Otra vez Francisco se refiere a la democracia en
Chile.
3 generaciones: madre, hijo y nieto. Todos soplando |
“Tienen ustedes un reto
grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de
sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de
encuentro para todos”, ha exhortado
el Papa Francisco el 16 de enero de este nuevo año 2018 a los autoridades
chilenas en su visita apostólica a Chile y Perú.
Es otra referencia más suya, como vienen haciendo sus antecesores de este siglo XXI y del pasado XX. A los chilenos les ha felicitado por ser un país que ha destacado en las últimas décadas “por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso”.
Es otra referencia más suya, como vienen haciendo sus antecesores de este siglo XXI y del pasado XX. A los chilenos les ha felicitado por ser un país que ha destacado en las últimas décadas “por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso”.
Lo que
han creído todos, en todas partes y
siempre es el criterio que tenía para decir lo que era de fe (intocable),
el santo monje Vicente del monasterio de Lerins (+455). Todos; no uno o unos
pocos.
Mientras los 200 obispos del
Concilio de Éfeso (año 431) estaban reunidos, estudiando si María era madre de
Dios, como se había creído siempre, o tenía razón el nuevo hereje Nestorio que
lo negaba, el pueblo entero se puso
ante el edificio para controlarles. Si se les ocurría decir que María no era
madre de Dios y que la Iglesia estaba equivocada, tenían intención de
lincharlos. Como anunciaron que nada cambiaba, hicieron un atronador aplauso
(que todavía puede oírse) y, como era ya de noche, organizaron una procesión
con antorchas, cantando una antífona a la Virgen. Todos los laicos participaron
y no solo los obispos.
En el año 50 dC, tuvo lugar en
Jerusalén el primer concilio provocado por la novedosa actividad de san Pablo
que tenía la osadía de llevar el Evangelio a los gentiles y no exigirles ser
judíos, circuncidarse y someterse a la ley de Moisés. En el concilio, como se
lee en los Hechos de los apóstoles, participaron
todos, toda la multitud (Act 15, 12), hombres y mujeres, no solo los
apóstoles e incluso estuvo presente el grupo de fariseos (Act 15, 5), se supone
que los convertidos al nuevo camino. Después de hablar Santiago en nombre de
todos, como si fuera el secretario conciliar, expuso la resolución tomada
por toda la Iglesia junto con los apóstoles y los presbíteros (Act 5, 22) que no eran curas.
Durante los cuatro primeros
siglos, los fieles cristianos de una ciudad solían elegir a su obispo. Esta
praxis apostólica y evangélica de la participación de tod@s, se fue anulando y
solo de vez en cuando algún santo la quería desenterrar, pero lo hacía con la boca pequeña o no
fue posible. Tuvo el Espíritu Santo que promoverlo, y no para unos pocos, sino para todos y para siempre a través del
Concilio Vaticano II, a las puertas del tercer milenio.
La participación de tod@s es algo clave y esencial de la
comunidad de cristianos, o sea la Iglesia. Viene bien repasar lo que dice el
Catecismo de la Iglesia católica, nn 1213-1284. Dice el 1213: Por el Bautismo
llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos
partícipes de su misión. Todos a participar; ni verse relegados ni escurrir el bulto.
Todos los varones y mujeres bautizados son otro Cristo, que dijo san
Pablo, que eso es ser cristian@. Tod@s l@s bautizad@s han de participar
activamente en la misión de la Iglesia, tod@s son del mismo rango, de la misma
categoría, de la misma dignidad pues en la Iglesia no hay (en teoría)
distinción de judíos y gentiles, de varones y mujeres, de pobres y ricos, de
sabios y analfabetos, etc.
Que todos participen de hecho es
lo que se llama la democracia que es la verdadera actitud de los seres humanos
pero con facilidad algunos equivocadamente creen que es la panacea que resuelve
todos los problemas. Para otros la democracia es demoníaca (hasta las palabras
empiezan con las mismas letras) y para un tercer grupo, la actual democracia
que se vive en Occidente no es real pues la que se ha vivido en el siglo XX y
ahora en el XXI es una pantomima. Hay países occidentales que alardean de ser
demócratas y tienen presos políticos porque no soportan que alguien piense de
otra manera y con la ley en la mano tienen el problema resuelto aunque sea una
injusticia monumental.
