Jornada
mundial de la paz de 2018
Una de las cosas que puede llamar la
atención, meditando los misterios de estas fechas navideñas es el anuncio
angelical del para qué nace Jesús en Belén. De pronto (ante los pastores) apareció
junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios
diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad (Lc 2:13-14).
Esta realidad de la paz en la tierra es, espero que sea no
solamente un sueño o una utopía, la finalidad de Jesús y lo es también de la Iglesia. Es
una constante en las enseñanzas del Hijo de Dios hecho hombre que enseña a sus
discípulos para lo que los ha elegido y llamado y para que sepan para qué han
de ir a todas las gentes.
La
paz os dejo, mi paz os doy (Jn 14:27).
Y cuando se acercó, al ver la
ciudad (Jerusalén), lloró sobre ella, diciendo: ¡Si conocieras también tú
en este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus
ojos (Lc 19:41-42).
Mientras ellos (los dos camino de Emaús) contaban
estas cosas, Jesús se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros (Lc
24:35-36).
Ya Juan XXIII escribió la Encíclica Pacem in terris (abril 1963, Jueves
Santo) de la que entresaco algunos párrafos; los que me llaman más (¿) la
atención ahora:
La paz en la tierra,
suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable
que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden
establecido por Dios (n 1).
Resulta,
sin embargo, sorprendente el contraste que con este orden maravilloso del
universo ofrece el desorden que reina entre los individuos y entre los pueblos.
Parece como si las relaciones que entre ellos existen no pudieran regirse más
que por la fuerza (n. 4).
El
bien general (…) exige que los gobernantes, tanto en la tarea de coordinar y
asegurar los derechos de los ciudadanos, como en la función de irlos
perfeccionando, guarden un pleno equilibrio para evitar, por un lado, que la
preferencia dada a los derechos de algunos particulares o de determinados
grupos venga a ser origen de una posición de privilegio en la nación, y para
soslayar, por otro, el peligro de que, por defender los derechos de todos,
incurran en la absurda posición de impedir el pleno desarrollo de los derechos
de cada uno (n. 52).
No puede aceptarse la
doctrina de quienes afirman que la voluntad de cada individuo o de ciertos
grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del
ciudadano (n. 78).
Vemos, con gran
dolor, cómo en las naciones económicamente más desarrolladas se han estado
fabricando, y se fabrican todavía, enormes armamentos (n. 109).
La razón que suele
darse para justificar tales preparativos militares es que hoy día la paz, así
dicen, no puede garantizarse sí no se apoya en una paridad de armamentos (n.
110).
Aunque
el poderío monstruoso de los actuales medios militares disuada hoy a los
hombres de emprender una guerra, siempre se puede, sin embargo, temer que los
experimentos atómicos realizados con fines bélicos, si no cesan, pongan en
grave peligro toda clase de vida en nuestro planeta (n. 111).
¿Quién,
en efecto, no anhela con ardentísimos deseos que se eliminen los peligros de
una guerra, se conserve incólume la paz y se consolide ésta con garantías cada
día más firmes? (n. 115).
Exhortamos
de nuevo a nuestros hijos a participar activamente en la vida pública y
colaborar en el progreso del bien común de todo el género humano y de su propia
nación. Iluminados por la luz de la fe cristiana y guiados por la caridad,
deben procurar con no menor esfuerzo que las instituciones de carácter
económico, social, cultural o político, lejos de crear a los hombres
obstáculos, les presten ayuda positiva para su personal perfeccionamiento, así
en el orden natural como en el sobrenatural (n. 146).
Importa
distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate
de personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en
el orden religioso o en el orden de la moral práctica (n. 158).
Es
también completamente necesario distinguir entre las teorías filosóficas falsas
sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre y las corrientes
de carácter económico y social, cultural o político, aunque tales corrientes
tengan su origen e impulso en tales teorías filosóficas (n. 159).
Cristo,
pues, nos ha traído la paz, nos ha dejado la paz: La paz os dejo, mi paz os doy. No como el mundo la da os la doy yo (n. 170).
Pidamos,
pues, con instantes súplicas al divino Redentor esta paz que Él mismo nos
trajo. Que Él borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz (…) Que,
finalmente, Cristo encienda las voluntades de todos los hombres para echar por
tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los
vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para
perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su
auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y
reine siempre entre ellos la tan anhelada paz (n. 171).
Podemos concretar esas súplicas con el mensaje de
este 2018 del papa Francisco, y rezar por todos los miembros de la Iglesia para
que, con espíritu de misericordia, abracen a todos los que huyen de la guerra y
del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la
discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental.
Por los que gobiernan las naciones y los
organismos internacionales para que recuerden a los más de 250 millones de
migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados, y
promuevan propuestas para acoger, proteger, promover e integrar.
Por todos los cristianos para que las
migraciones globales no se consideren una amenaza.
Por todos los hombres y mujeres que han de migrar
por el anhelo de una vida mejor, para reunirse con sus familias, para encontrar
mejores oportunidades de trabajo o de educación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario