miércoles, 25 de enero de 2012

PASOS EN EL CAMINO DEL ECUMENISMO

¿Veremos la unidad de católicos y cristianos de Occidente?


“En esta última etapa del milenio, la Iglesia debe dirigirse con una súplica más sentida al Espíritu Santo implorando de él la gracia de la unidad de los cristianos. Es éste un problema crucial para el testimonio evangélico en el mundo (...) A nosotros se nos pide secundar este don sin caer en ligerezas y reticencias al testimoniar la verdad, sino más bien actualizando generosamente las directrices trazadas por el Concilio y por los sucesivos documentos de la Santa Sede” (Juan Pablo II, TMA, 34).

El gran escándalo de la desunión de los cristianos ya había angustiado a espíritus nobles del siglo XVII como al Pastor Calixto y al filósofo Léibniz entre los protestantes, así como al franciscano Spínola, a Bossuet y al sacerdote croata Krijanich que trabajaron en pro de un acercamiento. En el siglo XVIII este problema pasa sin interés pero reaparece en el XIX, en parte por los grupos conversos que se ilusionan con facilitar también a sus anteriores correligionarios el camino hacia la Iglesia Católica.

Mª Úrsula de Jesús (+1939 con 74 años), canonizada en 2003, es religiosa polaca, se tiene por modelo de ecumenismo y creadora de un nuevo estilo de vida religiosa. Trabajó en el corazón de la Rusia hostil a la Iglesia y al estallar la 1ª guerra mundial, en 1914, emigró a Suecia y luego a Dinamarca donde transformó su convento autónomo en la Congregación de Hermanas Ursulinas del Sagrado Corazón de Jesús Agonizante, que se extendió por Dinamarca, luego por Rusia Polonia y Francia.

Josafat (+1623 con 43 años), canonizado por el beato Pío IX, era el único santo oriental desde el cisma de Focio. Fue obispo de Polotzk en Lituania y vivió empeñado en la unión con los hermanos separados y la de todos los cristianos con la cátedra de Roma. Pío XI en 1923 lo citó como modelo de buen ecumenismo buscando la unidad en la conservación de la Liturgia eslava. A los 20 años de su muerte fue beatificado por Urbano VIII y declarado “apóstol de la unidad católica”.

Al acabar la 1GM y ante los alarmantes síntomas de la imparable descristianización de la vida pública y de la sociedad, las Comunidades cristianas de Occidente sintieron la necesidad de un acercamiento de todos los cristianos para hacer un muro de contención. La conferencia de obispos anglicanos (The Lambeth Conference), que se realiza cada 10 años desde 1867, es verdadero concilio de la Iglesia anglicana, que reúne a 36 iglesias autónomas para unos 70 millones de seguidores, y cuyas decisiones no son ejecutivas pues dejan libertad de decisión a cada nación.

En la de 1920 lanzó esta iniciativa ecuménica enviando a todas las cabezas de cualquier comunión cristiana la "Llamada a todo el Pueblo cristiano". Proponían estar dispuestos a recibir cualquier otra comunión con tal de hacerse aceptable y conseguir la unión de muchas comunidades sin buscar la unión con la verdad. Parece más una estrategia digamos política, de ir a lo pragmático, sin prestar atención a lo que es el motivo de discordia y sanar de raíz el problema de la desunión sin parches calientes ni con tupidos velos que escondan la infección. Así la Conferencia de 1930 permitió el control de la natalidad sin excluir métodos artificiales. 

Entre las múltiples iniciativas surgidas, Life and Work busca coordinar los esfuerzos para lograr un fin común entre las iglesias, sin distinción de confesiones en temas sociales, económicos y políticosEn septiembre de 1998 celebraron en Ginebra su L aniversario con la presencia del Presidente de Suiza Flavio Cotti, el arzobispo sudafricano Desmond Tutu, el Alto Comisario de la ONU para los refugiados Sadako Ogata, el Secretario general del WCCh el pastor Konrad Raiser, el metropolitano ortodoxo Georges Khord así como la Presidenta de la Asociación argentina de las Abuelas de la Plaza de Mayo, Estela Barnes de Carlotto.

En sus 50 años de trabajo, el Consejo Mundial de las iglesias (WCCH) más bien parece empeñada en temas que eluden lo central, la verdad de Dios y de su Iglesia. A las puertas del tercer milenio la WCCh agrupaba a 332 iglesias en más de 100 países y en la sede ginebrina trabajaban 190 personas con un presupuesto para 1998 de 74 millones de francos suizos.

