miércoles, 25 de enero de 2012

¿ESTÁ CERCA LA UNIDAD DE CATÓLICOS Y ORTODOXOS?




A las cismáticas iglesias cristianas de Oriente -conocidas como los ortodoxos- se las venía tratando con deferencia y simpatía creciente. En 1931 era obligatorio en los seminarios el estudio de la teología oriental. 

El afán de ir a buscarlas era más vigoroso y se vivían ciertas tentativas concretas. Por ejemplo, no pocos sacerdotes (donde era oportuno) adoptaron voluntariamente el rito bizantino para trabajar más fácilmente por la unidad de los cristianos. En Alemania se había creado una asociación de piedad para rezar por el regreso de los reformados aunque el cardenal Diepenbrock escribirá que “los católicos deben soportar la escisión religiosa con espíritu de penitencia por las faltas cometidas”. Tuvo más fuerza la iniciativa de rezar sobre todo por la conversión de Rusia. Con el Vaticano II se ha reforzado la oración ecuménica en la semana para la unidad de los cristianos durante la octava que precede a la festividad (25 de enero) de la conversión de Saulo.

De todos modos los ortodoxos siguen reacios para corresponder a la mano que se les tiende y así, a las encíclicas en que Pío IX les invitaba a integrarse en la comunidad de oración, los patriarcas y metropolitanos griegos respondieron con un acta de acusación recogiendo las viejas críticas contra el catolicismo. La invitación que se les hizo a asistir al Concilio Vaticano I fue contestada con una declinación injuriosa. A pesar de los desplantes, en la Iglesia iba cuajando el afán de Cristo por estas ovejas perdidas que traducirá Juan XXIII en el vigoroso movimiento ecuménico y que Pablo VI, Juan Pablo II  y Benedicto XVI llevarán decididamente a la práctica.

Las iglesias ortodoxas, como son autocéfalas, tienen que gestionar el ecumenismo cada una por su cuenta. En general ninguna de ellas se anima a dar los pasos necesarios también por sus problemas internos. Durante una solemne liturgia en febrero de 1996 en la catedral moscovita, el patriarcado de Moscú suspendió sus relaciones con la sede de Constantinopla -sin llegar al cisma formal- debido al conflicto con la Iglesia ortodoxa de Estonia. Alexis II y otros 50 patriarcas en ejercicio, a la hora de leer los dípticos, no nombraron a Bartolomé I, el Patriarca de Constantinopla, confirmando en una declaración oficial posterior que la omisión había sido intencionada. Tal enfrentamiento dura desde 1994 cuando en Estonia, al recobrar su independencia, la Iglesia ortodoxa de ese país pidió sustraerse a la jurisdicción moscovita a la que había sido adscrita por imposición soviética; desde 1923 al 94 había dependido de Constantinopla pero hacía muchos siglos que jurídicamente no era así, desde 988 en que empezó a existir la Iglesia de Rusia.

En el actual “desenganche” de Moscú, la comunidad ortodoxa de Moldavia se pasó al patriarcado de Bucarest y lo mismo que la de Ucrania. A los diez meses volvió la reconciliación tras una reunión en Zürich acordando que Constantinopla suspendía sus medidas tomadas y Moscú accedía a que las parroquias estonias decidieran de qué patriarcado querían depender. Se calculaba que dos tercios optarían por Constantinopla.

En octubre de 1998 la Iglesia Uniata rumana (católica de rito oriental) y la Iglesia ortodoxa firmaron en Bucarest un pacto de no agresión, renunciando a las querellas públicas por la restitución de los lugares de culto, a ocupar los templos por la fuerza y a enfrentarse con procesos judiciales.

A finales de 1994 el Papa Wojtyla -que se llamaba Patriarca de Occidente-  y el Patriarca asirio de Oriente, Mar Dinkha IV, firmaban una Declaración cristológica común poniendo fin a quince siglos de separación entre las dos Iglesias, originada por la herejía nestoriana cuando aquel obispo de Constantinopla afirmó que María es la madre de Cristo pero no la madre de Dios y el Concilio de Éfeso del año 431 rechazó su doctrina. De todos modos esta Declaración actual no supone la unidad total de ambas Iglesias pues permanecen en estudio por una comisión mixta algunos asuntos en materia de doctrina, sacramentos y estructura de la Iglesia.

