Está en lo mismo que Juan
Pablo II.
Estos días Francisco tiene
a su “C9” tres días para un encuentro más con esos cardenales para diseñar la
acción eclesial y ayudarle en el gobierno de la barca de Pedro. Anuncia su viaje
a Egipto donde se encontrará también con líderes de religiones no cristianas. Sorprendió
a algún@s con la encíclica ecológica que escribió después de la primera,
dedicada a “la alegría del evangelio” y donde dice cosas que para algunos
suenan a novedad novedosa y por tanto sospechosas.
No
poc@s fruncieron el ceño sobre todo por el capítulo VIII del documento
postsinodal sobre la familia: “la alegría del amor”. Parece que hay un lobby
cardenalicio en el Vaticano que va torpedeando cada palabra o gesto de
Francisco; han iniciado una “guerra fría”…
Pero
releyendo una y otra vez la carta apostólica “Novo milenio ineunte” que Juan
Pablo II escribió a todos sus herman@s en Cristo al concluir el Gran Jubileo del año 2000, cuál no
será la “sorpresa” al comprobar que lo que está haciendo y diciendo el papa
Francisco no es nada nuevo, ni algo original suyo, sino que repite al papa
polaco en todo y fue quien, tras Pablo VI, tuvo la misión divina de llevar
adelante lo que el Espíritu había dicho a las iglesias en el Concilio convocado
por Juan XXIII, el papa bueno y ya canonizado.
Recojo
algunos párrafos literales de la carta apostólica NMI.
n. 2 Había pensado en este Año Santo del dos
mil (…) como una convocatoria providencial en la cual la Iglesia, treinta y cinco
años después del Concilio Ecuménico Vaticano II, habría sido invitada a
interrogarse sobre su renovación para asumir con nuevo ímpetu su misión
evangelizadora (…) escuchar lo que el Espíritu, a lo largo de este año tan
intenso, ha dicho a la Iglesia (cf. Ap 2, 7.11.17 etc.).
n. 3 Es necesario pensar en el futuro que nos
espera (…) hemos mirado hacia el nuevo milenio que se abre, viviendo el Jubileo
no sólo como memoria del pasado, sino como profecía del futuro (…) Es una tarea
a la cual deseo invitar a todas las Iglesias locales.
n. 28 La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado.
Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó
su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17).
Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó
impactado por él (…) Después de dos mil años de estos acontecimientos, la
Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy.
n. 29 Conscientes de esta presencia del
Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en
Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch
2,37).
(…)
Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas.
No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula
mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo
que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo
estoy con vosotros!
n. 36 Estamos entrando en un milenio que se
presenta caracterizado por un profundo entramado de culturas y religiones
incluso en Países de antigua cristianización. En muchas regiones los cristianos
son, o lo están siendo, un «pequeño rebaño» (Lc 12,32).
n. 42 Será necesario poner un decidido empeño (…)
en el ámbito de (…) la comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la esencia
misma del misterio de la Iglesia.
n. 43 Hacer de la Iglesia la casa y la escuela
de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio
que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a
las profundas esperanzas del mundo.
n. 44 El nuevo siglo debe comprometernos más que
nunca a valorar y desarrollar aquellos ámbitos e instrumentos que, según las
grandes directrices del Concilio Vaticano II, sirven para asegurar y garantizar
la comunión.
(…)
¿Cómo no pensar en (…) el ministerio petrino
(…) la colegialidad episcopal, designio mismo de Cristo sobre la Iglesia
(…) la reforma de la Curia romana, la organización de los Sínodos y el
funcionamiento de las Conferencias Episcopales.
n. 45 Hemos de hacer nuestra la antigua sabiduría,
la cual, sin perjuicio alguno del papel jerárquico de los Pastores, sabía
animarlos a escuchar atentamente a todo el Pueblo de Dios.
n. 51. ¿Podemos quedar al margen ante las
perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del
hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a
menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de
los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los
niños? (…) el espíritu cristiano no puede permanecer insensible.
(…) Para la eficacia del testimonio cristiano, especialmente
en estos campos delicados y controvertidos, es importante hacer un gran
esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la
Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes
una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en
la naturaleza misma del ser humano.
n. 52. Obviamente todo esto tiene que realizarse
con un estilo específicamente cristiano: deben ser sobre todo los laicos, en
virtud de su propia vocación, quienes se hagan presentes en estas tareas, sin
ceder nunca a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias
sociales. En particular, la relación con la sociedad civil tendrá que
configurarse de tal modo que respete la autonomía y las competencias de esta
última.
n. 55. En esta perspectiva se sitúa también el gran
desafío del diálogo interreligioso, en el cual estaremos todavía comprometidos
durante el nuevo siglo, en la línea indicada por el Concilio Vaticano II (…)
establecer una relación de apertura y diálogo con representantes de otras
religiones. El diálogo debe continuar. En la situación de un marcado pluralismo
cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo
milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz
y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de
sangre tantos períodos en la historia de la humanidad.
n. 57. ¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas,
en las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II! (…) la gran gracia de
la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha
ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que
comienza.
n. 58. Un
nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que
aventurarse, contando con la ayuda de Cristo (…) El mandato misionero nos
introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los
cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del
mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir
animados por la esperanza «que no
defrauda» (Rm 5,5).
n. 59. Que
Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer
como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre
vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros
hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos
visto al Señor!» (Jn 20,25).
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