Cada 1 de enero se estrena el
año nuevo celebrando en la Iglesia la JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ, una
iniciativa de Pablo VI desde 1968 que puede servirnos para replantearnos esta realidad de nuestra vida
que al fin y al cabo es la esencia del plan redentor del Niño nacido en Belén,
el Verbo encarnado.
El catecismo de la Iglesia católica (n 2305) recuerda que «La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el ‘Príncipe de la paz’ mesiánica (Is 9, 5). ‘Él es nuestra paz’ (Ef 2, 14). Jesús mismo, cuando sea adulto y pueda hablar, recién nacido no puede, declarará bienaventurados a los que construyen la paz (cf Mt 5, 9)».
La paz es algo muy serio que nunca se ha
vivido de verdad ni lo pretendemos. Creemos con frecuencia que es de cobardes
no pelearse, no gritar, no llevar la contraria, etc. Es como si nos faltara el
oxígeno para respirar si no tenemos enfrente un enemigo.
Fue san Odilón, el 5º abad de Cluny (+1049 con 87 años) quien ayudó a colocarnos en esto, dando un primer paso. Fue abad durante 50 años cuando la Europa medieval (la Cristiandad), estaba atormentada con el terror apocalíptico del año mil. A él se debe la idea de la "Tregua de Dios", que consistía en interrumpir todo acto guerrero o de bandolerismo desde la tarde del miércoles hasta el lunes por la mañana. Menos da una piedra.
También el papa Francisco, como los anteriores, envía un mensaje para esta Jornada mundial de la paz de 2014 y recuerda que: “Es claro que tampoco las éticas contemporáneas son capaces de generar vínculos auténticos de fraternidad ya que una fraternidad privada de la referencia a un Padre común, como fundamento último, no logra subsistir”. La verdadera paz supone vivir la fraternidad que es el mandato de Cristo para sus discípulos.
El Hijo de
Dios –enseñaba san Josemaría- se hizo carne... En este misterio hay algo que
debería remover a los cristianos. Una de las maravillas de Dios que hemos de
meditar y que hemos de agradecer a este Señor que ha venido a traer la paz en
la Tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2, 14). A todos los hombres que
quieren unir su voluntad a la
Voluntad buena de Dios: ¡No sólo a los ricos, ni sólo a los
pobres!, ¡a todos los hombres, a todos los hermanos! Que hermanos somos todos
en Jesús, hijos de Dios, hermanos de Cristo: su Madre es nuestra Madre (Homilía
de Navidad de 1963).
Es una preocupación de todos los
santos de todos los tiempos, más o menos explícita según los casos, porque está
en la entraña del Evangelio. Ya Zacarías, el padre del Bautista, cuando
recupera el habla, declara: Por las entrañas de misericordia de nuestro
Dios, el Sol naciente nos visitará desde lo alto, para iluminar a los que yacen
en tinieblas y en sombra de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la
paz (Lc 1:78-79).
Cuando nace Jesús en Belén, leemos en el Evangelio que, «de pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2:13-14)».
Jesús ya adulto nos
dirá a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como
la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14:27).
En la
tarde-noche del domingo de resurrección, los dos discípulos que regresaban depres a Emaús, retornan alegres y
corriendo a Jerusalén y cuentan a los demás «lo que había pasado en el camino,
y cómo le habían reconocido en la fracción del pan. Mientras ellos contaban
estas cosas, Jesús se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros (Lc
24:35-36)».
Antes de
su pasión Cristo, cuando se acercaba a Jerusalén, al ver la ciudad, lloró sobre
ella, diciendo: ¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a
la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos (Lc 19:41-42).
El 1 de enero de 2005, el último
de su pontificado de 26 años, Juan Pablo II decía: La paz es un bien que se
promueve con el bien: es un bien para las personas, las familias, las
Naciones de la tierra y para toda la humanidad; pero es un bien que se ha de
custodiar y fomentar mediante iniciativas y obras buenas (…) Con la certeza de
que el mal no prevalecerá, el cristiano cultiva una esperanza indómita que
lo ayuda a promover la justicia y la paz. A pesar de los pecados personales y
sociales que condicionan la actuación humana, la esperanza da siempre nuevo
impulso al compromiso por la justicia y la paz, junto con una firme confianza
en la posibilidad de construir un mundo mejor.
