Aconfesionalidad
del Estado, Iglesia apolítica
Mirian de las Mercedes Cortés, algo histórico pues es la primera mujer -en muchos siglos- Rectora de la Pontificia Universidad de Salamanca |
El
presidente de la CEE, el cardenal Ricardo Blázquez, en la UPSA, aprovechando la
inauguración de un Congreso sobre el 50 aniversario de la CEE, ha hecho unas
declaraciones con motivo de la próxima segunda jornada de elecciones ya que la
anterior, en diciembre pasado, no sirvió para nada y ya son 6 meses sin
formarse el gobierno salido de las urnas.
Recordó las palabras
del cardenal Tarancón tras la muerte de Franco, que deseó una “mutua
independencia y sana colaboración”,
pues “el Estado es aconfesional, y los
ciudadanos seremos lo que creamos oportuno ser”.
“El Estado es aconfesional para que todos, sean de la confesión que
sean, o no sean creyentes, se puedan sentir con los mismos derechos en la sociedad”,
declaró el purpurado, quien incidió en que "la aconfesionalidad quiere decir que
todos cabemos, con los mismos derechos", y que "el Estado tiene la obligación de lograr que
la convivencia sea correcta, dejando que cada ciudadano pueda llevar a cabo sus
propias iniciativas".
Creo
que toda esa declaración es oro puro, trigo limpio, pero los creyentes de cada
creencia, también los católicos españoles, deben tenerlas muy presente y que
sirvan para hacer examen de conciencia y propósito de enmienda, si es el caso.
El papa Francisco, en su Exhortación
Apostólica “La alegría del Evangelio”, insiste en ello para ayudarnos a
reformar lo que haga falta aunque se está aún muy lejos de que todos quieran
hacerle caso, y escribe: "En su constante discernimiento, la Iglesia también
puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo
del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia (…) No tengamos
miedo de revisarlas” (EG 43).
En
ese mismo acto en la UPSA, el cardenal Fernando Sebastián, en su conferencia
inaugural, hizo un breve paseo por la historia española reciente, desde el
Estado confesional posterior a la Guerra civil del 36-39 que creía tutelar la
discutible unidad católica hasta hoy, pasando por los años del Concilio, del que muchos
obispos regresaron escandalizados, dijo.
Ya
colgué un post en 12-XI-2009 sobre este asunto, en relación con los crucifijos
en aulas y lugares públicos. Y el 16-XI-2011 y en marzo pasado otros sobre la
sana laicidad, expresión que Benedicto XVI tomó de Sarkozy, entonces Presidente
de la República francesa.
Entonces
el papa Ratzinger, hoy emérito, recordó que “a la
Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe
preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores
y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la
Iglesia en este campo sería una injerencia indebida”.
Ya en su primera encíclica, Dios es amor, escribía: “La Iglesia
no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la
sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado (…) La
sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política” (DCE,
28).
“La fe-sigo leyendo a Benedicto XVI- (…) no pretende otorgar a la Iglesia un
poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus
propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a
la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo,
aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica”
(DCE, 28).
Un Estado “como Dios manda” es aconfesional por definición aunque manifestar cada grupo o creencia su fe en actos colectivos públicos
supone utilizar signos externos. Algunos signos (escudos, banderas,etc.) son manifestación estupenda de la
identidad propia que no atenta contra nada ni contra nadie: ¡viva la
diversidad!
Pero otros, como los religiosos, no pueden meterse en el mismo
cajón de sastre pues son causa de separación y de señalar claramente
las diferencias; levantan muros, encienden las pasiones, fomentan enfrentamientos (cruzadas, ir contra), favorecen las “guerras
santas”.
En los centros públicos se tiene que dar alguna asignatura de Religión y es algo que el Estado debe cuidar. Lo contrario, quitar la Religión es atropellar los derechos humanos de sus ciudadanos porque el hombre es un animal religioso.
No me emociona que la cúpula islámica
española se haya empezado a mover para “exigir” que en cada Comunidad Autonómica se respeten sus derechos y puedan enseñar su Religión en los centros educativos
públicos. Crear gueto no es bueno. Lo mejor es que tanto cristianos como islamistas, budistas, etc... tengan juntos en la misma aula la enseñanza religiosa con buena antropología y conocimiento de cada religión o cultura religiosa.
Sólo los radicales, tanto cristianos como del Islam, budistas o
hinduistas, quienes marcan socialmente su convicción. Siempre aparecen los
fanáticos quienes claman por los crucifijos en lugares públicos, los
templos o catedrales bien altos y bien visibles, edificios exentos y monumentales. Los campanarios,
siempre lo más alto del barrio o del pueblo. El repique de campanas. Etc.
En los primeros siglos del cristianismo ni siquiera los clérigos se
significaban en su condición sacerdotal con vestidos diferentes, ni dentro ni
fuera del culto. Así lo habían aprendido de Cristo y de los apóstoles.
El papa san Celestino I (+432), en una carta a los obispos de las provincias galas de Vienne y Narbona, se quejaba de que algunos sacerdotes hubieran introducido vestidos especiales: “¿por qué introducir distinciones en el hábito, si ha sido tradición que no? Nos tenemos que distinguir de los demás por la doctrina, no por el vestido; por la conducta, no por el hábito; por la pureza de mente, no por los aderezos exteriores" (PL 50,431).
El papa san Celestino I (+432), en una carta a los obispos de las provincias galas de Vienne y Narbona, se quejaba de que algunos sacerdotes hubieran introducido vestidos especiales: “¿por qué introducir distinciones en el hábito, si ha sido tradición que no? Nos tenemos que distinguir de los demás por la doctrina, no por el vestido; por la conducta, no por el hábito; por la pureza de mente, no por los aderezos exteriores" (PL 50,431).
Un siglo más tarde, en el año 530, todavía el papa san Esteban
prohibía a los sacerdotes ir vestidos de forma especial fuera de la iglesia, y
lo mismo al siglo siguiente san Gregorio Magno (+604).
Se
está diluyendo (gracias a Dios) la costumbre popular que vivían algún@s
(demasiado católic@s) de clavar un medallón del Sagrado Corazón de Jesús en la
puerta de entrada a su vivienda, por la parte de fuera. Otra cosa muy distinta
es tener el medallón o la imagen del Sdo Corazón dentro de la casa.
Los hombres y mujeres normales, de mente abierta, sin complejos y
con sentido común, "como Dios manda", añoran la carta a Diogneto que explica en qué sí y en qué no
se distinguían los cristianos de los primeros siglos del resto de los mortales.
Llama la atención que esa doctrina ha sido totalmente desechada y no quiera
recuperarse.
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