jueves, 29 de junio de 2017

PEDRO Y PABLO, PAREJA DE HECHO

Las mujeres en la Iglesia


Cada 29 de junio se celebra la solemnidad del martirio de los dos apóstoles, columnas romanas.

La tradición, según algunos expertos, dice que la mujer de Pedro también fue martirizada en la colina del Vaticano, un rato antes que él. De ella no se sabe el nombre pero sí el de la hija de ambos, Petronila, aunque un autor anónimo del siglo V/VI dice que era solamente hija espiritual de Pedro. Otros dicen que Petronila viene de Petronius y se la emparenta con los Flavios (Vespasiano, Tito y Domiciano). Una inscripción prueba que fue un mártir del s I.

Eusebio de Cesarea (+340 con 80 años), autor de la Historia Eclesiástica, se hace eco de un relato de san Clemente de Alejandría (+215 con 65 años), que contradice la tesis de la viudedad de Pedro cuando Jesús curó a su suegra y afirma la de la existencia de una esposa cuando Pedro ya se contaba entre los seguidores más cercanos de Jesús:

Además por Pablo sabemos que la esposa de Pedro le venía acompañando en algunos de los viajes misioneros, ayudándole (1Cor 9, 5). Sería verdadera creyente y con el mismo deseo de dar a conocer el Evangelio; sino se habría quedado en casita.

Sabemos que los judíos y los fariseos (creyentes y practicantes, claro) se levantaban cada día y rezaban: “Te doy las gracias Dios porque no soy un esclavo, ni gentil ni una mujer”. Su ramplona opinión sobre la mujer fue diametralmente cambiada por Jesús, manifestando con sus hechos (nada de sermones ininteligibles, profundos, para doctores de Teología) que no hay diferencia entre hombre y mujer delante de Él.

Se lee en los Hechos que en la primera homilía de la historia que Pedro hace desde el balcón de la casa del cenáculo, ante la muchedumbre aquel día de la Pentecostés arremolinadas ante la casa, tras afirmar que él y sus compañeros no estaban borrachos, les recordó que el profeta Joel (siglos antes) ya había predicho que “Sucederá (…) dice Dios, que derramaré mi Espíritu (…) y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas” (Act 2, 6-17). No hay por parte de Dios ningún privilegio para los masculinos.

Cuando Pablo y Bernabé estaban en Antioquía de Pisidia, los judíos –con su actitud anti Cristo- incitaron a mujeres piadosas y distinguidas y a los principales de la ciudad, a promover una persecución contra Pablo y Bernabé, y los expulsaron de su territorio. Ellos se marcharon a Iconio (Act 13, 50).

El listado de citas sobre las tareas y carismas de la mujer en la Iglesia en aquellos primeros momentos del cristianismo es largo y se deduce que alguien los fue diluyendo como el azúcar en el agua.

Cardenal Ravasi
El cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de Cultura, que durante años fue Prefecto de la Biblioteca - Pinacoteca Ambrosiana de Milán, edita su libro "María, madre de Jesús", este junio de 2017, y en la Introducción deja escrito: "Un mundo fundamentalmente masculino, en el que la mujer no desempeña función alguna, es cada vez más un mundo sin Dios (…) en 1958, un teólogo ortodoxo, el laico Pavel, escribía su ensayo "La mujer y la salvación del mundo".

El pasado febrero, el papa Francisco, en la homilía matutina en santa Marta, insistía en recordar que la mujer es la que da armonía al mundo y no está para lavar los platos. Indicó que se debe evitar referirse a la mujer hablando solo de la función que cumple en la sociedad o en una institución pues Dios quiere que cumpla una misión que no puede ofrecer ningún hombre.

Evidentemente la visión reductiva de algunos (no pocos) que tienen de la mujer, sigue pisoteando los derechos de ellas y se limitan a decir que se dediquen a parir, a cocinar, a hacer las coladas y las compras en el super.

Bueno, eso en el ámbito familiar. ¡Qué maravilloso sería que en el ámbito eclesial (desgraciadamente monopolizado por los eclesiásticos) se empezara a saber lo que ellas significan a los ojos de Dios creador! No solo para barrer templos, lavar y planchar manteles y demás paños litúrgicos.

Juan Pablo II escribió en su día una carta a las mujeres, aprovechando la IV Conferencia Mundial sobre la mujer que tuvo lugar en Pekín, fechada precisamente el día de la solemnidad de los apóstoles mártires romanos Pedro y Pablo, el 29 de junio de 1995.

Recientemente alguna experta de entre ellas ha pedido que se deje ya de hablar sobre la mujer y se la deje hablar (por lo menos, digo yo).

En esa carta dejó escrito que “en el futuro de la Iglesia en el tercer milenio no dejarán de darse ciertamente nuevas y admirables manifestaciones del «genio femenino»” (n. 11). Haciendo un rápido resumen histórico de hechos a cargo de las mujeres recordaba a tantas que, movidas por la fe, han emprendido iniciativas de extraordinaria importancia social especialmente al servicio de los más pobres. Pero así -digo yo- la mirada se sigue poniendo solo alrededor del mundo eclesiástico y sigue siendo un bunquer impenetrable, hasta que el Espíritu Santo, claro, diga ¡basta ya!

Francisco, recién estrenado su pontificado, en el vuelo de regreso de la JMJ de mayo de 2013 en Río de Janeiro, hizo la primera referencia a la necesidad de potenciar su papel en la Iglesia.

En tal ocasión recordó que ya Pablo VI había escrito algo muy bonito sobre las mujeres pero se debía avanzar en la comprensión de su función (dicen “como Dios manda”), y no irse alejando del Evangelio. Si zarpase de Lisboa un barco hacía Río de Janeiro, por ejemplo, y saliese con un inicial pequeñísimo error de orientación sin advertirlo, acabaría en New York. Ya san Agustín ponía ese ejemplo aunque no en el mar sino en tierra firme.

Un mes después, ante los miembros del Consejo Pontificio de los laicos (entonces así llamado), se lamentaba de que se confunda el “servicio” con la servidumbre”.

En diciembre de 2014 volvió a insistir ente los miembros de la Comisión Teológica Internacional, donde el número de mujeres iba creciendo pero –dijo- hacen falta más.


Dos meses después, en febrero de 2015, ante los miembros del Consejo Pontificio para la Cultura (así llamado entonces), volvió a manifestar la urgencia de ofrecer a la mujer espacios en la vida de la Iglesia (…) en las comunidades. Por eso, para esa mayor presencia, se requerirán muchas mujeres implicadas en la responsabilidad pastoral, en el acompañamiento espiritual de personas, familias y grupos, así como en la reflexión teológica.

Con Francisco en este organismo vaticano de la Cultura se ha creado en el pasado marzo una comisión con 37 mujeres para asesorar. Con voz pero sin voto; menos da una piedra, digo yo.


¡Qué las palabras no se las lleve el viento! 

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