A las cismáticas iglesias
cristianas de Oriente -conocidas como los ortodoxos- se las venía tratando
con deferencia y simpatía creciente. En 1931 era obligatorio en los seminarios
el estudio de la teología oriental.
El afán de ir a buscarlas era más vigoroso y se vivían ciertas tentativas concretas. Por ejemplo, no pocos sacerdotes (donde era oportuno) adoptaron voluntariamente el rito bizantino para trabajar más fácilmente por la unidad de los cristianos. En Alemania se había creado una asociación de piedad para rezar por el regreso de los reformados aunque el cardenal Diepenbrock escribirá que “los católicos deben soportar la escisión religiosa con espíritu de penitencia por las faltas cometidas”. Tuvo más fuerza la iniciativa de rezar sobre todo por la conversión de Rusia. Con el Vaticano II se ha reforzado la oración ecuménica en la semana para la unidad de los cristianos durante la octava que precede a la festividad (25 de enero) de la conversión de Saulo.
El afán de ir a buscarlas era más vigoroso y se vivían ciertas tentativas concretas. Por ejemplo, no pocos sacerdotes (donde era oportuno) adoptaron voluntariamente el rito bizantino para trabajar más fácilmente por la unidad de los cristianos. En Alemania se había creado una asociación de piedad para rezar por el regreso de los reformados aunque el cardenal Diepenbrock escribirá que “los católicos deben soportar la escisión religiosa con espíritu de penitencia por las faltas cometidas”. Tuvo más fuerza la iniciativa de rezar sobre todo por la conversión de Rusia. Con el Vaticano II se ha reforzado la oración ecuménica en la semana para la unidad de los cristianos durante la octava que precede a la festividad (25 de enero) de la conversión de Saulo.
De todos modos los ortodoxos siguen reacios para
corresponder a la mano que se les tiende y así, a las encíclicas en que Pío IX
les invitaba a integrarse en la comunidad de oración, los patriarcas y
metropolitanos griegos respondieron con un acta de acusación recogiendo las
viejas críticas contra el catolicismo. La invitación que se les hizo a asistir
al Concilio Vaticano I fue contestada con una declinación injuriosa. A pesar de
los desplantes, en la Iglesia iba cuajando el afán de Cristo por estas ovejas
perdidas que traducirá Juan XXIII en el vigoroso movimiento ecuménico y que Pablo
VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI llevarán
decididamente a la práctica.
Las iglesias
ortodoxas, como son autocéfalas, tienen que gestionar el ecumenismo cada una
por su cuenta. En general ninguna de ellas se anima a dar los pasos necesarios
también por sus problemas internos. Durante una solemne liturgia en febrero de
1996 en la catedral moscovita, el patriarcado de Moscú suspendió sus relaciones
con la sede de Constantinopla -sin llegar al cisma formal- debido al conflicto
con la Iglesia ortodoxa de Estonia. Alexis II y otros 50 patriarcas en
ejercicio, a la hora de leer los dípticos, no nombraron a Bartolomé I, el
Patriarca de Constantinopla, confirmando en una declaración oficial posterior
que la omisión había sido intencionada. Tal enfrentamiento dura desde 1994
cuando en Estonia, al recobrar su independencia, la Iglesia ortodoxa de ese
país pidió sustraerse a la jurisdicción moscovita a la que había sido adscrita
por imposición soviética; desde 1923 al 94 había dependido de Constantinopla
pero hacía muchos siglos que jurídicamente no era así, desde 988 en que empezó
a existir la Iglesia de Rusia.
En el actual “desenganche” de Moscú, la comunidad ortodoxa de Moldavia se pasó al
patriarcado de Bucarest y lo mismo que la de Ucrania. A los diez meses volvió la
reconciliación tras una reunión en Zürich acordando que Constantinopla
suspendía sus medidas tomadas y Moscú accedía a que las parroquias estonias
decidieran de qué patriarcado querían depender. Se calculaba que dos tercios
optarían por Constantinopla.
En octubre de 1998 la Iglesia Uniata rumana (católica de
rito oriental) y la Iglesia ortodoxa firmaron en Bucarest un pacto de no
agresión, renunciando a las querellas públicas por la restitución de los
lugares de culto, a ocupar los templos por la fuerza y a enfrentarse con
procesos judiciales.
