jueves, 2 de junio de 2016

MÁS SOBRE LAICIDAD SANA

Aconfesionalidad del Estado, Iglesia apolítica



Mirian de las Mercedes Cortés, algo histórico
pues es la primera mujer -en muchos siglos-  Rectora
de la Pontificia Universidad de Salamanca
El presidente de la CEE, el cardenal Ricardo Blázquez, en la UPSA, aprovechando la inauguración de un Congreso sobre el 50 aniversario de la CEE, ha hecho unas declaraciones con motivo de la próxima segunda jornada de elecciones ya que la anterior, en diciembre pasado, no sirvió para nada y ya son 6 meses sin formarse el gobierno salido de las urnas.

Recordó las palabras del cardenal Tarancón tras la muerte de Franco, que deseó una “mutua independencia y sana colaboración, pues “el Estado es aconfesional, y los ciudadanos seremos lo que creamos oportuno ser”.

El Estado es aconfesional para que todos, sean de la confesión que sean, o no sean creyentes, se puedan sentir con los mismos derechos en la sociedad”, declaró el purpurado, quien incidió en que "la aconfesionalidad quiere decir que todos cabemos, con los mismos derechos", y que "el Estado tiene la obligación de lograr que la convivencia sea correcta, dejando que cada ciudadano pueda llevar a cabo sus propias iniciativas".

Creo que toda esa declaración es oro puro, trigo limpio, pero los creyentes de cada creencia, también los católicos españoles, deben tenerlas muy presente y que sirvan para hacer examen de conciencia y propósito de enmienda, si es el caso.

El papa Francisco, en su Exhortación Apostólica “La alegría del Evangelio”, insiste en ello para ayudarnos a reformar lo que haga falta aunque se está aún muy lejos de que todos quieran hacerle caso, y escribe: "En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia (…) No tengamos miedo de revisarlas(EG 43).

En ese mismo acto en la UPSA, el cardenal Fernando Sebastián, en su conferencia inaugural, hizo un breve paseo por la historia española reciente, desde el Estado confesional posterior a la Guerra civil del 36-39 que creía tutelar la discutible unidad católica hasta hoy, pasando por los años del Concilio, del que muchos obispos regresaron escandalizados, dijo.

Ya colgué un post en 12-XI-2009 sobre este asunto, en relación con los crucifijos en aulas y lugares públicos. Y el 16-XI-2011 y en marzo pasado otros sobre la sana laicidad, expresión que Benedicto XVI tomó de Sarkozy, entonces Presidente de la República francesa.

Entonces el papa Ratzinger, hoy emérito, recordó que “a la Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la Iglesia en este campo sería una injerencia indebida”.

Ya en su primera encíclica, Dios es amor, escribía: “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado (…) La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política” (DCE, 28).

La fe-sigo leyendo a Benedicto XVI- (…) no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica” (DCE, 28).

Un Estado “como Dios manda” es aconfesional por definición aunque manifestar cada grupo o creencia su fe en actos colectivos públicos supone utilizar signos externos. Algunos signos (escudos, banderas,etc.) son manifestación estupenda de la identidad propia que no atenta contra nada ni contra nadie: ¡viva la diversidad!

Pero otros, como los religiosos, no pueden meterse en el mismo cajón de sastre pues son causa de separación y de señalar claramente las diferencias; levantan muros, encienden las pasiones, fomentan enfrentamientos (cruzadas, ir contra), favorecen las “guerras santas”.

En los centros públicos se tiene que dar alguna asignatura de Religión y es algo que el Estado debe cuidar. Lo contrario, quitar la Religión es atropellar los derechos humanos de sus ciudadanos porque el hombre es un animal religioso.

No me emociona que la cúpula islámica española se haya empezado a mover para “exigir” que en cada Comunidad Autonómica se respeten sus derechos y puedan enseñar su Religión en los centros educativos públicos. Crear gueto no es bueno. Lo mejor es que tanto cristianos como islamistas, budistas, etc... tengan juntos en la misma aula la enseñanza religiosa con buena antropología y conocimiento de cada religión o cultura religiosa.

Sólo los radicales, tanto cristianos como del Islam, budistas o hinduistas, quienes marcan socialmente su convicción. Siempre aparecen los fanáticos quienes claman por los crucifijos en lugares públicos, los templos o catedrales bien altos y bien visibles, edificios exentos y monumentales. Los campanarios, siempre lo más alto del barrio o del pueblo. El repique de campanas. Etc.

En los primeros siglos del cristianismo ni siquiera los clérigos se significaban en su condición sacerdotal con vestidos diferentes, ni dentro ni fuera del culto. Así lo habían aprendido de Cristo y de los apóstoles.

El papa san Celestino I (+432), en una carta a los obispos de las provincias galas de Vienne y Narbona, se quejaba de que algunos sacerdotes hubieran introducido vestidos especiales: “¿por qué introducir distinciones en el hábito, si ha sido tradición que no? Nos tenemos que distinguir de los demás por la doctrina, no por el vestido; por la conducta, no por el hábito; por la pureza de mente, no por los aderezos exteriores" (PL 50,431).

Un siglo más tarde, en el año 530, todavía el papa san Esteban prohibía a los sacerdotes ir vestidos de forma especial fuera de la iglesia, y lo mismo al siglo siguiente san Gregorio Magno (+604).

Se está diluyendo (gracias a Dios) la costumbre popular que vivían algún@s (demasiado católic@s) de clavar un medallón del Sagrado Corazón de Jesús en la puerta de entrada a su vivienda, por la parte de fuera. Otra cosa muy distinta es tener el medallón o la imagen del Sdo Corazón dentro de la casa.

Los hombres y mujeres normales, de mente abierta, sin complejos y con sentido común, "como Dios manda", añoran la carta a Diogneto que explica en qué sí y en qué no se distinguían los cristianos de los primeros siglos del resto de los mortales. Llama la atención que esa doctrina ha sido totalmente desechada y no quiera recuperarse.

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