Ni laicismo ni
fundamentalismo
Cada año el 25 de julio en
España se celebra la solemnidad del apóstol Santiago (el mayor) y se oyen
demasiadas voces jerárquicas, del clero y de no pocos fieles laicos/as que
ofenden a Dios y a los demás bautizados/as.
Santiago se tiene por Patrono
de España y protector de la fe de sus habitantes porque una tradición dice que
predicó en “finis-terrae” y se le apareció la Virgen (en carne mortal) junto al
Ebro. Sus restos se veneran en Santiago de Compostela (campo de estrellas). Los estudiosos no se ponen de acuerdo a la hora de
ratificar la fiabilidad de estos hechos. Del canónigo Pedro Marcio es el
documento que narra la historia, diciendo que la copia de uno del siglo IX.
Abderramán II y su corte |
Se cuenta que al rey Ramiro I
se le apareció Santiago en la batalla de Clavijo (23-V-844) que le enfrentaba a
Abderramán II, montando un caballo blanco a modo de guerrero y blandiendo una
espada. Ramiro era sucesor de Alfonso “el casto” que no quería guerras y el
moro estaba de acuerdo si pagaba cada año con cien doncellas vírgenes. Ramiro
montó en cólera y, camino de Nájera, fue incendiando y arrasando cuanto
encontraba a su paso. Los pocos cristianos, al ver la avalancha mora que contra
atacaba, se retiraron del campo de batalla y se pertrecharon en Clavijo.
A Santiago se le apoda
Matamoros pues dice la leyenda que la victoria cristiana fue a costa de 60 ó 70
mil moros. Parece que hoy los historiadores están de acuerdo en que tal batalla
no existió. Es un documento muy discutido por sus errores históricos y
cronológicos pero entonces se tomó en serio. Pero aunque sea leyenda, a no
pocos/as se les enciende la pasión fundamentalista.
El jesuita Antonio
Spadaro, director de la centenaria y prestigiada revista católica
italiana de la Compañía de Jesús, La Civiltà Cattolica, describe y
analiza en un artículo este julio sobre "El fundamentalismo evangélico y el
integrismo católico. Un sorprendente ecumenismo".
Spadaro reflexiona acerca
de un fenómeno que comienza a ser global ya que no es exclusivo de los
islamistas radicales y que aflora en el mundo cristiano para instrumentalizar
la fe para fines políticos. Es un renovado intento teocrático, ya presente en
Europa y Estados Unidos, así como en Colombia, Brasil y Chile.
Mientras el mundo observa
con estupor el resurgimiento de Estados teocráticos inspirados en el
fundamentalismo islámico, con silencio aflora este impulso
restauracionista del imperio de
la fe cristiana en el ámbito político. Es querer volver a la Cristiandad medieval
por parte de grupos fundamentalistas evangélicos e
integristas católicos que intentan
la reconquista del poder político a través de la fe. Se trata –dice Spadaro- de
un ecumenismo
desvirtuado, porque alienta la convergencia religiosa en un terreno impropio,
el de la política.
En
ese ecumenismo invertido, sigue diciendo Spadaro, la
intolerancia es la marca celestial del puritanismo, el reduccionismo es
el método exegético y el ultra-literalismo es la clave hermenéutica y persigue
influir en la política, parlamentaria, legal y educativa, para subordinar las
políticas públicas a la moral religiosa.
El papa emérito Benedicto XVI
recordó en múltiples ocasiones la verdad verdadera de la tarea o misión de la
Iglesia como institución y de cada bautizado por su cuenta y riesgo o asociado.
Cabe recordar lo que dejaba
escrita en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente que presentó en Beirut (14-IX-2012): “Al igual que en el resto del mundo, en
Oriente Medio se perciben dos realidades opuestas: la laicidad, con sus formas
a veces extremas, y el fundamentalismo violento, que pretende tener un origen
religioso (…) La sana laicidad (…) significa liberar la religión del peso de la
política y enriquecer la política con las aportaciones de la religión,
manteniendo la distancia necesaria, la clara distinción y la colaboración
indispensable entre las dos” (EOM, 29).
“El fundamentalismo religioso (…) afecta a todas las comunidades
religiosas y rechaza el vivir civilmente juntos. Quiere tomar, a veces con
violencia, el poder sobre la conciencia de cada uno y sobre la religión por
razones políticas. Hago un llamamiento apremiante a todos los líderes
religiosos, judíos, cristianos y musulmanes de la región, para que traten de
hacer todo lo posible, mediante su ejemplo y su enseñanza, por erradicar esta
amenaza, que acecha de manera indiscriminada y mortal a los creyentes de todas
las religiones” (EOM, 30).
Pero buena parte del actual
episcopado, haciendo oídos sordos, quiere reeditar aquella estrategia preconciliar
que manipulaba y abusaba del laicado al exigirle ser el brazo
largo (longa manus) de la jerarquía, y poder actuar con ellos en los
distintos espacios de la vida pública para instaurar el Reino de Dios en la
tierra. Todo ello a pesar de que el Concilio Vaticano II corrigió esa viciada
estrategia pastoral, reconociendo la autonomía del laicado en todos los ámbitos
de la vida humana y garantizando el más absoluto respeto de la conciencia
personal.
Ese
episcopado restauracionista mira para otro lado pues no hay mejor ciego que el
que no quiere ver, ni mejor sordo que el que no quiere oír. Ya con
anterioridad, en su primera Encíclica “Dios es amor” escribía el papa Ratzinger:
“La Iglesia no puede ni debe emprender
por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa
posible. No puede ni debe sustituir al Estado (…) La sociedad justa no puede
ser obra de la Iglesia, sino de la política.
Una vegada mes, estic dácord en la seua reflexio i en com sap argumentarla....moltes gracies....
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