miércoles, 8 de marzo de 2017

¿ PLURALISMO ?, ¡ IMPRESCINDIBLE !

Unidad ¡sí! Uniformidad, ¡no!



El papa Francisco a los jóvenes de la universidad italiana ‘Roma Tre’, durante la visita que realizó en su sede central de Roma (17 de febrero de 2017), una vez más, expuso la idea de que “La verdadera unidad no es uniformidad, no es aniquilar las diferencias; el símbolo de la globalización no tiene que ser una esfera sino un poliedro, porque una verdadera globalización tiene que respetar las culturas, razas e identidades”. Es el 2º papa que visita esta universidad romana después de la de Juan Pablo II en 2002 con motivo del décimo aniversario de su inauguración, siendo la tercera universidad pública en Roma.

Es un error –les seguía diciendo Francisco- pensar en la globalización como si fuera una pelota, una esfera, donde cada punto está a igual distancia del centro”. Si así fuera, “esta uniformidad es la destrucción de la unidad, porque quita la capacidad de ser diferente”. En cambio “en una globalización poliédrica, hay unidad, pero cada persona, cada raza, cada cultura siempre conserva su identidad de origen”. Indicó que esto vale también para los centros de estudio: “La unidad de una universidad va por este camino.

En la exhortación postsinodal sobre los laicos de 1988, ya decía Juan Pablo II “Quizá como nunca en su historia, la humanidad es cotidiana y profundamente atacada y desquiciada por la conflictividad, fenómeno pluriforme, que se distingue del legítimo pluralismo (…) asume formas de violencia, de terrorismo, de guerra” (Christefideles laici, 6).

La verdad verdadera, como la gravedad, está siempre, en todos lados y a todas horas. No hay excepción alguna para la gravedad y así ocurre con todo lo demás de la vida humana, tanto en lo material visible como en lo espiritual invisible.

Juan Pablo II también en una catequesis de los miércoles (Audiencia general 5-XII-90) manifestó: “Digamos enseguida que, según los textos del evangelio y de san Pablo, se trata de la unidad en la multiplicidad. Lo expresa claramente el Apóstol en la primera carta a los Corintios: «Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo» (1Co 12, 12)”.

Y además, al empezar el tercer milenio, ese papa polaco recordaba otra vez que “En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo (inter religioso) es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro futuro de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad” (NMI, 54-55).

Refiriéndose a los santos Cirilo y Metodio (Enc. Slovarum apostoli, 1985), que el papa Wojtyla los tenía como ejemplos de unidad y diversidad, dejó escrito: “Los jerarcas eslavos, los nobles y reyes se oponían y dudaban de su ortodoxia. Hasta en Venecia, apegados a un concepto más bien angosto, eran contarios a esta visión. El cristianismo occidental es uniformidad, sentimiento de fuerza y compactibilidad. Resulta admirable que no impusieran a los pueblos eslavos ni siquiera la indiscutible superioridad de la lengua griega y de la cultura bizantina, o los usos y comportamientos de la sociedad más avanzada”. Tenía claro que llevar el Evangelio a los hombres, en este caso a los eslavos, no es llevarles la lengua romana, la liturgia romana, la cultura europea, gastronomía propia, etc. Una cosa es que los occidentales trajésemos naranjas de la China y otra que invadan ellos para imponernos sus cosas.

En la encíclica “Fe y razón” de 1998 dijo: “La Filosofía moderna tiene el gran mérito de haber concentrado su atención en el hombre pero parece haber olvidado una verdad que lo trasciende... ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo donde la legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas”.

En una ocasión, el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, comentó su Informe anual, esta vez ecuménico, ante Benedicto XVI y los cardenales de la Iglesia reunidos el 23 de noviembre de 2007 en vísperas del consistorio para la creación de nuevos purpurados. Entre otras muchas cosas interesantes, dijo que “el tema del pluralismo me lleva a la tercera oleada de la historia del cristianismo, es decir, la difusión de los grupos carismáticos y pentecostales, los cuales, con cerca de cuatrocientos millones de fieles en todo el mundo, ocupan el segundo lugar entre las comunidades cristianas, desde el punto de vista numérico, y experimentan un crecimiento exponencial”.

