Sobre la nueva evangelización
El concepto de Nueva Evangelización surgió durante la III
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Puebla (México)
y desde entonces lo utilizaba bastante Juan Pablo II.
El Sínodo de los Obispos de octubre de 2012, la XIII
Asamblea ordinaria desde su creación por Pablo VI, trató este tema de la Nueva
Evangelización que es una de las prioridades oficiales de la Iglesia. Por ello,
en junio de 2010, Benedicto XVI creó el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización,
organismo vaticano para alentar este proceso especialmente en Europa y Estados
Unidos, lugares de antigua tradición cristiana en donde ahora se vive un
proceso de profunda y mala secularización, o sea, secularismo. ¡Ojalá se aplicara la buena secularización!
Para la nueva evangelización no se trata de inventar un
mensaje nuevo, distinto al de siempre. La novedad debe estar en el corazón de
quien anuncia el Evangelio. La nueva evangelización debe ser nueva en su ardor,
nueva en sus métodos y nueva en su expresión.
La nueva
evangelización significa sobre todo que hay que evangelizar de nuevo, ahora de
una manera nueva, con nuevos métodos, nuevas metas y nuevas estrategias, sin incurrir
en los errores del pasado. El papa Francisco no hace más que recordarlo de
continuo.
La meta no es volver otra vez a la Cristiandad medieval, sino instaurar (sabiendo que no es definitivo) el reino de Dios y eso nada tiene que ver con acaparar el poder. La misión cristiana, tal como se lee en los evangelios, no consiste en bautizar una cultura o un territorio, ni de avalar una unidad política, sea de un país o de un continente. Se bautiza a una persona, a la que cree, es decir, al que quiera asumir y compartir el mensaje y la misión de Jesús de la que hace partícipe al bautizad@.
La meta no es volver otra vez a la Cristiandad medieval, sino instaurar (sabiendo que no es definitivo) el reino de Dios y eso nada tiene que ver con acaparar el poder. La misión cristiana, tal como se lee en los evangelios, no consiste en bautizar una cultura o un territorio, ni de avalar una unidad política, sea de un país o de un continente. Se bautiza a una persona, a la que cree, es decir, al que quiera asumir y compartir el mensaje y la misión de Jesús de la que hace partícipe al bautizad@.
Dios mismo quiere la presencia en el mundo de otros cristos, sal de la tierra y luz del mundo. Otro “cristo” es todo bautizad@ que por ser Iglesia, tiene la misión en este mundo, allí donde viva, donde trabaje y donde descanse, de perpetuar la misma misión de Cristo Redentor. La evangelización no es monopolio de los monjes, monjas, curas y del Papa, aunque tristemente se haya hecho así de mal durante demasiados siglos.También esto lo viene repitiendo el actual obispo de Roma para toda la Iglesia universal.
Por
ahí andan acechando los demonios del fundamentalismo. No se trata en absoluto
de retroceder ni a la Cristiandad medieval, ni a la primitiva Iglesia; sólo se
tiene que estar siempre retrocediendo para volver a Jesús. El que ha puesto la mano en el
arado y mira para atrás, dijo Cristo, no es digno del reino.
Pero tampoco se puede echar por la borda todo el pasado, como si nada hubiera
pasado. Porque han pasado muchas cosas. Lo importante es conservar toda la
fragancia de la Tradición, que siempre es y ha de ser viva, desprendiéndose de
los malos olores del tradicionalismo, que no es más que apego desordenado al
pasado y miedo a seguir adelante.
En
1885 León XIII, uno de los últimos románticos del Medievo, lo cual eliminará el Espíritu Santo con el Concilio Vaticano II, en su Encíclica Immortale
Dei, afirmaba (n. 28): «Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio
gobernaba los Estados. Entonces aquella energía propia de la sabiduría
cristiana, aquella su divina virtud había compenetrado las leyes, las
instituciones, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las clases y
relaciones de la sociedad; la religión fundada por Jesucristo, colocada
firmemente sobre el grado de honor y de altura que le corresponde, florecía en
todas partes secundada por el agrado y adhesión de los príncipes y por la
tutelar y legítima deferencia de los magistrados; y el sacerdocio y el imperio,
concordes entre sí, departían con toda felicidad en amigable consorcio de
voluntades e intereses. Organizada de este modo la sociedad civil, produjo
bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de ellos y
quedará consignada en un sinnúmero de monumentos históricos, ilustres e
indelebles, que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá nunca
desvirtuar ni oscurecer». Automáticamente me viene a la memoria el principio básico de que "el fin no justifica los medios".