El viaje a Rumanía en mayo de 1999 fue un hito más en esta historia ecuménica al ser la primera vez desde la separación (hace un milenio), que el Papa, que ahora se le empieza a llamar el Patriarca de Occidente, quiere y puede visitar una nación con ciudadanos de mayoría ortodoxa.

El papa polaco manifestó reiteradamente desde el principio estas convicciones que se marcaba como objetivos de gobierno para su pontificado sabiendo que “en la presente situación histórica de la cristiandad y del mundo, no se ve otra posibilidad de cumplir la misión universal de la Iglesia” (RH, 6).

Como es una tarea de todos, fomentará la participación de cada bautizado para que realice su cometido propio en este campo eclesial, que para la mayoría será “simplemente” la oración y la amistad sincera a través de las actividades ordinarias de la vida profesional y social. Los actos ecuménicos del Papa Wojtyla fueron incontables y no desaprovechaba ocasión, tanto en sus viajes pastorales como en otros eventos eclesiales o culturales, para ir a estar con ellos o para recibirlos en Roma. Pero fue un hito histórico la ceremonia religiosa del primer domingo de Cuaresma del año 2000, con su pública petición de perdón a Dios por la escandalizadora desunión de los cristianos en este segundo milenio.

Y no ocultó que había algunas personas que, en este asunto, “hubieran preferido echarse atrás” pensando desgraciadamente (sin sentir con la Iglesia, quizá por miedos inexplicables o intereses personales) que “estos esfuerzos son dañinos para la causa del Evangelio, conducen a una ulterior ruptura de la Iglesia, provocan confusión de ideas en las cuestiones de fe y moral, abocan a un específico indiferentismo” (RH, 6). El Papa Wojtyla manifestó también su convicción de que lógicamente la unidad ha de realizarla el Espíritu Santo (porque es un don de Dios), pero también impulsa a poner todos los medios humanos posibles que suponen “saber resolver las incomprensiones ancestrales (...) malentendidos y prejuicios (...) la inercia, la indiferencia y un insuficiente conocimiento recíproco (...) lo cual llevará a la necesaria purificación de la mente histórica” (UUS, 2).

La ceremonia religiosa de petición de perdón por parte de Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro el primer domingo de Cuaresma del año 2000 formaba parte de ese objetivo de purificar la mente histórica para estrenar el nuevo tercer milenio “con buen pié”. Ya en su Carta Apostólica de 1994 Tertio milennio adveniente había señalado este propósito, necesaria consecuencia de la actitud jubilar de buscar la conversión y el perdón de los pecados. Todo pecado es siempre una ofensa a Dios mismo pero su perdón viene “condicionado” por el propósito, no sólo de enmienda, sino de satisfacción o reparación del mal cometido, también cuando ha sido una ofensa indirecta a Dios y directa a otro hombre. Juan Pablo II, evidentemente movido por el Espíritu, pidió públicamente perdón a Dios y al hombre (ninguno otro, ni los propios “interesados” lo habían hecho) por los pecados (que algunos gustan llamar sociales) que no pocos cristianos y cristianas han cometido en nombre de la Iglesia, de la verdad y de Dios. En la Tertio milennio adveniente están descritos los grupos de pecados tanto del pasado como del siglo XX que terminaba.

Cada vez son más las comunidades cristianas de Oriente y Occidente que están dispuestas a aceptar el primado universal del Obispo de Roma -el sucesor de Pedro-, uno de los puntos clave para la deseada unión, con tal de que, como afirmaba el entonces Cardenal Ratzinger, “no se les pida más de lo que siempre se creía durante el primer milenio”, antes del Cisma oriental de 1054.

