lunes, 30 de enero de 2012

¿CRISTO, SÍ. IGLESIA, NO?

¿A qué Cristo nos referimos?
¿De qué Iglesia hablamos?
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Es imposible hoy día mantener aislada y herméticamente cerrada una sociedad, una comunidad o cualquier grupo humano. El contacto entre pueblos y civilizaciones ha existido y existirá siempre pero algunos creen que todo contacto o trasiego de información debe evitarse a toda costa. Qué pena que, sin desconocer los riesgos que están anclados en la mismísima libertad del hombre, se empeñen en negar que “hablando se entiende la gente”. Qué cosa más maravillosa la del ser humano de poderse comunicar unos con otros, poder dialogar.

Evidentemente es imposible que la teología contestataria del cristianismo de la Reforma no sea conocida, valorada y estudiada por los católicos y en parte se asimilen algunos de sus contenidos. ¿No tendrán siquiera una partícula de verdad?

¿A qué Cristo nos referimos?

Hay una Cristología construida por teólogos que, despreciando el Concilio de Calcedonia por sus formulaciones doctrinales en clave helenística (que pretendían superar), vuelven a negar la divinidad del Hijo de Dios. Ya apareció esa opinión en el cristianismo inicial, en el llamado arrianismo que infectó a una buena parte del episcopado de entonces. Todas las herejías siempre están centradas en la persona de Cristo pues no se admite que sea a la vez Dios y hombre verdadero. Se afirma que sólo es Dios o que sólo es un hombre pero en cualquier caso la Cristología va pendulando y en cada extremo emanan errores en todos los campos del saber teológico.

            Con claridad meridiana escribía Juan Pablo II que “Si hoy, con el racionalismo que reina en gran parte de la cultura contemporánea, es sobre todo la fe en la divinidad de Cristo lo que constituye un problema, en otros contextos históricos y culturales hubo más bien la tendencia a rebajar o desconocer el aspecto histórico concreto de la humanidad de Jesús” (NMI, 22). Los de la Reforma recuperan la dimensión perdida por los católicos que durante muchos siglos negaron la realidad humana de Cristo, despreciaron lo terrenal, lo material, el mismo mundo creado por Dios. Todo tan “divino” que no pocas almas nobles clamaban por el humanismo cristiano.

D- F- Strauss
 La actual Cristología recortada sin la divinidad de Cristo se compone desde la exégesis bíblica del protestantismo liberal aparecida con la publicación de la obra póstuma de Reimarus en 1778, con la “Vida de Jesús” de D. F. Strauss en 1835 y con Rudolf Bultmann a partir de 1921. Son teólogos que creían haber descubierto la falacia arrastrada por la Iglesia institucional y que durante estos 20 siglos habría enseñado un Cristo de la fe, olvidando al Jesús histórico.

Benedicto XVI en sus dos tomos de “Jesús de Nazaret” (está anunciado un tercero) deja claro que escribe como teólogo y no como Papa y dialoga con todos ellos, enseñando lo que tienen de bueno para defenderlo y lo que tienen de erróneo para desecharlo.

Desde los años sesenta del siglo XX, todo el armamento de las nuevas técnicas y avances indiscutibles de la exégesis bíblica ponían otra vez con mucha fuerza, sobre el tapete, la relación ciencia-fe. La ciencia quería demostrar que el Jesús histórico no lo conocemos, y creemos en un Cristo de la fe, personaje mitificado por los discípulos, tras su sepultura, cuando se inventaron la resurrección como punto de partida para su religión.

En 1953, E. Käsemann reaccionó contra su maestro Bultmann para iniciar una etapa que subrayará la continuidad entre el Cristo de la fe y el Jesús histórico. Desde la década de los ochenta, hay un consenso entre algunos exegetas para afirmar que el Jesús histórico existió realmente aunque sepamos, por ahora, poco sobre qué y cómo lo dijo. Mientras dan más validez como fuentes fiables a los testimonios extrabíblicos, judíos o profanos, están de acuerdo en que Jesús fue un judío, aunque un judío más, y que efectivamente jugó un papel en la sociedad de su tiempo.

Esta perspectiva sociológica, iniciada por Gerd Theissen a finales de los 70, presta una especial atención al tipo social de Jesús.
Marcus Borg empezó siendo luterano pero, tras pasar por el budismo y el ateísmo, recaló en un personal cristianismo, que propugna un Jesús muy espiritual, sabio subversivo, un profeta social fundador de un movimiento, un curandero o un santón. 

Bárbara Thiering afirma que Jesús no murió en la cruz, se casó con María Magdalena, con la que tuvo dos hijos antes de divorciarse y luego convivió con Lidia para morir quizá en Roma.

