jueves, 12 de abril de 2018

LLAMADA UNIVERSAL A LA SANTIDAD

Que es para todos, 
lo recuerda ahora el papa Francisco



Alegraos y regocijaos” (Gaudete et exultate, GE) es la Exhortación apostólica que acaba de escribir el papa Francisco, fechada el 19 de marzo de 2018, solemnidad de san José (al que tanta devoción tiene), y que trata sobre la llamada a la santidad en el mundo actual.

Es un paso más de estos Sucesores de Pedro que ayudan a la Iglesia a vivir lo indicado por el Concilio Vaticano II y hacer realidad el Evangelio. Durante muchos siglos esta verdad evangélica había quedado tergiversada y al finalizar el segundo milenio, la convicción general era que la santidad es cosa de privilegiados, de bichos raros, de hombres y mujeres que recién nacidos ya no mamaban los viernes por mortificación.

En el Medievo, incluso Tomás de Aquino afirmaba que solamente pueden ser sant@s l@s religios@s. L@s laic@s o seglares, l@s bautizad@s normales y corrientes, casad@s o no, currantes para sacar adelante la familia, están (pobrecitos) en condiciones de ser solamente “cristianos de segunda división”.

A cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1, 4) recuerda Francisco al iniciar el documento (GE, 2).

Juan Pablo II escribió al estrenarse el tercer milenio: «Conviene descubrir el capítulo V de Lumen gentium dedicado a la “vocación universal a la santidad”. Este don de santidad se da a cada bautizado. Es un compromiso que no sólo afecta a algunos cristianos. Este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios”» (Nuevo milenio ineunte, 30).

Rosmini
«La llamada universal de todos los cristianos, también los laicos, a la santidad», hecha por el Concilio Vaticano II, repite literalmente una frase de las máximas de perfección del beato Antonio Rosmini (+1855 con 58 años), presbítero, fundador del Instituto de la Caridad y las Hermanas de la Providencia rosminianas.

El Concilio Vaticano II ha actualizado la llamada universal a la santidad que es algo para todos los hombres pues supone alcanzar el cielo al acabar la vida terrenal pero se fue recortando y monopolizando para los monjes, frailes, religiosas y monjas. Ni siquiera los sacerdotes tenían conciencia de que en su ministerio diario podían alcanzar la santidad. Si a alguno le entraba esa inquietud, se apuntaba a alguna Orden religiosa.

Es original, bonito y sencillo el título de un apartado de la Exhortación del papa Francisco, que reza: «Los santos de la puerta de al lado». Y lo explica: No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios (GE, 6).

Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo (…) es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros (GE, 7).

El Señor hace a cada uno de nosotros esa llamada que te dirige también a ti: «Sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11, 45; cf. 1P 1, 16). El Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (LG, 11) (GE, 10).

Ya antes decía lo mismo Juan Pablo II en la Carta ap. Tertio millenio adveniente: “Será tarea de la Sede Apostólica, con vista al Año 2000, actualizar los martirologios de la Iglesia universal (…) De modo especial se deberá trabajar por el reconocimiento de la heroicidad de las virtudes de los hombres y las mujeres que han realizado su vocación cristiana en el Matrimonio: convencidos como estamos de que no faltan frutos de santidad en tal estado” (TMA, 37).

El 13-XI-1998 el papa Wojtyla entronizó la réplica de Ntra Sra de Luján, construida en Roma, y la declaró patrona de Argentina. Rezó así el Papa polaco: «En la encrucijada del Tercer Milenio te encomiendo, Madre Santa de Luján (…) sus familias y hogares, para que vivan en santidad».

Francisco de Sales, obispo de Ginebra, cofundador de las salesas (+1622 con 56 años) fue glosado por Benedicto XVI antes del Ángelus de un domingo de 2010 recordando que enseñaba que la llamada universal a la santidad es cosa de todo bautizado y lo glosó (Aud Gral 110302) diciendo que anticipó algunas intuiciones del Vaticano II sobre los laicos pues invitaba a vivir en plenitud la presencia de Dios en el mundo y los deberes del propio estado, lo que sonaba a revolucionario.

Alfonso Mª de Ligorio (+1787 con 91 años), obispo, fundador de los redentoristas, doctor de la Iglesia y Patrono de confesores y moralistas, fue recordado por Benedicto XVI (Aud Gral 110330) y dijo: «Análogamente a san Francisco de Sales -del que hablé hace alguna semana- insiste en decir que la santidad es accesible a todos los cristianos: “El religioso por religioso, el seglar por seglar, el sacerdote por sacerdote, el casado por casado, el comerciante por comerciante, el militar por militar, y así hablando en todos los estados”(Práctica de amor a Jesucristo. Obras ascéticas I, Roma 1933, p. 79)».

Juan de la Cruz (+1591 con 49 años), carmelita descalzo reformador, doctor y patrono de los poetas, también fue glosado por Benedicto XVI (Aud Gral 110216) y dijo que Juan es apodado por la tradición como “doctor místico” y que alcanzar la santidad, dejarnos amar por Dios, es la vocación de todos nosotros y la verdadera salvación.

Josemaría Escrivá (+1975 con 73 años), sacerdote fundador del Opus Dei después que “vio” que Dios le pedía predicar a todos los hombres y mujeres la llamada universal a la santidad en el cumplimiento de los deberes ordinarios de la vida profesional, familiar y social. Canonizado por Juan Pablo II en 2002 quien lo definió como “el santo de lo ordinario”.

A lo largo de los siglos no ha faltado quien recordara esta realidad tan clara para los primeros cristianos, pero fueron versos sueltos como san Altman (+1091 con 76 años), consejero y capellán de la emperatriz Inés de Poiteau, esposa de Enrique III de Alemania, quien le propuso para obispo de Passau. Potenció la reforma moral y fomentó la santidad de laicos al igual que del clero, los canónigos regulares y los monjes.

Ahora Francisco nos escribe: Todos estamos llamados a ser santos (…) ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales (Cf. Catequesis 19-XI-2014) (GE, 14).

Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas (…) «No, no hablaré mal de nadie» (…) en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha (…) Luego (…) toma el rosario y reza con fe (…) va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño (GE, 16).

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