Y YO TAMBIÉN
En
estas fechas navideñas, lo más generalizado, pienso yo, es que la mayoría,
mientras hemos visto belenes, adornos, árboles, vídeos, guasaps, Youtube, etc…
nos hemos preguntado por lo menos alguna pregunta ante lo que visto y
celebrado. No ha sido solamente alguna fiesta laboral.
Ese niño nacido en Belén, al que han ido a saludar los pastores avisados por un ángel, y al que adoraron también los magos venidos seguramente de Persia, sabios astrónomos, cosa normal entonces en aquel país, no es un niño cualquiera aunque es un niño como todos los demás. Es el Verbo, el Hijo de Dios, la segunda Persona de la santísima Trinidad que se ha encarnado, ha tomado nuestra carne y nuestra alma humana. Es ni más ni menos que Dios hecho hombre. Y ¿qué se le ha perdido en este mundo?
Leemos
en el diálogo de Jesús con Nicodemo que “tanto
amó Dios al mundo” que no vino “para
juzgarlo” y condenarlo sino “para que
el mundo se salve” (Jn 3, 16-17). Tampoco la razón de su venida y su
encarnación es porque nos lo merezcamos, porque lo necesitemos… podía haber
dicho: ¡Que se fastidien! ¡Que apechuguen con lo que han hecho! ¡Me han salido
rana!
Dios
no prescinde o da la espalda al mundo que Él ha creado por Amor, pero como dice el Evangelio, “vino a los suyos y los suyos
no le recibieron” (Jn 1, 11). No es solamente algo de aquel entonces sino
la tentación constante de los hombres y mujeres de todos los lugares y de todos
los tiempos que, al revés de Dios, le dan la espalda al Creador, Dios y Padre.
Viendo
los belenes, mirando los vídeos en guasap, meditando los textos evangélicos,
buscando entender el misterio que se celebra, a uno le entran las ganas de
corregirse, de intentar ser semejante a Dios y, como Él, esforzarse por amar de
corazón al mundo, que eso es la secularidad y amar a Dios (no darle la espalda)
que es auténticamente compatible.
No
hay que salirse del mundo, ni despreciarlo, pues salió de las manos de Dios y
es bueno porque Él es bueno. Y el hombre ha sido puesto por Dios creador en
este mundo para que lo trabaje, lo disfrute y así se gane el premio prometido
del cielo.
La
secularidad es el reconocer y vivir de acuerdo con la legítima autonomía del
hombre respecto a Dios, de lo temporal respecto a lo eterno, de lo espiritual
respecto a lo material como lo recuerda el Concilio Vaticano II que (cfr Gaudium et spes, 36). Por esa
autonomía, Dios no ha dado ninguna indicación ni cómo se cultivan las lechugas,
ni cómo pueden mejorarse las razas de vacas o caballos, ni cómo se organiza la
sociedad. Y no ha enviado ni a su Hijo (Jesús nacido en Belén) ni a nadie para
que en estas cosas temporales nos diga "como Dios manda".
Ya el
entonces cardenal Wojtyla, siendo arzobispo de Cracovia, al predicar los
ejercicios espirituales del Vaticano en marzo de 1976, ante el papa Pablo VI y
algunos de los colaboradores de la curia vaticanoa, afirmaba en una de las meditaciones: “Mientras
la “secularización” atribuye la justa y debida autonomía a las cosas terrenas,
el secularismo, en cambio, proclama: ¡Hay que quitarle el mundo a Dios!"
(Karol Wojtyla. Signo de contradicción. BAC. Madrid, 1978, p. 45)
El
secularismo o laicismo es la enfermedad de la secularidad que rompe la armonía y que brotó como reacción al clericalismo que es la otra concepción -también
enfermiza-, por la que el mundo lo organizaban y dirigían los eclesiásticos. y no están hechos para eso.
Tanto
el clericalismo como el secularismo llevan al integrismo y a la pretendida
lectura exclusiva de los acontecimientos, imponiendo, por tanto, una única
solución a cada coyuntura humana.
De
todos modos, la armonía y la autonomía son perfectamente compatibles (no existe
la una sin la otra) y por eso la Iglesia no puede dar la espalda al mundo. Con
el Evangelio en la mano, la Iglesia sueña con que –por la acción secular de los
laicos- la vida humana sea cada vez más humana, como decía Pablo VI (cf Populorum progressio, 21).
El laicismo está convencido de que el mundo ha de funcionar
absolutamente por sí mismo (una vez creado por Dios, si es que lo ha creado),
niega la Providencia divina en los avatares de la historia humana y pretende
recluir la religión a algo meramente opcional que sólo puede vivirse en la vida
privada para no coartar -dicen- la libertad de nadie, y no admite que la
dimensión religiosa sea una obligación consustancial en el ser humano. Por eso
el laicismo es la actitud de indiferentismo oficial ante una religión positiva
que pretende diseñar la vida pública; ocurre tanto en países occidentales de
raíces cristianas como en los orientales de raíz islámica. Pero el cristianismo
militante no es imponer nada a nadie, ni prohibir que otras religiones se manifiesten públicamente sin alterar el orden público.
Aunque
Jesús dijo que no se nos cae un pelo de la cabeza que no lo sepa nuestro Padre
Dios, no quiere decir que sea Dios Padre quien nos anda estirando de los pelos.
Está
claro y son comprensibles los errores históricos que se han dado puesto que la
religión no puede imponerse socialmente pero no puede negarse que ha de influir
en la sociedad (en la política, en la legislación, etc). Qué difícil influir
sin influir. Influir con el ejemplo y no con la violencia de las armas y de las
leyes. Influir por el testimonio de tod@s l@s cristian@s y no solamente por los sermones de unos pocos, pues el clero no es ni un 5% de la población eclesial.
El indiferentismo
o agnosticismo viene de lejos
pues ya Demócrito (460-360 aC) puede considerarse el primero, cuando dio un
paso de gigante en la Ciencia y descubrió los átomos. Hay un agnosticismo bueno
que es el de Tomás de Aquino (agnosticismo esencialista) que defiende la falta
de capacidad de la inteligencia humana para conocer totalmente la esencia de
Dios, pero no su existencia y por eso, para con Dios, sólo cabe la analogía y
la eminencia. De todos modos el agnosticismo, significando “renuncia a saber”,
la acuñó Huxley al enfrentarse a la teoría gnóstica porque le parecía una
actitud soberbia.
Ahora
Francisco está también -como los anteriores papas, cada uno a su estilo-, ayudando
a los cristianos y a los hombres y mujeres de buena voluntad a recuperar (o no
destrozar) la armonía divina de las cosas. Un testimonio reciente fue haciendo
que la fe y la ciencia se den (otra vez) la mano recibiendo la visita de Stephen
Hawking, como también anteriormente lo había hecho Benedicto XVI.
Aunque
la Historia no es una “necesaria” repetición cíclica de los acontecimientos, es
cierto el dicho popular que afirma: “nada nuevo bajo el sol”. El actual proyecto
universal laicista con la globalización no se diferencia mucho, en este
sentido, del proyecto medieval cristiano (la Cristiandad), ni (yendo para atrás
en la historia) de los proyectos paganos de los Incas, de Gengis Kan, del
Imperio Romano, del Imperio Persa, del Egipto faraónico, o del de los acadios y
sumerios.
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