La
potestad de Pedro
Elementos
elementales del primado de Pedro

Cambiar esta estructura no es para que ya nunca más sea fuente de escándalos pues nada ni nadie puede anular la libertad de ningún hombre y “pícaros” o malvados o sinvergüenzas habrá siempre en cualquier colectivo. Pero las estructuras no pueden servir para fomentarlas ni para taparlas.
La colegialidad episcopal, la de los
sucesores de los apóstoles, está aniquilada en la Iglesia desde hace demasiados
siglos. La actual estructura del poder eclesial es una verdadera dictadura,
diametralmente opuesta a la voluntad de Cristo pero deshacer ese nudo va a
costar lo suyo.

La
potestad de Pedro
Con Pedro, Dios no está canonizando
la tiranía o la dictadura. Dios hace partícipes en su obra creadora a todas las
criaturas, a cada una de acuerdo con su naturaleza o sus capacidades. Por eso
la luz nos la envía el sol y la lluvia las nubes. La participación del hombre
es también adecuada a su naturaleza, o sea libre y por lo tanto responsable.
Todos, no unos pocos. No pocas veces aparece el tirano o el dictador también porque
la gente se quita el muerto de encima, escurre el bulto, y obliga a tal
lamentable situación.
Era voluntad explícita de Juan Pablo
II “encontrar una forma de servicio del
primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a
una situación nueva”[1]. El texto clave del Papa
Wojtyla es su Encíclica ecuménica Ut unum
sint (25-V-1995) donde asume este “espinoso” tema habida cuenta sobre todo
que constata también la aspiración ecuménica de la mayor parte de las
comunidades cristianas y escucha la petición que se le dirige en este sentido
(cf UUS, 95).

Añade que las llaves no las recibe
Pedro sino la Iglesia en la persona de Pedro[2] e
insiste que “esas llaves las recibió no
un hombre único, sino la Iglesia única (...) Pues para que sepáis que la Iglesia ha recibido las llaves del reino de
los cielos, escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles:
«Recibid el Espíritu Santo... a quienes se los retengáis les quedarán retenidos»
(...) Después de la resurrección, Jesús
dijo a Pedro lo de apacentar las ovejas, pero no es que él fuera el único...
quiso significar con ello la unidad de la Iglesia. Se dirige a Pedro con
preferencia porque es el primero entre los apóstoles”[3]:
con preferencia pero sin exclusividad.
En el capítulo 18 de Mateo, Cristo,
junto a la corrección fraterna, habla de la capacidad de la Iglesia para atar y
desatar: “os aseguro que todo lo que
atéis (en plural) en la tierra, quedará atado en el cielo” (Mt 18,18).
No siempre que Jesús se dirige a Pedro, lo que dice es sólo para él; en tal
caso, el mandato del “duc in altum”,
por ejemplo, sólo lo tiene él.

San Bonifacio (+754), aunque era obispo de una iglesia local, siente sin embargo el peso de toda la Iglesia, como les ocurría a sus antecesores, pastores en diversas iglesias particulares ya que este peso no es monopolio del papa y esa carga pastoral es “el gobierno de la Iglesia” -no de una iglesia local- que me ha sido confiado... en la Iglesia primitiva –sigue diciendo- tenemos el ejemplo de Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de Roma, Cipriano en Cartago, Atanasio en Alejandría, los cuales, bajo el reinado de los emperadores paganos, gobernaron [en equipo] la nave de Cristo [no la barca de Pedro], su amada esposa, que es la Iglesia, con sus enseñanzas, con su protección, con sus trabajos y sufrimientos” [5].

