Cosas sobre la misericordia
La Iglesia está celebrando el Año Jubilar de la
Misericordia, decretado por el papa Francisco y dado a conocer en el domingo
segundo de Pascua del pasado 2015, que –desde Juan Pablo II- es el domingo de
la Misericordia divina. Este año 2016 caerá este próximo 3 de abril.
En el pasado octubre, mientras en el Vaticano tenía
lugar el Sínodo sobre la familia, en la iglesia romana del Gesú se celebraba un
congreso sobre el interesante y debatido tema de la justificación que, aunque
no lo parezca, tiene que ver y mucho con la misericordia.
Uno de los ponentes invitados al congreso era el papa
emérito Benedicto XVI aunque físicamente no pudo asistir por su limitado salud
(este 16 de abril cumple 89 años) pero Georg Gänswein, su secretario, leía el texto
preparado como lección inesperada y magistral del profesor de teología
Ratzinger, que no como obispo de Roma.
Ratzinger partía de lo que él define "drásticos
cambios de nuestra fe" y "profunda evolución del dogma", con las
consiguientes "crisis" dramáticas, resultado de lo anterior.
Fue sin duda una sorpresa el que Ratzinger no dudara en
afirmar que una tesis, que ha modelado durante siglos la predicación de la
Iglesia, estaba del todo equivocada, a la luz de la teología trinitaria. Es
aquella tesis según la cual "Cristo debe morir en la cruz para reparar la
ofensa infinita que se había hecho a Dios restaurando, así, el orden que se
había infringido".
Ratzinger tuvo palabras esclarecedoras sobre la justicia
- misericordia, con una breve referencia al papa Francisco, de la que se
hicieron eco los aduladores del actual pontífice, y a su vez con toda rapidez
fueron silenciados en L'Osservatore Romano por los que les molesta el apoyo
ofrecido por el Papa emérito al papa Francisco y a la misericordia.
La justificación o la salvación eterna del ser humano
es el tema clave de la Reforma luterana que pretendía corregir la visión
de la fe católica en aquello que le parecía erróneo, y que hoy día sigue de rabiosa actualidad. Ratzinger explica que
de entonces a hoy se ha dado un giro copernicano en la mentalidad pues las
cosas, en cierto modo, se han invertido; es decir, ya no es el hombre quien
cree que necesita la justificación en presencia de Dios, sino que es Dios el
que debe justificarse por todas las cosas horribles que hay en el mundo y por
la miseria del ser humano.
Ratzinger cree que hay teólogos católicos que asumen,
incluso de una manera directa y formal, dicha inversión: Cristo no habría
sufrido por los pecados de los hombres, sino que más bien, por decirlo de algún
modo, habría borrado las culpas de Dios.
Sin embargo, en mi opinión –dice Ratzinger- sigue
existiendo, aunque de otra manera, la percepción de que necesitamos de la
gracia y el perdón. Para mí, es un "signo de los tiempos" el hecho de
que la idea de la misericordia de Dios esté en el centro y domine cada vez más.
El papa Juan Pablo II estaba profundamente impregnado de este impulso, aunque
tal vez no emergiera de manera explícita. Sólo donde hay misericordia acaban la
crueldad, el mal y la violencia; idea que forma parte de las palabras del papa
Francisco en alguna homilía del triduo pascual recién celebrado.
El profesor de teología recordaba que es la
misericordia la que nos mueve hacia Dios, mientras que la justicia, en su
presencia, nos da miedo. En mi opinión, esto evidencia que bajo la pátina de
seguridad en sí mismo y en su propia justicia, el hombre de hoy conoce
profundamente sus heridas y su indignidad ante Dios. Y espera la misericordia.
Ciertamente, no es casualidad que para los contemporáneos la parábola del buen
samaritano sea la más atractiva.
La contraposición entre el Padre, que insiste
absolutamente en la justicia, y el Hijo, que obedece al Padre y que al obedecer
acepta la cruel exigencia de la justicia, es en sí, a partir de la teología trinitaria,
del todo equivocada.
