domingo, 30 de abril de 2017

LOS DOS QUE REGRESAN A EMAÚS

“Depres” porque se les han roto los esquemas



El mismo día (el domingo de la resurrección), dos de ellos (de los discípulos) iban a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios. Y conversaban entre sí de todo lo que había acontecido (Lc 24, 3-14).

El estadio es una medida de longitud que todavía hoy día se utiliza en las carreras de caballos. Los sesenta estadios que Emaús dista de Jerusalén equivalen a 220 yardas, o sea unos 12 km. Esa distancia a pie suele recorrerse en unas 3 horas.

De las muchas enseñanzas que este pasaje del evangelio nos ofrece, podemos sacar, para imitar a Jesús, que es el único maestro, una muy clara. Es el talante del Resucitado con esos dos discípulos, uno se llama Cleofás, que desanimados, “depres” porque se les han fundido los esquemas, serán recuperados, saneados en su inteligencia y en su corazón y regresarán corriendo para comunicar su alegría a los que iban a abandonar.

Sin embargo –le dicen a Jesús aunque no le han reconocido- nosotros esperábamos que él… (Lc 24, 21). Entonces Jesús les dijo: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! (Lc 24, 25)

Llegando a Emaús, reconocerán uno al otro: ¿no ardía nuestro corazón en el camino mientras nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32).

Como cada bautizado es otro Cristo, o ha de intentarlo a lo largo de su vida para llegar a esa perfección del Hijo de Dios hecho hombre, hay que imitarle en eso del talante. Por eso el papa Francisco dice:
"No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible (…) ya conocemos la opinión de la Iglesia y (…) no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar.
(…) Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús. Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio".

El papa emérito Benedicto XVI comentaba en una ocasión este pasaje, fijándose –como siempre- en un detalle.
En la conversación de los discípulos con el peregrino desconocido impresiona la expresión que el evangelista san Lucas pone en los labios de uno de ellos: «Nosotros esperábamos...» (Lc 24, 21). Este verbo en pasado lo dice todo: Hemos creído, hemos seguido, hemos esperado..., pero ahora todo ha terminado. También Jesús de Nazaret, que se había manifestado como un profeta poderoso en obras y palabras, ha fracasado, y nosotros estamos decepcionados.

Este drama de los discípulos de Emaús es como un espejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo. Al parecer, la esperanza de la fe ha fracasado. La fe misma entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor. Pero este camino hacia Emaús, por el que avanzamos, puede llegar a ser el camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios.

También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra (…) el encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica (…) una fe sólida, porque no se alimenta de ideas humanas, sino de la palabra de Dios y de su presencia real en la Eucaristía (Benedicto XVI, Regina Caeli, 6-IV-2008).

Conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado, sin comprender su sentido. No entendían que Jesús había muerto para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos. Sólo veían el aspecto tremendamente negativo de la cruz, que arruinaba sus esperanzas: “Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel” (Juan Pablo II, Audiencia general, 18-IV-2001).

La aparición de Jesús a los discípulos de Emaús y ese caminar a su lado es una realidad también hoy y así los discípulos, ayudados por el caminante anónimo, comienzan haciendo memoria de las ilusiones truncadas. No hay que olvidar que le tenemos al lado pero no le vemos y curiosamente cuando está presente en el camino y sentado a la mesa para cenar en Emaús "no es visto", y cuando se les abren los ojos al partir el pan, desaparece de su vista.

Es la eucaristía donde mejor se expresa lo que quiere comunicarnos este episodio del evangelio de Lucas: acudimos con nuestra vida de toda la semana, la confrontamos con la palabra de Dios que escuchamos y que nos explica, nos nutrimos con el pan de vida que Jesús bendice y parte para nosotros, y salimos del banquete apresurado para testimoniar lo que hemos vivido en la presencia del Resucitado.

En la carta apostólica “Quédate con nosotros, Señor” (Mane nobiscum Dómine, MND) que el papa Wojtyla escribió con motivo del Año de la Eucaristía, de octubre de 2004 a octubre de 2005, y que no pudo clausurar pues nos dejó el 2 de abril de aquel 2005, decía:
«      «Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída» (cf. Lc 24,29). Ésta fue la invitación apremiante que, la tarde misma del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido fuera precisamente su Maestro, ya resucitado (…) La luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y «se les abrieron los ojos» (cf. ibíd. 31) (MND, 1).

En una de sus catequesis de los miércoles, contaba que “el encuentro en el camino de Emaús (…) ha madurado en la conciencia de los discípulos la persuasión de la resurrección (…) Aquellos dos discípulos de Jesús, que al inicio del camino estaban 'tristes y abatidos' (…) y no escondían la desilusión experimentada al ver derrumbarse la esperanza puesta en Él como Mesías liberador ('Esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel') experimentan después una transformación total (…) y se dan cuenta de que Él, por tanto, ha resucitado” (Aud Gral 25-I-1989).

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