miércoles, 20 de abril de 2016

ESPERABAN AL ESPÍRITU SANTO

 La fe ortodoxa y las fórmulas doctrinales.


Los discípulos de Jesús, como les había dicho Él, estaban en Jerusalén esperando recibir el Espíritu Santo. Jesús mismo les ha explicado que por el Espíritu que iban a recibir brotarían ríos de agua viva (Jn 7, 38-39) y no agua estancada. La fe cristiana sabe que el Espíritu es Señor y Dador de vida.

También les dijo que el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre –dice Jesús-, os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho (Jn 14, 26). Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad (Jn 16, 13). “Hacia” pues ningún ser humano aprende todo de golpe ni llega a la plenitud de la verdad en un periquete. El hombre es racional y ello supone ir paso a paso y sin pausa; no decir “ya vale”.

De la importancia del Espíritu Santo volvió a hablar el papa Francisco en la homilía de la misa en santa Marta el pasado jueves 14 abril y propuso una oración sencilla: “Habla, Señor, que te escucho”. Ser dóciles al Espíritu –dijo-, permite que el Espíritu pueda actuar, impulsar y hacer crecer a la Iglesia.

Había oído en mis años universitarios que el gran filósofo alemán Hegel, de tertulia con sus discípulos tomando unas cervezas después de las clases, los llegó a escandalizar porque afirmaba rotundamente que con él se había acabado la historia. Lógicamente sus discípulos pensaron que al maestro se le había caído un tornillo y lo abandonaron para seguir buscando la verdad sin él aunque con su planteamiento; son los post-hegelianos.
Creo que esa soberbia de creer que con uno se ha acabado la historia no es un problema únicamente de Hegel. Hegel parece la soberbia personificada pues afirma que el Absoluto no es Dios sino Yo. Si se ha acabado la historia, no hay ningún “después”.

Ya advirtió Juan Pablo II que «la capacidad especulativa, propia de la inteligencia humana (…) ha provocado a menudo la tentación de identificar una sola corriente con todo el pensamiento filosófico. Entra en juego una cierta "soberbia filosófica" que pretende erigir la propia perspectiva incompleta en lectura universal».

La teología requiere constantemente nuevas formulaciones y reglamentaciones porque es el testimonio vivo (el río de agua viva) del Espíritu Santo en la Iglesia. Él no conoce la adhesión servil a la "letra".

En la reciente exhortación apostólica postsinodal “La alegría del amor” (Amoris laetitia) el papa Francisco escribe: «quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales (…) Subsisten diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Esto sucederá hasta que el Espíritu nos lleve a la verdad completa (cf. Jn 16,13)» (AL, 3).

Si no se cree en la libertad y en la pluralidad de opiniones en lo opinable, se pone el énfasis en controlar la fe con una vigilancia que sólo se preocupa por la expresión y a la fe se le quita su fuerza viva porque se cree que ya no hay que seguir investigando.

La visión del mundo que se engendra desde esa posición mental, fuertemente conservadora, tiende a la nostalgia de tiempos pasados y priva a las personas de la energía necesaria para afrontar con optimismo los cambios que tienen lugar en la vida del mundo actual.

Juan Pablo II en su encíclica sobre la fe y la razón de 1998, dejaba escrito (las palabras se las lleva el viento): «el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo, en relación con sus semejantes con los cuales comparte el destino. De aquí arranca el camino que lo llevará al descubrimiento de horizontes de conocimientos siempre nuevos. Sin el asombro el hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal».

En “La alegría del amor” se lee: Durante mucho tiempo creímos que con sólo insistir en cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia (…) nos cuesta dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio (…) Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas (AL, 37).

La fe cristiana debe ser una fe viva aunque para algunos no es fácil de admitir como tampoco el que la tradición sea algo vivo y no un fósil o una momia. La verdadera ortodoxia no puede ser "fijismo" ni atadura a unas fórmulas que quizá fueron significativas otro tiempo, pero que ya no lo son.

El papa Francisco en la Exhortación apostólica de 2013 “la alegría del evangelio” (EG) ya escribió: Aliento a todas las comunidades a una «siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos». Se trata de una responsabilidad grave (…) Es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios (EG 51).
        Vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquier ciudad, mejora al cristiano y fecunda la ciudad (EG 75).
        En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia (EG 95).

Para garantizar la fidelidad de la Iglesia, Jesucristo no dejó documento alguno ni ordenaciones jurídicas. Envió al Espíritu Santo, Señor y "dador de vida" que no anula ni un pelo la libertad y la responsabilidad de los discípulos. Lo que atéis, quedará atado; lo que desatéis, quedará desatado. El Espíritu respeta al hombre pero hay hombres que no respetan al Espíritu. No es fácil para el homo sapiens la colaboración con Dios.
Sigue diciendo el papa Francisco: Una mirada de fe sobre la realidad no puede dejar de reconocer lo que siembra el Espíritu Santo. Sería desconfiar de su acción libre y generosa (…) ese ámbito más amante de las fórmulas que de las riquezas de la verdad, tenderá lógicamente a manipular esa misma verdad, a utilizarla como apoyo de sus posiciones, y esto incluso en el caso de las Sagradas Escrituras (EG 68).
        Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo (EG 83).

Sigue Francisco diciendo: Pablo VI invitó a ampliar la llamada a la renovación (…) que no ha perdido su fuerza interpelante (…) «Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí» (EG 26).


El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio», y lo que se anuncie, son algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas y no el Evangelio (cf EG 37).

La Iglesia (…) necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad (…) A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión (EG 40).

El Concilio Vaticano II fue, en palabras no textuales de san Juan XXIII, su promotor, el querer abrir armarios y cajones, seleccionar el depósito de la fe que es intocable y guardarlo en ese armario o cajonera. Lo demás es todo opinión opinable y se estuvo metiendo como si fueran cosas de la fe.

1 comentario:

  1. D.Javier...sap que m'agrada llegir-lo perque m'ajuda a reflexionr i a seguir formant la cnciencia...

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