miércoles, 22 de junio de 2016

LO QUE HAY QUE REFORMAR

El clericalismo


Entre los muchos aspectos que abarcan las reformas que precisa la Iglesia, de puertas a dentro y de cara al mundo, está eliminar el clericalismo, que es algo nuclear en la estructura eclesial ajustada al Evangelio, a lo que sabemos que dijo y quería Jesucristo, su fundador.

El pasado abril el Papa Francisco escribía una carta al Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, el Cardenal Marc Ouellet, en la que, otra vez más, recordaba que la misión de los laicos es una de las mayores riquezas del Concilio Vaticano II.

Con motivo de la Asamblea Plenaria que celebró dicha Comisión pontificia, Francisco cuenta cómo con los asistentes intercambiaron algunas reflexiones. Recuerdo –dijo- ahora la famosa expresión: "es la hora de los laicos" pero pareciera que el reloj se ha parado.

El Bautismo nos hace recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios”.

El clericalismo es una actitud que anula la personalidad de los cristianos y desvaloriza la gracia bautismal. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como ‘mandaderos’, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político.

Además, el clericalismo poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar; olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) y no solo a unos pocos elegidos e iluminados.

No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles.

También denuncia que muchas veces se ha generado una ‘élite laical’ creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas ‘de los curas’ y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe.

Es una constante en sus enseñanzas como en marzo de 2014, cuando entonces a los miembros de la Asociación “Corallo”, que reúne a las emisoras locales de radio y televisión italianas, también les puso en guardia contra la tentación de clericalizar a los laicos. Todos somos importantes.

 

¿Quién es más importante en la Iglesia? ¿El Papa o esa viejecita que todos los días reza el rosario por la Iglesia? Que lo diga Dios: yo no puedo decirlo. En la Iglesia, añadió, no hay ni grandes ni pequeños: cada uno tiene su función. Todos somos miembros. Nadie debe sentirse pequeño, demasiado pequeño respecto a otro demasiado grande. Todos pequeños ante Dios.


Refiriéndose a la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, recordó una vez más que la tentación del clericalismo es uno de los males de la Iglesia. Pero es un mal cómplice, ¿eh?, porque a los curas les gusta la tentación de clericalizar a los laicos.

Pero muchos laicos, de rodillas, piden ser clericalizados, porque es más cómodo, ¿eh? Y este es un pecado a dos manos, ¿eh? Y debemos vencer esta tentación. El laico debe ser laico, bautizado; tiene la fuerza que viene de su bautismo. Su vocación laical no se negocia porque implica identidad.

¿Por qué es más importante el diacono, el cura, que el laico? ¡No! ¡Este es el error! Para mí, el clericalismo impide el crecimiento del laico. Pero tened presente lo que he dicho, ¿eh? Es una tentación cómplice entre los dos, ¿eh? Porque no habría clericalismo si no hubiera laicos que quisieran ser clericalizados.

Anteriormente en su visita en febrero de 2014 a la Parroquia romana de Santo Tomás Apóstol, decía que un párroco sin Consejo pastoral corre el riesgo de llevar la parroquia adelante con un estilo clerical, y debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia.

Una vez más, el año anterior, primero de su pontificado, en el coloquio con los superiores generales de los institutos de vida consagrada relatado por la Civiltà Cattolica, en noviembre de 2013, ya había hablado del mal del clericalismo refiriéndose a lo escrito para siempre en su Evangelii Gaudium, n. 105: Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios.

La toma de conciencia de esta responsabilidad laical que nace del Bautismo y de la Confirmación -vino a decir el papa- se aborta en algunos casos porque no se les forma para asumir responsabilidades importantes, en otros casos porque no encuentran espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo que los mantiene al margen de las decisiones.

Karol Wojtyla, "el polaco"
A san Juan Pablo II tampoco le gustaba el clericalismo, tal como lo entendía él que era eslavo, con otra manera de ver la vida, diferente a la “europea” (italiana). Recién elegido en aquel 1978, ya se le empezó a llamar despectivamente “el polaco” por parte de algunos monseñores. ¿Quizá veían que se tambalearía su poltrona?

Dijo en mayo de 2002 que el compromiso de los laicos se convierte en una forma de clericalismo cuando las funciones sacramentales o litúrgicas que corresponden al sacerdote son asumidas por los fieles laicos, o cuando estos desempeñan tareas que competen al gobierno pastoral propio del sacerdote. En esas situaciones, frecuentemente no se tiene en cuenta lo que el Concilio enseñó sobre el carácter esencialmente secular de la vocación laica (cf. Lumen gentium, 31)».

Una eclesiología auténtica debe poner especial cuidado en evitar tanto la laicización del sacerdocio ministerial como la clericalización de la vocación laical (cf. Discurso a los laicos, 18 de septiembre de 1987, 5). En julio de 1993 dijo que los laicos deberían ser conscientes de su situación en la Iglesia: no han de ser meros receptores de la doctrina y de la gracia de los sacramentos, sino agentes activos y responsables de la misión de la Iglesia de evangelizar y santificar el mundo.

El papa Ratzinger con los obispos de Brasil
Lo mismo recordaba con cierta frecuencia el papa emérito Benedicto XVI. Por ejemplo, el 10 de junio de 2010, contestando a un sacerdote japonés, durante la vigilia de la clausura del Año Sacerdotal: Vivir verdaderamente la Eucaristía es el mejor antídoto contra una tentación de la Iglesia desde siempre: el clericalismo, o el vivir alejado de la realidad del mundo y en una “urna protegida” dentro de la Iglesia. Sabemos que el clericalismo es una tentación de los sacerdotes en todos los siglos, también hoy.

Leyendo la historia puede verse a la Iglesia que reaccionó mal ante la filosofía de las Luces y el Modernismo. Como el Quijote, se enfrentaba a molinos de viento de racionalidad con argumentos solo basado en creencias sin poder demostrarlos racionalmente. Su reacción de defensa fue encerrarse en sí misma y en los principios de siempre (con Pío IX y san Pío X se llegó al culmen), en vez de abrirse a los nuevos tiempos, y en una radicalización sin precedentes, convirtiéndose en un clericalismo excluyente y violento. El Espíritu se valió del papa Rocalli, hoy san Juan XXIII, para cambiar las cosas malas.

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