentes
pues no pocos viven como cristianos un ratito de la semana en la Misa dominical
o en la víspera sabática pero cuando salen del templo y ponen los pies en la
calle ya se olvidan de su realidad espiritual y viven como los paganos o los
agnósticos o los ateos. Demasiados casos están ventilándose en los medios de
comunicación por la doble vida de cardenales, obispos, religiosos pues no es
monopolio de los ateos, paganos y pecadores públicos.
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