jueves, 2 de enero de 2014

¿ES POSIBLE LA PAZ?



Cada 1 de enero se estrena el año nuevo celebrando en la Iglesia la JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ, una iniciativa de Pablo VI desde 1968 que puede servirnos para replantearnos esta realidad de nuestra vida que al fin y al cabo es la esencia del plan redentor del Niño nacido en Belén, el Verbo encarnado.


El catecismo de la Iglesia católica (n 2305) recuerda que «La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el ‘Príncipe de la paz’ mesiánica (Is 9, 5). ‘Él es nuestra paz’ (Ef 2, 14). Jesús mismo, cuando sea adulto y pueda hablar, recién nacido no puede, declarará bienaventurados a los que construyen la paz (cf Mt 5, 9)».

La paz es algo muy serio que nunca se ha vivido de verdad ni lo pretendemos. Creemos con frecuencia que es de cobardes no pelearse, no gritar, no llevar la contraria, etc. Es como si nos faltara el oxígeno para respirar si no tenemos enfrente un enemigo.

Fue san Odilón, el 5º abad de Cluny (+1049 con 87 años) quien ayudó a colocarnos en esto, dando un primer paso. Fue abad durante 50 años cuando la Europa medieval (la Cristiandad), estaba atormentada con el terror apocalíptico del año mil. A él se debe la idea de la "Tregua de Dios", que consistía en interrumpir todo acto guerrero o de bandolerismo desde la tarde del miércoles hasta el lunes por la mañana. Menos da una piedra.

También el papa Francisco, como los anteriores, envía un mensaje para esta Jornada mundial de la paz de 2014 y recuerda que: “Es claro que tampoco las éticas contemporáneas son capaces de generar vínculos auténticos de fraternidad ya que una fraternidad privada de  la referencia a un Padre común, como fundamento último, no logra subsistir”. La verdadera paz supone vivir la fraternidad que es el mandato de Cristo para sus discípulos.

           El Hijo de Dios –enseñaba san Josemaría- se hizo carne... En este misterio hay algo que debería remover a los cristianos. Una de las maravillas de Dios que hemos de meditar y que hemos de agradecer a este Señor que ha venido a traer la paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2, 14). A todos los hombres que quieren unir su voluntad a la Voluntad buena de Dios: ¡No sólo a los ricos, ni sólo a los pobres!, ¡a todos los hombres, a todos los hermanos! Que hermanos somos todos en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre (Homilía de Navidad de 1963).

Es una preocupación de todos los santos de todos los tiempos, más o menos explícita según los casos, porque está en la entraña del Evangelio. Ya Zacarías, el padre del Bautista, cuando recupera el habla, declara: Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, el Sol naciente nos visitará desde lo alto, para iluminar a los que yacen en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1:78-79).
           
 Cuando nace Jesús en Belén, leemos en el Evangelio que, «de pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2:13-14)».
            Jesús ya adulto nos dirá a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14:27).
            En la tarde-noche del domingo de resurrección, los dos discípulos que regresaban depres a Emaús, retornan alegres y corriendo a Jerusalén y cuentan a los demás «lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan. Mientras ellos contaban estas cosas, Jesús se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros (Lc 24:35-36)».
            Antes de su pasión Cristo, cuando se acercaba a Jerusalén, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos (Lc 19:41-42).

El 1 de enero de 2005, el último de su pontificado de 26 años, Juan Pablo II decía: La paz es un bien que se promueve con el bien: es un bien para las personas, las familias, las Naciones de la tierra y para toda la humanidad; pero es un bien que se ha de custodiar y fomentar mediante iniciativas y obras buenas (…) Con la certeza de que el mal no prevalecerá, el cristiano cultiva una esperanza indómita que lo ayuda a promover la justicia y la paz. A pesar de los pecados personales y sociales que condicionan la actuación humana, la esperanza da siempre nuevo impulso al compromiso por la justicia y la paz, junto con una firme confianza en la posibilidad de construir un mundo mejor.

El 1 de enero de 1979, pocos meses después de haber sido elegido papa en octubre, ya había dicho: «se observa que tanto las personas como los grupos no acaban de arreglar sus conflictos secretos o públicos. ¿Será pues la paz un ideal fuera de nuestro alcance? (…) En unas partes, la timidez y la dificultad de las reformas necesarias envenenan las relaciones entre grupos humanos (…) Aprendamos primero a repasar la historia de los pueblos y de la humanidad según esquemas más verdaderos que los de la concatenación de las guerras y de las revoluciones».
 (…) se comprenderá que llamo particularmente la atención de los hijos de la Iglesia, con el fin de estimular su contribución a la paz y a situarla en el gran Designio de Paz, revelado por Dios en Jesucristo.
            (…) No pretendemos hallar en la lectura del Evangelio fórmulas ya hechas para llevar a cabo hoy tal o cual progreso en la paz (…) hallamos, casi en cada página del Evangelio y de la historia de la Iglesia, un espíritu (…) una fuerza (…) una esperanza».