El sacerdote católico John Meier, profesor en la Universidad Católica de América en Washington afirma que sólo hay datos para dibujar un boceto de lo que Jesús hizo y dijo, y concluye que nació en Nazaret, no en Belén, y tuvo al menos cuatro hermanos y dos hermanas.


En los noventa, emerge uno nuevo, Eugen Drewermann, perfecto desconocido hasta el momento, fuera de algunos círculos teológicos alemanes. Este sacerdote y psicoterapeuta alemán, instalado en una atalaya en Paderborn, e inmune a toda censura, se pasó a la Facultad civil cuando su obispo le prohibió en 1991 dar clases en la Facultad eclesiástica. En 1992 se le prohibió predicar pero se montó un tinglado en el exterior de la iglesia. En 1993 se le suspendió de su sacerdocio pero no parece afectarle mucho -por ahora- en su vida ni en su persona. Hoy su pensamiento se difunde por Alemania y se extiende por Francia e Italia. 

Desacreditado el marxismo, hacían falta nuevos nombres y nuevos derroteros para explicar el Evangelio aunque parece que los del disenso ya lo han dicho todo y se está generalizando la idea de que una época ha caducado. El modernismo muere, nace el postmodernismo. Drewermann afirma abiertamente su visión del cristianismo como una colección de simbolismos, tomados de acá y de allá, de mitologías egipcias, judías o helénicas, aplicados a un hebreo llamado Jesús. Es un sincretismo de elementos que cobran valor como símbolos y, con esta premisa, no dejará en pie ningún artículo del Credo. Como otros, no quiere dejar la Iglesia católica pues está convencido que, “por la crítica, ayudará a evolucionar, a reformarse y volver a su fuente”. El victimismo le da cierta aureola que, sin duda, facilita la difusión de sus obras: de la más difundida, Clérigos, se vendieron más de un cuarto de millón de ejemplares en Alemania, en sólo dos años.

Cullmann con Juan Pablo II
            Para el teólogo luterano Oscar Cullmann, la exégesis psicológica de Drewermann está en la línea del racionalismo de Bultmann. Quizá por unas experiencias desafortunadas, provocadas por una fe superficial o por la tragedia de quienes se adhirieron a la utopía modernista, Drewermann se propone desguazar otra vez el mensaje evangélico y la organización actual de la Iglesia para proponer, aunque sin claridad ni precisión, una futura y única religión con alusiones a esa mística de la naturaleza que trata de promover New Age, con elementos hinduistas y taoístas, pero sin llegar a un panteísmo, y manteniendo algunos rasgos cristianos. Afirma que “la fe no es una cuestión de doctrina, sino una cuestión existencial, una opción vital”.

¿De qué Iglesia hablamos?

            En el cristianismo actual se construye también una Eclesiología que intenta recuperar aspectos estructurales arrinconados desde los primeros siglos o desvirtuados ciertamente por las vicisitudes de la historia, como la función del Primado, el papel de los laicos, la participación activa de los bautizados en la misión de la Iglesia, etc. Pero si ello se basa en la Cristología que niega la divinidad de Cristo, acaba olvidándose o negando la dimensión sobrenatural de la Iglesia y diseña la Institución como una empresa humana, al estilo de una agencia multinacional de servicios pastorales-benéficos-sociales. 

          Hablamos de la Iglesia, no la escatológica, la definitiva, que solo se dará tras la Parusía, sino de la terrenal, de la fundada por Cristo pero afirmando que no dejó todo atado y bien atado. Por el contrario, a ella le entregó las llaves del reino, un gesto con significado super clarísimo, y que conlleva apechugar con la propia libertad y responsabilidad de las acciones y omisiones para hacer la Iglesia. Lo que está en nuestras manos es humano y por tanto mejorable, corregible, nunca intocable.

             Al alemán Hans Küng se le retiró la licencia para ser profesor de Teología Católica cuando su error (negar la infalibilidad del Papa), al decir de un Cardenal de la Curia, se podía arreglar fácilmente nombrándole Romano Pontífice. Reclama democracia en la Iglesia recordando que la fe ha sido entregada a todos los bautizados, no sólo a los jerarcas, y añorando tiempos pasados, aquellos tiempos en que el pueblo incluso “confirmaba” la fe de los obispos. Así ocurrió en el concilio de Éfeso (año 431): ante la posibilidad de que los obispos allí reunidos decidieran confirmar la herejía del momento y negasen la maternidad divina de María, se aglutinaron alrededor del edificio para apalearlos, si era el caso. Como decidieron afirmar lo de siempre (María es la Madre de Dios), el pueblo rompió a aplaudir.