Alfredo
Sáenz, sj, en su
libro “La Cristiandad. Una realidad histórica”, fruto de un curso de ocho
conferencias dadas en 1991 en Buenos Aires, también afirma: “Es posible la refracción
temporal del Evangelio, como fue de hecho posible la realización de una
sociedad cristiana, a pesar de todos los defectos que la mancillaron. Una
sociedad donde la cultura, el orden político, la organización social, el
trabajo, la economía, la milicia, el arte, fueron alcanzados por el influjo de
Aquel que dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra». Hoy
estamos lejos de ese mundo, pero su recuerdo no sólo suscitará nuestra
nostalgia sino también el deseo de ir tendiendo a una nueva Cristiandad,
esencialmente idéntica a aquélla, si bien diversa en sus expresiones
exteriores, dados los cambios evidentes que la historia ha ido produciendo a lo
largo de los siglos. ¿No será eso lo que el Papa (Juan Pablo II) nos quiere
decir al insistir una y otra vez en la necesidad de lanzarnos a una «nueva
evangelización»? ¿O cuando exhortó al mundo de nuestro tiempo a «abrir de par
en par las puertas al Redentor»?”.
Estos testimonios contradicen lo que en 1947 Pío XII dijo en la canonización de san Nicolás
de Flüe ante los peregrinos suizos que
honraban a su compatriota: "cantamos la gloria de los santos de la Edad
Media, de aquellos santos que han realizado en sí mismos, en la unidad de la
religión y de la vida (…) ¿Cuál será prácticamente la solución … en medio de
este desconcierto de los más altos valores espirituales y morales? ¿La vuelta a
la Edad Media? Nadie ha soñado con eso: pero sí la vuelta a aquella síntesis de
la religión y la vida. Ésta de ningún modo fue un monopolio de la Edad
Media…" (Pío XII, 16.05.1947. Cristiandad,
Barcelona, tomo IV, 1947, p. 301).
En un texto
legislativo (capitularium)
de Carlomagno, hacia el año 785 se lee: "todo sajón no bautizado que
intente disimular entre sus compatriotas y se niegue a que le administren el
bautismo, será entregado a la muerte". San Remigio, obispo de Reims, había
escrito: "al rey Clodoveo, la Iglesia no puede negarle nada". La discutida y criticada Cristiandad empezó hacia el 500 y se ha de dar por concluida a mitad del siglo XX, hacia 1950.
Ginés
de Sepúlveda, teólogo adversario de Bartolomé de Las Casas decía en el Democrates alter: "san Agustín asegura que es mayor mal que
perezca un alma sin bautismo, que el hecho de que sean degollados innumerables
hombres, aun inocentes". Por eso Las Casas se levantó contra la
metodología de la evangelización desde el poder temporal tachándola de no
cristiana sino islámica: “ésa es
–exclama– la religión de Mohamed".
Y le opuso su frase célebre de que vale más
un indio pagano y vivo, que cristiano y muerto porque el cristianismo da al hombre una
libertad y una dignidad tan grandes que, sin respeto a ellas, ya no vale la
religión.
Los "apóstoles" americanos no llegan a valorar la bondad de los otros, incluso aunque la constaten. Se transpira un espíritu cordial y dialogante, pero no exento de triunfalismo y de superioridad. Los "apóstoles" anuncian a un dios de las victorias y no de la Cruz: el principal argumento de su exposición parece ser que "sus dioses no pudieron librarlos de las manos de los españoles porque (éstos) eran siervos del verdadero Dios Todopoderoso y los ayudó" (suma de los cap. 16 y 19: p. 76).