A finales de 1994 el Papa Wojtyla -que se llamaba Patriarca
de Occidente- y el Patriarca asirio de
Oriente, Mar Dinkha IV, firmaban una Declaración cristológica común poniendo
fin a quince siglos de separación entre las dos Iglesias, originada por la
herejía nestoriana cuando aquel obispo de Constantinopla afirmó que María es la
madre de Cristo pero no la madre de Dios y el Concilio de Éfeso del año 431
rechazó su doctrina. De todos modos esta Declaración actual no supone la unidad
total de ambas Iglesias pues permanecen en estudio por una comisión mixta
algunos asuntos en materia de doctrina, sacramentos y estructura de la Iglesia.
El viaje a Rumanía en mayo de 1999 fue un hito más en esta
historia ecuménica al ser la primera vez desde la separación (hace un milenio),
que el Papa, que ahora se le empieza a llamar el Patriarca de Occidente, quiere
y puede visitar una nación con ciudadanos de mayoría ortodoxa.
El papa polaco manifestó reiteradamente desde el principio
estas convicciones que se marcaba como objetivos de gobierno para su
pontificado sabiendo que “en la presente
situación histórica de la cristiandad y del mundo, no se ve otra posibilidad de
cumplir la misión universal de la Iglesia” (RH, 6).
Como es una tarea de todos, fomentará la participación de
cada bautizado para que realice su cometido propio en este campo eclesial, que
para la mayoría será “simplemente” la oración y la amistad sincera a través de
las actividades ordinarias de la vida profesional y social. Los actos
ecuménicos del Papa Wojtyla fueron incontables y no desaprovechaba ocasión,
tanto en sus viajes pastorales como en otros eventos eclesiales o culturales,
para ir a estar con ellos o para recibirlos en Roma. Pero fue un hito histórico
la ceremonia religiosa del primer domingo de Cuaresma del año 2000, con su
pública petición de perdón a Dios por la escandalizadora desunión de los
cristianos en este segundo milenio.
Y no ocultó que había algunas personas que, en este asunto, “hubieran preferido echarse atrás”
pensando desgraciadamente (sin sentir con la Iglesia, quizá por miedos
inexplicables o intereses personales) que “estos
esfuerzos son dañinos para la causa del Evangelio, conducen a una ulterior
ruptura de la Iglesia, provocan confusión de ideas en las cuestiones de fe y
moral, abocan a un específico indiferentismo” (RH, 6). El Papa Wojtyla
manifestó también su convicción de que lógicamente la unidad ha de realizarla
el Espíritu Santo (porque es un don de Dios), pero también impulsa a poner
todos los medios humanos posibles que suponen “saber resolver las incomprensiones ancestrales (...) malentendidos y
prejuicios (...) la inercia, la indiferencia y un insuficiente conocimiento
recíproco (...) lo cual llevará a la necesaria purificación de la mente
histórica” (UUS, 2).
La ceremonia religiosa de petición de perdón por
parte de Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro el primer domingo de
Cuaresma del año 2000 formaba parte de ese objetivo de purificar la mente
histórica para estrenar el nuevo tercer milenio “con buen pié”. Ya en su Carta
Apostólica de 1994 Tertio milennio
adveniente había señalado este propósito, necesaria consecuencia de la
actitud jubilar de buscar la conversión y el perdón de los pecados. Todo pecado
es siempre una ofensa a Dios mismo pero su perdón viene “condicionado” por el
propósito, no sólo de enmienda, sino de satisfacción o reparación del mal
cometido, también cuando ha sido una ofensa indirecta a Dios y directa a otro
hombre. Juan Pablo II, evidentemente movido por el Espíritu, pidió públicamente
perdón a Dios y al hombre (ninguno otro, ni los propios “interesados” lo habían
hecho) por los pecados (que algunos gustan llamar sociales) que no pocos
cristianos y cristianas han cometido en nombre de la Iglesia, de la verdad y de
Dios. En la Tertio milennio adveniente
están descritos los grupos de pecados tanto del pasado como del siglo XX que
terminaba.
Cada vez son más las comunidades cristianas de Oriente y
Occidente que están dispuestas a aceptar el primado universal del Obispo de
Roma -el sucesor de Pedro-, uno de los puntos clave para la deseada unión, con
tal de que, como afirmaba el entonces Cardenal Ratzinger, “no se les pida más de lo que siempre se creía durante el primer
milenio”, antes del Cisma oriental de 1054.