El 1
de enero de 1979, pocos meses después de haber sido elegido papa en octubre, ya
había dicho: «se observa que tanto las personas como los grupos no acaban de
arreglar sus conflictos secretos o públicos. ¿Será pues la paz un ideal fuera
de nuestro alcance? (…) En unas partes, la timidez y la dificultad de las
reformas necesarias envenenan las relaciones entre grupos humanos (…) Aprendamos
primero a repasar la historia de los pueblos y de la humanidad según esquemas
más verdaderos que los de la concatenación de las guerras y de las revoluciones».
(…) se comprenderá que llamo particularmente
la atención de los hijos de la Iglesia, con el fin de estimular su contribución
a la paz y a situarla en el gran Designio de Paz, revelado por Dios en
Jesucristo.
(…) No
pretendemos hallar en la lectura del Evangelio fórmulas ya hechas para llevar a
cabo hoy tal o cual progreso en la paz (…) hallamos, casi en cada página del
Evangelio y de la historia de la Iglesia, un espíritu (…) una fuerza (…)
una esperanza».
En la Jornada mundial de la paz
de este nuevo 2014, el papa Francisco sigue proponiéndonos lo mismo pues
conviene repetir porque nos olvidamos enseguida de algunas cosas y cuesta
ponerlas en práctica.
Y uniendo la jornada de paz con
el día mariano del mismo 1 de enero que la Iglesia celebra la maternidad divina
de María, lógicamente el papa Francisco nos invita a tratarla, a escucharla, a
pedirle su consejo, a conocer su opinión materna: “Que María, la Madre de Jesús, nos ayude a comprender y a vivir cada día
la fraternidad que brota del corazón de su Hijo, para llevar la paz a todos los
hombres”
¡Qué hermosa es nuestra vocación
de cristianos -¡de hijos de Dios!-, que nos trae en la tierra la alegría y la
paz que el mundo no puede dar! (Forja 269)
Piensa, porque es así: ¡qué
bueno es el Señor, que me ha buscado, que me ha hecho conocer este camino santo
para ser eficaz, para amar a las criaturas todas y darles la paz y la alegría! Este
pensamiento ha de concretarse luego en propósitos. (Forja 279)
Por todos los caminos honestos
de la tierra quiere el Señor a sus hijos, echando la semilla de la comprensión,
del perdón, de la convivencia, de la caridad, de la paz. Tú, ¿qué haces? (Forja
373)
Poner paz en tanta guerra,
calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío,
plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío
la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo (Himno del oficio de lecturas, 2 enero).
Santa María, Madre de Dios es una solemnidad para inaugurar con buen pie el nuevo año y destinada a celebrar la misión de María en el misterio de la salvación y a exaltar su singular dignidad. María es la Madre de Dios por ser la madre de Jesucristo. Juan Pablo II, en su Encíclica sobre
Qué importante e imprescindible
es la madre en la vida de cualquier ser humano. Dependemos de la madre, tanto
la biológica como la espiritual, pero la dinámica antropológica nos ayuda a
cuidar nuestra dependencia de María Santísima porque pasa por diversas fases en
el proceso evolutivo de nuestro ser humanos hacia la perfección.
Puede ser conocida la descripción
siguiente:
A los 4 años:
"¡Mi mamá puede hacer cualquier cosa!"
A los 8 años:
"¡Mi mamá sabe mucho! ¡Muchísimo!"
A los 12 años:
"Mi mamá realmente no lo sabe todo...."
A los 14 años:
"Mi madre no tiene ni idea sobre esto"
A los 16 años:
"¿Mi madre? ¡Pero qué sabrá ella!"
A los 18 años:
"¿Esa vieja? ¡Pero si se crió con los dinosaurios!"
A los 25 años:
"Puede que mamá sepa algo del tema..."
A los 35 años:
"Antes de decidir, me gustaría saber la opinión de mamá."
A los 45 años:
"Seguro que mi madre me puede orientar"
A los 55 años:
"¿Qué hubiera hecho mi madre en mi lugar?"
A los 65 años:
"¡Ojalá pudiera hablar de esto con mamá!"
Hablar, consultarle, saber su
opinión… ahí arraiga bien una verdadera devoción mariana, imprescindible para
ser buenos hijos suyos, hermanos de su Hijo Jesucristo.
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