Con
la Ascensión de Jesús -que la Iglesia conmemora
cada año el domingo 7º de Pascua-, celebramos el hecho de que se va de esta
tierra con su cuerpo glorioso y resucitado después de 40 días de estar sin
estar con los suyos. Desde el domingo de Resurrección sólo se aparecía a ratos
y volvía a desaparecer de la vista de los suyos. Antes de su muerte estaba las
24 horas del día entre ellos.
El
que había venido a esta tierra desde el cielo por ser el Hijo de Dios, la
segunda Persona de la santísima Trinidad, se volvía a donde había venido pero
–oh paradojas de la fe- vino el que siempre está con nosotros y se fue el que
nunca nos deja huérfanos. Yo estaré con vosotros todos los días hasta
el fin del mundo, nos dijo. También: subo a mi Padre y a vuestro Padre
(…) Voy a
prepararos un lugar; y cuando haya marchado y os haya preparado un lugar, de
nuevo vendré (…) Os lo he dicho ahora
antes de que suceda, para que cuando suceda creáis (Jn 14,2-28).
Jesús
de Nazaret, el Mesías, el esperado durante tantos siglos de la etapa histórica
llamada el Antiguo Testamento, es el Emmanuel, o sea, Dios con nosotros. Saltan
muchas preguntas para los creyentes y los no creyentes de buena voluntad. ¿Cómo
que Dios con nosotros si no estaba aquí en la tierra? ¿Cómo Dios con nosotros
si se ha ido?
Es
todo un reto para la inteligencia, también la del creyente. A todo eso se añade
un dato, un pequeño detalle que se lee en el Nuevo Testamento, no por pequeño
poco importante. «Mientras él se iba, se presentaron junto a ellos dos hombres
con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando
al cielo? Este mismo Jesús, que de entre vosotros ha sido elevado al cielo,
vendrá de igual manera que le habéis visto subir al cielo» (Act 1,9-14).
Esos dos hombres vestidos de blanco, ángeles con la
apariencia humana (como tantas otras veces), nos pueden desconcertar por la
cariñosa regañina de estar mirando al cielo.
Es una constante en la historia que entre los cristianos se
ha ido dando la actitud de los que están solo mirando al cielo y de los que no
son capaces de hacerlo ni un ratito.
Recientemente, en el siglo XIX, por ejemplo Karl Marx echaba en cara a los cristianos que estuvieran mirando al cielo (rosarios, misas, romerías…) y no se preocupaban
de las cosas de esta tierra, de lo profesional, lo social, lo cultural y lo
lúdico, del día a día.
El Concilio Vaticano II quiso ayudar a arreglar ese defecto antes apuntado pues solo
se venía considerando que para ser buen cristiano hay que rezar, o sea imitar a los monjes/as y/o religiosos/as. Los
trabajadores, los padres o abuelos de familia, los cristianos corrientes y
molientes no podían ser considerados buenos cristianos trabajando, sacando adelante la familia, cumpliendo con los amigos y vecinos.
Santa Teresa de Jesús o de Ávila decía que Dios anda
entre los pucheros, no solo en la capilla del convento. Hay que saber verle
mientras se trabaja o se descansa y no solo mientras se reza.
Dios
nos tiene siempre presentes: estamos en su presencia continuamente pues en Él
existimos y nos movemos; si dejara un instante de pensar en alguno/a, ese/a tal
volvía a la nada. Como estamos hechos a su imagen y semejanza, se trata de
procurar imitarle en esto de tenerle a Él presente aunque, lógicamente, de ello
no depende su existencia.
Está
claro pero no deja de “chocarnos” las palabras de Cristo en la cruz, ¡siendo
Dios verdadero y hombre verdadero!: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?
Pero
Dios no abandona ni a Jesús ni a ninguno/a de cualquier raza, religión o época
histórica. Pero sí es verdad (que no debería olvidarse) que nos ha hecho libres
a la vez que nunca nos deja solos para nada. Incluso para sacar adelante su
Iglesia entrega las llaves que es un gesto epaté
que dirían los franceses. Dios no quiere hacer trampas saltándose habitualmente
las leyes naturales de las cosas, de las galaxias, de los átomos; no abusa
nunca de su divinidad que fue una de las tentaciones (y fuerte) que como hombre
sufrió Jesús hambriento tras 40 días de ayuno en el desierto.
Terremoto y tsunami en Japón en 2011 |
No
es una presencia la de Dios que buscamos para que nos arregle los problemas
pues hemos de poner toda la carne en el asador. Los bautizados entendemos que
en esta vida se trata de poner todos los medios humanos como si Dios no
existiese o no nos viese y a la vez poner (por la fe) todos los medios
sobrenaturales (rezar) como si las cosas no dependiesen de nosotros.
Me contaron una vez que el entonces recién nombrado rey de España, Juan Carlos I, estaba preocupado porque tenía hijas y no un chico para sucederle sin trastocar la ley sálica. En el gobierno de entonces había un ministro que conocía como cristiano de verdad, creyente y practicante y hablando en un encuentro sin formalismo, su Majestad le pidió que rezara para pedirle a Dios un chico. Tal ministro era muy santo, muy listo y muy despistado por lo que, con toda confianza divina y humana, le contestó: "A Dios rogando y con el mazo dando". Teológicamente es correctísima la respuesta pero quizá alguno de la generación de mis abuelos ponga (puso) mala cara.
Un
día llegaba uno a su casa por la noche, muy cansado del trabajo. Su mujer le tenía
preparada la cena con lo que ella sabe que le apetecería. Al disfrutar el caldo
fantástico y la tortilla en su punto, como era un buenísimo cristiano, dijo: “que
buena está la cena ¡gracias a Dios!”
Claro, su mujer le recriminó (con razón):
nene, la he preparado yo.
Dios
no se enfada si el marido le da las gracias a ella. Es lo que Él está
esperando. Las gracias a Dios se han de dar siempre pero en otro momento.
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