El
padre Matteo Ricci tuvo siempre un profundo amor por la Iglesia y por el
pueblo chino. Es lo que recuerda Benedicto XVI en un telegrama del 8-III-2010 enviado
al congreso internacional “Ciencia, razón, fe. El genio del padre Matteo
Ricci”, celebrado en Macerata, Italia, con motivo de los 400 años de la muerte
del misionero jesuita.
El Papa
expresa “vivo aprecio por la significativa manifestación, encaminada a dar a
conocer la extraordinaria obra cultural y científica del padre Matteo Ricci,
noble hijo de esta tierra, como también su profundo amor a la Iglesia y el celo
por la evangelización del pueblo chino”.
En una
carta enviada el mes anterior, siempre a monseñor Claudio Giuliodori, obispo de
Macerata, con motivo del inicio de las celebraciones del IV Centenario de
Ricci, el Papa subrayó del jesuita la “innovadora y peculiar capacidad” de
“buscar la posible armonía entre la noble y milenaria civilización china y la
novedad cristiana”. El Papa destacó la “estrategia pastoral” del jesuita, que
permaneció en China 28 años, y la “profunda simpatía que nutría por los chinos,
por su historia, por su cultura y tradición religiosas”, que “convirtió en
original, y podríamos decir, profético su apostolado”.
El 13 de septiembre de 1578
llegó a Goa, India, donde estaba sepultado san Francisco Javier. Pasó algunos
años en tierra india, enseñando materias humanísticas en las escuelas de la
Compañía, antes de la ordenación sacerdotal recibida en Cochín, lugar en el que
celebró la primera Misa el 26 de julio de 1580.
En tanto, se acercaba el
momento del nuevo destino: el visitador de las Misiones de Oriente Aessandro
Valignano pidió al padre Ricci que se trasladara a Macao para estudiar la
lengua china y prepararse a entrar en China, entonces impenetrable a los
extranjeros.
La tan esperada entrada tuvo
lugar el 10 de septiembre de 1583. El padre Matteo y el compañero Michele
Ruggiere llegaron a Zhaoqing, donde empezaron a construir la primera casa y la
primera iglesia, terminada en 1585. La pequeña comunidad jesuita se trasladó
luego a Shaozhou, Nanchang y Nankín, para entrar finalmente en Pekín el 14 de
enero de 1601.
Bien acogido por el emperador
Wanli de la dinastía Ming, el padre Ricci fue elevado al rango de mandarín,
recibido en la corte del Celeste Imperio, acogido por altos funcionarios
civiles y militares. “Hacerse chino con los chinos”: este fue el innovador
método de evangelización del padre Ricci, que supo adaptarse a los usos y
tradiciones locales para estar más cercano a quienes anunciaba el Evangelio.
La vía de la “inculturación”
elegida por el jesuita, unida a la práctica incansable de la caridad, supo dar
sus frutos, con las conversiones tanto de importantes dignatarios como de
exponentes de categorías modestas, impactados por el gran respeto del misionero
por el confucianismo y por el patrimonio cultural chino.
Gran admiración suscitaron
también los conocimientos científicos de Ricci, que llevó a China la matemática
y la geometría de Occidente, junto a las grandes aportaciones del Renacimiento
en el campo de la geografía, la cartografía y la astronomía.
Además de enseñar en lengua
china numerosas materias científicas y humanísticas, dejó un gran número de
escritos, como el “Tratado sobre la amistad”, el “Mapamundi chino”, el tratado
“Genuina noción del Señor del Cielo”, “Síntesis de la doctrina cristiana”,
“Cristiandad en China”, “Comentarios” y “Cartas desde China”, contribuyendo de
modo decisivo a la fundación de la moderna sinología y a la difusión del
conocimiento de Occidente en China y en todo Oriente.
“Li Madou” –el nombre chino del
padre Ricci- murió en Pekín el 11 de mayo de 1610. Derogando la tradición de no
permitir la inhumación en China de los extranjeros, el emperador concedió un
terreno para su sepultura, como máximo tributo a su ciencia y su amor por los
chinos.
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