San Josemaría decía que “Los cristianos -conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y de llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo-, han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, su cristianismo (…) será un disfraz, un engaño (…) el pluralismo es querido y amado, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado (…) la diversidad de opiniones y de actuaciones en lo temporal y en lo teológico opinable, no es ningún problema: la diversidad que existe y existirá siempre (…) es, por el contrario, una manifestación de vida limpia, de respeto a la opción legítima de cada uno”.

Al profesor Illanes, miembro entre otras cosas de Comisión Teológica Internacional durante varias décadas, le he leído: “El cristiano sabe que la fe no le permite disponer de soluciones prefabricadas (cf GS 43), sino que debe buscarlas con todo su esfuerzo … atendiendo a las opiniones de los otros hombres, para llegar así a un juicio personal que no puede imponerse en nombre del cristianismo y por tanto connota pluralismo y respeto a los otros juicios quizá antitéticos”.

Tener todos los hombres un mismo Dios y Padre, y todos los cristianos una misma fe y un mismo bautismo, no excluye una pluralidad de “religiones”. El mensaje de Cristo es universal, para todos, y no es uniformista. Su mensaje es el Evangelio y no una religión concreta, o una Iglesia, entendida como la estructura humana de la comunidad de creyentes. Quizá por eso el Concilio Vaticano II (GS, 57) calificó a Cristo como plenitudo vitae religiosae y muy acertadamente no lo calificó de plenitud del cristianismo.

Por eso es imprescindible evitar el reduccionismo que identifica la Iglesia Católica con la Romana o lo vaticano y por eso la Declaración Dominus Iesus de la CDF del año 2000, cuando era presidida por el cardenal Ratzinger, habla de “iglesias hermanas” y no de “iglesias hijas”. Una vez realizada -con la gracia de Dios- la tan deseada unidad de los cristianos, la “conversión”, por ejemplo de los ortodoxos o de los anglicanos o los luteranos, o la de los paganos, no les supone dejar de ser tales. La unidad de la Iglesia no se vive por la uniformidad ritual y cultual; la actitud uniformista agosta la belleza de las obras de Dios manifestada en el esplendor de la variedad y la multiplicidad.

¿Será el cielo uniformista? ¿No hay muchas moradas? ¿Serán compartimentos estancos, con muros que separen los marcados con el “carácter” bautismal y los no marcados? ¿La sociedad celestial será una sociedad de castas incomunicables al estilo hinduista? Creo que tiene más razón que un santo san Pablo que escribió que no hay distinción entre judíos y gentiles, entre varones y mujeres, entre ricos y pobres (de inteligencia o de corazón; el bolsillo creo que no se tiene en cuenta). La pluralidad de los salvados está revelada por Cristo antes de su Ascensión.

Es evidente que, como se va repitiendo de vez en cuando, aquí y allí, no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época. Por eso la respuesta cristiana de hoy no es sólo realizar unos retoques o una acomodación circunstancial. Es una renovación de los esquemas mentales y culturales dominantes para facilitar un cambio cultural que reconozca y asuma los valores del presente, olvidados en el pasado.

No se trata de volver a la metodología del atrincheramiento para, encerrados en los templos y alejados del mundo en los desiertos, los creyentes no se contaminen del mundanal mundo mundial. El mismo Vaticano es una fortaleza o castillo medieval; todo el perímetro es un muro. Lo que se necesita hoy no es restaurar nada de antaño y menos aún  la metodología (tan dañina) de la condenación y de los anatemas para quien no piense de la misma manera. Iglesia en salida, olor a oveja, pide el papa Francisco.

Del dicho al hecho, ¡que no haya un trecho!

No hay comentarios:

Publicar un comentario