
El Pueblo de Dios prefirió alejarse
del Señor ante una propuesta de mundanidad. Citando la 1ª lectura del día, del Libro de los
Macabeos, comentó la “raíz perversa” de la mundanidad. Los guías del pueblo no quieren que Israel se aísle de las demás naciones, y así
abandonan sus propias tradiciones para ir a negociar con el rey. Van a
“negociar” y están encantados por ello. Es, ha recalcado, como si dijesen: somos progresistas, vamos con el progreso adonde va toda la gente. Se trata,
ha advertido, del espíritu del progresismo adolescente, que se cree que ir
detrás de cualquier elección es mejor que permanecer en las costumbres de la
fidelidad.
Han tomado las costumbres de los
paganos, después se va un paso adelante: el rey ordena que, en todo su reino,
todos formasen un solo pueblo, abandonando cada uno sus propias costumbres. No
es la bella globalización de la unidad de todas las naciones, cada una con sus
propias costumbres pero unidas, sino que es la globalización de la uniformidad
hegemónica, es la del pensamiento único. Y este pensamiento único es fruto de
la mundanidad.
A continuación todos
los pueblos se adecuaron a las órdenes del rey; aceptaron también su culto,
sacrificaron a los ídolos y profanaron el sábado. Paso a paso se va por este
camino. Y al final, ha relatado el papa, el rey alzó sobre el altar un
abominación de devastación.

Hoy, ha advertido el santo padre, se
piensa que debemos ser como todos, debemos ser más normales, como hacen
todos, con este progresismo adolescente. Y, ha observado amargamente, continua
la historia: Las condenas a muerte, los sacrificios humanos. Pero vosotros,
es la pregunta del papa, ¿creéis que hoy no se hacen sacrificios humanos? ¡Se hacen
muchos, muchos! Y hay leyes que protegen esto.
Lo que nos consuela es que ante este
camino que hace el espíritu del mundo, el príncipe de este mundo, el camino de
infidelidad, siempre permanece el Señor, que no puede negarse a sí mismo, el
Fiel: Él siempre nos espera, Él nos ama tanto y nos perdona cuando nosotros,
arrepentidos por haber dado un paso, aunque sea uno pequeño, en este espíritu
de mundanidad, volvemos hacia Él, el Dios fiel a su Pueblo que no es fiel. Con
el espíritu de hijos de la Iglesia recemos al Señor para que con Su bondad, con
su fidelidad, nos salve de este espíritu mundano que negocia todo: que nos
proteja y nos haga seguir adelante.
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Benson |
José
Manuel Belmonte,
Doctor en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo opina que la
novela de Benson se encuadra en las de ciencia
ficción distópica, como ”Nosotros”
de Zamiatin (1921), “Un
mundo feliz” de A.Huxley (1932) y “1984” de Owen, publicada en 1949. Se entiende
por “distopía”
lo contrario de “utopía”, es decir, “una utopía perversa donde la realidad
transcurre en términos opuestos a los de la sociedad ideal”.
Esta novela, ficción
político-religiosa, se sitúa hacia finales del siglo XX, o tal vez los últimos
tiempos. El mundo está regido por partidos políticos enteramente racionalistas
y materialistas. Parecen buscar la paz y la fraternidad entre los hombres Pero
se vive al ritmo de la naturaleza. La humanidad desorientada, vive un mundo
insustancial, sin profundidad y sin valores. “Era
un mundo del que Dios parecía haberse retirado, dejándolo empero en un estado
de alta complacencia, un estado sin fe ni esperanza verdadera”
(p. 103).
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Henry de Lubac |
La humanidad quiere progresar dando la
espalda a Dios, lo cual muchos anatematizaban. Pero Henry de Lubac decía que
«no es verdad, como se dice en ocasiones, que el hombre no pueda organizar el
mundo de espaldas a Dios. Lo que sí es verdad es que el hombre, si prescinde de
Dios, lo único que puede organizar es un mundo contra el hombre».
En
la novela surge un líder, Felsenburgh, políglota, que se convierte en
Presidente de Europa y es aclamado por las multitudes como un nuevo Mesías. Se
entiende bien con los representantes de las diferentes culturas y
civilizaciones. Aparece como pacifista y destaca por su culto humanista. Pero
el humanismo se desliza hacia el humanitarismo, sin dimensión religiosa. El
personaje adopta un talante amable y conciliador, pero al mismo tiempo
diabólicamente planificado para ir minando los grandes pilares y valores en los
que se asienta la cristiandad. Es una novela en la que el lector puede
descubrir paralelismos con la situación político-cultural actual. Algo difícil
de imaginar a comienzos del siglo XX. Benson, sin dejar la
ficción, consigue un retrato plausible del mayor enemigo de la humanidad y de
la religión.
Felsenburgh
logra, con su poder retórico, la paz entre Oriente y Occidente. Unifica el
mundo bajo su autoridad, por aclamación popular, a la par que establece una
Religión de la Humanidad. Entonces sí arrecia la violencia de las turbas y la obligación
legal, bajo apercibimiento de pena capital, de jurar lealtad a la nueva
religión humanista. El Romano Pontífice, para hacer frente a los últimos
tiempos del Anticristo, crea la Orden de Cristo Crucificado, dirigida por el
mismo Sumo Pontífice y, en cada diócesis, por el Obispo, si se incorpora a
ella.

Benson –dice Amado- es un genio a la
hora de describir el relativismo filosófico que acabará dominando el
pensamiento, así como la paz al precio de la verdad y la justicia o la
persecución religiosa en nombre de la tolerancia. Es la sociedad de la
eutanasia y del control mental colectivo, de la vida sin problemas pero carente
de sentido, del culto vacío… pero también el tiempo en que la Iglesia,
terriblemente reducida, ha de dar el postrer testimonio de fidelidad en su
Salvador.
Quien lea la obra encontrará muchos paralelos y claves para entender lo que hoy sucede y, sin mucho esfuerzo, para comprender la actitud de la Iglesia, acusada de ir contra el mundo cuando es él, lo tomo en el sentido que lo emplea san Juan en el Evangelio, quien se ha alzado contra Dios.

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