Juan Pablo II pidió reiteradamente oraciones para implorar
luces al Espíritu Santo y que la investigación teológica profundice en la
función del Primado del Romano Pontífice que, sin dejar de ser el auténtico e
innegable instrumento de unidad, tarea encomendada por Cristo a Pedro, se
despoje -aquel tirar su capa Bartimeo, el ciego de Jericó, cuando Cristo le
mandó llamar (cf Mt 10, 50)- de lo añadido circunstancialmente en estos
milenios. Por ejemplo, entre otros detalles, su papel de monarca absoluto, una
vez que los teólogos hayan distinguido y expresado bien la separación entre la potestas y la auctoritas papal y se vuelva a reconocer la auténtica colegialidad
episcopal y la legítima autonomía de las diversas comunidades con todas sus
implicaciones también canónicas. El retorno de las comunidades separadas de la
plena comunión con Roma no puede consistir en una occidentalización ni en una
mal entendida romanización pues la unidad exige la pluralidad y todo
uniformismo atenta contra la propia unidad que está basada en la Unidad de la
Esencia divina que es pluralidad (Trinidad) de Personas.
En su visita pastoral a Egipto en febrero de 2000, dio un
fuerte impulso, sorprendiendo a muchos ante su urgencia: “Queridos hermanos, no hay tiempo que perder”, dijo. En
la nueva catedral de “Nuestra Señora de Egipto” en El Cairo, con la asistencia
de los líderes de las Iglesias no católicas, encabezadas por el papa Shenouda
III, patriarca de los coptos-ortodoxos, la confesión cristiana más numerosa de
ese país y sucesor de san Marcos en la sede de Alejandría, que se separó de
Roma en el Concilio de Calcedonia en el año 451, recordó lo escrito en 1995 en
su Encíclica Ut unum sint, invitando
a “todos los responsables eclesiales y a
sus teólogos a instaurar un diálogo fraterno, paciente, en el que podamos
escucharnos más allá de estériles polémicas, teniendo únicamente en la mente la
voluntad de Cristo para su Iglesia (...)
Por lo que se refiere al ministerio del obispo de Roma, pido al Espíritu Santo
que nos done su luz, iluminando a todos los pastores y teólogos de nuestras
Iglesias, para que podamos buscar juntos las formas con las que este ministerio
pueda realizar un servicio de amor reconocido entre unos y otros”.
La Comisión mixta de católicos y ortodoxos llevan unos años,
desde el encuentro en Rávena en 2007, tratando de este tema en el encuentro anual. En
septiembre de 2010 fue en Viena la XII; la anterior fue en Creta en 2009; de la de 2011 no ha habido hasta ahora noticia alguna.
Cada 29 de junio el Patriarca de Constantinopla envía un
delegado suyo a Roma para celebrar la festividad de san Pedro y san Pablo, del mismo
modo que el papa envía a Estambul un delegado suyo cada fiesta de san Andrés,
cada 30 de noviembre. Este intercambio se inició en 1969 con la visita a Constantinopla del cardenal Johannes
Willebrands, presidente del entonces Secretariado para la Unidad de los
Cristianos, con ocasión de la fiesta de san Andrés.
En noviembre de 2011 el delegado
pontificio, el cardenal Kurt Koch, presidente del ahora Consejo Pontificio para
la promoción de la unidad de los cristianos, aprovechó la ocasión en que también se celebraba el XX aniversario de la elección de Bartolomé I y en la Divina Liturgia leyó el
mensaje autógrafo de Benedicto XVI.
En septiembre de 2011 una
delegación de jerarcas ortodoxos visitó la ciudad de Termoli, sobre el Adriático,
para venerar las reliquias de san Timoteo, uno de los discípulos predilectos de
san Pablo. Desean que el obispo italiano lleve el cráneo de Timoteo durante la
Cuaresma ortodoxa y luego el propio Zósimo, arzobispo ortodoxo de Elista en el
Cáucaso, la devolverá a Termoli.
El Papa Benedicto XVI recibió el 5 de octubre de 2011
la Medalla de Oro del Apóstol Jasón de Tesalónica de manos de una delegación de
la Facultad de Teología ortodoxa de la Universidad de Tesalónica, al término de
la Audiencia General. Se trata de “un gesto de verdadera amistad entre
ortodoxos y católicos”, dijeron. “Para nosotros es un reconocimiento de alto
significado que, por primera vez, se entrega a una personalidad fuera del
ámbito de la Iglesia ortodoxa”, afirmaron. “Hemos venido a Roma a propósito
para encontrar al Papa y llevar a cabo juntos un nuevo paso de diálogo”.
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