Ratzinger, el papa emérito, habla como profesor
Cada año se celebra el llamado Domund (domingo mundial) el penúltimo domingo de octubre que este 2016 es día 23, el cuarto domingo.
Es una ocasión para profundizar en el significado de la tarea de tod@s en la Iglesia al celebrar –digamos- la de l@s misioner@s que se han ido por estos mundos de Dios a llevar el Evangelio.
Joseph Ratzinger como profesor de teología y no como papa emérito, sin dudarlo ha afirmado que, a la luz de la teología trinitaria, está "del todo equivocada" la tesis que durante siglos ha sostenido la Iglesia de que "Cristo debe morir en la cruz para reparar la ofensa infinita que se había hecho a Dios restaurando, así, el orden que se había infringido".
Son palabras
suyas en un texto leído por su secretario, Georg Gänswein, en el congreso
organizado en Roma por los jesuitas entre el 8 y el 10 de octubre del año
pasado 2015, mientras en el Vaticano se celebraba el sínodo sobre la familia.
En ese congreso
sobre la fe y la doctrina de la justificación se inspiraba Ratzinger para referirse
a lo que él define como "drásticos cambios de nuestra fe" y
"profunda evolución del dogma". Con ello daba a conocer cómo entiende el tema tan difícil de explicar, que es el
misterio de la existencia del mal y la misericordia, puesta de moda por
Francisco.
El tema de
la justificación o salvación de los hombres, caballo de batalla de Lutero, para
el hombre de hoy, afirma el profesor, en cierto modo, se ha invertido la
perspectiva clásica de la fe cristiana. Es decir, ya no es el hombre quien cree
que necesita la justificación de Dios, sino que es Dios el que debe
justificarse por todas las cosas horribles que hay en el mundo y por la miseria
del ser humano.
Dice Ratzinger
que para él, es un "signo de los tiempos" el hecho de que la idea de
la misericordia de Dios esté en el centro de la vida de la Iglesia y en la de
cada cristiano. Ya Juan Pablo II estuvo manifestando su deseo de poner ese
valor sobre el candelero, aunque tal vez no emergiera de manera explícita. Sólo
donde hay misericordia acaban la crueldad, el mal y la violencia. El Papa
Francisco está completamente de acuerdo con esta línea.
Que el Hijo
obedezca a su Padre aceptando la cruel exigencia de la justicia, no sólo es
incomprensible hoy, sino que a partir de la teología trinitaria es, en sí, del
todo equivocada.
Pero
entonces, ¿por qué la cruz y la expiación? Pongámonos ante la increíble y sucia
cantidad de mal, de violencia, de mentira, de odio, de crueldad y de soberbia
que infectan y destruyen el mundo entero. Todo este mal –dice el profesor- no puede, simplemente, ser declarado
inexistente; ni siquiera por parte de Dios. Debe ser depurado, reelaborado y
superado.
Dios,
sencillamente, no puede dejar como está todo este mal que deriva de la libertad
que Él mismo ha concedido. Sólo Él, que ha venido a formar parte del
sufrimiento del mundo, puede redimirlo.
En mi
opinión –sigue diciendo el profesor- Henri de Lubac, en su libro sobre
Orígenes, afirma muy claro el Padre mismo
¿no sufre también?
No se trata
de una justicia cruel, del fanatismo del Padre, sino de la verdad y de la
realidad de la Creación: de la verdadera e íntima superación del mal que, en
última instancia, sólo puede suceder en el sufrimiento del amor.
Es indudable
que, en lo que respecta a la comprensión de la justificación o la salvación de
los infieles y el papel de la fe cristiana, estamos ante una profunda evolución
del dogma. Si es verdad que los grandes misioneros del siglo XVI estaban
convencidos de que quien no estaba bautizado estaba perdido para siempre,
después del concilio Vaticano II dicha convicción ha sido abandonada
definitivamente en la Iglesia católica.
De esto
deriva una doble y profunda crisis. Por una parte, esto parece eliminar
cualquier tipo de motivación por un futuro compromiso misionero. ¿Por qué se
debería intentar convencer a las personas de que acepten la fe cristiana cuando
pueden salvarse también sin ella?
Si al fin y
al cabo, hay quien se puede salvar también de otros modos ya no está tan claro
por qué el cristiano tiene que estar vinculado a las exigencias de la fe
cristiana y a su moral. Si la fe y la salvación ya no son interdependientes,
también la fe pierde su motivación.
En los
últimos tiempos se han llevado a cabo diversos intentos con el fin de conciliar
la necesidad universal de la fe cristiana con la posibilidad de salvarse sin
ella.
Recuerda
Ratzinger unos intentos de conciliar la necesidad de la fe cristiana y la
salvación sin ella. Uno era la conocida tesis de “los cristianos anónimos” de
Karl Rahner. Es cierto que esta teoría es fascinante, pero reduce el
cristianismo a una pura y consciente presentación de lo que el ser humano es en
sí y, por lo tanto, descuida el drama del cambio y de la renovación, fundamental
en el cristianismo.
Aún menos
aceptable es la propuesta de las teorías pluralistas de la religión, según las
cuales todas las religiones, cada una a su manera, serían vías de salvación y,
en este sentido, equivalentes entre sí.
Henri de
Lubac y otros teólogos insistieron sobre el concepto de sustitución vicaria.
Cristo, al ser único, era y es para todos: y los cristianos participan de dicho
“ser para”. Por decirlo de algún modo, cristiano no se es por sí mismos, sino
con Cristo, para los otros.
Yo no olvido
que Jesús nos enseñó algo esencial: bautizad al que crea y no al revés como se
venía haciendo estos últimos 15 o 18 siglos. No se bautiza a alguien para que crea.
En febrero de 2014 colgué “para cristianizar el mundo”. En febrero de 2012
“modelos de evangelizar bien”. En abril de 2011 "el problema de la salvación” y
en marzo “evangelizar ¿sirve de algo?" que abundan sobre el tema.
Cada año por
lo menos en el Domund se puede aprovechar para, una vez más, volver a meditar sobre la misión encomendada por Cristo a cada una de ir a evangelizar y así fomentar un mayor acicate en la propia vida cristiana que ha
de ser misionera por definición.
Como viene recordando el papa Francisco -a su estilo tan entendible- que la Iglesia ha de ser una Iglesia en salida.
Salir no solamente l@s misioner@s a otros continentes, sino cada
bautizado aunque no salga nunca de su pueblo. Se trata también de salir del propio
egoísmo, de la poltronería, de la pereza también mental, de los apegos o
manías, de la autojustificación, de la rutina… Un cristiano/a no tiene tiempo
para aburrirse. Y en este Año jubilar de la Misericordia, que terminará dentro
de un mes, se trata de revisar si cada un@ es portador de la misericordia en su
vida diaria; ser mensajeros de ella.
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