Puertas abiertas para todos
La fiesta de los llamados "reyes magos", es la Epifanía
del Señor que quiere decir "manifestación", iluminación. Celebramos
la manifestación de Dios a todos los hombres del mundo, a todas las regiones de
la tierra, representadas en esos tres “reyes magos”.
El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 528) recuerda: «en estos
"magos", representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el
Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la
Buena Nueva de la salvación.
(…) Su venida significa
que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y
Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (cf. Jn 4, 22) y
recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo
Testamento (cf. Mt 2, 4-6)».
"Cuando un dedo señala una estrella, todos los tontos sólo
miran al dedo", dice un refrán que he tomado de algún sitio. Quizá la
estrella fue visible en toda la región pero muchos no levantaron la visita y no
la vieron. Quizá muchos vieron la estrella, pero no la siguieron. Quizá algunos
la vieron y la siguieron, pero les faltó constancia y desistieron. Los Magos,
en cambio, vieron la estrella, se pusieron en marcha, se enfrentaron también al simún del desierto, y llegaron hasta el final.
Hoy, al cabo de XXI siglos, sigue pasando lo mismo.
Los pastores llegaron a Jesús por la fe, en
cambio los magos por la razón y la ciencia; dos caminos que han de conducir a
la misma meta. Hoy siguen enfrentados en una guerra sin cuartel.
Después de la Revolución Francesa, en algunos creyentes y
practicantes entró el miedo al progreso que se dejó en manos de los incrédulos.
Los católicos oficiales declararon la guerra al mundo, a la ciencia, al
progreso técnico. El papa Gregorio XVI no quiso ni siquiera construir el
ferrocarril en su Vaticano romano. Su sucesor, Pío IX, que llegaba al
pontificado con aires de hombre abierto al progreso, sólo construyó la estación
del ferrocarril. Después las puertas y ventanas del Vaticano se cerraron
herméticamente hasta Juan XXIII que las abrió de par en par por obra del
Espíritu Santo. El portal o la casa de
Belén tenía las puertas abiertas a todos: pastores y gentiles, persas y
etíopes.
La apuesta actual de la Iglesia es el diálogo que inició Juan
XXIII, al que se refirió muchas veces en su cortísimo pontificado Juan Pablo I
y que Pablo VI en su primera Encíclica programática (Ecclesiam suam) llamó “diálogo de salvación”. Es la hora
nueva de una actitud nueva: el trato con todos los hombres, un diálogo sincero,
de amistad auténtica, imitando a estos magos, "científicos" persas,
que van a preguntar a los sabios judíos.
El papa Francisco
no hace otra cosa que impulsar este mismo deseo divino, sobre todo con hechos y
no con teorías teológicas.
Ya hace varias décadas, el 22 de diciembre de 1980 (hace 35
años), una docena de premios Nobel de NOVA SPES, Movimiento Internacional para
la promoción de los valores y del desarrollo humano, entregaron en Roma a Juan
Pablo II un documento donde manifestaban que “el conocimiento científico se
ha aplicado en ocasiones de forma absolutamente indeseable, como la guerra, por
ejemplo, al tiempo que su utilización para fines buenos puede tener efectos
secundarios inesperados que no son deseables. Además, la soberbia intelectual
que la ciencia ha proporcionado ha cambiado la idea que la humanidad tiene de
sí misma y de su lugar en el universo, lo que ha llevado a los seres humanos a
un empobrecimiento espiritual y a un vacío moral. Creemos que los científicos
debemos tener una especial sensibilidad ética y estamos deseosos de derribar la
tradicional barrera -o incluso oposición- entre la ciencia y la religión (…)
reconocemos que la Iglesia Católica está en situación única para aportar una
orientación moral a escala mundial”. Los firmantes eran siete premios Nobel
en Medicina, dos en Química, uno en Física y otros dos en Economía.
Dice san Pablo a los efesios que “Los gentiles también son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa”. Pero
tampoco para ellos la salvación es gratis, sin esfuerzo pues los magos tuvieron
que vencer muchas dificultades. Desde recorrer en aquellos tiempos muchos
cientos de km, tuvieron que aguantar achuchones de familiares y amigos que les
tachaban de locos. Quizá también la suegra de alguno de ellos, sacando el
ramalazo negativo, se puso incluso impertinente e insoportable. La travesía
conlleva (ver google maps) cruzar desiertos, altas montañas, fríos, calores,
aunque fueran siguiendo la ruta de la seda.
Uno de los grandes teólogos en tiempos del Concilio Vaticano II, K. Rahner, habló de los “cristianos anónimos” , convencido de que todo hombre o mujer que
se salva es (lógicamente) cristiano aunque uno mismo no lo sepa.
No sin esfuerzo se llega a
Dios, siguiendo la estrella, la ciencia, las cosas creadas y la vida misma
(aparte de la Biblia y el sagrario). A veces desaparece la estrella pero, como ellos,
uno no se vuelve atrás.
En esa aventura de aquellos magos llegados a Belén desde Oriente, bien pudiera ser que uno fuera reina que sería imprescindible para animar a los “reyes” a superar las adversidades por la intuición femenina de que no iban a perder el tiempo. Una reina, la de Saba, fue a visitar al rey Salomón.
En la Misa de este 1 de enero de este
2016, al papa Francisco le llevaron las ofrendas dos chicos vestidos de reyes
magos, y una chica, reina maga. Y no es novedad pues se viene haciendo así hace
unos años, también antes con Benedicto XVI.
Puertas abiertas para todos y para todas que se simboliza con el gesto que, para inaugurar el Año Jubilar de la Misericordia, está haciendo el papa Francisco (como los anteriores) abriendo la llamada "puerta santa"; él de sus basílicas en Roma. Los demás obispos, cada uno en la catedral de su diócesis o algo así.
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