viernes, 14 de octubre de 2016

PERFIL DEL OBISPO

Sucesores de los apóstoles



Desde siempre en la Iglesia se ha afirmado –y no sin razón- que toda reforma debe empezar por la cabeza y ya, más adelante, después, al resto, a los de a pie. 
       Lo que se dice para la comunidad eclesial, vale también -con las correspondientes peculiaridades- para la sociedad civil: para los gobernantes, para los directivos laborales o deportivos y para los padres y madres de familia. Como la ley de la gravedad, es algo para todos, siempre y en todas partes con los ajustes necesarios.

Francisco está –lógicamente- en continuo encuentro, diálogo y enseñanza de buen pastor con los obispos. El concilio de Trento en el siglo XVI se encargó de ellos (por primera vez en la historia) porque su conducta es básica para la Iglesia y por tanto para el mundo, y por eso no conviene olvidar lo que han de ser y repetirles continuamente como hacen los anuncios.

En julio de 2016, aprovechando su asistencia a la JMJ en Cracovia, se encontró en la catedral con los 130 obispos polacos con los que dialogó de manera cordial; ellos preguntaban y él respondía. Pero entre otros muchos temas que salieron, les recriminó el que, en esos días de la JMJ, no hubieran sabido sacar tiempo para asistir a las exequias de Mons. Zygmund Zimowski, pues dar sepultura a los difuntos, les dijo, es una obra de caridad.

El reciente 13 de septiembre Francisco envió una carta a los obispos de Buenos Aires, en respuesta al documento “Criterios clave para la aplicación del capítulo VIII de la Amoris Laetitia” en la que insiste sobre la necesidad de vivir la caridad pastoral, que impulsa a salir para encontrar a los alejados y una vez encontrados, iniciar un camino de acogida, acompañamiento, discernimiento e integración en la comunidad eclesial.

El pasado 13 de febrero, se dirigió a los obispos mexicanos al visitar ese país, como hicieran sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. Sin perder de vista a la Virgen guadalupana, pidió que fuera Ella misma la que escribiera sus palabras en sus corazones, y les recordó la necesidad que tienen los pastores de enseñar la ternura de Dios, como se aprende de la “Virgen Morenita”.

Lo que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino.

Sean por lo tanto obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso. No tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar (…) no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones actuales.

El discurso del papa en la catedral mexicana fue calificado por la prensa como “duro” pues afirmó que la Iglesia no necesita príncipes sino testigos del Señor. Deben abandonar las habladurías y las intrigas, los vanos proyectos de hacer carrera, los vacíos planes de hegemonía y los infructuosos clubes de intereses y consorterías.

En febrero de 2014, a la Congregación para los obispos, habló de que no nos sirve un mánager, un administrador delegado de una empresa. Nos sirve uno que sepa elevarse a la altura de la mirada de Dios sobre nosotros para guiarnos hacia Él. Sólo en la mirada de Dios está el futuro para nosotros. La Iglesia tiene necesidad de Pastores auténticos. Nos sirve uno que sepa elevarse a la altura de la mirada de Dios sobre nosotros para guiarnos hacia Él. Sólo en la mirada de Dios está el futuro para nosotros. no existe un Pastor estándar para todas las Iglesias.

En julio de 2013, con motivo de la JMJ en Río, estuvo con los obispos brasileños y hablaron –como siempre- en plan coloquial y no con un discurso formal y les confesó algunas reflexiones que le vinieron a la mente al visitar el santuario de Aparecida, a los pies de la imagen de la Inmaculada Concepción.
En Aparecida hay algo perenne que aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que ni la Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar. En el origen del evento de Aparecida está la búsqueda de unos pobres pescadores. Mucha hambre y pocos recursos. La gente siempre necesita pan. Los hombres comienzan siempre por sus necesidades, también hoy.

Dios llegó por sorpresa, tal vez cuando ya no se le esperaba. Dios aparece siempre con aspecto de pequeñez. La Iglesia ha de recordar siempre que no puede alejarse de la sencillez. A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos olvidado la sencillez.

Releamos una vez más el episodio de Emaús (Lc 24, 13-15). Los dos discípulos huyen de Jerusalén (…) escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado, humillado. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido.
         Quisiera que hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa?
         Queridos hermanos, si no formamos ministros capaces de enardecer el corazón de la gente, de caminar con ellos en la noche, de entrar en diálogo con sus ilusiones y desilusiones, de recomponer su fragmentación, ¿qué podemos esperar para el camino presente y futuro? No es cierto que Dios se haya apagado en ellos (…) no hay quien inflame su corazón, como a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 32).

En 2014, en la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio, imponiendo el palio a los 24 nuevos arzobispos de todo el mundo, entre otras cosas, les dijo que el Señor pide a los obispos que no pierdan el tiempo en “chácharas” inútiles. Les invitó a examinarse sobre los propios temores -“¿De qué tenemos miedo?”- y sobre los “refugios pastorales” de cada uno: “¿Buscamos quizá el apoyo de quienes tienen el poder? ¿Nos dejamos engañar del orgullo que busca gratificaciones y premios, creyéndonos seguros allí?”.

La historia de la Iglesia está llena de obispos guerreros, nobles, feudales, reyes, regentes o Capitanes Generales. En vez de obispos- pastores y sucesores de los apóstoles, se hacen admirar por sus palacios, sus embajadas, sus rentas, sus amores y amoríos, sus cortes y cortejos.

Hace falta que la teoría que está recordando ahora el papa Francisco empiece a llevarse a la práctica y se note también en los hábitos, ornamentos "sagrados", mitras, homilías, "cartas pastorales", títulos eclesiásticos, privilegios pues no es eso lo que se desprende de leer los evangelios.

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