NO QUEDA PIEDRA SOBRE PIEDRA.

Ratzinger, en su libro Jesús
de Nazaret, tomo II (pp 15 - 20), que escribe como teólogo y no como papa (Benedicto
XVI), explica el significado que para él tiene la destrucción del templo de
Jerusalén, tal como profetizó Jesús. Es un acontecimiento –uno de los signos de
los tiempos- que algo nos quiere decir. De ese libro entresaco estas líneas.
Eusebio de Cesarea (†ca 339) y —con valoraciones
diferentes— Epifanio de Salamina (†403), nos dicen que, ya antes de comenzar el
asedio de Jerusalén, los cristianos se habían refugiado en la región al este
del Jordán, en Pella. De hecho, leemos en el discurso escatológico de Jesús una
invitación a la fuga: «Cuando veáis la abominación de la desolación...
entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes» (Mc 13,14 y Lc
21, 20-21). La fuga de los judeocristianos demuestra el «no» de los cristianos
a la interpretación zelote del mensaje bíblico y de la figura de Jesús: su
esperanza es de naturaleza diferente.
Vespasiano, al ser proclamado emperador el 1 de julio
de 69, confió el encargo que le había dado Nerón de conquistar Jerusalén a su
hijo Tito. Según Flavio Josefo, Tito debió de llegar ante la Ciudad Santa
presumiblemente justo en el periodo de las festividades de la Pascua, el 14 del
mes de Nisán, por tanto en el 40 aniversario de la crucifixión de Jesús. Miles
de peregrinos afluían a Jerusalén.

La destrucción del templo en el año 70 fue definitiva
y los intentos de una reconstrucción bajo los emperadores Adriano, durante la
insurrección de Bar-Kokebá (132-135 dC), y Juliano (361) fracasaron.

Gregorio Nacianceno († ca 390) habla de la paciencia
de Dios, que no impone al hombre nada incomprensible: Dios actúa como un buen pedagogo
o un médico. Abroga lentamente ciertas costumbres, tolera otras y así lleva al hombre
a hacer progresos. En un primer momento suprimió los ídolos, pero toleraba los
sacrificios. Luego puso fin a los sacrificios, pero no prohibió la
circuncisión. Eran etapas en el recorrido hacia un culto más verdadero, eran cosas
provisionales, que durante el camino debían superarse y que Cristo ha superado.
Pero ahora se plantea
decididamente la cuestión: ¿Cómo ha visto Jesús mismo todo esto? Y ¿cómo ha
sido entendido Él por los cristianos? Él mismo anunció el fin del templo y los
falsos testigos en el proceso a Jesús (cf. Mt 26, 61; 27, 40; Mc 14, 58; 15, 29;
Hch 6, 14) confirmaron sus palabras.
Jesús había amado el templo como propiedad del Padre
(cf. Lc 2,49) y se había complacido en enseñar en él. Lo había defendido como
casa de oración pero sabía que la época de este templo estaba acabada y que
llegaría algo nuevo que estaba relacionado con su muerte y resurrección.
La Iglesia naciente tenía que reunir y leer estos
fragmentos misteriosos de las palabras de Jesús sobre el templo y sobre la cruz
y la resurrección para reconocer todo el conjunto de lo que quiso expresar. Era
una tarea nada fácil, pero fue afrontada a partir de Pentecostés. La comunidad
primitiva, nos dicen los Hechos de los Apóstoles, «a diario acudían al templo
todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos
alabando a Dios con alegría y de todo corazón» (Hch 2,46).
La gran lucha de san Pablo en la edificación de la
Iglesia de los gentiles, del cristianismo «libre de la Ley», no se refiere al
templo. Las discusiones con los distintos grupos judeocristianos giraba en
torno a las «costumbres» de fondo, en las que se expresaba la identidad judía:
la circuncisión, el sábado, las prescripciones alimentarias y las normas de pureza.

¿No será una infidelidad monumental –digo yo- el modo
de llevar la vida colectiva por la Iglesia, y ese empeño por llamar la
atención, hacerse notar también construyendo edificios super llamativos,
exigiendo que la sociedad (pluricultural, no monolítica, gracias a Dios) ponga
el dinero para sus construcciones o sus reparaciones? Muchos templos se están
arruinando en techumbres, campanarios, cúpulas…


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