En la Jornada mundial de la paz de este nuevo 2014, el papa Francisco sigue proponiéndonos lo mismo pues conviene repetir porque nos olvidamos enseguida de algunas cosas y cuesta ponerlas en práctica.
Y uniendo la jornada de paz con el día mariano del mismo 1 de enero que la Iglesia celebra la maternidad divina de María, lógicamente el papa Francisco nos invita a tratarla, a escucharla, a pedirle su consejo, a conocer su opinión materna: “Que María, la Madre de Jesús, nos ayude a comprender y a vivir cada día la fraternidad que brota del corazón de su Hijo, para llevar la paz a todos los hombres
¡Qué hermosa es nuestra vocación de cristianos -¡de hijos de Dios!-, que nos trae en la tierra la alegría y la paz que el mundo no puede dar! (Forja 269)
Piensa, porque es así: ¡qué bueno es el Señor, que me ha buscado, que me ha hecho conocer este camino santo para ser eficaz, para amar a las criaturas todas y darles la paz y la alegría! Este pensamiento ha de concretarse luego en propósitos. (Forja 279)
Por todos los caminos honestos de la tierra quiere el Señor a sus hijos, echando la semilla de la comprensión, del perdón, de la convivencia, de la caridad, de la paz. Tú, ¿qué haces? (Forja 373)

Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo (Himno del oficio de lecturas, 2 enero).

Santa María, Madre de Dios es una solemnidad para inaugurar con buen pie el nuevo año y destinada a celebrar la misión de María en el misterio de la salvación y a exaltar su singular dignidad. María es la Madre de Dios por ser la madre de Jesucristo. Juan Pablo II, en su Encíclica sobre la Madre del Redentor, recordaba que “el concilio Vaticano II confirma que María es «Madre de Dios Hijo, y por tanto, Hija del Padre y Sagrario del Espíritu Santo»”. Negar esa maternidad por negar la divinidad de Jesús es la primera herejía -y lo sigue siendo hoy (cfr Jesús de Nazaret de Ratzinger)- que apareció en el cristianismo cuando la llamaban así, Theotokós en griego, la lengua vulgar de entonces. En el 431 el Concilio de Éfeso la definió como dogma cuando el hereje de turno, Nestorio, se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, solo la madre de Jesús. Entonces se reunieron 200 obispos en Éfeso, la ciudad donde –según una tradición- la Santísima Virgen pasó sus últimos años viviendo allí con san Juan apóstol. Los jerarcas reunidos en concilio e iluminados por el Espíritu Santo declararon: "La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios". Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén". El pueblo estaba a la expectativa y dispuesto a linchar a los obispos si proclamaban lo contrario. Por ser Madre de los cristianos, es también Madre de la Iglesia como proclamó Pablo VI.

Qué importante e imprescindible es la madre en la vida de cualquier ser humano. Dependemos de la madre, tanto la biológica como la espiritual, pero la dinámica antropológica nos ayuda a cuidar nuestra dependencia de María Santísima porque pasa por diversas fases en el proceso evolutivo de nuestro ser humanos hacia la perfección.
            Puede ser conocida la descripción siguiente:
A los 4 años: "¡Mi mamá puede hacer cualquier cosa!"
A los 8 años: "¡Mi mamá sabe mucho! ¡Muchísimo!"
A los 12 años: "Mi mamá realmente no lo sabe todo...."
A los 14 años: "Mi madre no tiene ni idea sobre esto"
A los 16 años: "¿Mi madre? ¡Pero qué sabrá ella!"
A los 18 años: "¿Esa vieja? ¡Pero si se crió con los dinosaurios!"
A los 25 años: "Puede que mamá sepa algo del tema..."
A los 35 años: "Antes de decidir, me gustaría saber la opinión de mamá."
A los 45 años: "Seguro que mi madre me puede orientar"
A los 55 años: "¿Qué hubiera hecho mi madre en mi lugar?"
A los 65 años: "¡Ojalá pudiera hablar de esto con mamá!"

Hablar, consultarle, saber su opinión… ahí arraiga bien una verdadera devoción mariana, imprescindible para ser buenos hijos suyos, hermanos de su Hijo Jesucristo.

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