lunes, 14 de agosto de 2017

EN LA ASUNCIÓN DE MARÍA

María, llevada al cielo, no nos olvida


Cada año, el 15 de agosto se celebra la asunción de María al cielo. Asunta es María al cielo, o sea, llevada por los ángeles que se alegran cantidad. Así reza la liturgia de este día y cabe pensar ¡cuánto más se alegrará cada Persona de las tres divinas!

María fue llevada al cielo pues Dios quiso tenerla junto a Él en cuerpo y alma, disfrutando por anticipado de la gloria por toda la eternidad, de esa gloria que los hombres podrán recibir cuando la resurrección de la carne, al final de los tiempos. Dios Padre, Hijo y Espíritu, con ella, no podían esperar a ese momento. No hay ningún problema en entender que Dios lo anticipe en su Hijo unigénito y en su madre. Tú y yo hubiéramos hecho lo mismo.

Reza el orante en el salmo responsorial de la Liturgia de la Palabra del día de hoy: “prendado está el rey de tu belleza” (Ps 44). Su belleza no es solo externa y de adornos, collares, joyas, pulseras, etc. En ella, por ser la Madre de Dios, la madre de Cristo, están todos los dones tanto naturales como sobrenaturales con que Dios, en el momento de su creación, había adornado al ser humano en su cuerpo y en su alma. Para tener el sentido correcto del paraíso terrenal, habló mucho Juan Pablo II, ayudando a corregir errores de la mentalidad popular en materia de fe. El paraíso, el edén, no es un lugar concreto que más de uno quisiera encontrar aquí o allí. Se trata de entender que Dios colocó a Adán y a Eva en la condición paradisíaca de perfección terrenal, de señorío sobre todas las criaturas de la tierra, de felicidad terrenal a tope… de disfrutar ya aquí en la vida terrenal de la condición de ser imagen y semejanza de Dios. O sea hijos en el Hijo.

En el ser humano, lo previsto por el Creador es que lo natural y lo sobrenatural estén unidos en perfecta sintonía. Lo natural es la base y lo sobrenatural (la gracia y las virtudes infusas) no destruye lo natural, sino que, por el contrario, lo sana y lo eleva.

Se lee en el Catecismo de la Iglesia que "la Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos: en tu dormición no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios (Liturgia bizantina, Tropario fiesta Dormición, CEC 966).

En uno de los Prefacios de la Misa de este día se reza: desde su asunción a los cielos, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina y protege sus pasos hacia la patria celeste hasta la venida gloriosa del Señor. En otro: ella brilla en nuestro camino como signo de consuelo y de firme esperanza. Rezamos lo que se creemos y creemos lo que rezamos.

Juan Pablo II, en la encíclica “la Madre del Redentor” escribía: “junto al Hijo en los cielos, María ha superado ya el umbral entre la fe y la visión «cara a cara». Al mismo tiempo, sin embargo, en este cumplimiento escatológico no deja de ser la «estrella del mar» (maris stella) para todos los que aún siguen el camino de la fe” (RM 6).

Francisco comentaba el 15 de agosto de 2013: “Ella naturalmente ya ha entrado de una vez y para siempre en el Cielo, pero esto no significa que sea lejana, que se haya alejado de nosotros, de hecho María nos acompaña, lucha con nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal".

La Iglesia y cada bautizad@, como María, debe, puede, quiere estar pendiente de todos sus hij@s. Todos somos hij@s de Dios por el Hijo.

Ella se va, nosotros nos iremos y ellos se irán, pero mientras tanto podemos recordar y saborear una vez más el Mensaje que los padres conciliares del Vaticano II, un día antes de la clausura, escribían a toda la humanidad (7-XII-1965) cuando –como María- ellos se iban (del Concilio) sin irse (de este mundo): “La hora de la partida y de la dispersión ha sonado (...) para ir al encuentro de la humanidad a difundir la buena nueva del Evangelio de Cristo y de la renovación de su Iglesia (…) para ir al mundo de hoy, con sus miserias, sus dolores, sus pecados, pero también con los prodigios conseguidos, sus valores, sus virtudes”.

El Mensaje de los padres conciliares iba dirigido también a ese puñado inmenso de hombres y mujeres tan necesarios para disfrutar en esta vida temporal y caduca. A ell@s se dirgían: “A vosotros todos, artistas, que estáis prendados de la belleza y que trabajáis por ella; poetas y gentes de letras, pintores, escultores, arquitectos, músicos, hombres de teatro y cineastas”.

Mientras se espera la llegada del final de los tiempos y la segunda y definitiva venida del Hijo de Dios hecho hombre, la Iglesia debe hacer presente a cada cristian@ la necesidad de asumir seriamente los deberes terrenos que sin lugar a dudas consisten en colaborar en la promoción de la justicia y la paz , de los valores culturales, etc- a la vez que debe recordar constantemente a los hombres que el fin de su vida no es la felicidad intraterrena. María, asunta al cielo, nos señala el camino.

Así la Iglesia sirve plenamente a la felicidad y paz humana durante el tiempo. Estas ideas (elementales) que el Concilio Vaticano II puso sobre la mesa, sacándolas del baúl de los recuerdos, las repetían Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco y ninguno de ellos –por hablar de justicia, de paz y de progreso- es sospechoso de ser miembro de la mala Teología de la Liberación, la de cuño marxista y ateo que se difundió en la segunda mitad del pasado siglo XX.


Como Juan Pablo II, tenemos claro que “María está en todas las vías de la vida cotidiana” (RH, 22) y la devoción filial de cada hij@ suy@ busca tenerla presente a diario, mañanas, tardes y noches. El verdadero cariño filial lleva a que cada hij@ de María la comprometa con la oración del “Jamás se ha oído decir que ninguno…”. Y si un@ es cantautor, su Madre se alegra por su iniciativa creadora, por su libertad de espíritu y por no quedarse atrapado con "lo de siempre".

Y en la encíclica de 1987 La madre del Redentor (Redemptoris Mater) volvía a recordar que La Iglesia ve a la Bienaventurada Madre de Dios maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones; la ve socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que “no caiga” o, si cae, “se levante” (RM 52).

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