lunes, 12 de marzo de 2018

OTRO 13 DE MARZO

5º aniv de la elección del papa Francisco



Es el quinto aniversario de la elección del arzobispo de Buenos Aires, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, con 76 años (n 17-XII-1936), para suceder a Benedicto XVI que había anunciado el 11F dimitir del ejercicio del servicio petrino y lo hizo efectivo el 28F a las 20 h.

El Cardenal curial Joseph Ratzinger (que acababa de cumplir 3 días antes 78 años) había sido elegido para suceder a Juan Pablo II el 19 de abril de 2005 y tomaba el nombre de Benedicto XVI. 

Por aquellos días leí un artículo de Carlos Medina Plascencia que venía a decir (a profetizar):

Está claro que el papa Benedicto XVI no encabezará un movimiento de contrarreforma al papado dogmático de Karol Wojtyla, ni un Pontificado liberal en extremo aunque ahora, los guías del rebaño buscan incesantemente la descentralización del poder. Seguramente, generará las condiciones necesarias para que las reformas queden en manos de su sucesor. 

¿Acertó en su pronóstico?

El Cardenal Bergoglio, al ser elegido sucesor del Papa emérito, tomó el nombre de Francisco, dejando boquiabiertos a toda la Iglesia y a los del mundo entero que seguían el evento de la fumata bianca.

Capilla de san Damián
Se produjo una avalancha de comentarios descifrando el por qué y el para qué tomaba ese nombre. Enseguida se recordó que Francisco, el de Asís, tuvo una visión del mismo Cristo y le pidió “repara mi iglesia que se está cayendo en ruinas”. Algunos querían entender que se trataba solo de la capilla destartalada de san Damián. Pero otra versión más abierta y sin prejuicios afirmaba que la Iglesia era con mayúscula, no con minúscula.

Ya desde el primer momento en que Bergoglio apareció en el balcón para saludar a los presentes y a los millones que lo estuvieron viendo por la tele, se vio que algo iba a empezar a cambiar pues el tono al hablar era otro, sencillo, familiar, “campechano”, y había desechado los zapatos rojos que vestían los papas anteriores y se quedaba con los suyos, ortopédicos y negros.

Sorpresa, entusiasmo o mosqueo, según mentalidades, porque se cambiaba la cruz pectoral y el anillo de oro por plata. Y lo mismo cuando se fue en el bus con los demás cardenales a la residencia de Santa Marta, como había estado haciendo los días del Cónclave. Dejaba de vivir en los palacios pontificios de los que, más adelante, vino a decir que huía de aquella pompa y de aquellos locales en los que vivía uno pero podría vivir un puñado de familias. Se desprendió de todos los coches de lujo, gama alta, y se quedaba solo con un Ford "mondeo". 


Tuvo su “qué” el que saludara aquella noche del 13 de marzo de 2013, presentándose venido del fin del mundo: “Sabéis que el deber del cónclave era dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos Cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo..., pero aquí estamos”.

Sorprendió enormemente ese presentarse "venido del fin del mundo" pues se había especulado mucho con las profecías del monje medieval Malaquías ya que se identificaba a Benedicto XVI como el penúltimo de su lista (de gloria olivae) y por tanto Francisco debía ser “Pedro romano”, el último de la lista de Malaquías, o sea el último papa de la historia y, por eso el fin del mundo.

En su primera encíclica “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium, EG) manifestaba la conciencia clara que tiene de la misión que le encomendaron los cardenales al elegirle en el Cónclave: “En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio (…) No tengamos miedo de revisarlas” (EG, 43).

No sé si será quien cambie el concepto de Estado Vaticano, que renuncie a ser el rey Jefe de Estado y a la vez Jefe del gobierno, pero no hay duda de que ha cambiado radicalmente el estilo y ello es lógico por ser un pastor que “huele a oveja”, que pisa la calle, que está entre y con los hombres (varones y mujeres).

Desde el primer momento se puso a descentralizar la Iglesia, a liquidar el que la Santa Sede sea una maquinaria de poder y “carrierismo”, a eliminar el talante cortesano de los Cardenales y obispos, a pedir a los pastores (obispos o curas) que “huelan a oveja” porque están en medio del rebaño a ellos confiados.

Quiere con toda sencillez y sin tapujos ayudar a todos los fieles de la Iglesia, también los jerarcas o pastores pues no son infieles, a empezar a vivir las indicaciones del Espíritu Santo, a través del Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII y clausurado por Pablo VI.

Las indicaciones del Espíritu son claras y, entre otras, es recuperar el espíritu misionero o evangelizador de todos y cada uno de los bautizados, como los primeros cristianos; es poner en marcha y dejar corresponder a los compromisos bautismales a tod@s l@s bautizad@s. Dejar que la mujer en la Iglesia ocupe el lugar que Dios quiere y no estén solamente en tareas de servidumbre.
Es tratar a todo el mundo con caridad verdadera que conlleva ternura y misericordia. Es desterrar la tendencia al fariseísmo de los que están prisioneros de la letra de la ley y cargan pesos pesados a “los de abajo” sin mover ellos un dedo. Es no estar fosilizados, con mentalidad atrofiada, a la defensiva. Es no tener enjaulado al Espíritu Santo…

Es impresionante y muy de agradecer el que no se ande con reduccionismo o tijeretazos y enseñe a ser sinceros y llegar a las últimas consecuencias de la fe. Así, por la caridad, hay que preocuparse realmente por los débiles y los pobres, hay que amar al prójimo con ternura porque son hijos de Dios y también hay que mimar las criaturas irracionales que son salidas de la mano de Dios. Cuidar el planeta, nuestra casa común, es una exigencia directa de la fe cristiana.

En la Encíclica ecológica “Alabado sea” (Laudato si) escribe: “El beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es «una consecuencia dramática» de la actividad descontrolada del ser humano (Octogesima adveniens, 21) (LS, 4).
(…) San Juan Pablo II escribió que «toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad» (Centesimus annus, 1991, 58) (LS, 5).

En su último documento “La alegría de la verdad” (Veritatis gaudium, VG) recuerda que el Concilio Vaticano II, promoviendo con vigor y profecía la renovación de la vida de la Iglesia, recomendó una revisión fiel y creativa de los estudios eclesiásticos (cf Decreto Optatam totius, nn. 13-22) (cf VG, 1).

En la homilía matutina del pasado lunes día 5, con ocasión del pasaje de la curación del general sirio Naamán y el comentario del propio Jesús sobre ese personaje, hablando en la sinagoga de su pueblo Nazaret, comentó que la Iglesia nos habla de la ‘conversión del pensamiento’: no de lo que pensamos, sino de cómo pensamos, del estilo de pensamiento”.

Hay que reformar (para mejorar) estructuras, mentes, corazones, estudios, modos de pensar, la Liturgia, el trato ecuménico con todos los cristianos, el trato con todo ser humano de cualquier filosofía, religión y también con los ateos y con los agnósticos. Etc., etc., etc.

Es una tarea apasionante y, como dejó escrito el Papa polaco Wojtyla, “nos hace temblar si nos fijamos en la debilidad, pero es posible si, expuestos a la luz de Cristo, sabemos abrirnos a su gracia” (NMI, 54).

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