Juan Pablo II pidió reiteradamente oraciones para implorar luces al Espíritu Santo y que la investigación teológica profundice en la función del Primado del Romano Pontífice que, sin dejar de ser el auténtico e innegable instrumento de unidad, tarea encomendada por Cristo a Pedro, se despoje -aquel tirar su capa Bartimeo, el ciego de Jericó, cuando Cristo le mandó llamar (cf Mt 10, 50)- de lo añadido circunstancialmente en estos milenios. Por ejemplo, entre otros detalles, su papel de monarca absoluto, una vez que los teólogos hayan distinguido y expresado bien la separación entre la potestas y la auctoritas papal y se vuelva a reconocer la auténtica colegialidad episcopal y la legítima autonomía de las diversas comunidades con todas sus implicaciones también canónicas. El retorno de las comunidades separadas de la plena comunión con Roma no puede consistir en una occidentalización ni en una mal entendida romanización pues la unidad exige la pluralidad y todo uniformismo atenta contra la propia unidad que está basada en la Unidad de la Esencia divina que es pluralidad (Trinidad) de Personas.

En su visita pastoral a Egipto en febrero de 2000, dio un fuerte impulso, sorprendiendo a muchos ante su urgencia: “Queridos hermanos, no hay tiempo que perder”, dijo. En la nueva catedral de “Nuestra Señora de Egipto” en El Cairo, con la asistencia de los líderes de las Iglesias no católicas, encabezadas por el papa Shenouda III, patriarca de los coptos-ortodoxos, la confesión cristiana más numerosa de ese país y sucesor de san Marcos en la sede de Alejandría, que se separó de Roma en el Concilio de Calcedonia en el año 451, recordó lo escrito en 1995 en su Encíclica Ut unum sint, invitando a “todos los responsables eclesiales y a sus teólogos a instaurar un diálogo fraterno, paciente, en el que podamos escucharnos más allá de estériles polémicas, teniendo únicamente en la mente la voluntad de Cristo para su Iglesia (...) Por lo que se refiere al ministerio del obispo de Roma, pido al Espíritu Santo que nos done su luz, iluminando a todos los pastores y teólogos de nuestras Iglesias, para que podamos buscar juntos las formas con las que este ministerio pueda realizar un servicio de amor reconocido entre unos y otros”.

La Comisión mixta de católicos y ortodoxos llevan unos años, desde el encuentro en Rávena en 2007,  tratando de este tema en el encuentro anual. En septiembre de 2010 fue en Viena la XII; la anterior fue en Creta en 2009; de la de 2011 no ha habido hasta ahora noticia alguna.

Cada 29 de junio el Patriarca de Constantinopla envía un delegado suyo a Roma para celebrar la festividad de san Pedro y san Pablo, del mismo modo que el papa envía a Estambul un delegado suyo cada fiesta de san Andrés, cada 30 de noviembre. Este intercambio se inició en 1969 con la visita a Constantinopla del cardenal Johannes Willebrands, presidente del entonces Secretariado para la Unidad de los Cristianos, con ocasión de la fiesta de san Andrés.

En noviembre de 2011 el delegado pontificio, el cardenal Kurt Koch, presidente del ahora Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, aprovechó la ocasión en que también se celebraba el XX aniversario de la elección de Bartolomé I y en la Divina Liturgia leyó el mensaje autógrafo de Benedicto XVI.

En septiembre de 2011 una delegación de jerarcas ortodoxos visitó la ciudad de Termoli, sobre el Adriático, para venerar las reliquias de san Timoteo, uno de los discípulos predilectos de san Pablo. Desean que el obispo italiano lleve el cráneo de Timoteo durante la Cuaresma ortodoxa y luego el propio Zósimo, arzobispo ortodoxo de Elista en el Cáucaso, la devolverá a Termoli.

El Papa Benedicto XVI recibió el 5 de octubre de 2011 la Medalla de Oro del Apóstol Jasón de Tesalónica de manos de una delegación de la Facultad de Teología ortodoxa de la Universidad de Tesalónica, al término de la Audiencia General. Se trata de “un gesto de verdadera amistad entre ortodoxos y católicos”, dijeron. “Para nosotros es un reconocimiento de alto significado que, por primera vez, se entrega a una personalidad fuera del ámbito de la Iglesia ortodoxa”, afirmaron. “Hemos venido a Roma a propósito para encontrar al Papa y llevar a cabo juntos un nuevo paso de diálogo”.

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