domingo, 23 de abril de 2017

¿JESÚS ES DIOS Y HOMBRE?

Su figura se presta a deshojar la margarita: ¿si?, ¿no?


El incrédulo Tomás se tiene que rendir ante la “evidencia” cuando a los ocho días de la resurrección, Jesús se vuelve a aparecer a los discípulos en el cenáculo y le invita a comprobar científicamente tal como había dicho a los otros: Si no meto mis dedos en sus llagas, si no… Ante la evidencia, exclama: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28). Pero Jesús nos está viendo a ti y a mí pues contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído (Jn 20, 29).

Intentar conocer al verdadero Jesús de Nazaret y creer en que a la vez es Dios y hombre no es fácil pues los textos de las escrituras no dan evidencia directa y, sin duda, algunos “contradicen” a otros.

Creer que Jesús es a la vez Dios y hombre verdaderos es precisamente un acto de fe y no es una conclusión científica. Hay algunas personas que erróneamente dicen que no creen porque no entienden, y la cosa es justamente al revés. En una catequesis de los miércoles, el papa hoy emérito Benedicto XVI (Aud Gral 090923) recordó que ya san Anselmo (+1109 con 76 años) decía: "no busco entender para creer, sino que creo para entender" pues la fe es racional, comprensible y no algo absurdo.

Cuando Marta salió a recibir a Jesús que llegaba a Betania después de que Lázaro hubiera muerto hacía cuatro días (Jn 11, 21-22) le habló como si no lo tenía por Dios, pero sí como un “enchufado” suyo por ser su hijo, por lo que está convencida de que todo lo que le pida se lo concederá. Y cuando Jesús le pide a Marta un acto de fe (Jn 11, 25-27), no dice explícitamente nada de su divinidad.

Juan desde el inicio de su evangelio ya afirma que el Verbo es Dios pero ya habían pasado cuatro décadas desde los testimonios de los primeros a lo que no se les puede exigir ni siquiera lo que hoy a un@ que ha recibido dos años de catequesis antes de la primera comunión.

Andrés a su hermano Simón le dice lo mismo que Felipe a su amigo Natanael, que “hemos encontrado al Mesías”, que es al que esperaba el pueblo israelita (Jn 1, 40-46) y así lo manifiestan al interrogar a Juan el bautista (Jn 1, 20.25). Del Mesías esperado por Israel desde hacía siglos nunca se había insinuado su divinidad.

Cuentan los Hechos de los apóstoles que el día de Pentecostés Pedro, puesto de pie en medio de los hermanos -el número de personas reunidas era de unas ciento veinte-, hizo la primera prédica o catequesis de un papa (Act 1, 15-22) pero no dejaba claro ni una cosa ni otra. Aunque eso es lógico pues ni él era doctor en Teología ni los oyentes eran aprendices de teólogos.

También en otra ocasión posterior volvió a predicar (Act 2, 22.24.32) y en sus palabras parece que a Jesús tampoco lo tiene por Dios pero acaba esta prédica afirmando que Jesús es Dios porque ha sido constituido Señor, o sea Dios (Act 2 ,36).

Cuando Pedro y Juan iban al Templo y curan al paralítico que les pide una limosna y se pone a andar, Pedro, ante el pueblo que estaba lleno de estupor y asombro, llama a Jesús Hijo de Dios, el Santo y el Justo. Esto da pie a querer ver que no afirma su divinidad. Saberse hijo de Dios, querer ser santo y ser llamado justo es algo normal en la multitud de hombres y mujeres sant@s habid@s y por haber.

En casa del centurión pagano Cornelio, donde Pedro lo bautiza con toda su familia hace una prédica en la que no manifiesta abiertamente la divinidad de Jesús pues dice que Dios lo ungió con el Espíritu Santo, pasó haciendo el bien porque Dios estaba con él y lo resucitó al tercer día y ha sido constituido por Dios juez de vivos y muertos.

En muchas ocasiones el mismo Jesús habla de su Padre cuya voluntad cumple, con quien es una sola cosa, pero puede interpretarse como que no da clases de Teología a doctores de Lovaina o de la Gregoriana.

Jesús tampoco afirma explícitamente su divinidad hablando con la samaritana, sentado junto al pozo de Jacob en Sicar (Jn 4, 10). Cuando esta mujer en la conversación le lleva al terreno espiritual o religioso, después del materialista y científico (si no tiene cubo para sacar agua), le dice: Créeme mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (…) llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad (…) Dios es espíritu (Jn 4, 21.24). Y como Jesús tiene cuerpo, puede entenderse que no es Dios aunque cuando le condenen, encontrarán la excusa en que los judíos del templo le llaman blasfemo porque se hace igual a Dios (Jn 10, 33).

Un testimonio extrabíblico de claridad meridiana sobre la fe en que Jesús es Dios y hombre verdadero, lo da san Anastasio de Antioquía, donde fue obispo (o sea patriarca) a finales del siglo VI y principios del VII (+609), sucediendo a Domnino III. Anastasio fue destituido de su sede por el emperador pero su amigo san Gregorio magno logró que el emperador siguiente lo rehabilitara. Llamado “el joven”, fue asesinado en la revuelta de los judíos sirios que el emperador Focas -el tercero que conoció- provocó pues quería convertirlos por la fuerza. Anastasio fue paseado por la ciudad con cadenas y arrojado al fuego.
En un sermón decía: Las sagradas Escrituras habían profetizado desde el principio la muerte de Cristo y todo lo que sufriría antes de su muerte; como también lo que había de suceder con su cuerpo, después de muerto; con ello predecían que este Dios, al que tales cosas acontecieron, era impasible e inmortal; y no podríamos tenerlo por Dios, si, al contemplar la realidad de su encarnación, no descubriésemos en ella el motivo justo y verdadero para profesar nuestra fe en ambos extremos (sermón 4,1-2: PG 89,1347-1349).

Anastasio cree en lo que se había definido 3 siglos antes en el Concilio de Nicea pues, desde el primer momento, la Iglesia tuvo que defender y aclarar esta verdad de fe frente a las herejías que la falseaban. Ya en el siglo I algunos cristianos de origen judío, los ebionitas, consideraron a Cristo como un simple hombre, aunque muy santo. En el siglo II los llamados adopcionistas sostenían que Jesús era hijo adoptivo de Dios; y también lo tenían sólo por un hombre en quien habita la fuerza de Dios. Esta herejía, fue condenada en el año 190 por el papa san Víctor, luego por el Concilio de Antioquía del 268, después por el Concilio I de Constantinopla y por el Sínodo Romano del 382. La herejía arriana, al negar también la divinidad del Verbo, negaba que Jesucristo fuera Dios. Arrio fue condenado por el Concilio I de Nicea, en el año 325.

También Juan Pablo II, en la Carta apostólica Nuevo Millenio Ineunte del 2001 (NMI), escribió que el Gran Jubileo del 2000 fue un momento intenso de contemplar a Cristo en su misterio divino y humano (NMI, 5).

Con anterioridad, para preparar ese Jubileo del 2000, escribió Tertio milenio adveniente (TMA) en donde también da por sentada la fe verdadera sobre Jesucristo. El Verbo en Belén asumió la condición de criatura (cf TMA, 3). Gracias a la venida de Dios a la tierra, el tiempo humano, iniciado en la creación, ha alcanzado su plenitud (TMA, 9).

“Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! (…) Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28)” (NMI, 21).

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