miércoles, 30 de marzo de 2016

EL DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

Cosas sobre la misericordia



La Iglesia está celebrando el Año Jubilar de la Misericordia, decretado por el papa Francisco y dado a conocer en el domingo segundo de Pascua del pasado 2015, que –desde Juan Pablo II- es el domingo de la Misericordia divina. Este año 2016 caerá este próximo 3 de abril.

En el pasado octubre, mientras en el Vaticano tenía lugar el Sínodo sobre la familia, en la iglesia romana del Gesú se celebraba un congreso sobre el interesante y debatido tema de la justificación que, aunque no lo parezca, tiene que ver y mucho con la misericordia.

Uno de los ponentes invitados al congreso era el papa emérito Benedicto XVI aunque físicamente no pudo asistir por su limitado salud (este 16 de abril cumple 89 años) pero Georg Gänswein, su secretario, leía el texto preparado como lección inesperada y magistral del profesor de teología Ratzinger, que no como obispo de Roma.

Ratzinger partía de lo que él define "drásticos cambios de nuestra fe" y "profunda evolución del dogma", con las consiguientes "crisis" dramáticas, resultado de lo anterior.

Fue sin duda una sorpresa el que Ratzinger no dudara en afirmar que una tesis, que ha modelado durante siglos la predicación de la Iglesia, estaba del todo equivocada, a la luz de la teología trinitaria. Es aquella tesis según la cual "Cristo debe morir en la cruz para reparar la ofensa infinita que se había hecho a Dios restaurando, así, el orden que se había infringido".

Ratzinger tuvo palabras esclarecedoras sobre la justicia - misericordia, con una breve referencia al papa Francisco, de la que se hicieron eco los aduladores del actual pontífice, y a su vez con toda rapidez fueron silenciados en L'Osservatore Romano por los que les molesta el apoyo ofrecido por el Papa emérito al papa Francisco y a la misericordia.

La justificación o la salvación eterna del ser humano es el tema clave de la Reforma luterana que pretendía corregir la visión de la fe católica en aquello que le parecía erróneo, y que hoy día sigue de rabiosa actualidad. Ratzinger explica que de entonces a hoy se ha dado un giro copernicano en la mentalidad pues las cosas, en cierto modo, se han invertido; es decir, ya no es el hombre quien cree que necesita la justificación en presencia de Dios, sino que es Dios el que debe justificarse por todas las cosas horribles que hay en el mundo y por la miseria del ser humano.

Ratzinger cree que hay teólogos católicos que asumen, incluso de una manera directa y formal, dicha inversión: Cristo no habría sufrido por los pecados de los hombres, sino que más bien, por decirlo de algún modo, habría borrado las culpas de Dios.

Sin embargo, en mi opinión –dice Ratzinger- sigue existiendo, aunque de otra manera, la percepción de que necesitamos de la gracia y el perdón. Para mí, es un "signo de los tiempos" el hecho de que la idea de la misericordia de Dios esté en el centro y domine cada vez más. El papa Juan Pablo II estaba profundamente impregnado de este impulso, aunque tal vez no emergiera de manera explícita. Sólo donde hay misericordia acaban la crueldad, el mal y la violencia; idea que forma parte de las palabras del papa Francisco en alguna homilía del triduo pascual recién celebrado.

El profesor de teología recordaba que es la misericordia la que nos mueve hacia Dios, mientras que la justicia, en su presencia, nos da miedo. En mi opinión, esto evidencia que bajo la pátina de seguridad en sí mismo y en su propia justicia, el hombre de hoy conoce profundamente sus heridas y su indignidad ante Dios. Y espera la misericordia. Ciertamente, no es casualidad que para los contemporáneos la parábola del buen samaritano sea la más atractiva.

La contraposición entre el Padre, que insiste absolutamente en la justicia, y el Hijo, que obedece al Padre y que al obedecer acepta la cruel exigencia de la justicia, es en sí, a partir de la teología trinitaria, del todo equivocada.

Cuando el Hijo, en el huerto de los olivos, lucha con la voluntad del Padre no es porque deba aceptar para sí una disposición cruel de Dios, sino por el deseo de atraer a la humanidad al interior de la voluntad de Dios.

¿Por qué la cruz y la expiación? se pregunta Ratzinger. Todo el mal y abundante que existe en el mundo no puede simplemente ser declarado inexistente; ni siquiera por parte de Dios. Debe ser depurado, reelaborado y superado.

Henri de Lubac
Para explicar la relación entre Dios Padre y Dios Hijo –dijo el profesor- reproduzco un pasaje del libro de Henri de Lubac sobre Orígenes que, en mi opinión, es muy claro respecto a este tema:
El sufrimiento que Jesús soportó anticipadamente por nosotros fue la pasión del amor. Pero el Padre mismo, el Dios del universo, el que es la sobreabundancia de la longanimidad, la paciencia, la misericordia y la compasión, en un cierto sentido sufre también.

Intentado comprender qué significan la misericordia de Dios y la participación de Dios en el sufrimiento del hombre, se entiende que no se trata de una justicia cruel, del fanatismo del Padre, sino de la verdadera e íntima superación del mal que, en última instancia, sólo puede suceder en el sufrimiento del amor.

Ya el papa Wojtyla tenía esa misma convicción que quería compartir con todos. Por ejemplo en la Carta apostólica del nuevo milenio inaugurado (Novo millennio ineunte) dejó escrito: “El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos… en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor” (NMI, 26).

Es indudable –dijo Ratzinger- que, en lo que respecta a este punto, estamos ante una profunda evolución del dogma. Si es verdad que los grandes misioneros del siglo XVI estaban convencidos de que quien no estaba bautizado estaba perdido para siempre, después del concilio Vaticano II dicha convicción ha sido abandonada definitivamente en la Iglesia católica.

De esto deriva una doble y profunda crisis. Por una parte, esto parece eliminar cualquier tipo de motivación por un futuro compromiso misionero. ¿Por qué se debería intentar convencer a las personas de que acepten la fe cristiana cuando pueden salvarse también sin ella?

Pero también a los cristianos se les planteó una cuestión: la obligatoriedad de la fe y su forma de vida pasó a ser incierta y problemática. Al fin y al cabo, si hay quien se puede salvar también de otros modos ya no está tan claro por qué el cristiano tiene que estar vinculado a las exigencias de la fe cristiana y a su moral. Si la fe y la salvación ya no son interdependientes, también la fe pierde su motivación.

Ya en marzo de 2011 colgué un post sobre “evangelizar ¿sirve para algo?. Y en abril de 2015 uno sobre “misericordia y justicia”. Pretendo ahora no repetirme.

Recordamos sobre todo –sigue diciendo Ratzinger- a Henri de Lubac, y con él a otros teólogos, que insistieron sobre el concepto de sustitución vicaria y que por el bautismo todo cristian@ no lo es por sí mism@, sino con Cristo, para los otros.

El cristian@ no tiene un billete especial para entrar en la bienaventuranza eterna, sino la vocación a construir el conjunto, el todo. Nosotros, junto al Señor que hemos conocido, vamos hacia los otros e intentamos hacer visible para ellos el acontecimiento de Dios en Cristo.

Pienso que en la situación actual es, para nosotros, cada vez más evidente y comprensible lo que el Señor le dice a Abraham, es decir, que diez justos habrían bastado para que la ciudad sobreviviera, pero que ésta se destruye a sí misma si no se alcanza este número tan pequeño. Está claro que debemos reflexionar ulteriormente sobre toda esta cuestión.

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