A los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II
El 8 de diciembre de 2015 se cumplen los 50 años de
la clausura del Concilio Vaticano II del que tanto se ha hablado, unos a favor,
otros en contra.
Y por ello creo que el papa Francisco aprovecha la ocasión para animarnos a mirar cómo estamos viviendo aquellas indicaciones del Espíritu Santo a la Iglesia del tercer milenio. Unos se han pasado 10 pueblos. Otros ni siquiera han leído los documentos conciliares.
Y por ello creo que el papa Francisco aprovecha la ocasión para animarnos a mirar cómo estamos viviendo aquellas indicaciones del Espíritu Santo a la Iglesia del tercer milenio. Unos se han pasado 10 pueblos. Otros ni siquiera han leído los documentos conciliares.
En varias Misas celebradas en la capilla de la Casa Santa Marta ya recién elegido en 2013 fue enseñándonos a renovarnos, convertirnos, para ser más fieles a Cristo. Es la idea madre del Concilio que, como todos los demás en la historia, han llamado a la conversión personal y colectiva desde el primer concilio en Jerusalén en tiempos de los apóstoles. Hasta ellos tuvieron que pensar, rezar y corregirse con lo de la circuncisión.
El martes 16 de abril advirtió
que no se está cumpliendo con todo lo que el Espíritu Santo pidió porque se ha
preferido mayormente ceder a la tentación de la comodidad que seguir lo que
inspiró Dios a los padres conciliares. “Queremos que el Espíritu Santo se
adormezca… queremos ‘domesticar’ al Espíritu Santo (…) ¡seguir adelante! Es eso
lo que fastidia. La comodidad es mejor (…) Eso
continúa hoy en día”.
“El Concilio fue una
hermosa obra del Espíritu Santo. Piensen en el papa Juan: parecía un párroco
bueno y fue obediente al Espíritu Santo y convocó el Concilio. Pero después de
50 años, ¿hemos hecho todo lo que nos ha dicho el Espíritu Santo en el
Concilio? ¿En esa continuidad del crecimiento de la Iglesia que fue el
Concilio? No”.
“Festejemos este
aniversario, hagamos un monumento, pero que no nos molesten. No queremos
cambiar. Es más: hay voces que quieren ir hacia atrás. Esto se llama ser
testarudos, eso se llama querer domesticar el Espíritu Santo, eso se llama
convertirse en insensatos y tardos de corazón”, advirtió.
Lo mismo ocurre en la vida personal. El Espíritu nos
empuja a recorrer un camino más evangélico, pero nosotros nos resistimos.
¡Es el Espíritu quien
nos hace libres, con esa libertad de Jesús, con esa libertad de los hijos de
Dios!”. “Es
ésta la gracia que yo quisiera que todos nosotros pidiéramos al Señor: la
docilidad al Espíritu Santo, a ese Espíritu que viene a nosotros y nos hace
avanzar en el camino de la santidad, esa santidad tan bella de la Iglesia, expresó el Papa.
El 12 de junio volvía
sobre lo mismo describiendo las dos posibles tentaciones de la buena
renovación: retroceder por ser
temerosos de la libertad que viene de la ley «realizada en el Espíritu Santo» y
ceder a un «progresismo adolescente», es decir, propenso a seguir los valores
más fascinantes propuestos por la cultura dominante.
Ya a Jesús le
acusaban algunos de querer cambiar la ley de Moisés pero él explicaba que «Yo no
vengo a abolir la ley sino a darle pleno cumplimiento». El cumplimiento
de la ley de Dios está dado en Jesús que nos enseña como único mandato la ley
del amor y que, como explicaba san Juan, es lo que nos hace libres. Sin
embargo, se trata de una libertad que, en cierto sentido, nos da miedo. «Porque
—precisó el Pontífice— se puede confundir con cualquier otra libertad humana».
Y «la ley del Espíritu nos lleva por el camino del discernimiento continuo para
hacer la voluntad de Dios»: también esto nos asusta.
La segunda tentación
es la que el Papa definió como «progresismo adolescente». No se trata de
auténtico progreso (…) tomamos las leyes y los valores que más nos gustan, como
hacen precisamente los adolescentes. Al final, el riesgo que se corre es el de
resbalar y salirse del camino. Según el Pontífice, se trata de una tentación
recurrente en este momento histórico para la Iglesia.
El 6 de julio insistía otra vez sobre la renovación
sin temores: dejarse renovar por el
Espíritu Santo, a no tener miedo de lo nuevo, a no temer la renovación en la
vida de la Iglesia. Glosando el pasaje del Evangelio del día (Mt 9,14-17),
destacó otra vez el espíritu innovador que animaba a Jesús, como si su vocación
fuese la de renovar todo.
En la vida cristiana,
y también en la vida de la Iglesia, existen estructuras caducas. Es necesario
renovarlas. Es un trabajo «que la Iglesia siempre ha hecho, desde el primer
momento». La Iglesia —agregó— siempre ha ido adelante de este modo, dejando que
el Espíritu Santo sea quien renueve las estructuras.
Una
estructura caduca es el actual ejercicio del papado. El papa Francisco, el 17
de octubre pasado, ante los participantes en el Sínodo ordinario sobre la
familia, reiteró la necesidad
y la urgencia de pensar en “una conversión del papado” mientras
citaba unas palabras de Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint de 1995: “Estoy convencido de tener al respecto una
responsabilidad particular (…) de encontrar una forma de ejercicio del primado
que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una
situación nueva”.
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