miércoles, 26 de abril de 2017

¿EL PAPA FRANCISCO ES SOSPECHOSO?

Está en lo mismo que Juan Pablo II.


Estos días Francisco tiene a su “C9” tres días para un encuentro más con esos cardenales para diseñar la acción eclesial y ayudarle en el gobierno de la barca de Pedro. Anuncia su viaje a Egipto donde se encontrará también con líderes de religiones no cristianas. Sorprendió a algún@s con la encíclica ecológica que escribió después de la primera, dedicada a “la alegría del evangelio” y donde dice cosas que para algunos suenan a novedad novedosa y por tanto sospechosas.
No poc@s fruncieron el ceño sobre todo por el capítulo VIII del documento postsinodal sobre la familia: “la alegría del amor”. Parece que hay un lobby cardenalicio en el Vaticano que va torpedeando cada palabra o gesto de Francisco; han iniciado una “guerra fría”…

Pero releyendo una y otra vez la carta apostólica “Novo milenio ineunte” que Juan Pablo II escribió a todos sus herman@s en Cristo al concluir el Gran Jubileo del año 2000, cuál no será la “sorpresa” al comprobar que lo que está haciendo y diciendo el papa Francisco no es nada nuevo, ni algo original suyo, sino que repite al papa polaco en todo y fue quien, tras Pablo VI, tuvo la misión divina de llevar adelante lo que el Espíritu había dicho a las iglesias en el Concilio convocado por Juan XXIII, el papa bueno y ya canonizado.

Recojo algunos párrafos literales de la carta apostólica NMI.

n. 2  Había pensado en este Año Santo del dos mil (…) como una convocatoria providencial en la cual la Iglesia, treinta y cinco años después del Concilio Ecuménico Vaticano II, habría sido invitada a interrogarse sobre su renovación para asumir con nuevo ímpetu su misión evangelizadora (…) escuchar lo que el Espíritu, a lo largo de este año tan intenso, ha dicho a la Iglesia (cf. Ap 2, 7.11.17 etc.).

n. 3   Es necesario pensar en el futuro que nos espera (…) hemos mirado hacia el nuevo milenio que se abre, viviendo el Jubileo no sólo como memoria del pasado, sino como profecía del futuro (…) Es una tarea a la cual deseo invitar a todas las Iglesias locales.

n. 28    La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él (…) Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy.

n. 29    Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).
(…) Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

n.  36    Estamos entrando en un milenio que se presenta caracterizado por un profundo entramado de culturas y religiones incluso en Países de antigua cristianización. En muchas regiones los cristianos son, o lo están siendo, un «pequeño rebaño» (Lc 12,32).

n. 42    Será necesario poner un decidido empeño (…) en el ámbito de (…) la comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia.

n. 43     Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.

n. 44    El nuevo siglo debe comprometernos más que nunca a valorar y desarrollar aquellos ámbitos e instrumentos que, según las grandes directrices del Concilio Vaticano II, sirven para asegurar y garantizar la comunión.
(…) ¿Cómo no pensar en (…) el ministerio petrino  (…) la colegialidad episcopal, designio mismo de Cristo sobre la Iglesia (…) la reforma de la Curia romana, la organización de los Sínodos y el funcionamiento de las Conferencias Episcopales.

n. 45   Hemos de hacer nuestra la antigua sabiduría, la cual, sin perjuicio alguno del papel jerárquico de los Pastores, sabía animarlos a escuchar atentamente a todo el Pueblo de Dios.

n. 51.    ¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños? (…) el espíritu cristiano no puede permanecer insensible.
        (…) Para la eficacia del testimonio cristiano, especialmente en estos campos delicados y controvertidos, es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano.

n. 52.     Obviamente todo esto tiene que realizarse con un estilo específicamente cristiano: deben ser sobre todo los laicos, en virtud de su propia vocación, quienes se hagan presentes en estas tareas, sin ceder nunca a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias sociales. En particular, la relación con la sociedad civil tendrá que configurarse de tal modo que respete la autonomía y las competencias de esta última.

n. 55.    En esta perspectiva se sitúa también el gran desafío del diálogo interreligioso, en el cual estaremos todavía comprometidos durante el nuevo siglo, en la línea indicada por el Concilio Vaticano II (…) establecer una relación de apertura y diálogo con representantes de otras religiones. El diálogo debe continuar. En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad.

n. 57.    ¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, en las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II! (…) la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza.

n. 58.    Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo (…) El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no defrauda» (Rm 5,5).

n. 59.    Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25).

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