5º aniv de la elección
del papa Francisco


¿Acertó en su pronóstico? El Cardenal Bergoglio, al ser elegido sucesor del Papa emérito, tomó el nombre de Francisco, dejando boquiabiertos a toda la Iglesia y a los del mundo entero que seguían el evento de la fumata bianca.
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Capilla de san Damián |
Se
produjo una avalancha de comentarios descifrando el por qué y el para qué
tomaba ese nombre. Enseguida se recordó que Francisco, el de Asís, tuvo una
visión del mismo Cristo y le pidió “repara mi iglesia que se está cayendo en
ruinas”. Algunos querían entender que se trataba solo de la capilla destartalada
de san Damián pero otra versión más abierta y sin prejuicios afirmaba que la
Iglesia era con mayúscula, no con minúscula. Ya
desde el primer momento en que Bergoglio apareció en el balcón para saludar a
los presentes y a los millones que lo estuvieron viendo por la tele, se vio que
algo iba a empezar a cambiar pues el tono al hablar era otro, sencillo,
familiar, “campechano”, y había desechado los zapatos rojos que vestían los
papas anteriores y se quedaba con los suyos, ortopédicos y negros.

En su primer documento “La alegría del Evangelio” (Evangelii
gaudium, EvG) manifestaba la conciencia clara que tiene de la misión que le
encomendaron los cardenales al elegirle en el Cónclave: “En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a
reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio
(…) No tengamos miedo de revisarlas” (EvG, 43). No
sé si será quien cambie el concepto de Estado Vaticano, que renuncie a ser el
rey Jefe de Estado y a la vez Jefe del gobierno, pero no hay
duda de que ha cambiado radicalmente el estilo y ello es lógico por ser un
pastor que “huele a oveja”, que pisa la calle, que está entre y con los hombres
(varones y mujeres).
Desde
el primer momento se puso a descentralizar la Iglesia, a liquidar el que la
Santa Sede sea una maquinaria de poder y “carrierismo”, a eliminar el talante
cortesano de los Cardenales y obispos, a pedir a los pastores (obispos o curas)
que “huelan a oveja” porque están en medio del rebaño a ellos confiados.

Las
indicaciones del Espíritu son claras y, entre otras, está recuperar el espíritu
misionero o evangelizador de todos y cada uno de los bautizados, como los
primeros cristianos; es poner en marcha y hacer corresponder a los compromisos
bautismales a tod@s l@s bautizad@s. Hacer que la mujer en la Iglesia ocupe el
lugar que Dios quiere y no estén solamente en tareas de servidumbre. Es
tratar a todo el mundo con caridad verdadera que conlleva ternura y misericordia.
Es desterrar la tendencia al fariseísmo de los que están prisioneros de la
letra de la ley y cargan pesos pesados a “los de abajo” sin mover ellos un dedo.
Es no estar fosilizados, con mentalidad atrofiada, cerril, a la defensiva. Es no tener
enjaulado al Espíritu Santo… Es
impresionante y muy de agradecer el que no se ande con reduccionismo o
tijeretazos y enseñe a ser sinceros y llegar a las últimas consecuencias de la
fe. Así, por la caridad, hay que preocuparse realmente por los débiles y los
pobres, hay que amar al prójimo con ternura porque son hijos de Dios y también
hay que mimar las criaturas irracionales que son salidas de la mano de Dios.
Cuidar el planeta, nuestra casa común, es una exigencia directa de la fe
cristiana.

En su último documento “La alegría de la verdad” (Veritatis gaudium, VG) recuerda que el Concilio Vaticano II, promoviendo con vigor
y profecía la renovación de la vida de la Iglesia, recomendó una revisión fiel
y creativa de los estudios eclesiásticos (cf Decreto Optatam totius, nn. 13-22) (cf VG, 1). En la homilía matutina del pasado lunes día 5, con ocasión
del pasaje de la curación del general sirio Naamán y el comentario del propio
Jesús sobre ese personaje, hablando en la sinagoga de su pueblo Nazaret,
comentó que la Iglesia nos habla de la ‘conversión del pensamiento’: no de lo
que pensamos, sino de cómo pensamos, del estilo de pensamiento.

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