viernes, 7 de abril de 2017

DEL TEMPLO DE JERUSALÉN

NO QUEDA PIEDRA SOBRE PIEDRA.


Después de la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado con ramos, un día de esa última semana que Jesús pasa en carne mortal, después que salió del Templo, mientras se alejaba, se acercaron sus discípulos para llamar su atención sobre las construcciones del Templo. Pero él les dijo: ¿Veis todo esto? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra (Mt 24, 1-2). Lo mismo cuenta Marcos (13, 2) y Lucas (21, 6) aunque con anterioridad, como cuenta Juan, Jesús mismo dijo: Destruid este Templo y en tres días lo levantaré; él hablaba del Templo de su cuerpo. (Jn 2, 19. 21). Son dos cosas distintas con la misma palabra.

Ratzinger, en su libro Jesús de Nazaret, tomo II (pp 15 - 20), que escribe como teólogo y no como papa (Benedicto XVI), explica el significado que para él tiene la destrucción del templo de Jerusalén, tal como profetizó Jesús. Es un acontecimiento –uno de los signos de los tiempos- que algo nos quiere decir. De ese libro entresaco estas líneas.

Eusebio de Cesarea (†ca 339) y —con valoraciones diferentes— Epifanio de Salamina (†403), nos dicen que, ya antes de comenzar el asedio de Jerusalén, los cristianos se habían refugiado en la región al este del Jordán, en Pella. De hecho, leemos en el discurso escatológico de Jesús una invitación a la fuga: «Cuando veáis la abominación de la desolación... entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes» (Mc 13,14 y Lc 21, 20-21). La fuga de los judeocristianos demuestra el «no» de los cristianos a la interpretación zelote del mensaje bíblico y de la figura de Jesús: su esperanza es de naturaleza diferente.

Vespasiano, al ser proclamado emperador el 1 de julio de 69, confió el encargo que le había dado Nerón de conquistar Jerusalén a su hijo Tito. Según Flavio Josefo, Tito debió de llegar ante la Ciudad Santa presumiblemente justo en el periodo de las festividades de la Pascua, el 14 del mes de Nisán, por tanto en el 40 aniversario de la crucifixión de Jesús. Miles de peregrinos afluían a Jerusalén.

Juan de Giscala, uno de los jefes de la insurrección, en lucha entre ellos, consiguió hacer entrar a escondidas en el templo a combatientes armados, disfrazados de peregrinos, que iniciaron allí una matanza de los seguidores de su rival Eleazar ben Simón (Mittelstaedt, p. 72). Esto, sin embargo, no era más que una primera demostración de las crueldades inimaginables que se desencadenarían después con creciente brutalidad, y en la que el fanatismo de los unos y la furia creciente de los otros se azuzaban mutuamente. Según Flavio Josefo, el número de muertos llegó a 1.100.000 (De bello Jud., VI, 420). Orosio (Hist.adv. pag., VII, 9, 7) y, de modo similar, Tácito (Hist.,V, 13) hablan de 600.000 muertos. Mittelstaedt opina que estas cifras son exageradas, y que siendo realistas se debería suponer un número aproximado de 80.000 muertos (p. 83).

La destrucción del templo en el año 70 fue definitiva y los intentos de una reconstrucción bajo los emperadores Adriano, durante la insurrección de Bar-Kokebá (132-135 dC), y Juliano (361) fracasaron.

Ratzinger dice que el judaísmo de los saduceos, que estaba totalmente vinculado al templo, no sobrevivió a esa catástrofe, y tampoco perduró Qumrán, que en realidad se oponía al templo herodiano, pero que esperaba un templo nuevo. En el judaísmo hoy día el culto en el templo ya no existe. Después del año 70, la fe de Israel ha asumido una forma nueva.

Gregorio Nacianceno († ca 390) habla de la paciencia de Dios, que no impone al hombre nada incomprensible: Dios actúa como un buen pedagogo o un médico. Abroga lentamente ciertas costumbres, tolera otras y así lleva al hombre a hacer progresos. En un primer momento suprimió los ídolos, pero toleraba los sacrificios. Luego puso fin a los sacrificios, pero no prohibió la circuncisión. Eran etapas en el recorrido hacia un culto más verdadero, eran cosas provisionales, que durante el camino debían superarse y que Cristo ha superado.

Pero ahora se plantea decididamente la cuestión: ¿Cómo ha visto Jesús mismo todo esto? Y ¿cómo ha sido entendido Él por los cristianos? Él mismo anunció el fin del templo y los falsos testigos en el proceso a Jesús (cf. Mt 26, 61; 27, 40; Mc 14, 58; 15, 29; Hch 6, 14) confirmaron sus palabras.

Jesús había amado el templo como propiedad del Padre (cf. Lc 2,49) y se había complacido en enseñar en él. Lo había defendido como casa de oración pero sabía que la época de este templo estaba acabada y que llegaría algo nuevo que estaba relacionado con su muerte y resurrección.

La Iglesia naciente tenía que reunir y leer estos fragmentos misteriosos de las palabras de Jesús sobre el templo y sobre la cruz y la resurrección para reconocer todo el conjunto de lo que quiso expresar. Era una tarea nada fácil, pero fue afrontada a partir de Pentecostés. La comunidad primitiva, nos dicen los Hechos de los Apóstoles, «a diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón» (Hch 2,46).

La gran lucha de san Pablo en la edificación de la Iglesia de los gentiles, del cristianismo «libre de la Ley», no se refiere al templo. Las discusiones con los distintos grupos judeocristianos giraba en torno a las «costumbres» de fondo, en las que se expresaba la identidad judía: la circuncisión, el sábado, las prescripciones alimentarias y las normas de pureza.

Entre ellos se desencadenó una lucha dramática por esas «costumbres» que al final llevó al arresto de Pablo en Jerusalén, y extraña no encontrar por ningún lado huellas de un conflicto sobre el templo y sobre la necesidad de sus sacrificios; y esto a pesar de que «incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe» (Hch 6,7).

¿No será una infidelidad monumental –digo yo- el modo de llevar la vida colectiva por la Iglesia, y ese empeño por llamar la atención, hacerse notar también construyendo edificios super llamativos, exigiendo que la sociedad (pluricultural, no monolítica, gracias a Dios) ponga el dinero para sus construcciones o sus reparaciones? Muchos templos se están arruinando en techumbres, campanarios, cúpulas…

Del templo de Jerusalén no queda piedra sobre piedra. ¿no estará resonando otra vez la voz de Dios que repite lo que dijo a Francisco de Asís: “repara mi Iglesia”, sabiendo que no se trata de la materialidad de templos o edificios, de piedras y maderos, sino de la Iglesia en cuanto pueblo de Dios, en cuanto comunidad de discípulos que se esfuerzan por ser cada día más fieles al Evangelio.

Ya Jesús nos había dicho a través de la samaritana, con la que dialoga junto al pozo de Sicar (cf Jn 4, 4-27), que ha llegado la hora de que ni en el templo de los judíos en Jerusalén ni en el monte de los samaritanos se dará culto. “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23).

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