
Las
resistencias y lentitudes para aplicar las reformas previstas en el Concilio
Vaticano II no son nada nuevo, como enseña la historia.

Entonces también los beguinos, espirituales
franciscanos y sus sucesores, los fratricelos, siguiendo a Joaquín de Fiore, se
sumaban al clamor que pedía reformar porque ellos veían que la Iglesia romana
era carnal y pecadora.

Dos décadas
después de lo de Lutero, el papa Paulo III inició la reforma “oficial” haciendo
frente a la resistencia de la Curia vaticana ante cualquier reforma que afectase
su status. Hoy como ayer…
La Reforma luterana,
mirando a los cristianos de la primera hora, aconsejaba el matrimonio de los
clérigos. Trento optó por la Contrarreforma que sin duda es una actitud antievangélica.
Ante
algunas reformas, parece que el personal mira para otro lado, no quiere ver y
reconocer su real necesidad aunque hay algunos temas más picantes que otros.
Sobre todo si hace referencia al sexo pues los bautizados, los cristianos,
también lo tienen como los paganos y saben que no es un regalo de UNICEF, de la
ONU, de Zapatero o de Rajoy. Es un don puesto por el Creador en la naturaleza
humana, en cada hombre, varón o mujer.
El
celibato para los curas es en el mundo clerical algo de portada de periódicos y
noticieros de las teles. No existía el celibato para los sacerdotes del pueblo
judío, del AT y ese ministerio (como se le llama hoy) era heredado de padres a
hijos.
No
sé si el hecho de que estuvieran casados aquellos sacerdotes resolvía el
problema también del adulterio. No sé si la obligatoriedad del celibato
resuelve los problemas sexuales pues no está la solución en letra muerta, en
decretos, en ordeno y mando.

Al Concilio
de Constanza, en aquel siglo XV, se dice que acudieron 700 mujeres
públicas para satisfacer las necesidades sexuales de los obispos y su séquito.
Entonces por doquier se encontraban hijos bastardos de clérigos, también de
obispos y papas. A Constanza solo acudieron los obispos partidarios del
antipapa Juan XXIII y en julio estuvieron presentes los cardenales que apoyaban
a Gregorio XII. Constanza en aquel momento tenía unos 100.000 habitantes y
albergó a 29 cardenales, 3 patriarcas, 185 obispos, 100 abades, 578 doctores,
100 duques, 18.000 eclesiásticos y 2.400 caballeros.
Juan XXIII llegó con
un largo séquito y mucho dinero.

San Juan de
la Cruz (Noche, I, 4, 1) habla de la lujuria
espiritual que se desata en carnal.
Juan XXIII, ya en el
siglo XX, inició la “secularización” o “reducción al estado laical”. ¡Qué
barbaridad teológica usar esa expresión de reducción al estado laical pues
expresa, desde hace demasiados siglos, la mentalidad de considerar a la inmensa
mayoría de los bautizados, como miembros de la Iglesia, de tercera división o
de regional, ni siquiera preferente, utilizando una mirada futbolística.
El Concilio de Constanza, considerado
ecuménico y que fue convocado por el emperador germánico Segismundo de Hungría
y por el antipapa Juan XXIII, se convocó porque existía una insistente demanda
de una reforma eclesiástica para otros temas no sexuales (algunos son obsesos
del mismo) como era arreglar la larga ausencia de los Papas de Roma, y revivificar la ruina
del antiguo Patrimonio de San
Pedro (¡el money!). Otro tema entonces era resolver
los muchos y graves abusos de la administración de los papas franceses en Aviñón y
los desórdenes civiles generales de ese tiempo, como la Guerra de los Cien Años
y otros.
Hoy como ayer la Iglesia, los miembros de la
Iglesia, necesitan reformarse que debe ser algo que no tiene fin si se quiere
mejorar y dejar de cometer los errores u omisiones habidas aunque sean sin
querer. Muchos santos hablan de la segunda conversión, la que dura toda la
vida.

Uno de los decretos del Concilio de Constanza fue
el Frequens que proponía la
celebración de los concilios cada 5, luego cada 7 y al final una celebración
constante cada 10 años. ¿Esa regular frecuencia no ayudaría al examen y al
propósito de enmienda colectivos?
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