O queriendo recuperar aquel talante del cristianismo inicial cuando las comunidades cristianas elegían (a veces por aclamación) a sus obispos. San Ambrosio (374) fue aclamado, sin estar bautizado, a los 34 años, para ser el obispo de Milán. Europio fue elegido obispo de Constantinopla (397), de entre los muchos candidatos que opositaban a la plaza, a instancias del pueblo que optaba por un perito en el sacerdocio. A él no le apetecía nada y tuvo que ser llevado por la fuerza democrática a la sede episcopal. San Gregorio I Magno fue elegido Pontífice (590) por la aclamación del pueblo, del senado y del clero romano. También Gregorio VII, el día del sepelio del Papa difunto Alejandro II (22 abril 1073), fue elegido urgentemente por los cardenales ante la aclamación tumultuaria del pueblo.

Estos detalles democráticos (aunque en ellos no se agotan sus exigencias) se dejaron efectivamente de hacer cuando los hombres de Iglesia se pusieron a realizar el sueño de resucitar la estructura y organización del Imperio Romano para construir la llamada Cristiandad aunque Cristo dijo que su reino no es de este mundo. El talante democrático quedaba en el olvido durante siglos, mientras se afianzaba un centralismo que en muchas ocasiones ha sido absolutista.

En la segunda mitad del s. XX hay dos décadas con una avalancha de secularizaciones de sacerdotes, frailes y monjas quizá como nunca en los dos anteriores milenios, que llegará a repercutir directamente en las familias que, en pleno indiferentismo, dejan de ser semillero de vocaciones. Los seminarios y las casas de formación religiosas se vacían dando unas cifras de sociología eclesial que, desgraciadamente, pueden ponerse a la altura de las que ofrece la demografía en los países desarrollados.

En Alemania, durante 1994, se dieron oficialmente de baja 155.797 católicos y desde 1989 la cifra asciende a casi un millón: una apostasía fomentada por motivos varios y pluriseculares pero que quizá encontró la ocasión en razones fiscales pues al declararse ateos, se ahorraban el impuesto religioso obligatorio, equivalente al 7-8% de las tasas alemanas. De todas maneras, aunque Alemania ha dado como fruto de su fidelidad el anterior brazo derecho del Papa polaco, el Cardenal Joseph Ratzinger, ahora su sucesor después de dirigir la Congregación para la Doctrina de la Fe, en general, entre los fieles sigue creciendo el complejo anti-romano.

No es aquí el momento para analizar a fondo los motivos, pero sí para apuntar la actual fuerza del indiferentismo y de la comodidad reinante, del consumismo y de la pérdida de valores trascendentes ya que -sorprendentemente- no parece que la huída sea debida al descontento de algunos católicos con las posturas doctrinales de la Jerarquía en ética sexual o en ordenación de las mujeres pues en otras confesiones cristianas, donde no existen estas dificultades, las defecciones fueron enormes en aquel momento.

Si en 1978 los católicos austriacos suponían el 88% de la población, veinte años después eran un 77% de un total de 8 millones de habitantes. En 1995, apostataron de la Iglesia católica 43.527 personas y en 1996 lo hicieron 37.061. Los datos están sacados del sistema de financiación: en ese país cada ciudadano debe manifestar a qué Iglesia pertenece y está obligado a pagar el 1,25% de sus ingresos. A diferencia de otros sistemas, como el de Italia o España donde la cantidad se paga en todos los casos - a la Iglesia o a otros fines sociales-, en Austria, igual que en Alemania, si se abandona la Iglesia, dejan de pagar ese dinero. De todos modos, el porcentaje de abandonos es mayor entre los protestantes austriacos, a pesar de que la Iglesia evangélica ha admitido los cambios “liberales” que algunos piden para la católica.

En 1998 Juan Pablo II realizó su tercera visita apostólica a Austria que no fue un paseo triunfal, sino una prueba difícil por el ambiente expectante y frío. El propio arzobispo de Viena, Cardenal Christoph Schönborn, lo advertía en rueda de prensa: “la Iglesia católica en Austria es una Iglesia con problemas, pero no se puede sólo decir que está en crisis. Es una Iglesia viva, una Iglesia con mucha vitalidad (...) El problema es que siempre se analiza la situación desde el punto de vista negativo (...) no utilizan todos los datos. Actualmente hay en Austria más conversiones que nunca y eso no lo comenta nadie”.


En ese viaje, el Papa Wojtyla visitó Salzburg, la “Roma germánica” y sede del Primas Germaniae, que celebraba el 1200 aniversario de su erección como arzobispado y donde aludió a la fidelidad pues los datos oficiales señalaban que cada año se daban de baja unos 40.000 católicos. También hizo referencia de alabanza a la actuación de los laicos en las labores eclesiales a la vez que recordaba claramente que sus funciones no deben confundirse con las de los clérigos: “Las funciones propias del ministerio episcopal y sacerdotal no pueden traspasarse a los laicos. Y, viceversa, los pastores deben respetar el papel específico de los laicos”.

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