¿Qué dice la Ciencia de la
Resurrección de Cristo?
La resurrección
de Cristo es devolver la vida a su cuerpo humano que ha vuelto a unirse con su
alma humana que no resucita porque es inmortal al ser espiritual.
El proyecto
divino para el hombre es haberlo creado para la vida eterna (o sea sin fin
aunque tiene un principio). En esta actual vida terrenal estamos tan de paso
como los 9 meses en el vientre de nuestra madre. Dios ama con locura al hombre y
como al pecar le rompió sus planes divinos y provocó la muerte, quiere derrotar
a la muerte que no tiene la última palabra. Como dice san Pablo: “Dios, que
resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su poder” (1Cor 6, 14).
“Pero dirá alguno -sigue diciendo san Pablo-: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? (…) los muertos resucitarán incorruptibles,
y nosotros seremos transformados” (1Cor 15, 35-37.42.45).
El cuerpo resucitado de Jesús, el Señor, ya no es mortal o
corruptible, pero es el mismo que nació en Belén, que parió María, que murió en
la cruz, pero ahora es glorioso y tiene otras características pues aparece y
desaparece, entra en la estancia del Cenáculo que tiene las puertas atrancadas
por el miedo a los judíos que tienen sus discípulos en esos momentos. Es el
mismo cuerpo de antes pues ahora come ante ellos aunque no lo necesite. Es el
mismo y les dice “mirad mis manos y mis pies”, pues conserva las llagas de los
clavos de la crucifixión. “El rostro que los apóstoles contemplaron después de la
resurrección era el mismo” (Juan Pablo II, NMI, 19).
¿Qué dice la ciencia sobre estas verdades de la fe cristiana? La
experiencia de la historia enseña que siempre se han llevado a la greña Ciencia
y Fe, enfrentándose. En la Iglesia también ha habido (hay) de todo, unos a
favor de la concordia y otros en contra de la ciencia.
“Para ser realistas, no se podrá descuidar la
recta formación de las conciencias de los fieles sobre las confusiones relativas a la persona de Cristo,
poniendo en su justo lugar los desacuerdos contra Él y contra la Iglesia”
(Juan Pablo II, TMA 42).
“Si hoy, con el racionalismo que reina en gran parte de la cultura
contemporánea, es sobre todo la fe en la divinidad de Cristo lo que constituye
un problema, en otros contextos históricos y culturales hubo más bien la
tendencia a rebajar o desconocer el aspecto histórico concreto de la humanidad
de Jesús” (NMI, 22).
Pero
la “contemplación del rostro de Cristo no
puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! Si no fuese así, vana sería
nuestra predicación y vana nuestra fe (cf 1Cor 15,14)” (NMI, 28).
Cada 1 de julio se conmemora al beato Antonio Rosmini (+1855 con
58 años) en el aniversario de su fallecimiento. Fue
un sacerdote que no era anti-escolástico pero “pasaba”
de esa actitud filosófica medieval, y acabó con proposiciones consideradas insostenibles
en su época. La Inquisición no solo atentó contra Galileo. Luego Rosmini fue
rehabilitado por Juan Pablo II en su encíclica “fe y razón” y el papa Ratzinger
lo beatificó en 2007, días después de hacer mención de él por su calidad
intelectual.
Rosmini |
El
cardenal Saraiva, sacerdote salesiano (n 1932), cuando era Prefecto de la
Congregación de la Causa de los santos, en la beatificación de Rosmini en 2007, le llamó
"el gigante de la cultura" pues ayudó a recuperar la amistad entre la fe y la razón, entre
la religión y el comportamiento ético al servicio público de los cristianos.
El 1 de julio de 2001 una «Nota de la Congregación para la
Doctrina de la Fe», firmada por el Prefecto, el entonces cardenal Ratzinger,
alejó toda sombra de duda sobre su presunta culpabilidad.
También
fue citado por Francisco junto con Juana de Arco el 12 marzo 2015 en la homilía matutina en Santa Marta. A los dos
los citó como ejemplo de santos tachados de herejes: Juana quemada viva y
Antonio con todos sus libros en el índice; era pecado leerlos.
Van cambiando las cosas, mejorando cuando se coopera con el
Espíritu Santo.
El papa Pío IX (+1878 con 86
años), era obispo y cardenal con fama de mente abierta, hombre moderno pues
sintonizaba con el progreso científico y técnico. Una vez elegido papa, dio un
giro de 180º y su actitud fue cerrar las puertas y
ventanas de la Iglesia para evitar contaminaciones de las nuevas corrientes de pensamiento.
Juan XXIII, nada más ser elegido Papa, le preguntó su colaborador inmediato que
cual era el plan. Y Roncalli se acercó a la ventana del despacho en donde
estaban y la abrió.
Durante el siglo XIX, con la crítica bíblica no católica y la
Teología de la evolución del dogma, las mal digeridas, se volvió a dudar –por
ambas partes- de la conciliabilidad de los ámbitos de la razón y de la fe para
el conocimiento. Lamentabili y Pascendi de san Pío X están en la misma línea
intransigente de condenar el movimiento intelectual llamado el “modernismo”.
“Id al
mundo entero”, nos dejó dicho Cristo y ello exige desechar la actitud
de recelo hacia el mundo (¡salido de las manos de Dios!), hacia la Ciencia (que
quiere conocer las cosas de Dios) y hacia el hombre (¡Dios mismo vio que era
muy bueno y se hizo hombre!).
El papa Wojtyla inauguraba su pontificado proponiéndose ayudar a
la Iglesia a aplicar el Concilio Vaticano II, por lo que en su primera
encíclica decía: “La Iglesia tiene una conciencia cada vez más profunda sea
respecto de su misterio divino, sea respecto de su misión humana (...) (que) debe ir unida con una apertura
universal (...) Tal apertura (...) debe
conducir a aquel diálogo que Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam suam llamó ‘diálogo de salvación’”
(Enc. El Redentor del hombre,
4).
Esa actitud de apertura es para vivirla cada día aunque no nos lo recuerden.
Esa actitud de apertura es para vivirla cada día aunque no nos lo recuerden.
“El Evangelio –escribió Benedicto XVI para todos- no es solamente una comunicación de cosas
que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida”
(Spe salvi), o sea cambios en el modo de pensar, en el modo de comportarse, en
cualquier aspecto de la vida humana. Un aspecto que señalaba Juan Pablo II era
consecuencia de caer en la cuenta de que “en Jesucristo reconocemos sus
actitudes hacia las mujeres” (Carta apostólica Mulieris dignitatem, 1988). Y esto cuesta. En los demás ámbitos de la vida también hay que cambiar el chip.
El
papa Francisco recuerda que “La Iglesia
no pretende detener el admirable progreso de las ciencias (…) incluso disfruta
reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana (…) en
ocasiones, algunos científicos van más allá del objeto formal de su disciplina
y se extralimitan con afirmaciones o conclusiones que exceden el campo de la
propia ciencia. En ese caso, no es la razón lo que se propone, sino una
determinada ideología que cierra el camino a un diálogo auténtico, pacífico y
fructífero” (Evangelii Gaudium 243).
“La ciencia y la religión,
que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un
diálogo intenso y productivo para ambas” (Laudato Si, 62).
“El pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo
y a experimentar la profundidad de su amor” (Juan Pablo II, Rosario de la
Virgen María, 2002).
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