Las
mujeres en la Iglesia
La tradición, según algunos expertos, dice que la mujer de
Pedro también fue martirizada en la colina del Vaticano, un rato antes que él. De
ella no se sabe el nombre pero sí el de la hija de ambos, Petronila, aunque un
autor anónimo del siglo V/VI dice que era solamente hija espiritual de Pedro. Otros dicen que
Petronila viene de Petronius y se la emparenta con los Flavios (Vespasiano,
Tito y Domiciano). Una inscripción prueba que fue un mártir del s I.
Eusebio de Cesarea (+340 con 80 años), autor de la Historia
Eclesiástica, se hace eco de un relato de san Clemente de Alejandría (+215 con 65
años), que contradice la tesis de la viudedad de Pedro cuando Jesús curó a su suegra y afirma la de la existencia
de una esposa cuando Pedro ya se contaba entre los seguidores más cercanos de Jesús:
Además por Pablo sabemos que
la esposa de Pedro le venía acompañando en algunos de los viajes misioneros,
ayudándole (1Cor 9, 5). Sería verdadera creyente y con el mismo deseo de dar a conocer el Evangelio; sino se habría quedado en casita.
Sabemos que los judíos y los fariseos (creyentes y
practicantes, claro) se levantaban cada día y rezaban: “Te doy las gracias Dios porque no soy un esclavo, ni gentil ni una
mujer”. Su ramplona opinión sobre la mujer fue diametralmente cambiada por
Jesús, manifestando con sus hechos (nada de sermones ininteligibles, profundos,
para doctores de Teología) que no hay diferencia entre hombre y mujer delante de
Él.
Se lee en los Hechos que en la primera homilía de la
historia que Pedro hace desde el balcón de la casa del cenáculo, ante la muchedumbre aquel día de la Pentecostés arremolinadas ante la casa, tras
afirmar que él y sus compañeros no estaban borrachos, les recordó que el
profeta Joel (siglos antes) ya había predicho que “Sucederá
(…) dice Dios, que derramaré mi Espíritu (…) y profetizarán vuestros hijos y
vuestras hijas” (Act 2, 6-17). No hay por parte de Dios ningún privilegio para los masculinos.
Cuando
Pablo y Bernabé estaban en Antioquía de Pisidia, los judíos –con su actitud
anti Cristo- incitaron a mujeres piadosas y distinguidas y a los principales de
la ciudad, a promover una persecución contra Pablo y Bernabé, y los expulsaron
de su territorio. Ellos se marcharon a Iconio (Act 13, 50).
El
listado de citas sobre las tareas y carismas de la mujer en la Iglesia en
aquellos primeros momentos del cristianismo es largo y se deduce que alguien los fue diluyendo como el azúcar en el agua.
Cardenal Ravasi |
El cardenal Gianfranco
Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de Cultura, que durante años
fue Prefecto de la Biblioteca - Pinacoteca Ambrosiana de Milán, edita su libro
"María, madre de Jesús", este junio de 2017, y en la Introducción
deja escrito: "Un mundo fundamentalmente masculino, en el que la mujer no
desempeña función alguna, es cada vez más un mundo sin Dios (…) en 1958, un
teólogo ortodoxo, el laico Pavel, escribía su ensayo "La mujer y la
salvación del mundo".
El
pasado febrero, el papa Francisco, en la homilía matutina en santa Marta,
insistía en recordar que la mujer es la que da armonía al mundo y no está para
lavar los platos. Indicó que se debe
evitar referirse a la mujer hablando solo de la función que cumple en la
sociedad o en una institución pues Dios quiere que cumpla una misión que no
puede ofrecer ningún hombre.
Evidentemente
la visión reductiva de algunos (no pocos) que tienen de la mujer, sigue pisoteando
los derechos de ellas y se limitan a decir que se dediquen a parir, a cocinar,
a hacer las coladas y las compras en el super.
Bueno,
eso en el ámbito familiar. ¡Qué maravilloso sería que en el ámbito eclesial
(desgraciadamente monopolizado por los eclesiásticos) se empezara a saber lo
que ellas significan a los ojos de Dios creador! No solo para barrer templos, lavar y planchar manteles y demás paños litúrgicos.
Juan
Pablo II escribió en su día una carta a las mujeres, aprovechando la IV Conferencia
Mundial sobre la mujer que tuvo lugar en Pekín, fechada precisamente el día de
la solemnidad de los apóstoles mártires romanos Pedro y Pablo, el 29 de junio
de 1995.
Recientemente
alguna experta de entre ellas ha pedido que se deje ya de hablar sobre la mujer y se la
deje hablar (por lo menos, digo yo).
En
esa carta dejó escrito que “en el futuro de la Iglesia en el tercer
milenio no dejarán de darse ciertamente nuevas y admirables manifestaciones del
«genio femenino»” (n.
11). Haciendo un rápido resumen histórico de hechos a cargo de las mujeres recordaba a tantas que, movidas por la fe, han emprendido iniciativas de extraordinaria
importancia social especialmente al servicio de los más pobres. Pero así -digo yo- la
mirada se sigue poniendo solo alrededor del mundo eclesiástico y sigue siendo un bunquer impenetrable,
hasta que el Espíritu Santo, claro, diga ¡basta ya!
Francisco, recién estrenado su pontificado, en el
vuelo de regreso de la JMJ de mayo de 2013 en Río de Janeiro, hizo la primera
referencia a la necesidad de potenciar su papel en la Iglesia.
En
tal ocasión recordó que ya Pablo VI había escrito algo muy bonito sobre las
mujeres pero se debía avanzar en la comprensión de su función (dicen “como Dios
manda”), y no irse alejando del Evangelio. Si zarpase de Lisboa un barco hacía
Río de Janeiro, por ejemplo, y saliese con un inicial pequeñísimo error de
orientación sin advertirlo, acabaría en New York. Ya san Agustín ponía ese
ejemplo aunque no en el mar sino en tierra firme.
Un
mes después, ante los miembros del Consejo Pontificio de los laicos (entonces
así llamado), se lamentaba de que se confunda el “servicio” con la
servidumbre”.
En
diciembre de 2014 volvió a insistir ente los miembros de la Comisión Teológica
Internacional, donde el número de mujeres iba creciendo pero –dijo- hacen falta más.
Dos meses después, en febrero de 2015, ante los miembros del Consejo Pontificio para la Cultura (así llamado entonces), volvió a manifestar la urgencia de ofrecer a la mujer espacios en la vida de la Iglesia (…) en las comunidades. Por eso, para esa mayor presencia, se requerirán muchas mujeres implicadas en la responsabilidad pastoral, en el acompañamiento espiritual de personas, familias y grupos, así como en la reflexión teológica.
Con Francisco en este
organismo vaticano de la Cultura se ha creado en el pasado marzo una comisión
con 37 mujeres para asesorar. Con voz pero sin voto; menos da una piedra, digo yo.
¡Qué las palabras no se las lleve el viento!
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