martes, 26 de noviembre de 2013

EN EL MUNDO, SÍ. MUNDANOS, NO.



El papa Francisco, en la homilía cotidiana en la capilla de Santa Marta del reciente lunes 18 de noviembre (a las puertas de la solemnidad de Cristo rey del universo) se ha referido a la novela “El Señor del mundo” de Robert Hugh Benson (+1914 con 43 años), escrita en 1908 que, con un tono bastante profético, ya hablaba del espíritu de mundanidad que nos lleva a la apostasía. Para el papa es algo obvio hoy día pero también está anunciado en el Antiguo Testamento.

El Pueblo de Dios prefirió alejarse del Señor ante una propuesta de mundanidad. Citando la 1ª lectura del día, del Libro de los Macabeos, comentó la “raíz perversa” de la mundanidad. Los guías del pueblo no quieren que Israel se aísle de las demás naciones, y así abandonan sus propias tradiciones para ir a negociar con el rey. Van a “negociar” y están encantados por ello. Es, ha recalcado, como si dijesen: somos progresistas, vamos con el progreso adonde va toda la gente. Se trata, ha advertido, del espíritu del progresismo adolescente, que se cree que ir detrás de cualquier elección es mejor que permanecer en las costumbres de la fidelidad.
Han tomado las costumbres de los paganos, después se va un paso adelante: el rey ordena que, en todo su reino, todos formasen un solo pueblo, abandonando cada uno sus propias costumbres. No es la bella globalización de la unidad de todas las naciones, cada una con sus propias costumbres pero unidas, sino que es la globalización de la uniformidad hegemónica, es la del pensamiento único. Y este pensamiento único es fruto de la mundanidad.
A continuación todos los pueblos se adecuaron a las órdenes del rey; aceptaron también su culto, sacrificaron a los ídolos y profanaron el sábado. Paso a paso se va por este camino. Y al final, ha relatado el papa, el rey alzó sobre el altar un abominación de devastación.

“¿Pero, padre, esto también sucede hoy? Sí. Porque el espíritu de la mundanidad también existe hoy, también hoy nos lleva, con esta voluntad de ser progresistas, hacia el pensamiento único. Si a alguien se le encontraba el Libro de la Alianza y se sabía que obedecía la Ley, la sentencia del rey lo condenaba a muerte: esto lo hemos leído en los periódicos, en estos meses. Esta gente ha negociado con la fidelidad a su Señor; esta gente, movida por el espíritu del mundo, ha negociado con su propia identidad, ha negociado con su pertenencia a un pueblo, un Pueblo muy amado por Dios, que Dios quiere que sea suyo”.

Hoy, ha advertido el santo padre, se piensa que debemos ser como todos, debemos ser más normales, como hacen todos, con este progresismo adolescente. Y, ha observado amargamente, continua la historia: Las condenas a muerte, los sacrificios humanos. Pero vosotros, es la pregunta del papa, ¿creéis que hoy no se hacen sacrificios humanos? ¡Se hacen muchos, muchos! Y hay leyes que protegen esto.

Lo que nos consuela es que ante este camino que hace el espíritu del mundo, el príncipe de este mundo, el camino de infidelidad, siempre permanece el Señor, que no puede negarse a sí mismo, el Fiel: Él siempre nos espera, Él nos ama tanto y nos perdona cuando nosotros, arrepentidos por haber dado un paso, aunque sea uno pequeño, en este espíritu de mundanidad, volvemos hacia Él, el Dios fiel a su Pueblo que no es fiel. Con el espíritu de hijos de la Iglesia recemos al Señor para que con Su bondad, con su fidelidad, nos salve de este espíritu mundano que negocia todo: que nos proteja y nos haga seguir adelante.

Benson
José Manuel Belmonte, Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo opina que la novela de Benson se encuadra en las de ciencia ficción distópica, como ”Nosotros” de Zamiatin (1921), “Un mundo feliz” de A.Huxley (1932) y “1984” de Owen, publicada en 1949. Se entiende por “distopía” lo contrario de “utopía”, es decir, “una utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de la sociedad ideal”.
           
