5º aniv de la elección
del papa Francisco
Es
el quinto aniversario de la elección del arzobispo de Buenos Aires, el Cardenal
Jorge Mario Bergoglio, con 76 años (n 17-XII-1936), para suceder a Benedicto
XVI que había anunciado el 11F dimitir del ejercicio del servicio petrino y lo
hizo efectivo el 28F a las 20 h.
El
Cardenal curial Joseph Ratzinger (que acababa de cumplir 3 días antes 78 años) había
sido elegido para suceder a Juan Pablo II el 19 de abril de 2005 y tomaba el nombre de Benedicto XVI.
Por aquellos días leí un artículo de Carlos Medina Plascencia que venía a decir (a profetizar):
Por aquellos días leí un artículo de Carlos Medina Plascencia que venía a decir (a profetizar):
Está claro que el papa Benedicto XVI no encabezará
un movimiento de contrarreforma al papado dogmático de Karol Wojtyla, ni un
Pontificado liberal en extremo aunque ahora, los guías del rebaño buscan
incesantemente la descentralización del poder. Seguramente, generará las condiciones necesarias para que las
reformas queden en manos de su sucesor.
¿Acertó en su pronóstico?
¿Acertó en su pronóstico?
El
Cardenal Bergoglio, al ser elegido sucesor del Papa emérito, tomó el nombre de
Francisco, dejando boquiabiertos a toda la Iglesia y a los del mundo entero que
seguían el evento de la fumata bianca.
Capilla de san Damián |
Se
produjo una avalancha de comentarios descifrando el por qué y el para qué
tomaba ese nombre. Enseguida se recordó que Francisco, el de Asís, tuvo una
visión del mismo Cristo y le pidió “repara mi iglesia que se está cayendo en
ruinas”. Algunos querían entender que se trataba solo de la capilla destartalada
de san Damián. Pero otra versión más abierta y sin prejuicios afirmaba que la
Iglesia era con mayúscula, no con minúscula.
Ya
desde el primer momento en que Bergoglio apareció en el balcón para saludar a
los presentes y a los millones que lo estuvieron viendo por la tele, se vio que
algo iba a empezar a cambiar pues el tono al hablar era otro, sencillo,
familiar, “campechano”, y había desechado los zapatos rojos que vestían los
papas anteriores y se quedaba con los suyos, ortopédicos y negros.
Sorpresa,
entusiasmo o mosqueo, según mentalidades, porque se cambiaba la cruz pectoral y
el anillo de oro por plata. Y lo mismo cuando se fue en el bus con los
demás cardenales a la residencia de Santa Marta, como había estado haciendo los
días del Cónclave. Dejaba de vivir en los palacios pontificios de los que, más
adelante, vino a decir que huía de aquella pompa y de aquellos locales en los
que vivía uno pero podría vivir un puñado de familias. Se desprendió de todos los coches de lujo, gama alta, y se quedaba solo con un Ford "mondeo".
Tuvo su “qué” el que saludara aquella noche del 13 de marzo de 2013, presentándose venido del fin del mundo: “Sabéis que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos Cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo..., pero aquí estamos”.
Sorprendió
enormemente ese presentarse "venido del fin del mundo" pues se había especulado
mucho con las profecías del monje medieval Malaquías ya que se identificaba a
Benedicto XVI como el penúltimo de su lista (de gloria olivae) y por tanto
Francisco debía ser “Pedro romano”, el último de la lista de Malaquías, o sea el
último papa de la historia y, por eso el fin del mundo.
En su primera encíclica “La alegría del Evangelio” (Evangelii
gaudium, EG) manifestaba la conciencia clara que tiene de la misión que le
encomendaron los cardenales al elegirle en el Cónclave: “En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a
reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio
(…) No tengamos miedo de revisarlas” (EG, 43).
No
sé si será quien cambie el concepto de Estado Vaticano, que renuncie a ser el
rey Jefe de Estado y a la vez Jefe del gobierno, pero no hay
duda de que ha cambiado radicalmente el estilo y ello es lógico por ser un
pastor que “huele a oveja”, que pisa la calle, que está entre y con los hombres
(varones y mujeres).
Desde
el primer momento se puso a descentralizar la Iglesia, a liquidar el que la
Santa Sede sea una maquinaria de poder y “carrierismo”, a eliminar el talante
cortesano de los Cardenales y obispos, a pedir a los pastores (obispos o curas)
que “huelan a oveja” porque están en medio del rebaño a ellos confiados.
Quiere
con toda sencillez y sin tapujos ayudar a todos los fieles de la Iglesia,
también los jerarcas o pastores pues no son infieles, a empezar a vivir las
indicaciones del Espíritu Santo, a través del Concilio Vaticano II convocado
por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI.
Las
indicaciones del Espíritu son claras y, entre otras, es recuperar el espíritu
misionero o evangelizador de todos y cada uno de los bautizados, como los
primeros cristianos; es poner en marcha y dejar corresponder a los compromisos
bautismales a tod@s l@s bautizad@s. Dejar que la mujer en la Iglesia ocupe el
lugar que Dios quiere y no estén solamente en tareas de servidumbre.
Es
tratar a todo el mundo con caridad verdadera que conlleva ternura y misericordia.
Es desterrar la tendencia al fariseísmo de los que están prisioneros de la
letra de la ley y cargan pesos pesados a “los de abajo” sin mover ellos un dedo.
Es no estar fosilizados, con mentalidad atrofiada, a la defensiva. Es no tener
enjaulado al Espíritu Santo…
Es
impresionante y muy de agradecer el que no se ande con reduccionismo o
tijeretazos y enseñe a ser sinceros y llegar a las últimas consecuencias de la
fe. Así, por la caridad, hay que preocuparse realmente por los débiles y los
pobres, hay que amar al prójimo con ternura porque son hijos de Dios y también
hay que mimar las criaturas irracionales que son salidas de la mano de Dios.
Cuidar el planeta, nuestra casa común, es una exigencia directa de la fe
cristiana.
En
la Encíclica ecológica “Alabado sea” (Laudato si) escribe: “El beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática
ecológica, presentándola como una crisis, que es «una consecuencia dramática»
de la actividad descontrolada del ser humano (Octogesima adveniens, 21) (LS, 4).
(…) San Juan Pablo II escribió que «toda pretensión de cuidar y
mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos
de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy
la sociedad» (Centesimus annus, 1991, 58) (LS,
5).
En su último documento “La alegría de la verdad” (Veritatis gaudium, VG) recuerda que el Concilio Vaticano II, promoviendo con vigor
y profecía la renovación de la vida de la Iglesia, recomendó una revisión fiel
y creativa de los estudios eclesiásticos (cf Decreto Optatam totius, nn. 13-22) (cf VG, 1).
En la homilía matutina del pasado lunes día 5, con ocasión
del pasaje de la curación del general sirio Naamán y el comentario del propio
Jesús sobre ese personaje, hablando en la sinagoga de su pueblo Nazaret,
comentó que la Iglesia nos habla de la ‘conversión del pensamiento’: no de lo
que pensamos, sino de cómo pensamos, del estilo de pensamiento”.
Hay que reformar (para mejorar) estructuras, mentes,
corazones, estudios, modos de pensar, la Liturgia, el trato ecuménico con todos los cristianos, el
trato con todo ser humano de cualquier filosofía, religión y también con los
ateos y con los agnósticos. Etc., etc., etc.
Es una tarea apasionante y, como
dejó escrito el Papa polaco Wojtyla, “nos
hace temblar si nos fijamos en la
debilidad, pero es posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a
su gracia”
(NMI, 54).
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