En ningún Evangelio se dice que haya
que celebrar o conmemorar el nacimiento del Mesías. Jesús solo ordenó que se
le recuerde su última cena Pascual.
Y hace muchos siglos que se viene celebrando
en todo el planeta aunque en el ámbito cristiano sea como fiesta religiosa y de
alegría con comida extra incluida.
Celebrar el cumpleaños en aquellos
siglos era algo muy pagano y era ocasión para manifestar la pompa, la vanagloria
y la vanidad del Emperador, como recuerda el papa emérito Benedicto XVI en su
libro sobre la infancia de Jesús, firmado como Joseph Ratzinger, como teólogo y
obispo, no como papa.
El papa Fabián, que fue el obispo de
Roma del 236 al 250 (14 años) decidió terminar con tanta especulación que se
venía haciendo entonces y calificó de sacrílegos a quienes intentaron
determinar la fecha del nacimiento de Cristo. La Iglesia Católica de Armenia
fijó su nacimiento el 6 de enero, mientras que otras iglesias orientales,
egipcios, griegos y etíopes propusieron fijar el natalicio en el día 8 de
enero.
Navidad
es un acontecimiento en la vida del redentor que provoca múltiples preguntas:
¿por qué te haces hombre? ¿por qué eliges Belén y un establo y no un palacio de
la capital del Imperio o una buena casa de ricos en cualquier gran ciudad de aquellos
momentos? ¿por qué sólo lo comunicas a los pastores y no has querido salir por
la tele?.
Metiendo
la cabeza para la comprensión racional de los detalles de la fe, atrae a la
razón la frase de que "no había sitio para ellos". Entiendo que no es solo un hecho físico sino también dibuja nuestra
actitud espiritual. María, al llegar a Belén, intuyendo que el parto podría ser
excepcional como la concepción, le dijo a José que como estaba cansada, se
quedaba a la entrada de la aldea, junto al pozo, mientras él iba a buscar
alojamiento y algo de comer a "mercadona", "caprabo",
"consum", "día", o lo que hubiera.
Como
exige la naturalidad y la discreción, María, sabiendo que le había llegado la
hora, se escondió en un establo para no estar en la calle y quedar resguardada.
Intuía que no necesitaría ayuda ni comadrona para parir al Verbo eterno, al Hijo
de Dios. Cuando José regresó, se encontraría al Niño en brazos de su madre.
Quedó impresionado por la hermosura del Niño y la belleza de su esposa María,
tranquila, serena, feliz, un sol. José otra vez está presente sin demasiado
protagonismo.
En la homilía de la pasada Navidad del 2014,
el papa Francisco nos sugería considerar que los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del
Redentor con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). La «señal» es precisamente la
humildad de Dios llevada hasta el extremo; es el amor con el que asumió nuestra
fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y
nuestras limitaciones (…) la ternura de Dios que nos mira con ojos llenos de
afecto, que acepta nuestra miseria. Dios enamorado de nuestra pequeñez.
Los
textos del Antiguo Testamento, de Isaías y del salmo que trae la Liturgia de la
Palabra en este día 25 de diciembre (para el ciclo C como en este añó 2015)
tienen ese tono bélico, guerrero y militar propio de aquella época y que, desgraciadamente,
siguen imitando las religiones del Libro (no sólo Mahoma), que inventan un
cristianismo veterotestamentario. Viven como si Cristo no hubiera nacido y
seguimos en aquella obscuridad en la que estaba el mundo.
Vino
a los suyos, dice san Juan, y no le recibieron; no había sitio en la posada, en
cada vida humana, en cada corazón humano. El único mandamiento que nos ha
enseñado es el del amor; el único programa del cristiano son las
bienaventuranzas y la experiencia demuestra que –como en Belén- no hay sitio
para Dios; la mayoría no le hacemos ni caso: en la práctica somos agnósticos
aunque nos declaremos teóricamente muy creyentes, muy católicos.
Nos
podemos preguntar en estos días mirando tantos belenes aquí y allá, calles,
tiendas, hogares, oficinas… ¿Cabe Dios en mi vida? ¿Está a gusto en mi corazón
aunque sea un establo, un muladar, poca cosa, pero con paja limpia y sin moscas
ni mosquitos ya que tenemos a mano el purificador espiritual?
Hay
muchos teólogos que conocen muchísimas cosas de Dios pero no le quieren. Se
puede rezar mucho y no amar ni a Dios ni a los hermanos. Hay personas que rezan
menos pero saben querer; quieren más y mejor que muchos creyentes y
practicantes.
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