viernes, 30 de diciembre de 2016

JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

Cada 1 de enero



Coincidiendo con que se inauguran los años civiles con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, la Iglesia celebra también, a la vez, la Jornada mundial de la paz. Parece que se estorban ambos recuerdos pero María es la madre del Príncipe de la paz y ella es la Reina de la paz.

Este año próximo 2017 es el 50 aniversario de la Jornada mundial de la paz pues la idea fue lanzada por Pablo VI en 1967.

La paz no solo es algo interesante o deseable y por supuesto que debe estar en la boca de todos y cada uno pero su importancia no radica en que así nos parece a los humanos, sino que es lo que el Creador nos ha enseñado y recordado “infinidad de veces”.
Ya en el Antiguo Testamento el Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas (…) El Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Num 6, 22-27).

En uno de los salmos, el orante proclama que Él (Iahvé) mantiene la paz en tus fronteras y te alimenta con la mejor harina (salmo 147).

         Cuando María estaba en Ain Karim para ayudar tres meses a Isabel en su parto, y su marido Zacarías recuperó el habla nada más nacer su hijo Juan (el bautista), proclamó: Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, el Sol naciente nos visitará desde lo alto, para (...) guiar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1, 78-79).

        Cuando los pastores eran avisados del nacimiento de Jesús en Belén, de pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2, 13-14).

        Cuando Jesús sea adulto y esté despidiéndose antes de su pasión y crucifixión, dirá a sus discípulos (y a ti y a mí también): La paz os dejo, mi paz os doy (Jn 14, 27) que se reza en cada Eucaristía, en el rito de la comunión, después del Padre nuestro.

        Cuando Jesús ha resucitado al tercer día de morir en la cruz, ya al atardecer de aquel domingo, y los dos de Emaús ya habían regresado corriendo al cenáculo, y se contaban las cosas ocurridas a cada uno, Jesús se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros (Lc 24, 35-36).

De la paz es muy fácil hablar pero cuesta un “Congo” hacerla realidad en la vida de cada un@ y de tod@s. 

Siempre están los hombres haciendo paces –escribió san Josemaría-, y siempre andan enzarzados con guerras (…) acudir al auxilio de Dios, para (…) conseguir así la paz en el propio yo, en el propio hogar, en la sociedad y en el mundo (Forja 102).

A lo largo de la historia (¡cuántas cosas enseña!) hay ejemplos a lo largo y a los ancho de los siglos y de los continentes de lo que cuesta vivir en paz. Por ejemplo, repasando ligeramente el santoral, saltan a la vista unos cuantos. Suficientes.
        Los santos Ismael, Manuel y Sabelio (+362) son tres hermanos persas que querían que el emperador romano Juliano el apóstata y el rey persa firmaran la paz. El templo del dios sol se incendió y naturalmente les echaron a ellos las culpas. Juliano no respetó los tratados de paz con los persas y atravesado por una flecha, antes de expirar, exclamó: “¡venciste, galileo!”.
        San Orencio, obispo en Aquitania (+440) procuró la paz entre los romanos y el rey visigodo de Toulouse.
        San Agapito I (+536) fue el papa que sucedió a Juan II (+535), famoso por ser el primero en cambiarse el nombre. No creo que fuera por vergüenza pues de pila se llamaba Mercurio. El rey Teodato le pidió al obispo de Roma que se personase en Bizancio para lograr la paz echando a los herejes monofisitas y allí murió, quizá envenenado por la emperatriz Teodora.
        Santa Catalina de Siena (+1380 con 33 años) vivió cuando la Iglesia estaba metida en política hasta las cejas (¿como siempre?) y se la tiene por promotora de la paz entre los Estados.
        San Gregorio Barbarigo (+1697 con 72 años) que fue cardenal y obispo de Bérgamo, asistió a la firma de la paz de Westfalia en el 48 (los eclesiásticos y la política) para finalizar la guerra de los 30 Años alemana y la de los 80 Años entre españoles y los países bajos.