La democracia no es panacea de
nada pues las cosas funcionan bien o mal dependiendo de los hombres que las
realizan, pero sí es algo sagrado pues es la esencia de Dios Trino y los
hombres estamos hechos a su imagen y semejanza. Conociendo de Dios lo que Él
mismo nos ha revelado, se ve claramente que no solo es Amor sino que es
Demócrata. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son uno menos que otro y
los tres participan en su actuar hacia fuera de Él mismo.
Conviene no confundir los
defectos prácticos de los demócratas con los defectos teóricos de la
democracia. Las deficiencias democráticas pueden no ser culpa de una deficiente
“teoría” (aunque todas son mejorables y mucho en bastantes casos) sino de una
deficiente “praxis” de los demócratas.
En la doctrina social de la
Iglesia, la democracia se considera la forma responsable de la participación de todos los miembros de
cualquier sociedad, sin discriminación alguna, individualmente o asociados
libremente, en la gestión de la cosa “pública” (cf Catecismo Iglesia Católica
1882, 1913 y 1914).
Y
también recuerda a todos los católicos la verdad -no siempre recordada o
vivida- de que Dios no ha querido retener para él solo el ejercicio de todos
los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer,
según las capacidades de su naturaleza (CEC 1884).
Juan XXIII dejó claro que puede
valer “cualquier clase de régimen auténticamente democrático” porque se
entiende la democracia verdadera como algo genérico (cf Cc. Vaticano II, Gaudium et spes, 75. Juan XXIII,
Enc. Pacem in terris, 52).
El fugaz Juan Pablo I la aplaudió
en el actuar del Colegio cardenalicio que le había elegido Sucesor de Pedro,
hablando del consenso habido en su elección.
Juan Pablo II la daba por
supuesto (cfr Veritatis splendor y Evangelium vitae, 70) y la calificaba
de positivo signo de los tiempos. También dejó escrito que “La salud de una
comunidad política existe cuando se expresa mediante la libre participación y
responsabilidad de todos los ciudadanos en la gestión pública, la seguridad del
derecho, el respeto y la promoción de los derechos humanos” (Sollicitudo
res socialis, 44).
Ya en la Edad Media abundaron “profetas”
filósofos y teólogos que proponían teorías democratizantes que sostuvieran el
origen popular del poder, sin perjuicio de la última ratio divina y la idea del pacto social. Así
Savonarola, Suárez y Belarmino aunque lamentablemente sólo influyeron en las
universidades protestantes y en la misma Constitución de USA, pues las
condiciones socio-económicas e ideológicas europeas no permitieron el
establecimiento de regímenes democráticos (cf Martí, Francisco. Historia de la
Iglesia (II) Palabra (2ª ed) 2000, pp 22-23).
Benedicto XIV (1740-58), antes de
ser papa, cuando era obispo de Imola, declaraba en Navidad de 1797: "La
forma democrática no repugna al Evangelio (...) la democracia exige virtudes
sublimes que sólo se aprenden en la escuela de Jesucristo”.
Ya en
25-XI-2014, el papa Francisco en Estrasburgo, ante el Parlamento Europeo,
volvió a hablar clarito (como suele) ante los eurodiputados y les recordó que “mantener viva la realidad de las democracias
es un reto de este momento histórico, evitando que su fuerza real – fuerza política expresiva de los pueblos – sea desplazada
ante las presiones de intereses multinacionales no universales (…) y las
trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de
imperios desconocidos”.
Y alertó
sobre “una concepción uniformadora de la
globalidad” que “daña la vitalidad del sistema democrático”.
Como
la Iglesia es una sociedad, los bautizados sueñan en que algún día, lo más
pronto posible, toda esta doctrina social se viva también dentro de la Iglesia
y no sea solo para los de fuera del mundo eclesiástico. Lo dejó por escrito
clarito Juan Pablo II en su primera encíclica “el Redentor del hombre”: La Iglesia, como sociedad humana, puede sin
duda ser examinada según las categorías de las que se sirven las ciencias
sociales.
De
esa participación de tod@s en la Iglesia, Francisco ha recordado a los obispos
chilenos en su viaje de estos 16-18 enero que los laicos no son nuestros peones, digámoslo claro, ni nuestros
empleados. ¿Del dicho al hecho habrá un trecho?
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