Cuando el Hijo, en el huerto de los olivos, lucha con
la voluntad del Padre no es porque deba aceptar para sí una disposición cruel
de Dios, sino por el deseo de atraer a la humanidad al interior de la voluntad
de Dios.
¿Por qué la cruz y la expiación? se pregunta
Ratzinger. Todo el mal y abundante que existe en el mundo no puede simplemente
ser declarado inexistente; ni siquiera por parte de Dios. Debe ser depurado,
reelaborado y superado.
Henri de Lubac |
Para explicar la relación entre Dios Padre y Dios Hijo
–dijo el profesor- reproduzco un pasaje del libro de Henri de Lubac sobre
Orígenes que, en mi opinión, es muy claro respecto a este tema:
El sufrimiento que Jesús soportó anticipadamente por
nosotros fue la pasión del amor. Pero el Padre mismo, el Dios del universo, el
que es la sobreabundancia de la longanimidad, la paciencia, la misericordia y
la compasión, en un cierto sentido sufre también.
Intentado comprender qué significan la misericordia de
Dios y la participación de Dios en el sufrimiento del hombre, se entiende que no
se trata de una justicia cruel, del fanatismo del Padre, sino de la verdadera e
íntima superación del mal que, en última instancia, sólo puede suceder en el
sufrimiento del amor.
Ya el papa Wojtyla tenía
esa misma convicción que quería compartir con todos. Por ejemplo en la Carta
apostólica del nuevo milenio inaugurado (Novo millennio ineunte) dejó escrito:
“El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no delata la
angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al
Padre en el amor para la salvación de todos… en
este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por
esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa
resistir con el pecado a su amor” (NMI, 26).
Es indudable –dijo Ratzinger- que, en lo que respecta
a este punto, estamos ante una profunda evolución del dogma. Si es verdad que
los grandes misioneros del siglo XVI estaban convencidos de que quien no estaba
bautizado estaba perdido para siempre, después del concilio Vaticano II dicha
convicción ha sido abandonada definitivamente en la Iglesia católica.
De esto deriva una doble y profunda crisis. Por una
parte, esto parece eliminar cualquier tipo de motivación por un futuro
compromiso misionero. ¿Por qué se debería intentar convencer a las personas de
que acepten la fe cristiana cuando pueden salvarse también sin ella?
Pero también a los cristianos se les planteó una
cuestión: la obligatoriedad de la fe y su forma de vida pasó a ser incierta y
problemática. Al fin y al cabo, si hay quien se puede salvar también de otros
modos ya no está tan claro por qué el cristiano tiene que estar vinculado a las
exigencias de la fe cristiana y a su moral. Si la fe y la salvación ya no son
interdependientes, también la fe pierde su motivación.
Ya en marzo de 2011 colgué un post sobre “evangelizar
¿sirve para algo?. Y en abril de 2015 uno sobre “misericordia y justicia”.
Pretendo ahora no repetirme.
Recordamos sobre todo –sigue diciendo Ratzinger- a
Henri de Lubac, y con él a otros teólogos, que insistieron sobre el concepto de
sustitución vicaria y que por el bautismo todo cristian@ no lo es por sí mism@,
sino con Cristo, para los otros.
El cristian@ no tiene un billete especial para entrar
en la bienaventuranza eterna, sino la vocación a construir el conjunto, el
todo. Nosotros, junto al Señor que hemos conocido, vamos hacia los otros e intentamos
hacer visible para ellos el acontecimiento de Dios en Cristo.
Pienso que en la situación actual es, para nosotros,
cada vez más evidente y comprensible lo que el Señor le dice a Abraham, es
decir, que diez justos habrían bastado para que la ciudad sobreviviera, pero
que ésta se destruye a sí misma si no se alcanza este número tan pequeño. Está
claro que debemos reflexionar ulteriormente sobre toda esta cuestión.
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