domingo, 18 de marzo de 2018

19 de MARZO: SAN JOSÉ, ESPOSO DE MARÍA

El amor conyugal algo divino



No es nada fácil entender y admitir que san José de Nazaret fuera esposo virginal de la Virgen María de Nazaret. El sexo es algo divino en el cuerpo humano pero los hay errados en un extremo que afirman sin rubor ¿viva la pepa! ¡Ancha es Castilla!

En el otro extremo están los que dicen que con solo pronunciar la palabra sexo ya se ha pecado y ven maldad incluso intrínseca en el acto conyugal. La cosa se remonta ya a los primeros tiempos del cristianismo y a lo largo de (muchos) siglos, se ha marginado, desechado u olvidado el amor de uno con una. El matrimonio no es solo un mecanismo para la reproducción, por eso esos errados dicen que es válido aunque no haya amor y ni falta que hace, dirán .

El propio Cristo utiliza la misma expresión bíblica de "serán una sola carne" (Génesis 2, 24).

Juan Pablo II, promoviendo las reformas señalas por el Concilio Vaticano II, escribió en su momento la Carta apostólica Tertio millenio adveniente (TMA) en la que se lee que “Será tarea de la Sede Apostólica (…) trabajar por el reconocimiento de la heroicidad de las virtudes de los hombres y las mujeres que han realizado su vocación cristiana en el Matrimonio: convencidos como estamos de que no faltan frutos de santidad en tal estado” (TMA, 37).

En el Medievo, con santo Tomás de Aquino a la cabeza, la mayoría de teólogos y de pastores decían que la santidad es solo cosa posible para l@s religios@s. L@s casad@s, decían, que se olviden de serlo; pobrecit@s, que mal@s cristian@s son.

San Juan Damasceno (+749) insigne teólogo bizantino, considerado el santo Tomás de Aquino de Oriente, era en su tiempo una excepción que elogiaba las virtudes del matrimonio y los beneficios de la sexualidad marital que puede sorprender por su claridad: “Que cada hombre disfrute de su mujer … no tendrá que ruborizarse sino que podrá llevarla al lecho día y noche. Que hagan el amor, manteniéndose el uno al otro como hombre y mujer y exclamando: «No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo» (1Cor 7,5)" (De sacris parallelis, en PG, vol 96, pg 258).

El mutuo acuerdo para la continencia debe estar fijado por motivos “graves” y se concreta en el no pedir pues negarse cuando el otro cónyuge pide, es una falta grave de justicia; en faltar a la justicia consisten los pecados. Los pecados de sexo no lo son por el sexo en sí, como robar no es pecado por el dinero en sí.

La castidad conyugal no es la continencia. Por eso el Damasceno llamaba la atención sobre todo a las esposas cristianas que querían negarse, también y ya entonces, por la deformación doctrinal y moral, pues el error en esta materia se venía infiltrando en el cristianismo desde el principio con las sectas de tinte maniqueo: "¿Os abstenéis de tener relaciones sexuales? ¿No deseáis dormir con vuestro marido? Entonces aquel a quien negáis vuestra plenitud saldrá y hará el mal y su perversión se deberá a vuestra abstinencia” (Ibid).

La mayoría de intelectuales de la época del Damasceno no compartían su opinión. Así san Isidoro de Sevilla (+636) que, como san Agustín (+430) o san Jerónimo (+420), opinaba que la sexualidad conyugal era intrínsecamente mala y debía limitarse al mínimo necesario para la procreación. El papa san Gregorio I magno (+604) también manifestó que el acto conyugal es intrínsecamente malo.

Al cabo de un milenio, el tal error era aún la opinión oficial de la Iglesia, de la que se hizo eco el Concilio en tiempos de Inocencio XI (1676-89). Dice el Decreto sobre la comunión frecuente y diaria: “Desearía ciertamente el sacrosanto Concilio que los fieles asistentes a cada misa, comulgaran, recibiendo sacramentalmente la Eucaristía... por tanto… los confesores... (a) los casados... deben amonestarles seriamente cuánto más han de darse a la continencia por reverencia a la sacratísima Eucaristía” (Dz 1147).

Si el sexo que ha puesto el Creador en la realidad del hombre (varón y mujer) es considerado una cochinada, se concluye que Dios es un cochino, lo cual es una blasfemia. 

Dice la Escritura que, a medida que Dios iba creando, miraba lo hecho y veía que era bueno; el 6º día, tras crear al hombre (varón y mujer), vio que era muy bueno. Benedicto XVI –con su talante diplomático habitual- recordaba la teoría de que “el cristianismo no es enemigo de la corporeidad aunque de hecho se han dado tendencias de este tipo” (Deus caritas est, n. 5). Pero "del dicho al hecho hay un trecho", dice la sabiduría popular.

La castidad no es una virtud de frailes y monjas y cuando se habla de la castidad conyugal, en absoluto se está afirmando que los esposos vivan como monjas o frailes, sibilinamente se dice “como hermanos”. Pío XI en 1930 escribió una encíclica titulada “la castidad conyugal” (casti connubii) celebrando los 50 años de la de su predecesor León XIII pero no poc@s bautizad@s pensaron que era reafirmar y machacar el “no usar del matrimonio” pues no entendían ni se les explicaba la verdad de la castidad conyugal.

Pío XI escribía entonces que “aunque el matrimonio sea de institución divina por su misma naturaleza, con todo, la voluntad humana tiene también en él su parte, y por cierto nobilísima”. Qué bueno será que en materia del matrimonio puedan hablar, decir, opinar l@s cristian@s casad@s.

En la Ex ap. postsinodal “La alegría del amor” (Amoris laetitia, AL), el papa Francisco escribía que “tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que (…) nos corresponde una saludable reacción de autocrítica (…) con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación” (AL 36).
En la vida matrimonial la sexualidad es una participación en la vida plena de su Resurrección (cf AL, 317).

La Virgen del Amor Hermoso es el título que la Iglesia aplica a la Virgen María, tomado de Eccli 24,26, pues toda Ella es la réplica viviente de la Sabiduría Eterna que culmina en el Amor.

A la Madre del Amor Hermoso (Mater Pulchrae Dilectionis) se le puede pedir la virtud de la castidad que deben adquirir y practicar todas las hijas e hijos de María, solteros o casados, jóvenes y menos jóvenes, clérigos y laicos, religiosos y seglares. Y pedirle que interceda para que los matrimonios conserven siempre la juventud del amor conyugal.

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