lunes, 6 de febrero de 2017

¿QUE NO SUENEN LAS CAMPANAS?

Los signos religiosos en calles y ayuntamientos



Este tema es un punto caliente también en el llamado occidente cristiano pues la cosa tiene su miga. Cada dos por tres claman los que quieren limpiar el ambiente público de signos religiosos cristianos y saltan los católicos que –sin razón alguna- claman por seguir dejando las cosas como están desde hace unos cuantos, bastantes, demasiados, siglos.

Hace unos días en Valencia se ha montado una buena ya que el Ayuntamiento quiere silenciar algunas campanas de iglesias del centro histórico por contaminación acústica. Como gobiernan los de la izquierda, “algunos” ponen el grito en el cielo pero cuando Rita Barberá silenció el Miguelete desde las 10 de la noche hasta las 8 de la mañana, “nadie” dijo nada pues se la tiene por catolicísima, de derechas: más a su derecha la pared.

El argumento que creen contundente para no cambar nada y que las campanas sigan sonando como siempre es bastante visceral pero nada racional. El “miquelet” valenciano viene sonando desde el siglo XIV pero la antigüedad no es razón de nada. Hay cosas o actividades muy antiguas, quizá desde el principio de la humanidad y que no por eso son para un “diez”.

Las campanas venían sonando para dar las horas a los ciudadanos cuando no existían los relojes. Sonaban para llamar a Misa en un barrio o pueblo que por decreto ley se tenía por católico. Sonaban para anunciar un fallecimiento, para dar el precio del pescado del día recién regresados los barcos pesqueros… ahora defienden que sigan sonando y no saben para qué suenan ni por qué. A los que se dirigen los campanazos no los oyen y los oyen aquellos ajenos a esa cultura religiosa, se extrañan y lógicamente les puede molestar. La calle es de todos o no.

En noviembre de 2009, hace “solo” 8 años, colgué un post titulado “¿Quitar los crucifijos de las aulas?” y otro sobre la sana laicidad, que es básico entenderla en su verdad para “resolver” el conflicto y vivir en paz.

Luego en ese diciembre un tercero sobre el laicismo que es la sana laicidad enferma y que, en su actitud fundamentalista es agresor. Un Estado laico o laical (no laicista) debe velar por los “derechos” o privilegios de cualquier persona o grupo también en el ámbito religioso. La triste realidad de un Estado confesional es que no respeta al otro.

En mayo de 2010, el entonces papa Benedicto XVI, en su viaje pastoral (aunque no exento de tics políticos) a Portugal recordaba una vez más la teoría: la laicidad constituye al mismo tiempo un desafío y una posibilidad: de hecho, aunque con frecuencia haya prevalecido la lógica del enfrentamiento, nunca han faltado personas que han tratado de construir puentes. Pero del dicho al hecho hay un trecho.

El laicismo tiene derecho a presentarse como un proyecto universal, como lo vienen ejerciendo el cristianismo y el islamismo, aunque está basado en el indiferentismo oficial ante lo religioso y en prescindir de ello. Esa misma actitud que los laicistas usan para la purgación social se viene dando también en el ámbito educativo y en el sanitario aunque, poco a poco, van apareciendo voces de equipos científicos honrados y sin prejuicios que reconocen que no es verdad lo que dicen y que no es mentira lo que se hacía antes. Hoy en el mundo de la sanidad se pide la atención espiritual de los enfermos pues la experiencia les demuestra que es tan necesaria como la medicación. 

Los signos externos que se ven en cualquier cultura o civilización, suelen ser unos buenos y otros no tanto, cuando son causa de separación, se ponen para señalar claramente las diferencias, levantar muros, encender pasiones, fomentar cruzadas (ir contra), promocionar las “guerras santas”.

Los gobernantes de países confesionales del Islam imponen sus signos sagrados, algunos aberrantes para los occidentales. Los islamistas emigrantes quieren imponer sus modos confesionales en vez de integrarse -como les piden los cristianos occidentales- y que pierdan su identidad. Aparece ahora que el gobierno austriaco piensa prohibir el velo integral (el niqab y el burka) en determinados espacios públicos pues repugna tal actitud islámica con el saber vivir en una sociedad abierta, pluralista donde se respetan unos a otros. Es un matiz muy interesante y dejaría claro que no es un absoluto, una prohibición para todos los velos ni que en absoluto haya que permitir todos los modelitos. Es el mismo planteamiento que con las normas de "circulación ciudadana" que no permiten el nudismo por las calles.

Sólo los radicales marcan socialmente su convicción; tanto los fanáticos cristianos como del islam, budistas, hinduistas o ateos. El signo por el que los cristianos se han de distinguir es el del amor fraterno. Y Cristo no se equivocó cuando nos lo enseñó.

Benedicto XVI pidió por escrito: “Es necesario que en la autocrítica de la edad moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno, que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus propias raíces” (Spe salvi, 22).

En febrero de 2010 colgué un post (uno más) sobre la secularización que es el proceso histórico de liquidación de las estructuras medievales para superar la dependencia de la autoridad eclesiástica. Se montaba un mundo divino despreciando al hombre y ahora, con la ley del péndulo, se pasan al otro extremo: montar un mundo humano sin Dios. Donde las dan, las toman. Si lo tuvieran claro unos y otros, ésto sería el paraíso.

La secularización, dijo el P. Cantalamessa en una meditación de un Adviento, ante el papa hoy emérito y la Curia vaticana, es un fenómeno complejo y ambivalente. Puede indicar la autonomía de las realidades terrenas y la separación entre reino de Dios y reino del César y, en este sentido, no sólo no está contra el Evangelio sino que encuentra en él una de sus raíces profundas; puede, sin embargo, indicar también todo un conjunto de actitudes contrarias a la religión y a la fe, para el que se prefiere utilizar el término de secularismo. El secularismo es a la secularización lo que el cientificismo a la cientificidad y el racionalismo a la racionalidad.

Hoy día se sigue confundiendo, incluso por quienes deberían ser luz del mundo, este concepto verdadero, bueno y bello de la secularización con el nefasto e inhumano secularismo.

Los inmovilistas o tradicionalistas, al enfrentarse con los racionalistas, siguen cometiendo el error, de negar la analogía entre la verdad y la humildad, y –tozudos ellos- siguen creyendo en la univocidad o identidad de ambas realidades, divinizando con ello toda autoridad y desconociendo la limitación que acompaña a toda construcción cultural humana. Ya hace siglos y hoy también siguen incurriendo en la idealización indebida medieval y en el inmovilismo histórico. Aquí no cambia nada, dicen. Todo lo que venimos haciendo es correcto; no faltaría más. Soberbia en grado sumo.  Los rígidos tienen "miedo" de la libertad que Dios nos da, tienen "miedo del amor", decía esta mañana el papa Francisco en la homilía diaria en santa Marta.

1 comentario:

  1. Desde que vaig tindre la sort de coneixer-lo i tindrel com a Director de la meua ánima ....ha segut voste un puntal impòrtant en la meua formacio i en la meua llibertat....

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