jueves, 26 de septiembre de 2013

¿SACERDOCIO FEMENINO?




Las recientes declaraciones del papa Francisco, una a los periodistas en el vuelo de regreso de la JMJ en Río de Janeiro y otra, la larga entrevista al P. Antonio Spadaro, sj, director de La Civiltá cattolica, lógicamente no dejan indiferentes a nadie. 

De tantos temas de rabiosa actualidad que suscita este nuevo obispo de Roma, me entretengo ahora con el posible sacerdocio femenino que tantas expectativas crea para algunos aunque sean pocos en proporción. Dice el Papa que “la mujer es imprescindible para la Iglesia”; claro, porque lo es en el mundo, según la voluntad del mismo Dios creador.

Atizan el fuego de las opiniones -en uno y otro sentido- las referencias en sus homilías diarias en Santa Marta o en las audiencias de los miércoles.

Los próximos días 10 y 11 de octubre el Consejo Pontificio para los laicos organiza un seminario en el Vaticano a los 25 años de la Carta apostólica Mulieris dignitatem del beato Juan Pablo II. Muchos ojos y oídos estarán expectantes para comprobar si hay sinceridad y no paños calientes. Del papel de la mujer en la Iglesia ya expuse algo en el post de marzo de 2010. Ahora me entretengo solamente en el sacerdocio ministerial pero tengo la firme esperanza de que nadie olvide en el baúl de los recuerdos su sacerdocio real recibido en el bautismo.

En la historia de la Iglesia, la ausencia del sacerdocio femenino no ha ofrecido ningún inconveniente hasta hoy en que el progreso intelectual teológico, buscando ganar en fidelidad a la Sagrada Escritura y a la Tradición viva de la Iglesia, se plantea, por amor a la verdad, recuperar la primitiva praxis y la función eclesial de las mujeres.

En el debate literario “En qué creen los que no creen”, U. Eco preguntó sobre este asunto al card. Martini, arzobispo de Milán (q.e.p.d.), exponiendo la falta de argumentos teológicos para defender la negativa del sacerdocio femenino. Dijo que no lo haría el Antiguo Testamento (Ex, 29 y 30; Lev y Gen, 14) ni santo Tomás de Aquino quien, si no estaba teóricamente a favor, al menos no podría presentar ningún inconveniente. Hoy, como en su tiempo, el Aquinate se decantaría sólo por defender la praxis vigente sin querer crear polémica aunque seguiría afirmando que la negativa no es propter libidinem. Del teólogo medieval cita S.Th. I, 99, 2; II, 11, 2: III, 31, 4; III, 67, 4 ad1 y ad3; y Supl 39, 1.

El Magisterio reciente de Juan Pablo II dio por zanjado el tema argumentando que no ha sido praxis de la Iglesia ordenar a las mujeres aunque se pueda alegar si no sería únicamente por razones culturales de aquel contexto histórico de hace dos mil años. No hay ninguna referencia explícita en las Escrituras a la negativa femenina por parte de Cristo.

Es más, al instituir el Sacramento del Orden y la Eucaristía en la Última Cena, se supone que en la mesa no estaban sólo los “doce” salvo que fuera una cena innovadora, no ritual, cosa que no se deduce del texto ni del contexto. Así lo atestiguan Cleofás y el otro discípulo de Emaús quienes no eran de los “doce” y “le reconocieron al partir el pan”. Al instante se volvieron corriendo al Cenáculo en donde estaban los “once” y otros (cf Lc ,24,31 y 33).

"Cuando se colaciona, como hemos hecho, el ritual judío sobre la Pascua en la época de Jesús, con los relatos de los evangelistas (e incluso con las liturgias cristianas antiguas), según afirma L. Bouyer, «uno se maravilla ante la perfecta coherencia entre los relatos que nos habían llegado en forma aparentemente desordenada»” (J Mª Casciaro. Jesús de Nazaret. Alga Editores, Murcia 1994, p. 506).

Cristo instituye la nueva Pascua en la tercera copa de la cena ritual que celebraban los judíos y no la celebraban sólo los varones, sino que participaban todos los miembros de la familia y de otras familias, si se juntaban para consumir la cena pascual (cf Dt 16,14-15). Los tres sinópticos dicen que Jesús se sentó a la mesa con los “doce” pero los evangelistas no están pensando en la problemática del siglo XXI y por eso no escribieron algo sobre ellas. Sabemos que el local era adecuado, amplio y bien arreglado (Mc 14,15) para que la cena ritual de los judíos fuera normal y con la asistencia de varones y mujeres, hijos e hijas, yernos y nueras, nietos y nietas, etc. Cabe suponer que al menos todas esas personas estuvieron durante la cena en las dos primeras copas rituales.

En cualquier caso, no hay argumentos bíblicos para negar nada en favor de las mujeres, considerando que las mujeres y los niños estaban obligados a esta cena pascual, lo mismo que los hombres. Una opinión cree que la última cena la celebraron en la misma estancia pero en dos grupos separados porque estaba prohibido mezclarse (Willam, F. Vida de María. La Madre de Jesús, Herder, Barcelona 1950, p. 309).

Quizá en el momento de la tercera copa, el “cáliz de bendición” (cf 1Cor, 10,16), Jesús invitó a salir a las mujeres y a todos los demás discípulos –como los dos de Emaús- que no eran los “once” (Judas ya no estaba en ese momento), pero será interpretar lo implícito. ¿Cómo pueden Cleofás y el otro reconocer al Señor al partir el pan si no estuvieron en la mesa en el momento de la institución de la Eucaristía? Es muy coherente que tanto la Antigua Alianza, bajo la mediación de Moisés, como la Nueva Alianza, sellada con el sacrificio de Jesucristo, se celebren como una comida fraterna y todos juntos cantaran los salmos finales prescritos.

También es un hecho incuestionable que, cuando hubo la primera oportunidad para ordenar a una mujer, no se hizo así. Matías sustituyó a Judas en una elección de candidat@s absolutamente democrática o participativa pues las posibilidades podían recaer tanto en alguno como en alguna de aquella multitud de hombres y mujeres que formaban la comunidad (cf Act 5,14 y otros) aunque Pedro quiso un varón –¿quizá por las connotaciones culturales de la época?- para completar el puesto vacante de entre aquellos que les habían acompañado desde el bautismo de Jesús en el Jordán hasta su Ascensión, excluyendo a los que se agruparon posteriormente (cf Act 1,21).

Pero quizá es más definitivo ver que Cristo, cosido al madero de la cruz, al darnos a su Madre como madre nuestra, de tod@s las presentes en el calvario, Jesús agonizante se dirigió a Juan, en quien -por ser sacerdote- están representados todos los hombres y mujeres. Jesús podía haberse dirigido a una cualquiera de las mujeres que acompañaban a María, su madre, señalándola como hija que por ser sacerdote es representante de la humanidad entera, pero se dirige a Juan, ya sacerdote; lo propio del sacerdocio es la mediación.

Entiendo que en el cenáculo sólo ordenó a varones como gesto adecuado al talante divino democrático de la participación, para que ellas no acaparasen todo en el orden de la creación y de la redención. Son los varones sacerdotes quienes –en el orden de la redención- pueden traer sacramentalmente sobre el altar al Hijo de Dios ya que la mujer tiene el privilegio –en el orden de la creación- de traer biológicamente al mundo a los hijos de Dios.

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