La misericordia, esencia
del Evangelio
Cada 2º domingo de Pascua
La misericordia así como la
ternura están muy presentes en las enseñanzas pastorales del papa Francisco pero
no es algo solo suyo, nunca visto u oído antes. Ya el papa polaco Wojtyla, hoy san Juan Pablo
II, había decretado celebrar la Divina Misericordia el segundo domingo de
Pascua, atendiendo la petición que el propio Jesús Resucitado hizo a través de
la monja polaca Faustina Kowalska, canonizada en 2000, quien tuvo la misión de
movilizar a los cristianos a la devoción a la Misericordia divina y hoy es un
“movimiento” en la Iglesia con más de un millón de personas en todo el mundo,
hombres y mujeres de muchas Congregaciones y Órdenes religiosas, entre sacerdotes,
fraternidades y asociaciones.
El 21-XI-2016 colgué un post
titulado “la misericordia siempre” con ocasión de la clausura del Año Jubilar
de la misericordia. El 30-III-2016 sobre “el domingo de la divina misericordia”
y cosas al respecto de Benedicto XVI. Y el 8-IV-2015 post titulado
“¿misericordia o justicia?” como la esencia del Evangelio y con motivo de
convocarse el Año Jubilar de la Misericordia decretado por Francisco.
Bienaventurados los
misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7) dijo Jesús. La Iglesia –dejó escrito Juan Pablo II en
su 2ª Encíclica dedicada a Dios Padre, “rico en misericordia” en 1980- vive una
vida auténtica cuando –como María- profesa y proclama la misericordia y cuando
acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia de las que es depositaria
y dispensadora sobre todo en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia
o reconciliación…
El amor misericordioso –seguía
diciendo Wojtyla- es indispensable entre aquellos que están más cercanos: entre
los esposos, entre padres e hijos, entre amigos; es también indispensable en la
educación, pero no acaba aquí su término. Pablo VI indicó en más de una ocasión
la “civilización del amor” como fin al que deben tender los esfuerzos. En tal
dirección nos conduce el Concilio cuando habla repetidas veces de la necesidad
de hacer el mundo más humano.
La Iglesia tiene el derecho y
el deber de recurrir a la misericordia “con poderosos clamores” cuando
el hombre contemporáneo no tiene la valentía de pronunciar siquiera la palabra
“misericordia”.
Por su parte
el papa Francisco, en la Bula con la que convocó el Año Jubilar de la
misericordia, nos recordaba que “Jesús de
Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la
misericordia de Dios". En la homilía del pasado 3 de abril dijo: "Ser apóstoles de misericordia significa tocar y acariciar las llagas de
Jesús, presentes también hoy en el cuerpo y en el alma de muchos hermanos y
hermanas suyos”.
“El
camino que el Señor resucitado nos indica –seguía diciendo en esa homilía- es de una sola vía, va en una única
dirección: salir de nosotros mismos, para dar testimonio de la fuerza sanadora
del amor que nos ha conquistado (…) quiere llegar a las heridas de cada uno,
para curarlas. Al curar estas
heridas, confesamos a Jesús, lo hacemos presente y vivo; permitimos a otros que
toquen su misericordia y que lo reconozcan como ‘Señor y Dios’ (cf. v. 28),
como hizo el apóstol Tomás”
Con ocasión del Año Jubilar
extraordinario de la misericordia, se editó un libro de José Antonio Martínez
Puche, OP, que recoge 100 textos, todo lo que ha dicho Bergoglio sobre la
misericordia. De entre ella, se pueden destacar:
Lo esencial del Evangelio es la misericordia,
que es la virtud más grande. El cristiano ha de ser necesariamente
misericordioso, porque éste es el centro del Evangelio.
La moral cristiana no es para caer en el pecado
jamás, sino levantarse siempre, gracias a la mano de Jesús que nos toma. La
misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la
cualidad de la omnipotencia de Dios.
Jesucristo es el rostro de la misericordia del
Padre. Lo que movía siempre a Jesús era la misericordia. Sólo quien ha sido
acariciado por la ternura de la misericordia conoce verdaderamente al Señor.
La misericordia es la viga maestra que sostiene
la vida de la Iglesia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia
para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el
camino de vuelta al Padre. Donde haya cristianos, cualquiera debería poder
encontrar un oasis de misericordia.
Al
concluir el Jubileo de la misericordia, Francisco escribió una Carta apostólica titulada
“misericordia et misera” (MM), fechada en
noviembre de 2016, y donde dice al empezar que ésas son dos palabras que usa
san Agustín al comentar el diálogo de Jesús con la mujer adúltera que le ponen
delante, para tentarle.
Nada
de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios –sigue
diciendo- queda sin el abrazo de su perdón. Por este motivo, ninguno de
nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto
de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e inmerecido. No podemos
correr el riesgo de oponernos a la plena libertad del amor con el cual Dios
entra en la vida de cada persona (MM, 2).
Concluido
este Jubileo, es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir
viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo la riqueza de la misericordia
divina (MM, 5).
Las
obras de misericordia corporales y espirituales –añade- constituyen hasta
nuestros días una prueba de la incidencia importante y positiva de la
misericordia como valor social.
Ella nos impulsa a ponernos manos a la obra para restituir la dignidad a
millones de personas que son nuestros hermanos y hermanas, llamados a construir
con nosotros una «ciudad fiable» (MM, 18).
El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse
inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que los planes
y proyectos no queden sólo en letra muerta. Que el Espíritu Santo nos ayude a
estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para
que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que
constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la
presencia del reino de Dios (MM, 19).
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