Los "apóstoles" americanos no llegan a valorar la bondad de los otros, incluso aunque la constaten. Se transpira un espíritu cordial y dialogante, pero no exento de triunfalismo y de superioridad. Los "apóstoles" anuncian a un dios de las victorias y no de la Cruz: el principal argumento de su exposición parece ser que "sus dioses no pudieron librarlos de las manos de los españoles porque (éstos) eran siervos del verdadero Dios Todopoderoso y los ayudó" (suma de los cap. 16 y 19: p. 76).
El Reino de
Dios, que es objeto de toda evangelización, no puede identificarse con la
pertenencia a la Iglesia ya que, desde ahí, todo lo distinto es visto como
demoníaco. Se dio ocasión para que los conquistadores cristianos del Nuevo
Mundo afirmaran que el oro de los indígenas era la oportunidad que Dios les
había dado para que pudiesen cambiarlo... por la fe cristiana.
En
Perú Pizarro se presentó a Atahualpa como embajador del Papa, a lo que
Atahualpa respondió que "ese papa
debe estar loco puesto que reparte unas tierras que no posee". Los
lamentos impresionantes del inca Huaman Poma de Ayala que (por excepción) había
sido hecho cristiano en España y luego regresó a su Perú natal, se comprenden
mucho mejor en este contexto.
Se puede
considerar a la pastoral de Las Casas como de una "evangelización contra
el poder". Las Casas cita el texto de Mateo 5,45: Dios no es un dios de
las victorias, sino que "hace salir su sol sobre buenos y malos, y
llueve sobre justos e injustos". De aquí se sigue que no se puede
causar ningún daño material a los paganos, con la excusa de evangelizarlos,
pues es el mismo Dios quien les concedió "los cielos y la tierra..., beneficios comunes a todos los hombres sin
diferencia, y los hizo señores naturales de todo ello, no más a unos que a
otros".
Por eso se entiende que es una gran ceguedad en los cristianos la pretensión de evangelizar desde el poder o la amenaza. Sólo cabe el camino del Maestro, Jesucristo, que consiste en "convidar y atraer y ganar por paz y amor y mansedumbre y ejemplos de virtud a la fe".
Consiguientemente Las Casas aplica
a la evangelización la regla de oro evangélica: "que todo aquello que querríamos que los otros hombres hiciesen con
nosotros hagamos con ellos y dondequiera que entrásemos la primera muestra que
de nosotros diésemos, por palabras y obras, fuese paz; y que no hay distinción
en esto para con indios ni gentiles, griegos o bárbaros, pues un solo Señor es
de todos, que por todos sin diferencia murió".
En
otro momento, respondiendo a Sepúlveda, Las Casas hace dos afirmaciones sobre
la evangelización:
a)
El respeto a la conciencia: "como los
idólatras estimen y aprendan ser aquellos ídolos el verdadero Dios... síguese
que son obligados a defender su Dios o sus dioses como nosotros los cristianos
lo somos a defender nuestro verdadero Dios y la cristiana religión".
b) "Y como la Iglesia no tenga más poder que tuvo Jesucristo en cuanto hombre, si se entrometiese a castigar los
delitos de los gentiles haría a Dios injuria usurpándole el juicio que Él
reservó para Sí en el día del juicio" (En Obra indigenista; ed. J. Alsina, Madrid
1985; 179, 189).
Toda esta sabiduría y experiencia del pasado nos ha de
servir en el mundo de hoy que ha entrado en una nueva etapa histórica con la
modernidad. Ha de servir para cristianizar a los nuevos paganos actuales,
feministas, abortistas, ateístas, agnosticistas, pasotistas, braguetistas,
pildoristas, divorcistas, terroristas…
Los veinte siglos de historia del cristianismo enseñan que por los pelos se mantiene la fidelidad al Evangelio a la vez que se inventan “novedades” que son disparates morrocotudos.
Los veinte siglos de historia del cristianismo enseñan que por los pelos se mantiene la fidelidad al Evangelio a la vez que se inventan “novedades” que son disparates morrocotudos.
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