Sucesores
de los apóstoles
Desde
siempre en la Iglesia se ha afirmado –y no sin razón- que toda reforma debe
empezar por la cabeza y ya, más adelante, después, al resto, a los de a pie.
Lo que se dice para la comunidad eclesial, vale también -con las correspondientes peculiaridades- para la sociedad civil: para los gobernantes, para los directivos laborales o deportivos y para los padres y madres de familia. Como la ley de la gravedad, es algo para todos, siempre y en todas partes con los ajustes necesarios.
Francisco está –lógicamente- en continuo encuentro, diálogo y enseñanza de buen pastor con los obispos. El concilio de Trento en el siglo XVI se encargó de ellos (por primera vez en la historia) porque su conducta es básica para la Iglesia y por tanto para el mundo, y por eso no conviene olvidar lo que han de ser y repetirles continuamente como hacen los anuncios.
Lo que se dice para la comunidad eclesial, vale también -con las correspondientes peculiaridades- para la sociedad civil: para los gobernantes, para los directivos laborales o deportivos y para los padres y madres de familia. Como la ley de la gravedad, es algo para todos, siempre y en todas partes con los ajustes necesarios.
Francisco está –lógicamente- en continuo encuentro, diálogo y enseñanza de buen pastor con los obispos. El concilio de Trento en el siglo XVI se encargó de ellos (por primera vez en la historia) porque su conducta es básica para la Iglesia y por tanto para el mundo, y por eso no conviene olvidar lo que han de ser y repetirles continuamente como hacen los anuncios.
En
julio de 2016, aprovechando su asistencia a la JMJ en Cracovia, se encontró en
la catedral con los 130 obispos polacos con los que dialogó de manera cordial;
ellos preguntaban y él respondía. Pero entre otros muchos temas que salieron, les
recriminó el que, en esos días de la JMJ, no hubieran sabido sacar tiempo para asistir a las exequias de Mons. Zygmund Zimowski, pues dar sepultura a los difuntos,
les dijo, es una obra de caridad.
El reciente 13 de septiembre Francisco envió una carta a los
obispos de Buenos Aires, en respuesta al documento “Criterios clave para la
aplicación del capítulo VIII de la Amoris
Laetitia” en la que insiste sobre la necesidad de vivir la caridad
pastoral, que impulsa a salir para encontrar a los alejados y una vez
encontrados, iniciar un camino de acogida, acompañamiento, discernimiento e
integración en la comunidad eclesial.
El
pasado 13 de febrero, se dirigió a los obispos mexicanos al visitar ese país,
como hicieran sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. Sin perder de
vista a la Virgen guadalupana, pidió que fuera Ella misma la que escribiera sus
palabras en sus corazones, y les recordó la necesidad que tienen los pastores
de enseñar la ternura de Dios, como se aprende de la “Virgen Morenita”.
Lo que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello
que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la
ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino.
Sean por lo tanto obispos de mirada limpia, de alma
trasparente, de rostro luminoso. No tengan miedo a la transparencia. La Iglesia
no necesita de la oscuridad para trabajar (…) no se dejen corromper por el
materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de
la mesa; no pongan su confianza en los «carros y caballos» de los faraones
actuales.
El discurso del papa en la catedral mexicana fue calificado
por la prensa como “duro” pues afirmó que la Iglesia no necesita príncipes sino
testigos del Señor. Deben abandonar las habladurías y las intrigas, los vanos
proyectos de hacer carrera, los vacíos planes de hegemonía y los infructuosos
clubes de intereses y consorterías.
En febrero de
2014, a la Congregación para los obispos, habló de que no nos sirve un mánager,
un administrador delegado de una empresa. Nos sirve uno que sepa elevarse a la
altura de la mirada de Dios sobre nosotros para guiarnos hacia Él. Sólo en la
mirada de Dios está el futuro para nosotros. La Iglesia tiene necesidad de
Pastores auténticos. Nos sirve uno que sepa elevarse a la altura de la mirada
de Dios sobre nosotros para guiarnos hacia Él. Sólo en la mirada de Dios está
el futuro para nosotros. no existe un Pastor estándar para todas las Iglesias.
En
julio de 2013, con motivo de la JMJ en Río, estuvo con los obispos brasileños y
hablaron –como siempre- en plan coloquial y no con un discurso formal y les confesó
algunas reflexiones que le vinieron a la mente al
visitar el santuario de Aparecida, a los pies de la imagen de la Inmaculada
Concepción.
En
Aparecida hay algo perenne que aprender sobre Dios y sobre la Iglesia; una enseñanza que
ni la Iglesia en Brasil, ni Brasil mismo deben olvidar. En el origen del evento
de Aparecida está la búsqueda de unos pobres pescadores. Mucha hambre y pocos recursos. La gente siempre necesita
pan. Los hombres comienzan siempre por sus necesidades, también
hoy.
Dios llegó por sorpresa, tal vez cuando ya no se le esperaba.
Dios aparece siempre con aspecto de pequeñez. La Iglesia ha de
recordar siempre que no puede alejarse de la sencillez. A veces perdemos a quienes no nos entienden porque hemos
olvidado la sencillez.
Releamos una vez más
el episodio de Emaús (Lc 24, 13-15). Los dos discípulos huyen de Jerusalén (…)
escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora
aparece irremediablemente derrotado, humillado. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil,
demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus
inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial,
prisionera de su propio lenguaje rígido.
Quisiera que
hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una
Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda hacer volver a
Jerusalén? ¿De acompañar a casa?
Queridos
hermanos, si no formamos ministros capaces de enardecer el corazón de la gente,
de caminar con ellos en la noche, de entrar en diálogo con sus ilusiones y
desilusiones, de recomponer su fragmentación, ¿qué podemos esperar para el
camino presente y futuro? No es cierto que Dios se haya apagado en ellos (…) no
hay quien inflame su corazón, como a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 32).
En 2014, en la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, 29 de
junio, imponiendo el palio a los 24 nuevos arzobispos de todo el mundo, entre
otras cosas, les dijo que el Señor pide a los obispos que no pierdan el tiempo
en “chácharas” inútiles. Les invitó a examinarse sobre los propios temores
-“¿De qué tenemos miedo?”- y sobre los “refugios pastorales” de cada uno:
“¿Buscamos quizá el apoyo de quienes tienen el poder? ¿Nos dejamos engañar del
orgullo que busca gratificaciones y premios, creyéndonos seguros allí?”.
La historia de la Iglesia está llena de obispos guerreros, nobles, feudales, reyes,
regentes o Capitanes Generales. En vez de obispos- pastores y sucesores
de los apóstoles, se hacen admirar por sus palacios, sus embajadas, sus rentas,
sus amores y amoríos, sus cortes y cortejos.
Hace falta que la teoría que está recordando
ahora el papa Francisco empiece a llevarse a la práctica y se note también en
los hábitos, ornamentos "sagrados", mitras, homilías, "cartas
pastorales", títulos eclesiásticos, privilegios pues no es eso lo que se desprende
de leer los evangelios.
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