Esta novela, ficción político-religiosa, se sitúa hacia finales del siglo XX, o tal vez los últimos tiempos. El mundo está regido por partidos políticos enteramente racionalistas y materialistas. Parecen buscar la paz y la fraternidad entre los hombres Pero se vive al ritmo de la naturaleza. La humanidad desorientada, vive un mundo insustancial, sin profundidad y sin valores. “Era un mundo del que Dios parecía haberse retirado, dejándolo empero en un estado de alta complacencia, un estado sin fe ni esperanza verdadera” (p. 103).

Henry de Lubac
La humanidad quiere progresar dando la espalda a Dios, lo cual muchos anatematizaban. Pero Henry de Lubac decía que «no es verdad, como se dice en ocasiones, que el hombre no pueda organizar el mundo de espaldas a Dios. Lo que sí es verdad es que el hombre, si prescinde de Dios, lo único que puede organizar es un mundo contra el hombre».

En la novela surge un líder, Felsenburgh, políglota, que se convierte en Presidente de Europa y es aclamado por las multitudes como un nuevo Mesías. Se entiende bien con los representantes de las diferentes culturas y civilizaciones. Aparece como pacifista y destaca por su culto humanista. Pero el humanismo se desliza hacia el humanitarismo, sin dimensión religiosa. El personaje adopta un talante amable y conciliador, pero al mismo tiempo diabólicamente planificado para ir minando los grandes pilares y valores en los que se asienta la cristiandad. Es una novela en la que el lector puede descubrir paralelismos con la situación político-cultural actual. Algo difícil de imaginar a comienzos del siglo XX. Benson, sin dejar la ficción, consigue un retrato plausible del mayor enemigo de la humanidad y de la religión.

Felsenburgh logra, con su poder retórico, la paz entre Oriente y Occidente. Unifica el mundo bajo su autoridad, por aclamación popular, a la par que establece una Religión de la Humanidad. Entonces sí arrecia la violencia de las turbas y la obligación legal, bajo apercibimiento de pena capital, de jurar lealtad a la nueva religión humanista. El Romano Pontífice, para hacer frente a los últimos tiempos del Anticristo, crea la Orden de Cristo Crucificado, dirigida por el mismo Sumo Pontífice y, en cada diócesis, por el Obispo, si se incorpora a ella.

Para David Amado (y otros) es el apocalíptico enemigo de Cristo, el Anticristo que no será un tipo feo, ni tendrá garras de buitre ni pezuñas de asno. Tampoco es probable que le dé por la antropofagia. Probablemente frecuentará buenos restaurantes, vestirá elegantemente y gustará de la comodidad.
Benson –dice Amado- es un genio a la hora de describir el relativismo filosófico que acabará dominando el pensamiento, así como la paz al precio de la verdad y la justicia o la persecución religiosa en nombre de la tolerancia. Es la sociedad de la eutanasia y del control mental colectivo, de la vida sin problemas pero carente de sentido, del culto vacío… pero también el tiempo en que la Iglesia, terriblemente reducida, ha de dar el postrer testimonio de fidelidad en su Salvador.

Quien lea la obra encontrará muchos paralelos y claves para entender lo que hoy sucede y, sin mucho esfuerzo, para comprender la actitud de la Iglesia, acusada de ir contra el mundo cuando es él, lo tomo en el sentido que lo emplea san Juan en el Evangelio, quien se ha alzado contra Dios.

Desde Nerón, a lo largo de los últimos 20 siglos no ha faltado la identificación de algún personaje de la historia con el Anticristo; llevamos ya unos cuantos aunque siempre han sido personajes locales. Ese personaje citado en el Apocalipsis de san Juan, el último libro de la Biblia, parece claro que será globalizador y no local, no es ninguno de los que ya hayan podido existir y que han dado la lata pero está anunciado para después del milenio de paz. ¿Ya ha habido ese milenio? Yo no encuentro esa paz en ninguno de los 20 siglos pasados. En este blog tengo un post sobre el tema en febrero 2013 cuando la renuncia de Benedicto XVI y a la espera del sucesor que, según Malaquías, será el último de su lista. Y en noviembre 2009 cuando algunos entraban en trepidación ante el fin del mundo en 2012, con peli incluida.

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