Por su parte, en el mundo anglicano nació Faith and Order para la concordia teológica sobre la base común de la Sagrada Escritura. En 1938 creó un Comité provisional, con sede en Utrech, que en 1946 se convertirá en el Consejo Ecuménico Mundial de las Iglesias (World Council of Churches). En su Congreso de Nueva Delhi en 1961 asistieron 5 católicos solamente en calidad de observadores de los 370 invitados junto a los 625 delegados de 175 iglesias cristianas.

La actitud católica entonces era, por franco repudio, contraria a tal iniciativa ecuménica y Pío XI en 1928 todavía cerraba el posible diálogo al decir que “la unidad ecuménica está ya realizada en la Iglesia católica” y no quería cooperar en la teoría eclesiológica de WCCh que piensa que la Iglesia es una idea de Cristo a lograr en el futuro. Lo creen así por su interpretación de la parábola, en boca del propio Cristo, de que el reino de los cielos se parece a una pequeña semilla que cuando crezca, tendrá muchas ramas y cobijará a muchos pájaros (cf Mt 13, 31-32). Juan Pablo II, en su encíclica sobre el ecumenismo (Ut unum sint), como esta idea del árbol de varios troncos sigue siendo objetivo del Consejo Ecuménico, también recordará que “la Iglesia verdadera de Cristo ya se ha dado en el evento de Pentecostés” (UUS, 14).

Pío XII en 1950 reiteraría la prohibición de la communicatio in sacris y advirtió del peligro del falso irenismo, del que insistirán Juan Pablo I y Juan Pablo II. De todos modos no se había objetado nada al encuentro de 1921 entre el Cardenal Mercier (arzobispo de Malinas) y el anglicano lord Halifax ni al coloquio entre católicos eslavos y ortodoxos en Moravia entre 1907 y 1936.

El vuelco en la postura oficial del Vaticano se dio con el entonces llamado "Secretariado para la Unión de los Cristianos", creado por Juan XXIII y que ya no dejará de enviar observadores a todas las reuniones. Juan XXIII soñaba también (aunque con un carisma personal) con la preocupación de Cristo, manifestada en la última cena, ut omnes unum sint, que todos sean uno (Jn 17, 21): ¡que estén unidos!

Pablo VI, aplicando las directrices ecuménicas del Concilio Vaticano II, logró entrevistarse dos veces (1964 y 1967) con el Patriarca Atenágoras de Jerusalén, porque para estar unidos hay que conocerse, y para conocerse, hay que tratarse. Nadie ama lo que no conoce, y el buen pastor conoce a sus ovejas, también las descarriadas. Juan Pablo II, en su Encíclica sobre el ecumenismo (de mayo de 1995) escribe su mirada de fe ante el momento actual del estado de esta cuestión de la unidad de los cristianos, dibujando sus luces y sus sombras tanto en la Iglesia Católica como en las iglesias o comunidades separadas.

De entre las luces, es esperanzadora la iglesia luterana de Finlandia que en 1998 ha ampliado a tres las fiestas marianas en su reforma litúrgica. Además de la Anunciación, celebrada el domingo anterior al 25 de marzo, ahora venerarán también a María el cuarto domingo de Adviento y el 2 de julio la Visitación de la Virgen a su prima Isabel, fiesta que se celebró hasta 1772.

Juan Pablo II impulsó los contactos entre el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana mundial que en 1997 concluyeron con una Declaración conjunta sobre la justificación (el tema que la teología considera clave en la doctrina de Lutero) firmada en otoño de 1999. Se acercan las tesis sobre esta doctrina en este tema nuclear de la Redención y por tanto del papel de la Iglesia y de los sacramentos para la salvación de los hombres. El Papa declaró que se trataba de “progreso en el diálogo” pues, entre otras cosas, católicos y luteranos coinciden en afirmar que, “a la luz del actual consenso”, las mutuas excomuniones del siglo XVI “ya no se aplican a los interlocutores de nuestros días”. El Cardenal Cassidy declaraba también que este hecho es “un hito en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad visible”.

como un hecho excepcional, el encuentro fue presidido por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

De entre las sombras, es de lamentar la separación abismal abierta por los anglicanos (hasta ahora los más próximos teóricamente al catolicismo) cuando el Sínodo de la Iglesia de Inglaterra, en noviembre de1992, decidía institucionalizar el sacerdocio femenino. Entonces Juan Pablo II escribió al primado anglicano Robert Runcie (8-XII-1988) manifestando que tal decisión podía “bloquear el camino hacia el mutuo reconocimiento de los ministerios”. Canadá, Nueva Zelanda y USA, en una década, habían elevado a 11 mujeres al rango de obispos.

