En Belén nació Jesús de Nazaret

Es
interesante recordar que el papa Fabián (236-250) decidió terminar con tanta
especulación y calificó de sacrílegos a quienes intentaron determinar la fecha
del nacimiento de Cristo. La Iglesia Católica de Armenia fijó su nacimiento el
6 de enero, mientras que otras iglesias orientales, los egipcios, griegos y
etíopes el 8 de enero.
A
parte de la “curiosidad” de la fecha, inquieta a la inteligencia que el mismo
Dios se haya hecho hombre y siendo todopoderoso, omnipotente, sin embargo elige
nacer en un establo, local de los animales, establo, en una aldea que solo
conocerían los autóctonos del lugar.

Es
la fiesta cristiana más antigua que se celebra pues la Pascua ya era celebrada
por los judíos. Se dice que se fijó el 25 de diciembre a finales del siglo IV
para santificar la pagana fiesta del sol en el solsticio de invierno; es el día
más corto y la noche más larga del año. Como Cristo es el “sol de justicia”, a
él se le aplica el culto que los hombres dedicaban al sol en ese día en que la
luz empieza a vencer a las tinieblas: las horas de luz van creciendo y menguan
las horas de oscuridad. Jesús mismo dijo que él era a luz del mundo y lo hizo
extensivo a cada cristiano: "vosotros sois la luz del mundo".

Fue el sacerdote
alejandrino san Clemente (+215), del que habló Benedicto
XVI en una catequesis de los miércoles (Aud Gral 070418) recordando que Juan
Pablo II lo cita en la encíclica «Fides et ratio», n. 38, el primer testimonio
que nos dice que "algunos en Oriente
fijaban el nacimiento el 20 de mayo, otros el 20 de abril y aún el 17 de
noviembre".
Que
no hubiera sitio para José y María encinta no parece que fuese por falta de
espacio. Si José es de la casa de David, en Belén habría parientes: primos,
sobrinos, etc. Hay razones para pensar que de la aldea de Belén no habría más
de 20/30 emigrados y que tuvieran que ir a empadronarse. Tal trámite podía
hacerse a lo largo de dos años desde la promulgación del edicto romano.
Restando 4 meses de frío anuales, son 16 meses posibles para que llegaran a
Belén a empadronarse, o sea 64 semanas para 30 parejas quiere decir una media
de una pareja por quincena.
Por
cierto que en 2012 apareció la noticia de haberse encontrado con la arqueología
la prueba de que Belén existía siglos antes de nacer Jesús. Es un sello de
arcilla encontrado cerca de la muralla de la antigua ciudad y que pone escrito
Bethlehem. Es la primera vez que se lee este nombre fuera de la Biblia y consta
que sería un sello del siglo VII u VIII aC.
El año pasado 2016 el papa
Francisco nos ayudaba a considerar que el “signo” que el ángel les ha indicado (a los
pastores): «Encontraréis un niño envuelto
en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Este es el
signo de siempre para encontrar
a Jesús (…) contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido,
la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí
está Dios.
Y
con este signo, el Evangelio nos revela una paradoja: habla del emperador, del
gobernador, de los grandes de aquel tiempo, pero Dios no se hace presente allí;
no aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un
establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de la vida; no
en el poder, sino en una pequeñez que sorprende. Y para encontrarlo hay que ir
allí, donde él está.

El gran teólogo Jean Guiton, comentando el Concilio
Vaticano II, dijo que los padres conciliares redescubrieron el sacramento de la
pobreza. Lo que hacemos con el pobre es como si se lo hiciésemos a Él. Ya Juan
XXIII usó la expresión “Iglesia de los pobres”. Todos los pobres del mundo
(sean o no bautizados) son otros cristos.
Físicamente
hoy no podemos ir al portal como antaño los pastores para adorarlo y ofrecerle
cariño, comida, abrigo… porque –lo dijo Él mismo- tuve hambre y me disteis de
comer, tuve frío y me abrigasteis...
Tantas
luces, adornos, belenes o motivos navideños en escaparates, calles, plazas,
comercios, casas, nos pueden servir como de despertador y sin pronunciar
palabra alguna, hacer interiormente actos de fe, de esperanza y de amor mientras
vamos por la calle, por los pasillos de casa o en el trabajo.

Entremos en la verdadera
Navidad con los pastores –sigo con la homilía de Francisco el año pasado 2016- , llevemos a Jesús lo que somos, nuestras
marginaciones, nuestras heridas no curadas, nuestros pecados. Así, en Jesús,
saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por
Dios. Con María y José quedémonos ante el pesebre, ante Jesús (…) Contemplando
su amor humilde e infinito, digámosle sencillamente gracias: gracias, porque
has hecho todo esto por mí.
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