viernes, 1 de noviembre de 2013

¿QUÉ ES ESO DE SER SANTO?


         El 1 de noviembre de cada año la Iglesia católica celebra la solemnidad de Todos los santos mientras que los ortodoxos lo celebran el domingo siguiente a Pentecostés. Es el día en que se conmemora a tod@s aquell@s –una multitud incontable dice el Apocalipsis-, hombres y mujeres conocidos y desconocidos que han alcanzado la meta en la vida eterna.

Agripa (27 aC) había construido en Roma el Panteón dedicado a Augusto y a todas las deidades romanas: que ninguna se quedase sin ser honrada. Bonifacio IV, en 610, dedicó ese Panteón “a Santa María Virgen y a todos los mártires” y en el siglo IX Gregorio IV estableció dedicar la fiesta a todos los santos para que nadie se quedara con la veneración debida.

En el Prefacio de la Misa de este día se reza: celebramos la gloria de tu ciudad santa; hacia ella nos encaminamos alegres, guiados por la fe.
La fe nos dice que no solo participaremos, sino que seremos semejantes a Él cuando le veamos tal cual es, como oímos en la 2ª lectura del día. Ahora somos peregrinos, andamos por la gran tribulación nos recuerda la 1ª lectura.
En la encíclica Porta fidei nos dice el papa Francisco que por la fe, hombres y mujeres de toda edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 13, 8), han confesado a lo largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús (…) en la familia, la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.

Todo ello porque el Concilio Vaticano II ha actualizado la llamada universal a la santidad. Es una verdad evangélica –una más- que había sido cercenada a lo largo de los siglos pasados llegando a un reduccionismo preocupante. Los que hemos ido a la escuela antes del Concilio recibimos la formación recortada de que eso de ser santos era algo para unos pocos, selectos, tíos raros que hacían cosas raras o no normales y que enganchaban poco. Pero en el evangelio se lee que Jesús dijo claramente a todos que teníamos que ser santos: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Desde el siglo III o IV, más o menos, eso era únicamente para los que abandonaban el mundo y se retiraban al desierto.

Nos habíamos olvidado de que Dios quiere que todos los hombres se salven o sea que el cielo es para todos los hombres de buena voluntad y puede alcanzarse en la vida ordinaria como enseña el evangelio con la vida de Cristo, de la Virgen María, de san José, etc.
Pero se trata de entender que Cristo enseña que la salvación es para todos y se logra “fácilmente” con el cumplimiento de las bienaventuranzas. Si no fuera “fácil”, sería mentira que quiere que todos los hombres se salven. Algunos (no pocos) creen que sólo se salvan unos pocos. Hay un conocido chiste de unas beatas de una parroquia que, allá por las años sesenta del siglo pasado, al empezarse a aplicar las reformas conciliares, se asustaban, murmuraban por los cambios, y se consolaban diciendo que “al final, nos salvaremos los de siempre”.

La nueva evangelización propuesta consiste en enseñar (primero con el ejemplo) las bienaventuranzas. Hay crisis porque no hay pobres de espíritu; hay terror al sufrimiento; no son dichosos los que lloran. Falta hambre y sed de justicia, limpieza de corazón, y dicha con la persecución.

La Iglesia, en este aspecto, ha recuperado la totalidad del mensaje evangélico y se esfuerza hoy para que llegue a todos los hombres. Todos santos, no solo unos pocos y menos únicamente aquellos que son canonizados.

Todos podemos llegar a ser santos aunque nadie nace así salvo alguna excepción que se cuenta con los dedos de una mano y sobran tres. Me refiero a Jesucristo y a su madre la Virgen María que fueron concebidos sin pecado original. A pesar de esa aparente facilidad, no se puede dudar que a ambos les costó lo que a todo hombre o mujer para no perder esa inmaculez embrionaria pues podían haber fallado como Adán y Eva. Lamentable la catequesis recibida en el siglo XX por la que se transmitían las leyendas medievales y las vidas de los santos estaban llenas de fábulas. ¡Hay santos que no mamaban los viernes por penitencia!

