Cristo rey
del universo es la solemnidad del último domingo del año litúrgico que suele
caer al final de noviembre. En este 2017 será el domingo 26.
¿Tú eres
rey? es la
pregunta que Pilatos le hace a Jesús porque es de lo que le acusan las
autoridades religiosas de su pueblo: los fariseos y los sacerdotes judíos.
Jesús lo confirma pero deja claro que “mi reino no es de este mundo”.
Su reino no
es de este mundo pero es para este mundo y la paradoja no es fácil de asimilar,
compaginar y llevarla a la práctica.
No cabe duda
que llama la atención que unos paganos (no judíos), sabios venidos quizá de
Persia, al llegar a Jerusalén, cuando ha nacido Jesús en Belén, pregunten
"¿dónde está el nacido rey de los
judíos?". ¿Qué idea tendrían de tal rey?
También
inquieta a la inteligencia, incluso más a la de un creyente, que en el
Calvario, el llamado "buen ladrón" le diga a Jesús: "acuérdate de mí cuando estés en tu reino".
¿Qué idea tendría de ese reino, si le ve crucificado, clavado en la cruz y por
tanto con muerte segura?
Ese reino
que vino a instaurar en el mundo no siempre se entiende tal como Él nos enseñó.
Señor, perdona las barbaridades, bestialidades, injusticias, etc. que, al grito
de "¡Viva Cristo Rey!" te hemos infringido, y con el que hemos herido
o matado a tantos de nuestros hermanos los hombres que también los son tuyos.
Ya sus
mismos discípulos judíos arrastraban de siglos atrás la idea errónea de creer
que Cristo, Jesús de Nazaret, siendo el Mesías esperado, sería el rey de
Israel, al modo de David; rey de un reino temporal que, ¡por fin!, liberaría de
la esclavitud política al pueblo de Dios, que venía padeciendo de siglos.
Cristo, Dios
hecho hombre, inició la fundación del reino de Dios que dejó en manos de la
Iglesia, el instrumento divino para su instauración aunque ni definitiva ni
exclusiva ni excluyente. Después de 20 siglos de cristianismo, sigue rondando
la misma tentación de creer que es, ha de ser, un reino temporal. Se logró un
reino temporal con Carlomagno y luego (por fin) se constituyó un imperio, el
sacro imperio romano germánico. ¿Qué cara pondrá el Señor?
Juan Pablo
II nos recordó en su encíclica “La misión del Redentor” (RMi) que «la Iglesia tiene
como fin supremo el Reino de Dios, del que «constituye en la tierra el germen e
inicio» (RMi, 1). ¿Qué reino es ése?
«La
liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la
persona humana en su dimensión tanto física como espiritual. Las curaciones son
también signo de salvación espiritual, de liberación del pecado. Mientras cura,
Jesús invita a la fe, a la conversión, al deseo de perdón (cfr Lc 5, 24)» (RMi,
14). Lo mismo recordaba Benedicto XVI en el capítulo “Los discípulos” en su
libro “Jesús de Nazaret”, tomo I (pp 72 – 76)
«El Reino
está destinado a todos los hombres, tratándoles como a iguales y amigos (cfr Lc
7, 34), haciéndolos sentirse amados por Dios» (RMi, 14). O sea que es un reino
sin fronteras, para todos y no solo un territorio más o menos continental.
«El Reino
tiende a transformar las relaciones humanas (…) que los hombres aprenden a
amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente» (RMi, 15).
Es
interesante –sigo con Ratzinger en ese tomo I de Jesús de Nazaret- fijarse en
la composición del grupo íntimo de los Doce que es muy heterogéneo. Dos
procedían del partido de los zelotes
(nacionalista y violento): Simón llamado “el zelotes” (…) El otro es Judas: la
palabra «Iscariote» puede significar (…) sicario,
una variante radical de los zelotes
así llamados por buscar con ahínco y un puñal en el cinto “el celo por la Ley”.
Levi-Mateo
era estrecho colaborador del poder dominante como recaudador de impuestos;
debido a su posición social, se le debía considerar como un pecador público.
El grupo central de los Doce lo forman los pescadores del lago de Genesaret: Simón, al que el Señor denominaría Cefas —Pedro—, jefe de una cooperativa de pesca (cf. Lc 5, 10), en la que trabajaba junto con su hermano mayor, Andrés, y con los zebedeos Juan y Santiago, a los que el Señor llamó «Boanerges», hijos del trueno y por ello algunos investigadores han querido relacionarlos con los zelotes, aunque tal vez sin razón.
Cualquiera -digo yo- cae en la cuenta de que quien vaya a montar un reino temporal, se rodeará de
gente preparada y no de cuatro currantes, probablemente analfatetos, socialmente poca cosa, etc. e ideológicamente opuestos unos a otros del grupo.
Podemos
suponer -sigue Ratzinger- que los Doce eran judíos creyentes y observantes, que (…) su modo de
concebir la salvación, eran sumamente diferentes.
Es verdad
que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los
confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que (…) esté abierta a
la acción del Espíritu que sopla donde y como quiere (cfr Jn 3, 8) (RMi, 20).
El reino no
está allí o allá; está dentro de vosotros mismos (cf Lc 17, 21), explicó un día
Jesús. El reino no es una estructura externa; es una actitud interior de cada
corazón, de cada mente.
En una reciente homilía matutina en Santa Marta,
glosando la Liturgia de la Palabra correspondiente comentó que el Reino no se
compra, no es un carnaval, no ama la publicidad, no es fruto de los planes
humanos sino del Espíritu Santo.
En la
homilía de esta solemnidad de Cristo rey en 2014, el papa Francisco decía que
los textos de la Liturgia de la Palabra de ese día, nos ayudan a entender “cómo Jesús ha realizado su reino; cómo
lo realiza en el devenir de la historia y qué cosa nos pide a nosotros hoy”.
Y en
la del año pasado 2016, nos hacía considerar la realidad real de que “su realeza es paradójica: su trono es la cruz; su corona
es de espinas; no tiene cetro, pero le ponen una caña en la mano; no viste
suntuosamente, pero es privado de la túnica; no tiene anillos deslumbrantes en
los dedos, sino sus manos están traspasadas por los clavos; no posee un tesoro,
pero es vendido por treinta monedas”. La grandeza del reino de Cristo “no es el poder según el mundo, sino el amor
de Dios, un amor capaz de alcanzar y restaurar todas las cosas”.
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