viernes, 24 de marzo de 2017

LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

El Verbo se hizo carne

Cada 25 de marzo, nueve meses antes de Navidad, se conmemora este acontecimiento trascendental en la historia. María de Nazaret, con 13 ó 15 años según la tradición, recién desposada con José el carpintero, aunque solo estaban “prometidos” y la boda se celebraba al cabo de un año y no vivían todavía juntos, recibe la visita del arcángel Gabriel. Turbada, pero llena de humildad, acepta la misión que Dios le tiene confiada de ser, si quiere, la Madre de Dios, la madre del Mesías prometido para la redención universal de toda la humanidad, respetando su virginidad. Con su “sí”, “hágase en mí según tu palabra”, en sus entrañas purísimas el Verbo se hizo carne por obra del Espíritu Santo.

Se ha hecho carne, o sea que le interesa lo humano que es tanto lo espiritual como lo material.

En una homilía de san Josemaría leo: El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que, encarnándose, muera por nosotros y nos redima (…) comprender que el Creador se ha desbordado en cariño por sus criaturas. La Trinidad se ha enamorado del hombre, elevado al orden de la gracia y hecho a su imagen y semejanza (Gen 1, 26).

El hacerse Dios hombre (de verdad), es por amor a todos de cualquier raza, cualquier color de la piel, cualquier civilización o religión. A Dios le interesa todo lo cristiano y lo no cristiano, todo lo humano que quedó estropeado con el llamado pecado original y con los pecados personales que pueden irse cometiendo lo largo de la vida.

Este interés universal de Dios es para redimir, para arreglar el estropicio. Lo bueno se perfecciona, lo enfermo se cura, lo malo se mejora. La enseñanza divina dada a la humanidad por Jesús de Nazaret, el Verbo hecho carne, no es para destruir nada, aunque esa manía está muy arraigada en el interior de cualquier humano, sobre todo si se las da de super creyente, de fidelísimo a su religión.

Una confirmación histórica y real nos la da la carta que el papa Gregorio I (+604) escribió al monje Agustín, hecho obispo de Canterbury, su amigo benedictino que siendo abad en el monasterio de Roma, lo envió con otros cuantos monjes a evangelizar a los británicos (aunque entonces no se les llamaba así). Le recordaba el Evangelio, que la tarea evangelizadora intenta transformar y mejorar pero no destruir: "que se derribe el menor número posible de templos paganos... que se pongan reliquias en ellos para que se cambie simplemente su objetivo... Que no se cambien en nada sus costumbres de los días de fiesta... que en ellos se levanten ramas alrededor de la iglesia, como hacían alrededor de los templos paganos, y que celebren la fiesta con banquetes religiosos...".

Bendicto XVI escribió (8-III-2007) a un Congreso Internacional en honor del misionero jesuita P. Ricci, promovido por la Universidad de Macerata y por la Academia China de las Ciencias Sociales. Se le propone como modelo ejemplar de evangelizador ya que supo cultivar con los chinos la amistad e intercambio cultural y científico. Llevar el Evangelio a estos mundos de Dios hay que hacerlo como lo haría el propio Jesús, lo cual no hay que elucubrar o imaginar sino que está claro leyendo los evangelios.

El P. Ricci escribía desde China, a comienzos del XVII, que "los libros canónicos del confucionismo no quedan por debajo de ninguno de nuestros filósofos naturales", hasta tal punto que "podemos esperar que muchos de estos antiguos se han salvado observando la ley natural, con la ayuda que Dios en su bondad les ha dado".

Qué distinta su mentalidad con la de Javier aunque fue evolucionando (mejorando) pues sus muchas cartas a Ignacio que le escribió desde Japón y China ya tenían otro tono distinto a las de la India. De China escribe admirado que "es tierra de más justicia que ninguna de toda la cristiandad".

Benedicto XV, en 1919, en la Encíclica Maximum illud, hace un reconocimiento dolorido y muy serio de que la forma de evangelización no respetuosa y uniformista acaba convirtiendo la evangelización en una imposición de cosas poco evangélicas. Tras un gran elogio a de Las Casas, llamado "honra y prez (consideración, fama) de la orden dominicana", ese Papa no teme decir que "es preciso reconocer que hay algo de falso y defectuoso en la educación dada hasta hoy al clero de las misiones".

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; es el redentor universal, para todos. Cristianizar un pueblo americano, africano o asiático no significa hacerlo europeo. ¿Todavía exigimos que los paganos se circunciden si quieren ser cristianos?

Este criterio también es una lección para un cónyuge cristiano casado con un/a pagano(a). o para unos padres con hijos que no creen y no practican; o para con yernos o nueras paganos; para ciudadanos cristianos con gobernantes paganos, para gobernantes muy cristianos con sus ciudadanos ateos e increyentes en su fe, etc.

El papa emérito Benedicto XVI, un 4 de mayo de 2009, citando a Juliana de Norwich y sus Revelaciones, afirmaba que el relato de la Anunciación ilustra la extraordinaria cortesía de Dios. Él no impone su voluntad, no predetermina sencillamente el papel que María desempeñará en su plan para nuestra salvación: Él busca primero su consentimiento. Obviamente, en la creación original Dios no podía pedir el consentimiento de sus criaturas, pero en esta nueva creación lo pide. María representa a toda la humanidad. Ella habla por todos nosotros cuando responde a la invitación del ángel.

Puede decirse sin miedo que cada 25 de marzo es la “fiesta de la libertad”. Dios pregunta a una chica de Nazaret, por medio del Ángel, si quiere ser la Madre del Redentor y espera obtener su permiso. El poder y la grandeza de Dios no la coaccionan, ni tampoco la manipulan.

Evidentemente que María podía haberse negado en uso de su libertad. Hemos de meditar –decía el papa Ratzinger- sobre la relación de Dios con el hombre que está basada en libertad. Y que esa libertad –asunto difícil de entender—forma parte de la esencia de Dios –como el amor—y que se lo ofrece a los hombres, como don principal; es una semilla de nuestra divinidad. No todos lo entienden y algunos no quieren entender.

El Dios que nos ha creado libres se fía de tal modo de nuestra libertad que consulta con nosotros, nos pide permiso para llevar adelante su plan. Un día le dijo a Teresa de Jesús: “Teresa, yo quise pero los hombres no han querido”. Dios no nos invade con su fuerza todopoderosa y terrible. Dios se acerca sin hacer ruido, llama a la puerta y hace depender todo de la respuesta y colaboración nuestra.

El Dios que nos ha creado libres respeta de tal modo nuestra libertad, que no quiere salvarnos sin nuestro consentimiento. San Pablo dirá que "para ser libres, Cristo nos liberó".

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