Las
obras de misericordias
Cada
20 de noviembre el santoral conmemora a Edmund, rey inglés mártir en
870 con 29 años, sensato, enemigo de lisonja, amante de la paz y apoyo de las
viudas, huérfanos y necesitados. Tuvo épocas difíciles desde el desembarco de
piratas daneses, los hermanos Hingaro y Hubba, que con rabia satánica para con todo
lo cristiano, arrasaban y destruían; degollaron a todas las monjas del
monasterio de Coldinghan. Edmund no quería matar y se escondió hasta que fue
descubierto, y como otro san Sebastián, fue asaetado y azotado; por último le
cortaron la cabeza y la echaron a los matorrales del bosque. Fue un mártir muy
popular en la Inglaterra medieval que vivió las obras de misericordia.
Juan Pablo II en su segunda
encíclica dedicada a Dios Padre escribió: “Dios rico en misericordia”
(Ef 2,4) es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre (…) Jesús hace de la
misma misericordia uno de los temas principales de su predicación (…) forma
parte del núcleo mismo del mensaje del Mesías y constituye la esencia del
Evangelio”.
Francisco
en la Carta Ap “Misericordia et misera” (MetM) al concluir el Jubileo
Extraordinario de la Misericordia (21-11-2016), escribe: “El Año Santo, un tiempo rico de misericordia (…) no puede ser un
paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia”
(MetM, 1).
Un(a)
cristian@ no puede vivir de espaldas a la muchedumbre ya que su condición de
cristiano, de discípulo de Cristo, es la de “seguirle” o sea hacer las cosas
como las haría él en nuestro caso. No fue la vida de Jesús un estar toda su
vida terrenal encerrado en sus cosas y buscando imitar la actitud del Señor,
cultivamos como él entrañas de misericordia y sentimos la urgencia de ayudar a tod@s en sus necesidades.
En “Evangelii
gaudium” de 24-XI-2013 escribió: “No
quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una
maraña de obsesiones y procedimientos (…) espero que nos mueva el temor a
encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención (…) en las
costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud
hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de
comer!» (Mc 6,37) (EvG,
49).
A lo largo de los siglos no han faltado cristian@s
que lo han hecho bien; en los santorales hay un@s cuant@s como Faustina Kowalska
(+1938
con 33 años), Segismundo Gorazdowski
(+1920 con 75 años), Leonardo Murialdo (+1900 con 72 años), Gaetano
Errico (+1860 con 69 años), Rosa Fca Mª
de los Dolores Molas i Vallvé (+1876 con 61 años), Mª Josefa Roselló (+1880 con 69 años), Bartolomea Capitanio (+1833 con 26 años), Teresa Carlota de Lamourous (s
XIX), Gualterio (+1224 con 40 años), Fulberto
(+1029 con 69 años), Odón de Cluny (+942 con 63 años), etc., etc., etc.
Juan
Pablo II en “Dives in misericordia” (DinM) del 30-XI-1980 escribía que “Es significativo que los profetas en su
predicación pongan la misericordia… en conexión con el amor por parte de Dios…
es algo que caracteriza la vida de todo el pueblo de Israel: es el contenido de
la intimidad con su Señor, el contenido de su diálogo con Él”. Pensemos por
ejemplo en Zacarías, profeta de Israel cuando los
judíos retornaron de Babilonia en 537 aC., en Jonás, profeta de Israel (s
VIII aC) y tantos otros que se pueden encontrar en el listado del santoral.
Pero nadie conoce el nombre ni la cara de los muchos
miles de millones de hombres y mujeres que ya han dejado este mundo y lo han
hecho realidad en sus vidas ordinarias y corrientes. Y Francisco añade: “Estoy convencido que a
través de estos simples gestos cotidianos podemos cumplir una verdadera
revolución cultural, como lo ha sido en el pasado” (Aud Gral 12-X-2016).
El Papa polaco Wojtyla dice que “nuestros prejuicios en torno al tema de la misericordia son a lo más el resultado de una valoración exterior. Ocurre a veces que percibimos principalmente la misericordia como una relación de desigualdad entre el que la ofrece y el que la recibe. Consiguientemente la misericordia difama a quien la recibe y ofende la dignidad del hombre (…) La mentalidad contemporánea, quizá en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia (DinM).
Continúa
diciendo que “la Iglesia tiene el derecho
y el deber de recurrir a la misericordia «con poderosos clamores» cuando el hombre contemporáneo no tiene
la valentía de pronunciar siquiera la palabra «misericordia» (…) Al igual que
los profetas, recurramos al amor que tiene características maternas y que, a
semejanza de una madre, sigue a cada uno de sus hijos, a toda oveja
descarriada, aunque hubiese millones de extraviados, aunque en el mundo la iniquidad
prevaleciese sobre la honestidad, aunque la humanidad contemporánea mereciese
por sus pecados un nuevo «diluvio»”, como mereció en su tiempo la generación de
Noé (DinM).
Francisco, una vez clausurado
el Año Extraordinario de la misericordia, el 21 de noviembre de 2016, escribía
en la Carta “Misericordia et misera” (MetM) “que los ojos misericordiosos de la santa Madre de Dios estén siempre
vueltos hacia nosotros (...) La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la
protección de su manto (...) y sigamos su constante indicación de volver los
ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios” (MetM, 22.).
A las obras de misericordia dedicó Francisco unas
catequesis desde la Audiencia General del 12–X-2016 y en
una homilía matutina en santa Marta (5-VI-2017) hablando de ellas, afirmó que “Las obras de
misericordia son aquellas que nos quitan del egoísmo y nos hacen imitar a Jesús”.
Los fariseos mostraban una actitud inmisericorde hacia otros, por lo
que Jesús los reprendió, diciendo: “Id, pues, y aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»” (Mt 9, 10-13; 12, 1-7;
Os 6, 6).
¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, que (…) habéis abandonado lo más importante
de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad (Mt 23, 23).
Dice Jesús: Sed
misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 36). Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5, 7).
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