«El mundo nos espera, escribió san Josemaría. ¡Sí!, amamos apasionadamente este mundo porque Dios así nos lo ha enseñado (…) y porque es el lugar de nuestro campo de batalla —una hermosísima guerra de caridad—, para que todos alcancemos la paz que Cristo ha venido a instaurar» (Surco 290).

«Por todos los caminos honestos de la tierra –le sigo leyendo en otro escrito- quiere el Señor a sus hijos, echando la semilla de la comprensión, del perdón, de la convivencia, de la caridad, de la paz» (Forja 373).

El papa Francisco para esta Jornada mundial del 1 de enero de 2017 escribe en su mensaje: «En la primera, el beato papa Pablo VI se dirigió, no sólo a los católicos sino a todos los pueblos, con palabras inequívocas (…) Advirtió del «peligro de creer que las controversias internacionales no se pueden resolver por los caminos de la razón, es decir de las negociaciones fundadas en el derecho, la justicia, la equidad, sino sólo por los de las fuerzas espantosas y mortíferas».

«También Jesús vivió en tiempos de violencia, sigue diciendo Francisco. Él enseñó que el verdadero campo de batalla, en el que se enfrentan la violencia y la paz, es el corazón humano; enseñó a amar a los enemigos (cf. Mt 5,44) y a poner la otra mejilla (cf. Mt 5,39); impidió que la adúltera fuera lapidada por sus acusadores (cf. Jn 8,1-11); dijo a Pedro que envainara la espada (cf. Mt 26,52). Jesús trazó el camino de la no violencia, que siguió hasta el final, hasta la cruz».

        Por su parte Juan Pablo II en la Jornada del 2005 decía: «Con la certeza de que el mal no prevalecerá, el cristiano cultiva una “esperanza indómita” que le ayuda a promover la justicia y la paz. A pesar de los pecados personales y sociales que condicionan la actuación humana, la esperanza da siempre nuevo impulso al compromiso por la justicia y la paz, junto con una firme confianza en la posibilidad de construir un mundo mejor».

       Anteriormente, en 1979 había dicho: «Aprendamos primero a repasar la historia de los pueblos y de la humanidad según esquemas más verdaderos que los de la concatenación de las guerras y de las revoluciones. Ciertamente, el ruido de las batallas domina la historia.
(…) Toda esta educación a la paz entre los pueblos, en su propio país, en su ambiente, en sí mismo se ofrece a todos los hombres de buena voluntad, como recuerda la encíclica “Pacem in terris” del papa Juan XXIII. En grados diversos, está a su alcance».

La paz no es el silencio de las armas, ni el tapar bocas, ni comer el coco y sedar los corazones de los hombres y mujeres.
        En aquel 1979 seguía escribiendo el papa Wojtyla: «No pretendemos hallar en la lectura del Evangelio fórmulas ya hechas para llevar a cabo hoy tal o cual progreso en la paz. Pero todos hallamos, casi en cada página del Evangelio y de la historia de la Iglesia, un espíritu (…) Hallamos en los dones del Espíritu Santo y en los Sacramentos una fuerza alimentada en la fuente divina. Hallamos en Cristo, una esperanza».

        Leemos en el evangelio que Jesús mismo nos dijo: Buena es la sal; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened en vosotros sal y tened paz unos con otros (Mc 9:50).
        Y en otra ocasión: Al entrar en una casa dadle vuestro saludo. Si la casa fuera digna, venga vuestra paz sobre ella; pero si no fuera digna, vuestra paz revierta a vosotros (Mt 10,12-13).

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2305): La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el ‘Príncipe de la paz’ mesiánica (Is 9, 5). ‘Él es nuestra paz’ (Ef 2, 14). Declara ‘bienaventurados a los que construyen la paz’ (Mt 5, 9).

Santa María, la madre de Dios, reina de la paz, conservaba todo en su corazón meditándolo.

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