lunes, 21 de noviembre de 2016

LA MISERICORDIA SIEMPRE



Ayer domingo 20 de noviembre de 2016, solemnidad de Cristo rey del universo, se clausuraba el año jubilar de la misericordia que decretó Francisco del 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Ahora quizá alguien se pregunte ¿Cuándo y sobre qué será el próximo año jubilar? 

Que éste no caiga en el baúl de los recuerdos como puede ocurrir con el gran jubileo del 2000, con el año jubilar de la eucaristía del 2005 que convocó Juan Pablo II, o el de la fe o el paulino convocados por Benedicto XVI. No se trata de decir “a otra cosa mariposa” y por eso el papa Francisco nos escribe la Carta apostólica “Misericordia et misera” que es presentada a los fieles hoy, lunes, al día siguiente de la clausura de la puerta santa en san Pedro. En ella dice que la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia (n. 1).

Misericordia et misera” -dice la carta en su inicio- son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera (cf. Jn 8,1-11).

En la bula de convocación del año jubilar escribía el papa Francisco: “Para una fecunda historia, todavía por construir (…) ¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!” (n 5).

Desde la inauguración del año jubilar, en la solemnidad de la Inmaculada, se tiene contabilizado que en Roma, junto al papa, han participado 13.302.689 a primeros de agosto. En la primera quincena de ese mes (de las vacaciones) la cifra de participantes fue de 899.588 en apenas 15 días. Para el día de la clausura la cifra es muy grande o muy pequeña, depende el punto de vista pues los que han vivido el año jubilar en el planeta son millones que no han podido ir a Roma..

Francisco escribió en la bula de convocación del Año Extraordinario de la Misericordia: “Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (n 2).

Puede ser fácil mantener la tensión de la misericordia cada día de la vida puesto que la pedimos rezando y la consideramos o recordamos a diario en las oraciones litúrgicas y en la lectura de la Biblia, sabiendo -como dijo un obispo francés en el llamado postconcilio-, que rezamos lo que creemos y creemos lo que rezamos. A esto la carta Misericordia et Misera le dedica unos cuanto números.

En el acto penitencial del inicio de la Eucaristía, se reza invoquemos con esperanza la misericordia de Dios, o bien reconozcamos que estamos necesitados de la misericordia del Padre. Como respuesta a cualquiera de las fórmulas utilizadas, se reza Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros.

Cuando se reza el Gloria se dice dos veces ten misericordia de nosotros (miserere nobis) o “ten piedad” que es lo mismo.

En las plegarias eucarísticas se reza: Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron con la esperanza de la resurrección, y de todos los que han muerto en tu misericordia (…) Ten misericordia de todos nosotros (PE 2).

Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo (PE 3).

En todas las plegarias V se reza Señor, Padre de misericordia y en la V-b añadimos Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana.

En el prefacio de la plegaria I de la reconciliación, se reza Tú, Dios de bondad y misericordia ofreces siempre tu perdón. Más adelante se pide por nuestros hermanos difuntos que confiamos a tu misericordia.

En el rito de la comunión rezamos Concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia… o en dos de las tres invocaciones al Cordero de Dios que en el texto original latino es miserere nobis, ten misericordia de nosotros, aunque también suele traducirse por “ten piedad de nosotros”.

Leyendo en el Nuevo Testamento a Pedro, el primer papa, parece que estemos leyendo a Francisco pues, por ejemplo, en su primera carta escribía:
             Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su gran misericordia nos ha engendrado de nuevo -mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos- a una esperanza viva (1, 3). Ahora sois pueblo de Dios (…)  ahora habéis alcanzado misericordia" (2, 10). Amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes, no devolváis mal por mal (3, 8-9).

En los salmos, las referencias a la misericordia son constantes:
Misericordia, Señor, que desfallezco (…) sálvame por tu misericordia. (Salmo 6).
Porque yo confío en tu misericordia (Salmo 12).
Dios mío (…) Muestra las maravillas de tu misericordia (Salmo 16).
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida (Salmo 22).
Recuerda, Señor, que tu ternura  y tu misericordia son eternas (…) acuérdate de mí con misericordia (…) Las sendas del Señor son misericordia y lealtad (Ps 24).
Así con 33 salmos más.

En Laudes de la Liturgia de las Horas se reza el cántico Benedictus de Zacarías, el padre del bautista (Lucas 1, 68-79): Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo (…) realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres (…) Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto.

En Vísperas se reza el cántico del Magnificat u oración de María al visitar a su parienta Isabel, diciendo: Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación (…) Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- (Lucas 1, 46-55).

O sea que las referencias son tantas y tan habituales que es fácil no dejar caer la misericordia en saco roto o en el baúl de los recuerdos. La misericordia para siempre.

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