IX EMF en Dublín, agosto de 2018.
El papa Francisco ha enviado una carta al Prefecto del
nuevo dicasterio vaticano para los Laicos, Familia y Vida, el cardenal Kevin
Farrell, teniendo a la vista la preparación del Encuentro, del 21 al 26 de
agosto de 2018, que tiene por lema “El Evangelio
de la Familia: alegría para el mundo”. De ella entresaco unas breves
líneas.
Dice que “deseo, efectivamente, que las familias
puedan profundizar en la reflexión y compartir los contenidos de la Exhortación
Apostólica post-sinodal Amoris
Laetitia”.
Nos podríamos preguntar: ¿El Evangelio
sigue siendo alegría para el mundo? Y también: ¿La familia sigue siendo una
buena noticia para el mundo de hoy? ¡Yo estoy seguro de que sí! Y este “sí”
está firmemente fundado en el plan de Dios.
¡Cómo
mejoraría la vida familiar si cada día se vivieran las tres sencillas palabras
“permiso”, “gracias”, “lo siento”!
Sueño con
una Iglesia en salida, no autorreferencial, una Iglesia que no pase lejos de las
heridas del hombre, una Iglesia misericordiosa que anuncie el corazón de la
revelación de Dios Amor que es la Misericordia.
La carta
está firmada en el Vaticano, el 25 de marzo de 2017, fiesta de la Anunciación y
Encarnación de Jesús.
Juan Pablo II nos dejó
escrita la Ex. Ap. Familiaris consortio,
de fecha 22-XI-1981, y en ella nos decía que “La Iglesia, consciente de que el
matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la
humanidad, quiere (…) ofrecer su ayuda a todo aquel que, busca la verdad y a
todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio
proyecto familiar.
No raras veces al hombre y a la mujer de hoy día se les ofrecen perspectivas y propuestas seductoras, ofrecimiento sostenido con frecuencia por una potente y capilar organización de los medios de comunicación social que ponen sutilmente en peligro la libertad y la capacidad de juzgar con objetividad.
(...) Bajo las presiones sobre todo de los medios de comunicación social, los fieles no siempre saben mantenerse inmunes del oscurecerse de los valores fundamentales y colocarse como conciencia crítica de esta cultura familiar y como sujetos activos de la construcción de un auténtico humanismo familiar.
Está en conformidad con la tradición
constante de la Iglesia el aceptar de las culturas de los pueblos, todo aquello
que está en condiciones de expresar mejor las inagotables riquezas de Cristo (cf Ef 3, 8; Gaudium et
spes, 44.; Ad gentes, 15 y 22).
El delicado respeto de Jesús
hacia las mujeres son signos que confirman la estima especial del Señor Jesús
hacia la mujer. Dirá el Apóstol Pablo: «Todos, pues, sois hijos de Dios por
la fe en Cristo Jesús. No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay
varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 26-28). Una
amplia y difundida tradición social y cultural ha querido reservar a la mujer
solamente la tarea de esposa y madre, sin abrirla adecuadamente a las funciones
públicas, reservadas en general al hombre.
Deseo invitar a todos los
cristianos a colaborar, cordial y valientemente con todos los hombres de buena
voluntad, que viven su responsabilidad al servicio de la familia". Todo esto lo
decía el papa polaco Wojtyla.
Ya colgué un post en
diciembre de 2009 sobre la familia, aunque sale citada en varios más y a su vez Benedicto XVI en la Encíclica Deus caritas est del
25-XII-2005, dice: "Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor
entre hombre y mujer" (DCE, 3). "Los griegos —sin duda análogamente a otras
culturas— consideraban el eros ante todo como un arrebato, una «locura
divina» que prevalece sobre la razón (…) En el campo de las religiones (…) el
eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con la divinidad" (DCE, 4).
"El
cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un
veneno (…) El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy
difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso
en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición
precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador,
nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?" (DCE, 3).
"Hoy –sigue diciendo Benedicto
XVI- se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la
corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el
modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros,
degradado a puro «sexo», se convierte en mercancía, en simple «objeto» que se
puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía… de
este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material
de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador" (DCE, 5).
"A menudo, en el debate
filosófico y teológico, estas distinciones (de la concepción bíblica y la común
experiencia humana del amor) se han radicalizado hasta el punto de
contraponerse entre sí" (DCE, 7).
Para acabar estas líneas,
volvemos al papa Francisco que expone en la Ex Ap postsinodal Amoris laetitia: “Es mezquino detenerse sólo a
considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general,
porque eso no basta” (AL,
304).
Y
finalizando el documento escribe que “ninguna
familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre, sino
que requiere una progresiva maduración de su capacidad de amar (…) contemplar
la plenitud que todavía no alcanzamos, nos permite relativizar el recorrido
histórico que estamos haciendo (…) También nos impide juzgar con dureza a
quienes viven en condiciones de mucha fragilidad” (AL, 325).
Todo aquel que crea y
defienda ese error de considerar (exigir) que la familia es algo celestial,
acabado, perfecto, y no admite la evolución de toda criatura, de toda sociedad, hacia la perfección, tiene mal digerida la escatología. Ese o
esa que piensa y cree que la plenitud que traerá el Resucitado al final de los
tiempos, cuando vuelva por segunda y definitiva vez (la parusía), tarda mucho y
como no tiene paciencia para esperar, la perfección la va a instaurar él o ella ya, ahora, aquí en la vida terrenal.
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