miércoles, 21 de noviembre de 2012

¿TÚ ERES REY?



¿Tú eres rey? es la pregunta que Pilatos le hace a Jesús porque es de lo que le acusan las autoridades religiosas de su pueblo: los fariseos y los sacerdotes judíos. Jesús lo confirma pero deja claro que “mi reino no es de este mundo”.
       Cristo Rey del universo es la solemnidad del último domingo del año litúrgico que suele caer el último de noviembre o el primero de diciembre.

No cabe duda que llama la atención que unos paganos, sabios venidos de Oriente, quizá de Persia, cuando ha nacido Jesús en Belén, pregunten "dónde está el nacido rey de los judíos". Para esos magos -popularmente llamados reyes magos- no sería un rey más de los muchos que había en la tierra entonces. Por esos no hubieran hecho tal viaje; por lo menos no consta, que yo sepa.

     

También inquieta a la inteligencia, incluso más a la creyente, que en el Calvario, el llamado "buen ladrón" le diga a Jesús: "acuérdate de mí cuando estés en tu reino". ¿Qué idea tendría de ese reino, si le ve crucificado, clavado en la cruz y por tanto con muerte inmediata?

Ese reino que vino a instaurar en el mundo no siempre se entiende tal como Él nos enseñó. Señor, perdona las barbaridades, bestialidades, injusticias, etc. que, al grito de "¡Viva Cristo Rey!" te hemos infringido, y con el que hemos herido o matado a nuestros hermanos los hombres que también los son tuyos. 

Incluso sus mismos discípulos arrastraban de siglos atrás la idea errónea de creer que Cristo, Jesús de Nazaret, siendo el Mesías esperado, sería el rey de Israel, al modo de David; rey de un reino temporal que, ¡por fin!, liberaría de la esclavitud política al pueblo de Dios, que venía padeciendo de siglos. En tiempos de Cristo era una provincia romana. Desde tiempos de Salomón, hijo y sucesor de David, unos 10 siglos antes, el pueblo de Israel empezó a romperse en dos y luego perdió su libertad y autonomía al caer en manos persas y sufriendo el cautiverio de Babilonia durante unos 70 años. Luego en manos griegas. En la era cristiana, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento quedó destruido en el año 70 dC. En el siglo XX arbitrariamente se han montado un Estado en un territorio que vuelven a conquistar a fuerza bruta, y ahora su armamento no son piedras como contra Goliat, o lanzas y flechas. No hay ejército mejor surtido en este mundo de hoy que el israelí.

Cristo, Dios hecho hombre, se encarnó en las entrañas de su madre María y vivió entre nosotros para nuestra redención, la de toda la humanidad. E inició la fundación del reino de Dios que, al ascender al cielo con su humanidad santísima, dejó en manos de la Iglesia, el instrumento divino para su instauración aunque no exclusiva ni excluyente. Después de 20 siglos de cristianismo, sigue rondando la misma tentación de creer que es, ha de ser, un reino temporal.

La Iglesia –recordaba Juan Pablo II- tiene como fin supremo el Reino de Dios, del que «constituye en la tierra el germen e inicio» (Redemptoris missio, 1). El Reino está destinado a todos los hombres, tratándoles como a iguales y amigos (cfr Lc 7, 34), haciéndolos sentirse amados por Dios (Redemptoris missio, 14).

El Reino tiende a transformar las relaciones humanas, se realiza progresivamente a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente. El Reino interesa a todos: a las personas, a la sociedad, al mundo entero. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas (ibid, 15).

         ¿Por qué, entonces, no se aparece ahora en toda su gloria?, consideraba san Josemaría Escrivá en una homilía en la fiesta de Cristo rey. Porque su reino “no es de este mundo” (Jn 18, 36), aunque está en el mundo… Los que esperaban del Mesías un poderío temporal visible, se equivocaban.
         Cuando Cristo inicia su predicación en la tierra, no ofrece un programa político, sino que dice: “haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 3, 2; 4, 17)
         No pienso en el cometido de los cristianos en la tierra como en el brotar de una corriente político-religiosa -sería una locura-, ni siquiera aunque tenga el buen propósito de infundir el espíritu de Cristo en todas las actividades de los hombres.
         Si el mundo y todo lo que en él hay -menos el pecado- es bueno, porque es obra de Dios Nuestro Señor, el cristiano… ha de dedicarse a todo lo terreno, codo a codo con los demás ciudadanos; debe defender todos los bienes derivados de la dignidad de la persona.
Y existe un bien que deberá siempre buscar especialmente: el de la libertad personal.
No me salgo de mi oficio de sacerdote –sigue diciendo san Josemaría- cuando digo que, si alguno entendiese el reino de Cristo como un programa político… estaría a un paso de gravar las conciencias con pesos que no son los de Jesús, porque su yugo es suave y su carga ligera (Mt 11, 30). Amemos de verdad a todos los hombres; amemos a Cristo, por encima de todo; y, entonces, no tendremos más remedio que amar la legítima libertad de los otros, en una pacífica y razonable convivencia.

Los santos siempre coinciden en lo esencial del cristianismo, en lo que es de fe o se desprende de ella por su "propio peso". Así Juan Pablo II también recordaba que “La Iglesia, pueblo profético, sacerdotal y real, tiene la misión de llevar a todos los hombres el nuevo mandamiento del amor. La vida cristiana no (es) un código escrito, sino «el amor de Dios… derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Familiaris consortio, 63).

Las actividades temporales y las sociedades humanas -dice el profesor Illanes- tienen elementos, nacidos fuera del ámbito eclesial y del mundo cultural cristiano, de contenido y valor verdaderos porque la naturaleza humana (contra lo que decía Lutero) no está corrompida; por tanto es capaz de verdad y de bien. Por eso, concluye Illanes, al anunciar el Reino, la Iglesia debe juzgar los sucesos de la vida e historia humana desde el fin último.

Siguiendo con la Encíclica Redemptoris missio de Juan Pablo II, se lee: “La liberación y la salvación que el Reino de Dios trae consigo alcanzan a la persona humana en su dimensión tanto física como espiritual. Las curaciones son también signo de salvación espiritual, de liberación del pecado. Mientras cura, Jesús invita a la fe, a la conversión, al deseo de perdón (cfr Lc 5, 24) (RMi, 14).
La Iglesia (…) no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento (RMi, 18).
Con el mensaje evangélico la Iglesia dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio de los hermanos; inserta al hombre en el proyecto de Dios, que es la construcción del Reino de paz y de justicia, a partir ya de esta vida (RMi, 59).

Es verdad que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los valores «evangélicos» y esté abierta a la acción del Espíritu que sopla donde y como quiere (cfr Jn 3, 8) (RMi, 20).

         María, la Madre santa de nuestro Rey, la Reina de nuestro corazón, cuida de nosotros como sólo Ella sabe hacerlo: te pedimos que sepamos componer en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean, verso a verso, el poema sencillo de la caridad, “como un río de paz” (Is 66, 12). Porque Tú eres mar de inagotable misericordia.




[1] Rom 5,5.
[2] ILLANES, J.L. Iglesia y mundo. GER XVI, 459-460.

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