En la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis (22-V-1994) el papa Wojtyla recogía las razones fundamentales de esta doctrina católica, ya expuestas por Pablo VI y, dando por zanjada la discusión, afirmaba que la Iglesia (como aceptan los ortodoxos) no tiene potestad de conferir el sacerdocio a las mujeres y se siente vinculada a la decisión del Señor de ordenar sólo a varones, como recoge el Catecismo de la Iglesia católica (CEC, 1577). Ese paso de los anglicanos -hecho efectivo el 12 de marzo de 1994 con la primera ordenación de mujeres- supuso, sin embargo, el escándalo para muchos de sus obispos y pastores que decidían, en su cabeza y en su corazón, pedir la entrada en la Iglesia católica con toda su comunidad. La Santa Sede, desde entonces, estudió la manera adecuada para recibirlos sin que fuese a la antigua usanza aceptados en bloque, sino persona a persona, así como la solución del ingreso de los pastores anglicanos casados, aunque León XIII ya había declarado la invalidez de las ordenaciones anglicanas. Benedicto XVI dio la solución creando la nueva figura jurídica de los Ordinariatos personales.

También es deplorable el proyecto de la Conferencia de Lambeth de 1998 (una década después del sacerdocio femenino) de estudiar la ordenación sacerdotal de los homosexuales que ya conceden algunos de sus obispos que también “casan” a estas parejas.

A pesar de todo, Juan Pablo II siguió impulsando la actitud del papa Juan y del papa Pablo porque también entendía que la Iglesia tiene asumido este “imperativo de la conciencia cristiana iluminada por la fe y guiada por la caridad” (UUS, 8) y tiene conciencia de estar cumpliendo así la voluntad de Cristo y de estar obedeciendo al Señor (cfr. UUS, 4 y 6). El ecumenismo “no es sólo un mero apéndice de su actividad” (UUS, 20).

Evidentemente la prudencia y el ejercicio de las otras virtudes teologales y cardinales exigen poner a recaudo en el redil a las 99 ovejas, pero no se puede olvidar la otra parte de la maravillosa parábola del Buen Pastor: salir en busca de la oveja perdida y no quedarse en el redil esperando que regrese. Recuperar en plenitud esta enseñanza de Cristo ha supuesto el llamado giro copernicano ecuménico: no es evangélico quedarse esperando el regreso de la oveja perdida manifestando la disponibilidad de dejarla entrar si regresa. La oveja perdida no puede por sí misma regresar pues se ha descalabrado una pata y debe ser llevada en hombros. El buen pastor tiene que ir a por ella (cf Jn 10, 1-21).

El Espíritu ha suscitado grupos y movimientos entre los cristianos que fomentan la acción ecuménica entre ellos Taizé, un monasterio con una comunidad ecuménica.
Su primer prior fue su fundador, un fraile, el hermano Roger Schultz, nacido en 1920 de una familia suiza protestante, que durante más de 50 años estuvo predicando el ecumenismo. Desde el encuentro en París en 1978, Juan Pablo II, como hacen el arzobispo de Canterbury, el patriarca de Constantinopla y el secretario general de Naciones Unidas, enviaba un mensaje al encuentro anual, llamado la “carta de Taizé” que solía ser el centro de la reflexión y que se traducía a todas las lenguas necesarias. El encuentro de enero de 1995, otra vez en París, se tradujo en 19 idiomas pues la asistencia se multiplicó por siete. Tras la caída del muro de Berlín, la juventud del Este de Europa formaba el grupo más numeroso. La asistencia récord la tuvo el encuentro de Viena en 1992 con 105.000 personas.

El 16 de agosto de 2005, con 90 años, el hermano Roger fue apuñalado por una mujer desequilibrada mentalmente, durante la oración vespertina en presencia de muchos miles, sobre todo jóvenes. El día antes había escrito una carta al Papa en la que le aseguraba la intención de su Comunidad ecuménica de «caminar en comunión con el Santo Padre». Benedicto XVI, en el aniv 1º, dijo en la audiencia general del miércoles que “su testimonio cristiano de fe y de diálogo ecuménico ha sido una enseñanza preciosa para generaciones enteras de jóvenes (…) Pidamos al Señor que el sacrificio de su vida contribuya a consolidar el compromiso de paz y de solidaridad de cuantos están preocupados por el futuro de la humanidad».

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