Algo de
Antropología
Diálogo,
obediencia, autoritarismo.
Cada
viernes santo, meditando, cavilando, dando vueltas a los acontecimientos
relatados en los evangelios con la pasión y crucifixión de Jesús, uno puede
quedarse “enganchado” en aquel momento en que Pilato, una vez flagelado y
coronado de espinas a Jesús, lo sacó al público rugiente para ver si se
calmaban y con eso ya tenían suficiente y exclamó: eh aquí el hombre (ecce
homo).
Jesús había enseñado que cada vez que lo
hacéis con un ser humano, lo hacéis conmigo.
“En su constante
discernimiento –ha escrito el papa Francisco para todos- , la Iglesia también
puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo
del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia (…) Pueden ser
bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio (…) No tengamos miedo de
revisarlas” (Evangelii gaudium 43).
Entre
las cosas para revisión periódica están los reales y divinos derechos humanos
de cada varón o mujer.
Hablar de verdaderos ataques a la libertad
religiosa no es solo una referencia a lo grupal
sino también a lo personal o individual (cf Evangelii gaudium 61).
La cultura
es la condición que posibilita el diálogo, las relaciones entre personas que
tienen algo en común y algo (o mucho) de distinto, de personal. La cultura (lo
común) ha de ser lo penúltimo por ser la condición de posibilidad para algo que
está más allá de ella misma. Cabe la pretensión de hacer de la cultura una
instancia última, como una pantalla que intenta sustituir el diálogo.
Hay mundos culturales que tienden a
diluir a la persona dándoles todas las respuestas, y todas las pautas de
acción, de manera que la libertad y la conciencia quedan abolidas en esa
cultura.
El papa
emérito Ratzinger, hablando de san Clemente, obispo de Alejandría, en la
catequesis del miércoles 18 de abril de 2007, recordó que aquella ciudad del
norte egipcio era nudo de comunicación entre culturas. Un día se unieron la
griega y la romana integrándose en ellas el cristianismo que tiene un mensaje
de salvación; no es creador de una cultura, no crea civilizaciones; las salva;
las asume, las modela: suprime o corrige lo que es inconciliable con el
espíritu del Evangelio; incorpora y conserva lo que es bueno y potencia y eleva
lo que aún no ha llegado a su acabamiento y perfección. ¡Qué difícil para más
de uno querer reconocerlo!
Adolf Eichmann |
Casi
todas las culturas inducen "costumbres aceptadas" y tienden más o
menos a constituirse en fuentes de rectitud en la conducta. La referencia al
"todos lo hacen" o "esto es lo que hemos hecho desde
siempre", es con frecuencia para justificar cada conducta personal en
cualquier ambiente, sea profesional, cultural, universitario, político o
religioso.
Entonces la cultura se convierte en
un absoluto, tentación, siempre presente en cualquier grupo, tribu o nación, de
ir a la esencia del paganismo, que es precisamente dar carácter de absoluto, es
decir, divinizar la propia cultura y la propia historia.
La
tendencia a considerar la tradición, lo "ancestral", como referencia
moral fundante, conduce lógicamente a dar un carácter divino a esa tradición.
¡Cuántas tradiciones multiseculares de los fariseos quedaron abolidas por
Jesús! Y les llamaba hipócritas.
Sala clementina en el Vaticano |
Las
instituciones culturales religiosas no están exentas del riesgo de la
absolutización y de la divinización, inclinadas a exigir a las personas un
sometimiento absoluto en todos los ámbitos.
La Iglesia de Jesucristo, que se
reconoce como indispensable para la salvación, sin embargo rechaza decididamente
la interpretación institucional-visible del dicho "extra Ecclesia nulla
salus” (fuera de la Iglesia no hay salvación) que puso de moda san Fulgencio
(+532 con 65 años), monje y obispo de Ruspe, de talante rigorista y que siempre
llevaba un traje desteñido y nunca comió carne (¿?).
Un riesgo
grave de deformación en la vida religiosa es sustituir la relación directa y
personal con Dios por una relación institucional religiosa, y así no alcanza
propiamente a Dios, sino a una institución absolutizada. Entonces la piedad ya
no es medio para acercarse a Dios, la oración ya no es hablar con Dios, sino
una práctica llena de determinaciones materiales (puntualidad, temas, duración,
lugar, posturas).
Tiene escrito el papa Francisco que “las obras de
amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior
del Espíritu” (Evangelii gaudium 37). “La vida espiritual se confunde con
algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el
encuentro con los demás” (Evangelii gaudium 78). “Es cierto que a veces el
acento, más que en el impulso de la piedad cristiana, se coloca en formas
exteriores de tradiciones de ciertos grupos, o en supuestas revelaciones
privadas que se absolutizan” (Evangelii gaudium 70).
Cuando la
relación con el absoluto se sustituye por la relación con la institución, el
examen de conciencia no versa sobre el doble precepto de la caridad, sino sobre
el conjunto de normas que se refieren a la integración personal en la institución.
Cuando las personas hablan de su vida interior se referirán principalmente al
cumplimiento de las normas institucionales, dejando en un segundo plano el modo
de vivir la caridad con el prójimo en la familia o en las relaciones sociales.
Otra cita de
Francisco: “en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las
cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas
de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el
Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia (…) A
quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices,
esto puede parecerles una imperfecta dispersión” (Evangelii gaudium 40).
Sin embargo
hay instituciones religiosas donde cualquier diálogo libre resulta sospecho. La
unidad de la institución se concibe como disciplina y sometimiento para hacer lo
que indique la superioridad. Se afirma que la voluntad de Dios viene por los directivos.
Si
alguno adopta una actitud distinta de la imperada desde el poder (que no
autoridad), no se le pedirá que ofrezca las razones de ese comportamiento que
quizá pueda ser una luz para los que dirigen. Se verá recriminada y sometida
aunque pudiera ser un carisma profético que promueve el Espíritu Santo.
El
hoy papa emérito Benedicto XVI, entre otros casos quizá menos conocidos o
populares, intervino (no sin grandes dificultades) para reformar las
Constituciones de la Congregación religiosa contemporánea, los Legionarios de
Cristo y el Regnum Dei, fundados en México a primeros del siglo XX y que se
garantice la libertad de conciencia y se modere el ejercicio de la autoridad.
Lo anterior era escandaloso.
Sócrates |
No hay comentarios:
Publicar un comentario