Cada 8 de diciembre
Es
la solemnidad litúrgica anual que se convierte también en festividad civil y
por eso es día no laborable. Los católicos creen que María, la mujer de Nazaret,
fue concebida purísima, inmaculada, en previsión divina a ser, si aceptaba, la
madre del Verbo al hacerse hombre, al encarnarse Jesucristo.
Algunas
personas e instituciones de la Iglesia suelen preparar esa solemnidad mariana
con una novena, empezada el 30 de noviembre. Otros la viven detrás, del 9 al 18
en que se celebra la Virgen de la Esperanza o María de la O, a los siete
días previos a Navidad.
El
primer paso para que sea el día 8 de diciembre se dio en 1585, cuando por el
milagro de Empel, se la proclamó patrona de los Tercios y del Cuerpo de la Infantería
española. Cinco mil combatían entonces en el Tercio viejo de Zamora durante la “Guerra
de los 80 años”. Peleaban entre los ríos Mosa y Waal y en la situación
desesperada en que se hallaron, y ante la amenaza de inundar el campamento, un tercio, cavando una trinchera, encontró una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada.
Un viento inusitado por gélido aquella noche heló las aguas del río y los
españoles pudieron huir a pie sobre el hielo.
No todos los cristianos creen
en la Inmaculada pero sin embargo
Martín Lutero, dijo: Es dulce y piadoso
creer que la infusión del alma de María se efectuó sin pecado original, de modo
que en la mismísima infusión de su alma ella fue también purificada del pecado
original y adornada con los dones de Dios, recibiendo un alma pura infundida
por Dios; de modo que, desde el primer momento que ella comenzó a vivir fue
libre de todo pecado (Sermón: "Sobre el día de la Concepción de la
Madre de Dios", 1527).
No
es fácil entenderlo pues no es una evidencia evidente. A los largo de la
historia ha habido sus más y sus menos ya que no se menciona ni siquiera
indirectamente en la Biblia. Ni los evangelios, ni Pablo ni Pedro ni Santiago
dicen nada en sus cartas que configuran el llamado Nuevo Testamento.
Tampoco
los Santos Padres de la Iglesia, los de los primeros cinco siglos de
cristianismo, que constituyen la Patrología, no dijeron nada al respecto aunque
indirectamente puede entenderse que defendían tal realidad de María pues se la contraponía siempre con Eva ya que antes Pablo dijo que Cristo es el nuevo
Adán.
En el siglo
VII, en el XI concilio de Toledo, el visigodo rey Wamba era llamado “defensor
de la Inmaculada”. Después, Fernando III el Santo, Jaume I el Conqueridor, Jaime II de Aragón, el emperador Carlos I o su hijo Felipe II
fueron fieles devotos de la Inmaculada y portaron su estandarte en sus campañas
militares. El rey Carlos III, muy afecto a esta advocación
mariana, creó la Orden de Carlos III y la declaró patrona de sus estados.
También
era defensor de la Inmaculada San Efrén
(+373 con 67 años), diácono sirio (verso suelto en aquellos tiempos), san
Anselmo (+1109 con 76 años) benedictino, obispo de Cantorbery y el beato Juan Duns Escoto (+1308 con 43 años) franciscano escocés y quien en
esta faceta fue recordado por Benedicto XVI.
Algunos
teólogos negaban que María fuera concebida sin pecado original pensando que eso
era imposible. Así santo Tomás de Aquino
(+1274 con 49 años) que al principio tenía la opinión negativa, luego dijo lo
contrario, y al final de su vida tenía la opinión intermedia: no sabía si sí o
si no. San Bernardo se manifestó sin
tapujos por escrito cuando hubo llegado a sus oídos que los monjes de Lyón, en
1140, introdujeron la fiesta. Les escribió una carta vehementísima, reprobando
lo que él llamaba una innovación «ignorada de la Iglesia, no aprobada por la
razón y desconocida de la tradición antigua». De todos modos no puedo impedir
que la fiesta se difundiera, cobrando más auge cada día.
El hombre (varón y mujer) fue puesto por Dios en
el paraíso para trabajar este mundo y así ganarse el premio celestial. Pero por
el llamado pecado original, de hecho, todos –menos María y Jesús- nos
equivocamos, erramos, cometemos faltas o pecados y lo importante es reconocerlo
y poner remedio, que lo hay. No hay ninguna avería humana que no pueda volverse
a cometer.
Quien primero habló del pecado original fue san
Ireneo (+202 con 72 años), obispo de Lyon. En el siglo siguiente san Agustín
(354-430 con 76 años), obispo de Hipona. Esta doctrina católica se fijó en el
concilio de Cartago y luego en el de Trento. El problema está en saber si se
corrompió del todo el ser humano por el pecado de nuestros primeros padres, o
solamente fue un mal ejemplo que dejaron, o que la naturaleza humana está estropeada, herida, enferma pero no corrompida de raíz.
El actual Catecismo
afirma que la expresión “pecado” se usa de manera análoga, puesto que no se
trata de una falta “cometida”, sino de un pecado “contraído”.
Todos los hombres de todos los tiempos tenemos
que esforzarnos para no cometer el mal y para hacer el mayor bien posible.
También María y Cristo tuvieron que esforzarse para no cometer ni siquiera una falta leve, al igual que Eva y Adán que "estaban en el paraíso", o sea, inmaculados, y fallaron.
Los defectos a corregir son tanto a nivel
personal como colectivo como recordaba Juan Pablo II después de celebrarse el
Gran Jubileo del 2000 en la carta apostólica Nuevo milennio ineunte: Con mirada más pura no sólo cada uno individualmente, también toda la Iglesia ha querido
recordar las infidelidades con las cuales tantos hijos suyos, a lo largo de la
historia, han ensombrecido su rostro. Examen de conciencia, conscientes de que
la Iglesia es santa y a la vez tiene necesidad de purificación. Esta
purificación de la memoria ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el
futuro, haciéndonos más humildes (NMI, 6).
Luego
Benedicto XVI deja escrito que “es
necesario que en la autocrítica de la edad moderna confluya también una
autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse
a sí mismo a partir de sus propias raíces”.
Ahora Francisco ha dicho que “¿Estamos decididos a recorrer los caminos
nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras
caducas, que han perdido capacidad de respuesta?”
En la llamada
encíclica verde tiene escrito, citando a Juan Pablo II: Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos
en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las
estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad» (Carta enc. Centesimus annus, 1 mayo 1991, 58, p. 863) (LS 287).
Su
predecesor Benedicto XVI, escribió en la encíclica “La caridad en la verdad” (Veritas
in caritate): Hoy, aprendiendo
también la lección que proviene de la crisis económica actual, en la que los poderes públicos del Estado se ven
llamados directamente a corregir errores y disfunciones, parece más realista
una renovada valoración de su papel y de su poder, que han de ser sabiamente reexaminados
y revalorizados (n. 24).
Salta a la vista lo que recoge el evangelista
como palabras de Jesús: «Somos unos
pobres siervos» (Lc 17,10). En efecto, reconozcamos que Dios y por
tanto tod@ cristian@, no actúa fundándose en una superioridad o mayor capacidad
personal que los demás, sino que hay que liberarse de la presunción de tener
que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hay que hacer con humildad lo que le es posible y, con humildad, hay que confiar en lo mucho
que colaboran los demás y el propio Dios (aunque no se note).
María,
una mujer que ama… Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en
el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar
ahora una nueva familia.
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