lunes, 24 de julio de 2017

¿SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA?

Ni laicismo ni fundamentalismo


Cada año el 25 de julio en España se celebra la solemnidad del apóstol Santiago (el mayor) y se oyen demasiadas voces jerárquicas, del clero y de no pocos fieles laicos/as que ofenden a Dios y a los demás bautizados/as.

Santiago se tiene por Patrono de España y protector de la fe de sus habitantes porque una tradición dice que predicó en “finis-terrae” y se le apareció la Virgen (en carne mortal) junto al Ebro. Sus restos se veneran en Santiago de Compostela (campo de estrellas). Los estudiosos no se ponen de acuerdo a la hora de ratificar la fiabilidad de estos hechos. Del canónigo Pedro Marcio es el documento que narra la historia, diciendo que la copia de uno del siglo IX.

Abderramán II y su corte
Se cuenta que al rey Ramiro I se le apareció Santiago en la batalla de Clavijo (23-V-844) que le enfrentaba a Abderramán II, montando un caballo blanco a modo de guerrero y blandiendo una espada. Ramiro era sucesor de Alfonso “el casto” que no quería guerras y el moro estaba de acuerdo si pagaba cada año con cien doncellas vírgenes. Ramiro montó en cólera y, camino de Nájera, fue incendiando y arrasando cuanto encontraba a su paso. Los pocos cristianos, al ver la avalancha mora que contra atacaba, se retiraron del campo de batalla y se pertrecharon en Clavijo.

A Santiago se le apoda Matamoros pues dice la leyenda que la victoria cristiana fue a costa de 60 ó 70 mil moros. Parece que hoy los historiadores están de acuerdo en que tal batalla no existió. Es un documento muy discutido por sus errores históricos y cronológicos pero entonces se tomó en serio. Pero aunque sea leyenda, a no pocos/as se les enciende la pasión fundamentalista.

El jesuita Antonio Spadaro, director de la centenaria y prestigiada revista católica italiana de la Compañía de Jesús, La Civiltà Cattolica, describe y analiza en un artículo este julio sobre "El fundamentalismo evangélico y el integrismo católico. Un sorprendente ecumenismo".

Spadaro reflexiona acerca de un fenómeno que comienza a ser global ya que no es exclusivo de los islamistas radicales y que aflora en el mundo cristiano para instrumentalizar la fe para fines políticos. Es un renovado intento teocrático, ya presente en Europa y Estados Unidos, así como en Colombia, Brasil y Chile.

Mientras el mundo observa con estupor el resurgimiento de Estados teocráticos inspirados en el fundamentalismo islámico, con silencio aflora este impulso restauracionista del imperio de la fe cristiana en el ámbito político. Es querer volver a la Cristiandad medieval por parte de grupos fundamentalistas evangélicos e integristas católicos que intentan la reconquista del poder político a través de la fe. Se trata –dice Spadaro- de un ecumenismo desvirtuado, porque alienta la convergencia religiosa en un terreno impropio, el de la política.

En ese ecumenismo invertido, sigue diciendo Spadaro, la intolerancia es la marca celestial del puritanismo, el reduccionismo es el método exegético y el ultra-literalismo es la clave hermenéutica y persigue influir en la política, parlamentaria, legal y educativa, para subordinar las políticas públicas a la moral religiosa.

El papa emérito Benedicto XVI recordó en múltiples ocasiones la verdad verdadera de la tarea o misión de la Iglesia como institución y de cada bautizado por su cuenta y riesgo o asociado.

Cabe recordar lo que dejaba escrita en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente que presentó en Beirut (14-IX-2012): “Al igual que en el resto del mundo, en Oriente Medio se perciben dos realidades opuestas: la laicidad, con sus formas a veces extremas, y el fundamentalismo violento, que pretende tener un origen religioso (…) La sana laicidad (…) significa liberar la religión del peso de la política y enriquecer la política con las aportaciones de la religión, manteniendo la distancia necesaria, la clara distinción y la colaboración indispensable entre las dos” (EOM, 29).

El fundamentalismo religioso (…) afecta a todas las comunidades religiosas y rechaza el vivir civilmente juntos. Quiere tomar, a veces con violencia, el poder sobre la conciencia de cada uno y sobre la religión por razones políticas. Hago un llamamiento apremiante a todos los líderes religiosos, judíos, cristianos y musulmanes de la región, para que traten de hacer todo lo posible, mediante su ejemplo y su enseñanza, por erradicar esta amenaza, que acecha de manera indiscriminada y mortal a los creyentes de todas las religiones” (EOM, 30).

Pero buena parte del actual episcopado, haciendo oídos sordos, quiere reeditar aquella estrategia preconciliar que manipulaba y abusaba del laicado al exigirle ser el brazo largo (longa manus) de la jerarquía, y poder actuar con ellos en los distintos espacios de la vida pública para instaurar el Reino de Dios en la tierra. Todo ello a pesar de que el Concilio Vaticano II corrigió esa viciada estrategia pastoral, reconociendo la autonomía del laicado en todos los ámbitos de la vida humana y garantizando el más absoluto respeto de la conciencia personal.

Ese episcopado restauracionista mira para otro lado pues no hay mejor ciego que el que no quiere ver, ni mejor sordo que el que no quiere oír. Ya con anterioridad, en su primera Encíclica “Dios es amor” escribía el papa Ratzinger: “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado (…) La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política.

1 comentario:

  1. Una vegada mes, estic dácord en la seua reflexio i en com sap argumentarla....moltes gracies....

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