Las
obras de misericordia
Cada
20 de noviembre el santoral conmemora a Edmund, rey inglés mártir en
870 con 29 años, sensato, enemigo de lisonja, amante de la paz y apoyo de las
viudas, huérfanos y necesitados. Tuvo épocas difíciles desde el desembarco de
piratas daneses, los hermanos Hingaro y Hubba, que con rabia satánica para con todo
lo cristiano, arrasaban y destruían; degollaron a todas las monjas del
monasterio de Coldinghan. Edmund no quería matar y se escondió hasta que fue
descubierto, y como otro san Sebastián, fue asaetado y azotado; por último le
cortaron la cabeza y la echaron a los matorrales del bosque. Fue un mártir muy
popular en la Inglaterra medieval que vivió las obras de misericordia.

Francisco
en la Carta “Misericordia et misera” (MetM) al concluir el Jubileo
Extraordinario de la Misericordia (21-11-2016), escribe: “El Año Santo, un tiempo rico de misericordia (…) no puede ser un
paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia”
(MetM, 1). Un cristiano no puede vivir de espaldas a la muchedumbre ya que su condición de
cristiano, de discípulo de Cristo, es la de “seguirle” o sea hacer las cosas
como las haría Él en nuestro caso. No fue la vida terrenal de Jesús un estar encerrado en sus cosas y buscando imitarle hay que cultivar como Él entrañas de misericordia y sentir la urgencia de ayudar a tod@s en sus necesidades.

A lo largo de los siglos no han faltado cristian@s
que lo han hecho bien; en los santorales hay un@s cuant@s. Juan
Pablo II en “Dives in misericordia” (DinM) del 30-XI-1980 escribía que “Es significativo que los profetas en su
predicación pongan la misericordia (…) en conexión con el amor por parte de Dios (…) es algo que caracteriza la vida de todo el pueblo de Israel: es el contenido de
la intimidad con su Señor, el contenido de su diálogo con Él”.

Continúa
diciendo que “la Iglesia tiene el derecho
y el deber de recurrir a la misericordia «con poderosos clamores» cuando el hombre contemporáneo no tiene
la valentía de pronunciar siquiera la palabra «misericordia» (…) Al igual que
los profetas, recurramos al amor que tiene características maternas y que, a
semejanza de una madre, sigue a cada uno de sus hijos, a toda oveja
descarriada, aunque hubiese millones de extraviados, aunque en el mundo la iniquidad
prevaleciese sobre la honestidad, aunque la humanidad contemporánea mereciese
por sus pecados un nuevo «diluvio»”, como mereció en su tiempo la generación de
Noé (DinM).
Francisco, una vez clausurado
el Año Extraordinario de la misericordia, el 21 de noviembre de 2016, escribía “que los ojos misericordiosos de la santa Madre de Dios estén siempre
vueltos hacia nosotros (...) La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la
protección de su manto (...) y sigamos su constante indicación de volver los
ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios” (MetM, 22).

Los fariseos mostraban una actitud inmisericorde hacia otros, por lo
que Jesús los reprendió, diciendo: “Id, pues, y aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»” (Mt 9, 10-13; 12, 1-7;
Os 6, 6). ¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que (…) habéis abandonado lo más importante
de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad (Mt 23, 23). Dice Jesús: Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 36). Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5, 7).
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