Todos podemos llegar a ser santos, también los casados. ¡Vaya lamentable tijeretazo también en el ámbito católico sobre el amor humano!
Juan Damasceno (+749), insigne teólogo bizantino, conocido como el Aquinate de Oriente, elogiaba las virtudes del matrimonio y los beneficios de la sexualidad marital que puede sorprender por su claridad: “Que cada hombre disfrute de su mujer… no tendrá que ruborizarse sino que podrá llevarla al lecho día y noche. Que hagan el amor, manteniéndose el uno al otro como hombre y mujer y exclamando: «No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo» (1Cor 7,5). ¿Os abstenéis de tener relaciones sexuales? ¿No deseáis dormir con vuestro marido? Entonces aquel a quien negáis vuestra plenitud saldrá y hará el mal y su perversión se deberá a vuestra abstinencia” (De sacris parallelis, en PG, vol 96, pg 258).

Algunos (no pocos) intelectuales no compartían su opinión y empezaron con las tijeras a recortar. Así san Isidoro de Sevilla, san Agustín o san Jerónimo, quienes opinaban que la sexualidad conyugal era intrínsecamente mala y debía limitarse al mínimo necesario para la procreación. El papa san Gregorio Magno llevó las cosas más allá y aconsejó evitar toda relación conyugal y a los novios que no consumaran.

La enseñanza catequética y religiosa recibida antes del Concilio consistía en la deformación morrocotuda que recibían los hijos e hijas de la Iglesia en este aspecto. Lo sexual era tenido por una marranada, lo cual suena a blasfemia pues es decir que el Creador es un marrano. El único ideal de buen cristiano (santo) era el estado religioso de los monjes, frailes y monjas. Lo máximo que se proponía era imitarles si uno no se animaba a irse a un convento.
¿Cómo iban a funcionar bien los matrimonios cristianos apoyados en tal error? Ahora estamos en una etapa de la historia que sigue teniendo las mismas dificultades de siempre pero se ha avanzado en la sinceridad y en que nada debe quedar oculto. Facilitará bastante que desaparezca la hipocresía insoportable.

Una experiencia del mal comportamiento matrimonial puede tenerse leyendo algunas lápidas de cualquier cementerio. Yo he leído, por ejemplo:
   * Aquí yaces y haces bien. Tú descansas y yo también.
   * Aquí está mi mujer, tan fría como siempre.
  * Señor, recíbela con la misma alegría con que te la envío.

La llamada universal a la santidad –para todos- fue recordada por el Vaticano II que explica muy clarito en qué consiste la verdadera santidad a la que estamos llamados todos:
«A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad.
(…) Todos están llamados a la santidad (…) Los laicos (…) están llamados, a fuer de miembros vivos, a procurar el crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación con todas sus fuerzas».

Cristo, el único modelo, y universal, para todos los hombres de todas las razas, de todas las lenguas, de todas las religiones, nos enseña a lograrlo en el cumplimiento de los deberes ordinarios de cada día. Lo mismo nos enseña su madre y madre nuestra, María de Nazaret. No se trata de creer que quienes no son monjas o frailes, no tienen tiempo para santificarse porque tienen mucho trabajo. Hoy día los jubilados, que soñaban darse la gran vida, tienen el tiempo más ocupado que nunca con su tarea de abuelos. Y es precisamente ahí, ahora, donde está el dedo de Dios.

Poner los medios para ser santos, o sea poder llegar al cielo, está al alcance de cualquiera. No se logra con inventos raros, al margen de la vida misma. El Creador puso al hombre sobre esta tierra para ganarse el cielo y aborrecer las cosas de este mundo es un error monumental. Jesús de Nazaret, el Redentor universal, se pasó su vida terrena trabajando en el taller de Nazaret y cumpliendo también sus deberes familiares y sociales.

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