Pedro
tampoco reivindicó este derecho en su controversia con Pablo: “no reclamó arrogantemente ninguna
prerrogativa ni se mostró insolente con los demás diciendo que tenía el primado
y que debía ser obedecido” (Ep. 71,3). A la vez, Cipriano tampoco deja de
reconocer nunca que la “cátedra de Pedro” es la “iglesia principal” y el punto
de origen de la “unidad sacerdotal” (Ep. 59,14) aunque Roma no tiene ningún
derecho superior para legislar para las otras sedes pues considera al Papa primus inter pares (De unit., 4).
Elementos
elementales del primado de Pedro

“Es
propio de la naturaleza sacramental del ministerio eclesial tener carácter
colegial... Jesús instituyó a los Doce... Elegidos juntos, también fueron
enviados juntos y su unidad fraterna estará al servicio de la comunión fraterna
de todos los fieles”
(CEC, 877).
“Está
claro que también el Colegio de los apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la
función de atar y desatar dada a Pedro” (LG,22) (CEC, 881).
El Concilio Vaticano II dice: “Este colegio episcopal (...) junto con su
cabeza y nunca sin su cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad
(LG)” (ChD, 4)
El Vaticano I dejó escrito que “para que el episcopado mismo fuera uno e
indiviso (...) en él instituyó un principio perpetuo de una (el episcopado) y otra (la universal muchedumbre de
creyentes) unidad y un fundamento
visible” (DzH, 3051).

Oh Dios, inspira a tu pueblo el amor
a tus preceptos y la esperanza en tus promesas.
Desde entonces
han pasado ya 13 años: tiempo suficiente para haber estudiado y rezado este
asunto clave para la Iglesia y para el mundo. Ya Pablo VI se lamentaba de que
el papa fuera la primera razón de las discordias entre cristianos. Juan Pablo I
parece que estaba dispuesto a ponerle patas al asunto pero… no pudo hacerlo. Ojalá
la renuncia de Benedicto XVI haya puesto los fundamentos básicos para llevarla
a cabo por su sucesor; él, maravilloso intelectual, lo veía claro pero no tenía
las dotes de gobierno para hacerlo. Que el papa Francisco lo pueda llevar a
cabo pues la gracia de Dios no le faltará y parece que cuenta cada día más con los
apoyos necesarios ya que fue el encargo del colegio cardenalicio el pasado
marzo al elegirle nuevo sucesor de Pedro.
El pasado 6 de julio, en la homilía en Santa Marta hacía una invitación a
dejarse renovar por el Espíritu Santo, a no tener miedo de lo nuevo, a no temer
la renovación en la vida de la Iglesia. Comentando el evangelio del día (Mt 9,
14-17) el Pontífice destacó el espíritu innovador que animaba a Jesús (…) «Jesús
mismo quien dice: “yo hago nuevas todas las cosas”. Como si su vocación fuese
la de renovar todo. Es una renovación auténtica. Y esta renovación está ante
todo en nuestro corazón».
En la vida cristiana,
y también en la vida de la Iglesia, existen estructuras caducas. Es necesario
renovarlas. Es un trabajo «que la Iglesia siempre ha hecho, desde el primer
momento» (…) Quien lleva adelante estas novedades —prosiguió el Papa— es desde
siempre el Espíritu Santo (…) pedir «la gracia de no tener miedo de la novedad
del Evangelio, de no tener miedo de la renovación que realiza el Espíritu
Santo, de no tener miedo a dejar caer las estructuras caducas que nos
aprisionan. Y si tenemos miedo sabemos que con nosotros está la madre». Ella,
como dice la más antigua antífona, “protege con su manto, con su protección de
Madre”».
[1] Documento de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, El
Primado del Sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia, n. 1. Este
Documento expone unas “consideraciones” que se añaden, a modo de anexo, a las
Actas del Simposio que sobre “El Primado del Sucesor de Jesús”, celebró esa
Congregación vaticana en diciembre de 1996.
[2] Tratado 124,5: CCL
36, 684-685 en LH, 2ª lectura de la fiesta de San Pío V (30 de abril).
[3] Oficio de lecturas
de la solemnidad del 29 de junio, San Pedro y San Pablo.
[4] Oficio de lecturas
del 22 de febrero, Cátedra de San Pedro.
[5] Carta 78, MGH, Pistolae 3, 352-354 en LH, II, 1559-60.
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