Las recientes declaraciones del papa Francisco, una a los periodistas en el vuelo de regreso de la JMJ en Río de Janeiro y otra, la larga entrevista al P. Antonio Spadaro, sj, director de La Civiltá cattolica, lógicamente no dejan indiferentes a nadie.
De tantos temas de rabiosa actualidad que suscita este nuevo obispo de Roma, me entretengo ahora con el posible sacerdocio femenino que tantas expectativas crea para algunos aunque sean pocos en proporción. Dice el Papa que “la mujer es imprescindible para la Iglesia”; claro, porque lo es en el mundo, según la voluntad del mismo Dios creador.
Atizan
el fuego de las opiniones -en uno y otro sentido- las referencias en sus
homilías diarias en Santa Marta o en las audiencias de los miércoles.
Los próximos días 10 y 11 de octubre el Consejo Pontificio para los laicos organiza un seminario en el Vaticano a los 25 años de la Carta apostólica Mulieris dignitatem del beato Juan Pablo II. Muchos ojos y oídos estarán expectantes para comprobar si hay sinceridad y no paños calientes. Del papel de la mujer en la Iglesia ya expuse algo en el post de marzo de 2010. Ahora me entretengo solamente en el sacerdocio ministerial pero tengo la firme esperanza de que nadie olvide en el baúl de los recuerdos su sacerdocio real recibido en el bautismo.
Los próximos días 10 y 11 de octubre el Consejo Pontificio para los laicos organiza un seminario en el Vaticano a los 25 años de la Carta apostólica Mulieris dignitatem del beato Juan Pablo II. Muchos ojos y oídos estarán expectantes para comprobar si hay sinceridad y no paños calientes. Del papel de la mujer en la Iglesia ya expuse algo en el post de marzo de 2010. Ahora me entretengo solamente en el sacerdocio ministerial pero tengo la firme esperanza de que nadie olvide en el baúl de los recuerdos su sacerdocio real recibido en el bautismo.
En
la historia de la Iglesia, la ausencia del sacerdocio femenino no ha ofrecido
ningún inconveniente hasta hoy en que el progreso intelectual teológico,
buscando ganar en fidelidad a la Sagrada Escritura y a la Tradición viva de la
Iglesia, se plantea, por amor a la verdad, recuperar la primitiva praxis y la función
eclesial de las mujeres.
En
el debate literario “En qué creen los que no creen”, U. Eco preguntó sobre este
asunto al card. Martini, arzobispo de Milán (q.e.p.d.), exponiendo la falta de
argumentos teológicos para defender la negativa del sacerdocio femenino. Dijo
que no lo haría el Antiguo Testamento (Ex, 29 y 30; Lev y Gen, 14) ni santo
Tomás de Aquino quien, si no estaba teóricamente a favor, al menos no podría
presentar ningún inconveniente. Hoy, como en su tiempo, el Aquinate se
decantaría sólo por defender la praxis vigente sin querer crear polémica aunque
seguiría afirmando que la negativa no es propter
libidinem. Del teólogo medieval cita S.Th. I, 99, 2; II, 11, 2: III, 31, 4;
III, 67, 4 ad1 y ad3; y Supl 39, 1.
El
Magisterio reciente de Juan Pablo II dio por zanjado el tema argumentando que
no ha sido praxis de la Iglesia ordenar a las mujeres aunque se pueda alegar si
no sería únicamente por razones culturales de aquel contexto histórico de hace
dos mil años. No hay ninguna referencia explícita en las Escrituras a la
negativa femenina por parte de Cristo.
"Cuando
se colaciona, como hemos hecho, el ritual judío sobre la Pascua en la época de
Jesús, con los relatos de los evangelistas (e incluso con las liturgias
cristianas antiguas), según afirma L. Bouyer, «uno se maravilla ante la
perfecta coherencia entre los relatos que nos habían llegado en forma
aparentemente desordenada»” (J Mª Casciaro. Jesús de Nazaret. Alga Editores,
Murcia 1994, p. 506).
Cristo
instituye la nueva Pascua en la tercera copa de la cena ritual que celebraban
los judíos y no la celebraban sólo los varones, sino que participaban todos los
miembros de la familia y de otras familias, si se juntaban para consumir la
cena pascual (cf Dt 16,14-15). Los tres sinópticos dicen que Jesús se sentó a
la mesa con los “doce” pero los evangelistas no están pensando en la
problemática del siglo XXI y por eso no escribieron algo sobre ellas. Sabemos
que el local era adecuado, amplio y bien arreglado (Mc 14,15) para que la cena
ritual de los judíos fuera normal y con la asistencia de varones y mujeres,
hijos e hijas, yernos y nueras, nietos y nietas, etc. Cabe suponer que al menos
todas esas personas estuvieron durante la cena en las dos primeras copas
rituales.
En
cualquier caso, no hay argumentos bíblicos para negar nada en favor de las
mujeres, considerando que las mujeres y los niños estaban obligados a esta cena
pascual, lo mismo que los hombres. Una opinión cree que la última cena la
celebraron en la misma estancia pero en dos grupos separados porque estaba
prohibido mezclarse (Willam, F. Vida de María. La Madre de Jesús, Herder,
Barcelona 1950, p. 309).
Quizá
en el momento de la tercera copa, el “cáliz de bendición” (cf 1Cor, 10,16),
Jesús invitó a salir a las mujeres y a todos los demás discípulos –como los dos
de Emaús- que no eran los “once” (Judas ya no estaba en ese momento), pero será
interpretar lo implícito. ¿Cómo pueden Cleofás y el otro reconocer al Señor al
partir el pan si no estuvieron en la mesa en el momento de la institución de la
Eucaristía? Es muy coherente que tanto la Antigua Alianza, bajo la mediación de
Moisés, como la Nueva Alianza, sellada con el sacrificio de Jesucristo, se
celebren como una comida fraterna y todos juntos cantaran los salmos finales
prescritos.
También
es un hecho incuestionable que, cuando hubo la primera oportunidad para ordenar
a una mujer, no se hizo así. Matías sustituyó a Judas en una elección de
candidat@s absolutamente democrática o participativa pues las posibilidades
podían recaer tanto en alguno como en alguna de aquella multitud de hombres y
mujeres que formaban la comunidad (cf Act 5,14 y otros) aunque Pedro quiso un
varón –¿quizá por las connotaciones culturales de la época?- para completar el
puesto vacante de entre aquellos que les habían acompañado desde el bautismo de
Jesús en el Jordán hasta su Ascensión, excluyendo a los que se agruparon
posteriormente (cf Act 1,21).
Pero
quizá es más definitivo ver que Cristo, cosido al madero de la cruz, al darnos
a su Madre como madre nuestra, de tod@s las presentes en el calvario, Jesús
agonizante se dirigió a Juan, en quien -por ser sacerdote- están representados
todos los hombres y mujeres. Jesús podía haberse dirigido a una cualquiera de
las mujeres que acompañaban a María, su madre, señalándola como hija que por
ser sacerdote es representante de la humanidad entera, pero se dirige a Juan,
ya sacerdote; lo propio del sacerdocio es la mediación.
Entiendo
que en el cenáculo sólo ordenó a varones como gesto adecuado al talante divino
democrático de la participación, para que ellas no acaparasen todo en el orden
de la creación y de la redención. Son los varones sacerdotes quienes –en el
orden de la redención- pueden traer sacramentalmente sobre el altar al Hijo de
Dios ya que la mujer tiene el privilegio –en el orden de la creación- de traer
biológicamente al mundo a los hijos de Dios.
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