viernes, 5 de mayo de 2017

ANTE EL ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS

IX EMF en Dublín, agosto de 2018.


El papa Francisco ha enviado una carta al Prefecto del nuevo dicasterio vaticano para los Laicos, Familia y Vida, el cardenal Kevin Farrell, teniendo a la vista la preparación del Encuentro, del 21 al 26 de agosto  de 2018, que tiene por lema “El Evangelio de la Familia: alegría para el mundo”. De ella entresaco unas breves líneas.

Dice que “deseo, efectivamente, que las familias puedan profundizar en la reflexión y compartir los contenidos de la Exhortación Apostólica post-sinodal Amoris Laetitia”.

Nos podríamos preguntar: ¿El Evangelio sigue siendo alegría para el mundo? Y también: ¿La familia sigue siendo una buena noticia para el mundo de hoy? ¡Yo estoy seguro de que sí! Y este “sí” está firmemente fundado en el plan de Dios.

¡Cómo mejoraría la vida familiar si cada día se vivieran las tres sencillas palabras “permiso”, “gracias”, “lo siento”!

Sueño con una Iglesia en salida, no autorreferencial, una Iglesia que no pase lejos de las heridas del hombre, una Iglesia misericordiosa que anuncie el corazón de la revelación de Dios Amor que es la Misericordia.

La carta está firmada en el Vaticano, el 25 de marzo de 2017, fiesta de la Anunciación y Encarnación de Jesús.

Juan Pablo II nos dejó escrita la Ex. Ap. Familiaris consortio, de fecha 22-XI-1981, y en ella nos decía que “La Iglesia, consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad, quiere (…) ofrecer su ayuda a todo aquel que, busca la verdad y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar.


No raras veces al hombre y a la mujer de hoy día se les ofrecen perspectivas y propuestas seductoras, ofrecimiento sostenido con frecuencia por una potente y capilar organización de los medios de comunicación social que ponen sutilmente en peligro la libertad y la capacidad de juzgar con objetividad.

(...) Bajo las presiones sobre todo de los medios de comunicación social, los fieles no siempre saben mantenerse inmunes del oscurecerse de los valores fundamentales y colocarse como conciencia crítica de esta cultura familiar y como sujetos activos de la construcción de un auténtico humanismo familiar.

Está en conformidad con la tradición constante de la Iglesia el aceptar de las culturas de los pueblos, todo aquello que está en condiciones de expresar mejor las inagotables riquezas de Cristo (cf Ef 3, 8; Gaudium et spes, 44.; Ad gentes, 15 y 22).

El delicado respeto de Jesús hacia las mujeres son signos que confirman la estima especial del Señor Jesús hacia la mujer. Dirá el Apóstol Pablo: «Todos, pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 26-28). Una amplia y difundida tradición social y cultural ha querido reservar a la mujer solamente la tarea de esposa y madre, sin abrirla adecuadamente a las funciones públicas, reservadas en general al hombre.

Deseo invitar a todos los cristianos a colaborar, cordial y valientemente con todos los hombres de buena voluntad, que viven su responsabilidad al servicio de la familia". Todo esto lo decía el papa polaco Wojtyla.

Ya colgué un post en diciembre de 2009 sobre la familia, aunque sale citada en varios más y a su vez Benedicto XVI en la Encíclica Deus caritas est del 25-XII-2005, dice: "Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer" (DCE, 3). "Los griegos —sin duda análogamente a otras culturas— consideraban el eros ante todo como un arrebato, una «locura divina» que prevalece sobre la razón (…) En el campo de las religiones (…) el eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con la divinidad" (DCE, 4).

"El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un veneno (…) El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?" (DCE, 3).

"Hoy –sigue diciendo Benedicto XVI- se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro «sexo», se convierte en mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía… de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador" (DCE, 5).

"A menudo, en el debate filosófico y teológico, estas distinciones (de la concepción bíblica y la común experiencia humana del amor) se han radicalizado hasta el punto de contraponerse entre sí" (DCE, 7).

Para acabar estas líneas, volvemos al papa Francisco que expone en la Ex Ap postsinodal Amoris laetitia: “Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta” (AL, 304).

Y finalizando el documento escribe que “ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar (…) contemplar la plenitud que todavía no alcanzamos, nos permite relativizar el recorrido histórico que estamos haciendo (…) También nos impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad” (AL, 325).

Todo aquel que crea y defienda ese error de considerar (exigir) que la familia es algo celestial, acabado, perfecto, y no admite la evolución de toda criatura, de toda sociedad, hacia la perfección, tiene mal digerida la escatología. Ese o esa que piensa y cree que la plenitud que traerá el Resucitado al final de los tiempos, cuando vuelva por segunda y definitiva vez (la parusía), tarda mucho y como no tiene paciencia para esperar, la perfección la va a instaurar él o ella ya, ahora, aquí en la vida terrenal.

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